Sus Excelencias y Eminencias, distinguidos/as miembros del cuerpo diplomático e invitados/as, damas y caballeros presentes en Berlín o que nos siguen en línea desde otros lugares:

1. Introducción

Es un privilegio para mí dirigirme a ustedes y participar junto con ustedes en la reflexión sobre el papel de la religión en la respuesta ante la pandemia de coronavirus y la salud mundial y, por mi parte, presentar este tema desde la perspectiva de la experiencia reciente del Consejo Mundial de Iglesias.

Como tal vez ya sepan, el Consejo Mundial de Iglesias es una comunidad mundial de 349 organismos eclesiásticos cristianos diferentes que, en conjunto, representan a más de 500 millones de cristianos en 120 países. Inaugurado en 1948 y con sede en Ginebra (Suiza), el CMI es la principal organización ecuménica del mundo. Su propósito es reunir a la comunidad cristiana de todo el mundo para superar las diferencias históricas (unidad), dar testimonio público y realizar una labor de promoción y defensa (testimonio), y colaborar en la búsqueda de la justicia y la paz (servicio).

No obstante, la unidad cristiana está profundamente ligada a la búsqueda de la unidad de la humanidad y de la creación en su totalidad. Así pues, la preocupación por la salvaguarda de la creación como nuestro hogar común junto con personas de otras religiones y todas aquellas personas que comparten los mismos valores, con un espíritu de cooperación, ha sido fundamental en la labor programática del CMI.

Como voz de las iglesias mundiales y de aquellas personas que no tendrían voz de otro modo, el Consejo Mundial de Iglesias ha estado implicado desde el principio de manera activa y relevante en el panorama internacional. Influyó en la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, hace 75 años, creó un instrumento (la Comisión de las Iglesias para Asuntos Internacionales) con el objetivo de comprometerse con cuestiones concretas en países específicos y en el ámbito internacional. A lo largo de las décadas, ha aportado la voz profética de las redes nacionales y regionales de iglesias para influir en la política y recabar el apoyo popular contra el apartheid, por ejemplo, y a favor de multitud de misiones de establecimiento y mantenimiento de la paz, así como del Tratado sobre el Comercio de Armas, los compromisos firmes relacionados con el clima, los derechos de las minorías religiosas y el tratado de prohibición de las armas nucleares. Desde su sede en Ginebra y su oficina en las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York, el CMI ha forjado sólidas y productivas iniciativas programáticas de colaboración con organismos clave de las Naciones Unidas, entre los que destacan la OMS y ONUSIDA, UNICEF, el ACNUR y la OIT.

Otro componente único del CMI es su Instituto Ecuménico de Bossey. Es el centro internacional de encuentro, diálogo y formación del CMI. Fundado en 1946 y situado en el Château de Bossey, a orillas del lago de Ginebra, el Instituto Ecuménico reúne a personas de diversas comunidades religiosas, culturas y contextos para el aprendizaje ecuménico e interreligioso, el estudio académico y el intercambio personal.

Como pronto les informará en detalle la obispa Bosse–Huber, el Consejo Mundial de Iglesias celebrará su 11ª Asamblea del 31 de agosto al 8 de septiembre de 2022 en Karlsruhe (Alemania), bajo el tema “El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”. La Asamblea es el máximo órgano de decisión del CMI y se reúne normalmente cada ocho años. La pandemia nos obligó a retrasar la reunión hasta el próximo año.

De hecho, es claramente la pandemia lo que nos reúne hoy, aún cuando el virus y sus variantes siguen causando estragos y la ingente tarea de vacunar, proteger y ayudar a la población mundial sigue siendo una dura prueba para nuestros sistemas económicos y de salud. A pesar de todo esto, les ruego que nunca flaqueen nuestra valentía y nuestra fortaleza. Este es el momento para que todos los sectores, desde el gobierno, la ONU, las ONG, la sociedad civil y las organizaciones de inspiración religiosa como el CMI, demos un paso adelante y nos entreguemos a fondo para acabar con el virus y garantizar la seguridad y la salud de las personas en todo el mundo. ¡Nos comprometemos en solidaridad con esta campaña por la vida para todos!

