Con el apoyo del ACNUR y del Consejo para la Misión Mundial, la CCIA del CMI y la oficina de diálogo y cooperación interreligiosos del CMI organizaron en 2017 un “Simposio interreligioso sobre la apatridia” en Roma (Italia). El acto reunió a estudiosos de las tradiciones budista, cristiana, hindú, judía y musulmana que reflexionaron sobre lo que sus respectivas tradiciones enseñan en relación con la no discriminación, la igualdad de género, así como el registro de nacimientos, que son tres elementos importantes cuya ausencia puede conducir a la apatridia. Asimismo, determinaron la necesidad de formular afirmaciones interconfesionales sobre la pertenencia.

Tras varios debates, y con el apoyo técnico de los colegas del ACNUR, un pequeño grupo de eruditos religiosos de diferentes tradiciones elaboró, a mediados de 2021, un primer borrador de las Afirmaciones interconfesionales sobre la pertenencia. A continuación, se solicitó a los colegas de Religiones por la Paz y al Instituto sobre Apatridia e Inclusión sus aportaciones al documento. El texto fue además difundido entre personas apátridas, con el fin de recibir sus orientaciones basadas en las propias experiencias y perspectivas.

Propósito de las afirmaciones

En muchos contextos a nivel mundial, las personas apátridas viven en sociedades con diversidad religiosa. La cooperación interconfesional es, por tanto, esencial en los esfuerzos para erradicar la apatridia.

Aunque cada una de las principales tradiciones religiosas del mundo presentan bellas diferencias y singularidades, distintos textos sagrados y perspectivas éticas, todas comparten valores de solidaridad, cooperación, igualdad y no discriminación. La cooperación interconfesional es esencial para las sociedades pacíficas y sostenibles, pues nos permite defender los valores comunes a todas las tradiciones con el fin de encontrar un terreno común para la palabra y la acción.

En un mundo marcado por los males de la injusticia, la discriminación, la desigualdad y la pobreza, ofrecemos estas Afirmaciones interconfesionales sobre la pertenencia al tiempo que nos esforzamos juntos para abordar y erradicar la apatridia.

  1. Reconocemos la difícil situación de las personas apátridas. La apatridia es la consecuencia más extrema de la negación del derecho a la nacionalidad, y afecta a millones de personas de todas las creencias y tradiciones del mundo. Desprovistos de toda opción a la nacionalidad, las personas apátridas son vulnerables y se ven empujadas a los márgenes de la sociedad, con un acceso mínimo o nulo a los derechos humanos básicos necesarios para vivir una vida digna y plena.
  2. Aunque las causas de la apatridia son múltiples, la discriminación y la exclusión son el origen de la mayoría de casos. En calidad de dirigentes religiosos y personas de diferentes credos, reconocemos que la apatridia de muchas minorías ha sido justificada por los discursos, estereotipos y prejuicios perpetuados por las mayorías. Dentro de nuestras propias tradiciones, hay interpretaciones que otorgan privilegios a nuestras propias comunidades y marginan a otras, provocando su apatridia. Debemos oponernos a la utilización de las enseñanzas religiosas que, con frecuencia, legitiman la discriminación.
  3. Nuestras tradiciones afirman la dignidad de cada ser humano y la unidad de nuestra familia humana. Alabamos los principios centrales compartidos por todas las religiones: el “no hacer daño”, la compasión y la responsabilidad de cuidar de las personas que sufren entre nosotros. Estas enseñanzas compartidas deben convertirse en la base de nuestra lucha para acabar con la apatridia.
  4. Nuestra comprensión de las repercusiones de la exclusión y de la discriminación debe despertarnos al sufrimiento de las personas apátridas, tanto dentro como fuera de nuestras comunidades religiosas. Afirmamos que nadie es un ‘extranjero’ en nuestra familia humana. Todos estamos interconectados; cuando uno está herido, todos están heridos.
  5. Afirmamos que los seres humanos no deberían tener que huir de sus hogares para disfrutar de los derechos básicos y sentir que pertenecen a un lugar. Esos derechos deberían estar garantizados en su lugar de nacimiento y en cualquier lugar donde vivan. Todas las personas deberían sentirse seguras y como en casa en nuestro mundo.
  6. Reconocemos la especial vulnerabilidad de las mujeres y las niñas en situación de apatridia y celebramos su contribución a la vida: son portadoras de vida y cuidadoras, y contribuyen al servicio público, entre otras muchas aportaciones. En situación de apatridia, las mujeres soportan una carga desproporcionada de discriminación. Afirmamos la necesidad de acabar con los sistemas y estructuras que socavan y discriminan a las mujeres y las niñas.
  7. Afirmamos que todos los niños deben gozar del sentimiento de pertenencia, los menores nunca deberían ser víctimas de la apatridia. Los niños son la expresión de la inocencia y la esperanza. Los niños apátridas heredan un mundo que no han creado, pero que los rechaza. Tenemos la obligación, como familia global, de hacer que este mundo merezca ser su mundo.
  8. Todos vivimos bajo el mismo cielo y toda la vida es sagrada. Que encontremos formas prácticas de expresar y afirmar que no debería ser posible prescindir de los beneficios de pertenecer a un país, cuando el mundo entero es nuestro hogar.
  9. Nuestras tradiciones religiosas afirman la comunidad y, en los tiempos que corren, deberían tener en cuenta también el sentido de pertenencia para derribar las barreras que sirven para excluir y denigrar. Que encontremos formas prácticas y duraderas de promulgar y afirmar que el sentido de pertenencia es fundamental para ser humano.
  10. Nos comprometemos a cultivar la voluntad espiritual y la conciencia moral para traducir los mejores valores de nuestras tradiciones religiosas en acciones intencionadas de transformación. Nos negamos a rendirnos ante el sufrimiento y a concederle la última palabra. En las enseñanzas de nuestras tradiciones religiosas hay que destacar que no hay extraños y que nadie es considerado como el “otro”. Que encontremos formas prácticas de apoyar estas verdades sagradas, para que todas las personas gocen de la pertenencia a un país y sepan que existe un lugar de paz y de seguridad donde disfrutan de todos los derechos humanos fundamentales.