Los actos solemnes fueron celebrados a través de color, movimiento, palabras, elementos visuales y sonidos extraídos de las diversas maniferstaciones del movimiento cristiano mundial. Los antiguos cantos litúrgicos, los himnos, las danzas tradicionales y las canciones modernas conmovieron a los creyentes.
Las oraciones de apertura señalaron el contexto contemporáneo de la Asamblea lamentando que “compartimos la carga y el dolor de estos tiempos de pandemia de la COVID. Compartimos la carga y el dolor de los conflictos armados y sus consecuencias en términos de muerte, destrucción y migración forzada. Compartimos la carga y el dolor de las lacras preexistentes de injusticia, pobreza estructural y violencia, y de una creación que sufre, y traemos ante ustedes el recuerdo de las víctimas de todas esas pandemias”.
El predicador del día fue el patriarca Juan X de la Iglesia Ortodoxa Griega de Antioquía y todo el Oriente (en Siria), que habló en árabe, pero hubo servicio de interpretación a otros idiomas. Su homilía versó sobre el encuentro de Jesús con la mujer samaritana junto al pozo, narrado en el capítulo cuatro del Evangelio de Juan. A pesar de las grandes lagunas en materia de creencia religiosa, género, cultura y estilo de vida, Jesús la tomó en serio y le habló a nivel personal. De ahí que ella se sintiera alegremente inspirada por el encuentro.
El patriarca alentó a superar las fronteras del mismo modo. Llamó a sus oyentes, así como a sus iglesias y países a “optar por atravesar el Oriente Medio sufriente, como Cristo optó por atravesar Samaria. A pasar y a mirar a los amados por Cristo de allí, como Él miró a los samaritanos, sin ignorar a quienes son diferentes de ustedes y sin excluir a las gentes de Siria, el Líbano, Iraq y la Tierra Santa de Palestina, especialmente teniendo en cuenta que sus ancestros estuvieron al servicio del Evangelio de reconciliación y lo difundieron en todas las naciones”.
En relación con las situaciones específicas de Siria y los países vecinos que citó, el patriarca llamó a los miembros de la Asamblea del CMI a “levantar la voz contra la exclusión de las personas de Oriente Medio, contra el hecho de que se las prive de alimentos, medicamentos, calefacción y tratamiento médico, y contra las sanciones y el bloqueo económicos so pretexto de desacuerdos políticos; a oponeerse a la proscripción de los cristianos, sus oraciones y sus himnos, que descienden de la eternidad de Cristo a la tierra que pisó y sobre la cual trabajaron los apóstoles, y a alzar la voz y hacer un llamado para que se divulgue el destino de los metropolitanos de Alepo, Paul y Youhanna, cuyo caso ha pasado desapercibido en la comunidad internacional durante más de nueve años”.
El patriarca concluyó diciendo que, cuando hay personas marginadas y olvidadas, la esperanza de reconciliación se desvanece, pero, “siempre que hay una verdadera empatía y un verdadero interés por una determinada situación, las medidas se vuelven rigurosas en su aplicación y persisten hasta que alcanzan su objetivo. Los cristianos de Antioquía merecen protección contra la exclusión, la discriminación, la inanición, la opresión, el tormento y la muerte”.
Después de la homilía, Ann Jacobs, voluntaria de reasentamiento de refugiados de la Iglesia Metodista Unida en los Estados Unidos, oró: “Que nuestro amor sea un bálsamo que sane heridas y atienda a aquellos lugares en los que hay dolor. Que nuestro amor sea radical, cercano a los márgenes y anteponga las personas al lucro. Que nosotros, en nuestro amor, nos ofrezcamos a Cristo los unos a los otros, desbordando paz y reconciliación. Que así sea. Amén”.
11a Asamblea del CMI – Vídeo de la oración de apertura
Fotografías de la oración de apertura
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