2. Lo que hemos hecho y estamos haciendo

Para abordar el tema específico de esta sesión, permítanme plantear algunas preguntas, parte de ellas como autorreflexión en el seno del CMI y parte con miras a nuestra labor compartida con todos y todas ustedes, nuestros asociados en la lucha contra la pandemia. Quiero preguntar:

  • ¿Cómo ha respondido el CMI como comunidad mundial ante la pandemia?
  • Teniendo en cuenta nuestra experiencia en el CMI, ¿qué papel podemos desempeñar nosotros (y otras organizaciones y grupos de inspiración religiosa) en nuestras comunidades, más allá de las fronteras religiosas, y con los gobiernos y la sociedad civil para hacer frente a la pandemia y a sus múltiples consecuencias?
  • ¿Qué perspectivas y conocimientos prometedores que puedan fomentar un compromiso más profundo y una acción multilateral más eficaz por parte del CMI y de los grupos de inspiración religiosa y sus asociados en todo el mundo han surgido?

En los 20 meses transcurridos desde el inicio de la pandemia, y en el transcurso de su práctica del teletrabajo, el Consejo Mundial de Iglesias ha reorientado su labor para dotar a las iglesias de todo el mundo de recursos para que puedan hacer frente a los desafíos pastorales y de salud que plantea la pandemia y ejercer su ministerio en presencia de la enfermedad, la muerte y las graves alteraciones que se han producido en todas partes.

Dado que las iglesias y el CMI están históricamente muy identificados con la salud y la sanación, se formó rápidamente un equipo de apoyo al ministerio pastoral para responder a las numerosas cuestiones y preocupaciones pastorales que han surgido en los contextos locales y regionales. Este equipo de nueve personas de referencia con experiencia en diferentes áreas programáticas ha estado disponible para las consultas sobre cómo pueden las iglesias discernir su papel durante la pandemia de coronavirus, cómo pueden adaptarse como comunidades religiosas y cómo pueden conectarse y compartir entre ellas. Este servicio se convirtió rápidamente en un recurso accesible y muy utilizado por iglesias, pastores y personas de todo el mundo.

Dado que, de un día para otro, fue necesario suspender los viajes de los miembros del personal y las conferencias en modo presencial, gran parte de la eficacia del CMI en este período se debió a su rápido desarrollo de herramientas de comunicación que permitieron compartir historias de la comunidad más amplia, informar sobre las iniciativas relacionadas con la COVID-19 y destacar las buenas prácticas de la respuesta de las iglesias ante la misma. Dichas herramientas pusieron de relieve ejemplos concretos de cómo se están adaptando y cómo pueden adaptarse las comunidades religiosas. Las noticias y las historias se han apoyado en un sólido conjunto de recursos relacionados con la COVID para las iglesias y para las personas a título individual. Las visitas al sitio web del CMI aumentaron en más del 50% en 2020 en comparación con 2019, sumando más de 1,3 millones de visitas de más de un millón de visitantes en 2020, que ahora se han incrementado aún más con nuestro nuevo sitio web.

Al mismo tiempo, las innovaciones digitales también han permitido a los numerosos programas del CMI colaborar virtualmente con sus principales interlocutores, a menudo en cuestiones relacionadas con la COVID. El resultado ha sido una serie de webcasts, podcasts, entradas de blog y seminarios en línea para explorar no solo el desafío pastoral y de salud inmediato que representa la pandemia, sino también sus implicaciones a la hora de replantear cuestiones relacionadas con la justicia social, los derechos humanos, la igualdad racial y de género, la violencia contra las mujeres y la niñez, y la buena gobernanza.

Además, se han elaborado varias publicaciones importantes, centradas especialmente en preparar a la comunidad para responder a los desafíos que plantea la pandemia de la COVID-19. Se establecieron parámetros de atención de salud a través de un Marco de respuesta ecuménica ante la COVID-19 para la salud mundial. Se publicaron también la declaración conjunta con el Pontificio Consejo para el Diálogo interreligioso Al servicio de un mundo herido en solidaridad interreligiosa: un llamado cristiano a la reflexión y a la acción durante la pandemia de la COVID-19 y más allá, y el documento Sanar el mundo: ocho estudios bíblicos para la era de la pandemia, que invita a la comunidad cristiana a luchar contra el miedo, el dolor y la incertidumbre desde una perspectiva bíblica. Además, un número virtual especial de las publicaciones periódicas del CMI se centró en los desafíos pastorales y teológicos que plantea la pandemia.

