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Reverendísimo Dr. Augustinos Bairactaris*

Texto: Isaías 33:15-16

“El que camina en justicia y habla con rectitud, el que aborrece el lucro de la opresión, el que sacude sus manos para no recibir soborno, el que tapa sus oídos para no oír de hechos de sangre, el que cierra sus ojos para no ver la iniquidad, él vivirá en las alturas, y una fortaleza de roca será su alto refugio. Su pan le será provisto y su agua no faltará”.

Reflexión

¿Cómo puede entender la humanidad que Jesús es la vida del mundo así como el agua es la vida de la Tierra? ¿Qué pueden hacer las Iglesias para promover la justicia hídrica y en qué medida? ¿Cómo podemos proteger a las comunidades medioambientales? 

Durante los 40 días de Cuaresma, la Iglesia prepara a sus fieles para vivir la pasión de Jesús en la cruz y su resurrección. Es el momento oportuno para reconsiderar y reconfigurar espiritualmente nuestra vida en pos de Jesús abandonado en la cruz. Jesús es la vida del mundo, como el agua es la vida de la Tierra. “Jesús le respondió: ‘Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Más bien, el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que fluya para vida eterna’” (Juan 4:13-14). Por tanto, el agua de Jesús es el agua de la paz, la justicia, la reconciliación, el amor y la eternidad, convirtiéndose en la fuente de luz y de vida. 

La Iglesia Ortodoxa, a través de las iniciativas ecológicas del actual patriarca ecuménico Bartolomé, ha recordado a todas las personas de fe su responsabilidad de sostener y respetar la integridad de la creación. La vida de este planeta es tan importante como la de los seres humanos. Los seres humanos están dotados de libertad; pero también de la responsabilidad de mitigar el daño que causan sus acciones en el entorno natural. Como resultado, se ha evidenciado que la justicia medioambiental y la justicia social deben ir de la mano, pues es imposible separarlas. Tampoco es posible escindir el evangelio del amor del evangelio de la justicia, la paz y la reconciliación, que expresa solidaridad con los pobres para que todas las personas tengan igual acceso al agua potable y a alimentos aptos para el consumo. El amor y la justicia constituyen principios fundamentales del evangelio de Cristo. 

En ese contexto, el patriarca ecuménico Bartolomé llama a todas las personas a orar junto con la creación y no por la creación. La cristiandad está llamada a escuchar la voz de la creación sufriente y avanzar hacia la restauración espiritual de la relación rota entre la humanidad y el planeta. Dios confió la naturaleza a los seres humanos junto con el mandamiento de servirla y preservarla como sacerdotes, guardianes, administradores y acompañantes.

Es importante darnos cuenta de que la justicia hídrica no es una tarea teológica para unos pocos, sino que deben dedicarse a ella todos los miembros de todas las edades y etapas. La salud del agua es vital para la civilización humana, para la estabilidad del clima mundial y para la diversidad biológica. Por desgracia, debido a la sobrepesca humana, la remodelación de las costas y la creciente contaminación, los océanos, mares y ríos se están quedando casi exhaustos. Cuando dañamos la vida marina estamos haciendo daño a toda la creación, incluida la humanidad, pues todas las especies son interdependientes. Nada puede existir de manera aislada; todo en la vida es relacional. Cuando las personas despojan a la Tierra de sus recursos naturales y destruyen sus humedales, océanos y vida marina, están destruyendo su casa común.

La manera en que las personas tratan a la creación es un reflejo de su manera de orar al Creador. Por ello, resulta apremiante que los seres humanos respeten el carácter sagrado de la naturaleza. Al igual que los océanos se llenan de aguas bravas, los ríos y los mares generan casi la mitad del oxígeno que la gente puede respirar, conectando a todos los pueblos, costeros e interiores, en el comercio y la comunicación. Del mismo modo, la Iglesia debe desarrollar una ecoteología de la “administración” y de la “ecoética”, promoviendo una relación armoniosa entre la humanidad y la creación. Por tanto, la ética medioambiental es parte integrante de la teología, mientras que la supervivencia del planeta brinda a las religiones del mundo un fundamento común para la unidad ecológica y un diálogo de confianza y verdad.

Las Iglesias están llamadas a priorizar a las personas pobres, débiles y marginadas, promoviendo una teología vivificante que incluya no sólo la predicación, sino principalmente la sanación a través de la justicia y la reconciliación. Durante la Cuaresma, los cristianos y las cristianas podrían orar, ayunar y actuar mancomunadamente por un medio ambiente sostenible. En ese contexto, la justicia medioambiental e hídrica exige que todas las personas, individual y colectivamente, consuman la menor cantidad posible de recursos naturales y produzcan la menor cantidad posible de residuos, al tiempo que se cuestionan sus estilos de vida actuales para garantizar el bienestar del mundo por el bien de las generaciones presentes y futuras. 

Por consiguiente, la justicia hídrica y medioambiental exige una protección universal frente a la amenaza nuclear, la producción y eliminación de residuos tóxicos y los venenos que amenazan el derecho fundamental de las personas a tener acceso a aire, tierra, agua y alimentos no contaminados. Asimismo, todas las personas tienen el derecho constitucional a la autodeterminación política, económica, cultural y medioambiental. La injusticia que surge del cerco racial, económico, sexual, religioso y político también puede afectar a su futuro. Por lo tanto, la cuestión de la justicia hídrica debe considerarse relacionada con la fe, la salud, la economía y la educación. 

La verdadera causa de la crisis del agua y del medio ambiente está en el corazón de los seres humanos. Si no cambiamos nuestra mente y nuestro corazón mediante la metanoia (el arrepentimiento), no lograremos tratar a nuestro ecosistema con dignidad y respeto. Por eso, según el patriarca ecuménico Bartolomé, es urgente que las personas transformen su manera de pensar y de vivir; de la arrogancia y el egoísmo al altruismo y el espíritu eucarístico. La Iglesia Ortodoxa defiende fervientemente una actitud de gratitud hacia la creación, recibiendo el cosmos como un don de Dios y como una forma de comunicación con Dios y los semejantes, y condenando al mismo tiempo el comportamiento codicioso, la adquisición ilimitada de bienes y materiales y el espíritu consumista. 

Preguntas para el debate 

1. Qué medidas deberían adoptarse en las políticas públicas para garantizar la justicia hídrica y ecológica para todas las personas, sin discriminación ni prejuicios? 

2. ¿De qué manera podría vincularse la Cuaresma con la justicia hídrica?

3. ¿Cuál es la relación entre nuestra fe en Dios y el ecologismo? ¿Cómo podemos llegar a ser partícipes de Su creación?

Acciones a emprender

1. Conozca la política hídrica de su país y haga algunas propuestas a su parroquia o iglesia local para ayudar a las comunidades marginadas y pobres de su zona.

2. Organice seminarios escolares o mesas redondas sobre el tema del medio ambiente y la justicia hídrica a nivel local con la ayuda de su parroquia e implique a la juventud local.

3. Durante el periodo de Cuaresma, los cristianos y las cristianas podrían desarrollar una actitud menos consumista, diciendo “basta ya” al materialismo.

**El Rvdmo. Dr. Augustinos Bairactaris es profesor asociado de Movimiento Ecuménico y Teología Ortodoxa, director de Estudios de la Academia Eclesiástica Patriarcal de Heraclión (Grecia) y secretario del CEMES (Centro de Estudios Ecuménicos, Misionológicos y Medioambientales).