El mayor uso de las redes sociales durante este periodo ha dado una mayor difusión al mensaje del CMI y, lo que es igual de importante, ha involucrado realmente a las personas, especialmente en campañas de solidaridad y espiritualidad. La identidad del CMI como comunidad unida en la oración y el servicio se ha hecho más visible a través de la publicación de las oraciones matutinas diarias y los textos de oración semanales aportados por los miembros de la comunidad, ambos ampliamente compartidos en las redes sociales y por otros medios.

En resumen, a pesar de los enormes desafíos que la pandemia ha planteado para el CMI, su eficacia como plataforma de coordinación de la comunidad mundial de iglesias, como catalizador para el testimonio público, y como comunidad que trabaja solidariamente por la justicia y la paz ha aumentado en muchos aspectos durante estas difíciles circunstancias.

La primavera pasada, el CMI designó a nueve líderes eclesiásticos para que se unieran a los otros 300 “promotores de la vacuna” movilizados por UNICEF con el fin de concienciar sobre los beneficios de la vacunación, contrarrestar la desinformación y fomentar la confianza en los programas de vacunación. Como ya dije en su momento, a medida que se despliegan los programas de vacunación contra la COVID-19, los líderes religiosos de todas las confesiones desempeñan un papel fundamental a la hora de mantener la confianza del público en las autoridades y los servicios de salud, así como en las propias vacunas aprobadas. Como comunidad cristiana, es nuestro deber y obligación moral cuestionar públicamente los rumores y los mitos y confrontarlos con los hechos. Aunque las preocupaciones morales y éticas también se ciernen en relación con el acceso a las vacunas y las prácticas de distribución, debemos asumir la responsabilidad y abogar por lo que es correcto desde una perspectiva médica, ética y de derechos humanos.

De hecho, antes incluso de esto, el CMI se había unido al Congreso Judío Mundial en una declaración conjunta en la que se invitaba a los líderes religiosos de todas las tradiciones y lugares a reflexionar y comprometerse con la infinidad de cuestiones éticas relacionadas con la distribución mundial de las vacunas.

3. Nuestras tareas más urgentes

Como pueden ver, este tiempo ha servido para adquirir nuevas perspectivas con respecto al papel del CMI y de la comunidad mundial en el drama de nuestro planeta y de sus habitantes que se desarrolla ante nuestros ojos. Al menos desde mi punto de vista, nuestro trabajo y nuestras relaciones durante este último período y en la actualidad han reforzado algunas convicciones constantes del movimiento ecuménico:

  • El corazón de nuestra comunidad –como iglesias y más allá– es la espiritualidad ecuménica que compartimos: esta es la llama que alimenta nuestra búsqueda de la justicia e impulsa nuestro trabajo por la paz.
  • Sin embargo, esa labor de inspiración espiritual del CMI tiene un alcance mucho más amplio. Su objetivo es lograr la unidad de la comunidad cristiana y de toda la creación, y superar las divisiones para servir a toda la humanidad en su búsqueda de la justicia y la paz.
  • Un indicador de nuestra responsabilidad –como personas y como iglesias– radica en nuestra apertura a ser transformados/as nosotros/as mismos/as y a transformar nuestro mundo satisfaciendo las necesidades concretas de los demás.
  • Dado que la salud y el bienestar mundiales están estrechamente vinculados a nuestra propia identidad como comunidad religiosa, es nuestra responsabilidad y nuestra vocación contribuir multilateralmente a paliar esta pandemia.
  • En concreto, nuestra eficacia como comunidad mundial está supeditada a nuestras indispensables asociaciones con organizaciones afines como los organismos gubernamentales, la OMS, ONUSIDA y UNICEF, así como con otras tradiciones religiosas y con la red de organismos y organizaciones internacionales que sirven al bien común.

Partiendo de esta base y en esta coyuntura de la pandemia, el CMI, a través de su Comité Ejecutivo, ha condenado enérgicamente la injusticia y las desigualdades en el ámbito mundial que están surgiendo durante la pandemia. Ha instado a compartir los recursos y a administrar vacunas, a compartir tecnología, a superar el escepticismo y a brindar ayuda a aquellas personas cuyas vidas y salud se han visto trastornadas por la pandemia. Ha realizado un llamado a los gobiernos, las agencias, los líderes religiosos, los consejos de administración y los dirigentes de las empresas propietarias de las patentes y los materiales para que ejerzan su liderazgo y actúen juntos con urgencia para garantizar una distribución amplia, rápida, equitativa y asequible de las vacunas y de los agentes terapéuticos en todo el mundo, con el fin de superar esta crisis y reparar estas injusticias.

Estos esfuerzos se articulan bien con los esfuerzos internacionales de los gobiernos y la OMS. El Comité Ejecutivo realizó un llamado para que se compartan de forma compasiva la tecnología y los conocimientos técnicos, con el fin de que los fabricantes de los países del Sur más afectados puedan elaborar vacunas para su población y para otros. “Instamos a que se apoye más y se contribuya a la iniciativa de Acceso Mancomunado a Tecnología contra la COVID-19 (C–TAP) como instrumento clave para este fin, y al mecanismo COVAX para una distribución más equitativa de los suministros de vacunas disponibles”, afirma su declaración. “Reconocemos que, más allá de los problemas de suministro y distribución de las vacunas, hay otros factores que han intensificado los efectos de la pandemia y que todavía se interponen en el camino hacia la salida de esta crisis”.

4. Compromisos permanentes y mayor cooperación

¿Qué hemos aprendido entonces de esta experiencia? Fundamentalmente, creo que hemos aprendido la verdadera importancia de nuestro trabajo, no a pesar de nuestra identidad religiosa, sino gracias a ella. Nuestra identidad como comunidad cristiana mundial nos permite abordar esta crisis en sus dimensiones culturales y espirituales más profundas, romper barreras y tender puentes, y trabajar de forma relacional. En particular:

  • La pandemia ha revelado o reforzado nuestra vulnerabilidad compartida, pero también nuestra comunidad fundamental como seres humanos, nuestra solidaridad más allá de las divisiones y las fronteras, y nuestra capacidad de empatía, comprensión e incluso sacrificio heroico.
  • La profunda fuerza y el gran potencial de las comunidades religiosas es una variable esencial y un factor indispensable para la salud y el bienestar mundiales. La vida, el pensamiento y la práctica religiosa de estas comunidades conforman el trasfondo histórico de la humanidad, por así decirlo, y los valores y convicciones más profundos de la humanidad, como la justicia y la paz, la dignidad y los derechos humanos, surgen de su patrimonio religioso siguen encontrándose en él.
  • Las organizaciones religiosas –ya sean cristianas, musulmanas, judías o de otro tipo– se encuentran en una posición privilegiada para abordar de forma práctica los problemas de la atención de salud y otras preocupaciones locales. Además, los recursos y capacidades para la atención de salud que poseen los grupos religiosos los convierten en defensores creíbles de la “justicia de las vacunas” y la mejora de las infraestructuras de salud ante los gobiernos y otras instancias.
  • De hecho, las comunidades religiosas locales y regionales de todo el mundo están profundamente comprometidas con la vida, la salud y el bienestar de las personas reales sobre el terreno. En el caso del ébola en África, por ejemplo, las iglesias aportaron conocimientos fundamentales sobre las costumbres locales que, al ser transmitidos por campañas educativas intensivas, contribuyeron a la erradicación exitosa de la enfermedad. En el caso del VIH y el sida, por citar otro ejemplo, el CMI ha colaborado con las iglesias locales y los organismos internacionales para abordar el estigma inicial de la enfermedad y después ha pasado a abordar las nociones más amplias que no ayudan o que son destructivas de la masculinidad, la sexualidad e incluso de la propia religión que han obstaculizado la recuperación.
    • La misión fundacional del CMI y su propósito permanente sigue siendo el movimiento ecuménico, es decir, el movimiento mundial de las iglesias cristianas para abordar las divisiones y buscar la unidad. Sin embargo, este propósito y este movimiento nunca fueron simple o únicamente en beneficio de la comunidad cristiana o de las propias iglesias. Desde el principio, la búsqueda de la unidad del CMI ha sido por el bien de la humanidad y del planeta, en aras de la justicia y la paz.
    • Es este propósito más amplio el que impulsó al CMI, incluso antes de su fundación en 1948, a trabajar incansablemente para reubicar a los refugiados después de la Segunda Guerra Mundial, y después a ayudar a formular los derechos fundamentales proclamados en la Declaración Universal, a responder enérgicamente ante la herejía del apartheid en Sudáfrica y a las violaciones de los derechos humanos en América Latina, y a subrayar desde el principio la importancia de proteger la integridad de la creación frente a un sistema económico insaciable.
  • La salud y la sanación son una de las prioridades de nuestro compromiso contemporáneo y son literalmente vitales para la misión contemporánea del CMI. Tampoco es casualidad. Una de las pocas cosas que sabemos de Jesús es que era un sanador, y la palabra salvación significa literalmente sanación. De hecho, en los evangelios se nos dice (Juan 10:10) que Jesús vino para que tengamos vida, y para que tengamos vida en abundancia, así que nuestros corazones están preparados, y siempre estaremos ahí.
  • Cada vez más, constatamos que nuestra labor programática está en la intersección de la labor de los organismos de la ONU, las ONG y las organizaciones religiosas, no solo para facilitar la repercusión, sino para crear un consenso sobre cómo sería el bien de la humanidad en nuestros tiempos.
  • Cada vez más, constatamos que nuestro compromiso religioso compartido –aunque concebido de formas diferentes– y nuestros valores compartidos nos llevan a estrechar lazos y a colaborar con otras tradiciones religiosas en la labor común por la justicia climática, por la libertad religiosa y contra el tráfico de personas, por poner un ejemplo.
  • Asimismo, nuestras orientaciones programáticas, que tienen sus raíces en nuestra fe y espiritualidad, están muy en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Los ODS, aunque interrumpidos por la pandemia, siguen siendo clave para la viabilidad de la humanidad en este planeta.
  • Por último, aunque las comunidades y las tradiciones religiosas, incluido el cristianismo, tienen mucho que lamentar y muchas cosas por las que arrepentirse en su historia, y a pesar de que, en ocasiones, son percibidas con escepticismo, siguen siendo la fuente de la que manan nuestros valores culturales más profundos y, sobre todo, del valor y la dignidad de la vida y el bienestar humanos. Aportamos esos valores en todo lo que hacemos y en todo lo que pedimos a los demás.

5. Conclusión

¿Ha revelado la pandemia algún elemento nuevo y prometedor para nuestra labor conjunta? Creo que sí, no solo para nuestra labor, sino también para el mundo en general.

El aprendizaje fundamental de esta pandemia ha sido el de nuestra vulnerabilidad compartida –y nuestro destino compartido– como una sola humanidad. Ahora sentimos con mayor intensidad la fragilidad de la vida humana y, de hecho, de todas las formas vida en este planeta. En consecuencia, ahora todos valoramos más conscientemente las profundas conexiones que compartimos con los demás en la familia y en la comunidad, la nación y el mundo. Ahora mostramos una nueva apertura para admitir y afrontar las injusticias históricas, y un nuevo reconocimiento moral con respecto a cuestiones como la raza, la clase y el género. También estamos más dispuestos a reconocer las preocupaciones y celebrar las ideas de las mujeres, la juventud, los pueblos indígenas y las personas que son las víctimas habituales de nuestros sistemas económicos y de atención de salud, inmigración, asilo y políticas.

De este modo, tal vez de la pandemia nazca una nueva disposición al cambio social y al compromiso real con nuestra humanidad común en este mundo único. ¡Aprovechemos este impulso!

Para ello, creo que necesitamos una fe en la humanidad serena y tranquilizadora, una esperanza realista en el futuro, y un amor firme que sea activo e inclusivo. En colaboración con todos ustedes y con todas las personas de buena voluntad, nosotros, las personas de la comunidad de iglesias de todo el mundo, esperamos contribuir a esta tarea de vital importancia.