Dios, en tu gracia, transforma nuestras iglesias
Prof. Dr Namsoon Kang (Corea), vicepresidente de WOCATI
(Conferencia Mundial de Asociaciones de Instituciones Teológicas)

Observaciones iniciales

Antes de iniciar mis observaciones, desearía hacer dos aclaraciones. La primera se relaciona con la palabra "transformar" y la segunda se refiere a las "iglesias", términos que son los dos componentes esenciales del tema que se me ha asignado.

En primer lugar, sobre la palabra "transformar".

Con mucha frecuencia, "transformar las iglesias" puede convertirse fácilmente en una frase de moda o en un tipo de propaganda cuando se utiliza en la política eclesial. Por ello, desearía aclarar lo que yo entiendo por "transformar". Mi interpretación de la palabra "transformar" se basa en tres sensibilidades: 1) "sensibilidad contextual, 2) sensibilidad ecuménica, y 3) sensibilidad a toda forma de justicia. Y esta noción de "transformar" exige un cambio radical y fundamental del marco mismo de las iglesias. El significado de "transformar" no es el mismo que el de "reformar". Transformar significa un cambio fundamental de paradigma, pasando del viejo al nuevo. Exige un análisis profundo de la iglesia, tal como es, con estas tres sensibilidades. "Transformar" no es sólo añadir algo a lo que ya es. Implica un cambio fundamental del marco epistemiológico, de la estructura institucional y de la práctica de la tradición cristiana, con el fin de promover un sentido integral de la justicia, la paz y la igualdad para todos los seres vivientes dentro de las iglesias y la sociedad. 

El segundo punto que desearía aclarar se relaciona con el hecho sencillo y evidente de que las " iglesias" no son una entidad unitaria. No ha habido una forma unitaria de iglesias en toda la historia del cristianismo. Tendemos a tener una noción nostálgica de iglesia, especialmente en una gran reunión ecuménica como la Asamblea del CMI. Deseamos poder decir que somos algo "uno" en el nombre de Jesús el Mesías. Esto es decir tanto sí como no (jain en alemán). Para reflexionar sobre la cuestión de la "transformación de nuestras iglesias", tenemos que considerar atentamente no sólo nuestras semejanzas como creyentes en Jesucristo, sino también nuestras diferencias críticas entre iglesias. Hay iglesias, por ejemplo, que no permiten a las mujeres acceder a la ordenación, mientras que hay iglesias que no sólo ordenan a las mujeres, sino también tienen mujeres como obispos. Hay iglesias que, en nombre de Dios, condenan a las personas de las minorías sexuales, mientras que hay otras iglesias que, en el nombre de Dios, permiten a las personas de las minorías sexuales acceder incluso a la ordenación sacerdotal. Por consiguiente, es evidente que la forma en que tratamos la cuestión de la "transformación de nuestras iglesias" puede tomar una dirección totalmente diferente según a qué iglesias concretas me refiera. Teniendo en cuenta esta complejidad del tema "transformar las iglesias", desearía iniciar ahora mis reflexiones.

Primero, transformar las iglesias exige superar el "Síndrome de Peterpan Religioso"

Hay cada vez más iglesias que se hallan atrapadas en el llamado "Síndrome de Peterpan." Como ustedes sabrán, "Peterpan" es un personaje que no quiere llegar a ser adulto. En términos sencillos, ser adulto significa crecer, cambiar, asumir una responsabilidad. Quienes se ven atrapados en el "Síndrome de Peterpan", sólo quieren disfrutar recibiendo la bendición tangible y materializada de Dios, pero persisten en negarse a asumir ninguna responsabilidad comprometiéndose en favor de la justicia, la paz y la igualdad de la sociedad. Desearía designar esto como "Síndrome de Peterpan Religioso"

El crecimiento, tanto físico como mental, es la única prueba de la vida, y crecer es cambiar. La transformación de la iglesia exige superar un "Síndrome de Peterpan Religioso", cambiar la propia perspectiva sobre el ser humano, el mundo y Dios, asumir la responsabilidad del mundo y ejercer continuamente una autocrítica para llegar a ser persona madura. Muchos cristianos continúan "de buena fe" quedándose en la etapa de "Peterpan", al no preguntarse por qué es lo que es, al no asumir la responsabilidad en la iglesia y la sociedad y, de esa forma, continuar apoyando, deliberada o indeliberadamente el sistema de las distintas formas de injusticia y discriminación.

Muchas iglesias están quitando los "signos de interrogación" de la enseñanza de la vida cristiana. Y quienes preguntan un "POR QUÉ" fundamental quedan fácilmente excluidos de la comunidad de fe, siendo etiquetados de "no creyentes", "no espirituales" o "menos cristianos". Sin embargo, el no preguntar "por qué" y decir siempre "sí y amén" es muy peligroso, porque impide a los cristianos percatarse de su propia participación y función en el fomento de las distintas formas de injusticia y violencia. La historia nos ofrece las lecciones del Holocausto, del sistema de esclavitud, de la quema de brujas, del apartheid…Hay infinidad de ejemplos de cómo los llamados "buenos cristianos" pueden fomentar prácticas tan horribles contra la humanidad en el nombre de Dios, por no preguntarse el POR QUÉ fundamental. Es necesario delatar la complicidad consciente o inconsciente de los cristianos con la injusticia poniendo un signo de interrogación fundamental, un POR QUÉ. Pero, si se quita este signo de interrogación fundamental, este "POR QUÉ", la falta de preguntas en las iglesias hace que se caiga fácilmente en una complicidad indeliberada con el mantenimiento y la perpetuación de la injusticia, la discriminación, la explotación, el fanatismo o el crimen del odio.

El acto de "caridad" de las iglesias es importante, pero no es suficiente, ya que no pregunta POR QUÉ, no se interroga sobre el problema fundamental de la realidad que exige el auténtico acto de caridad. El acto de caridad de las iglesias debe completarse con una preocupación compasiva por la justicia. Preocuparse por la justicia significa plantearse la pregunta fundamental del POR QUÉ sobre la realidad tal como es.

Este signo de interrogación del POR QUÉ es el comienzo de la transformación de las iglesias. Las iglesias tienen que avanzar de la misión orientada por la caridad a la misión orientada por la justicia superando el Síndrome de Peterpan Religioso. Y ésta es una forma de revitalizar la responsabilidad social de las iglesias cristianas hoy.

Segundo, Transformar las iglesias exige un "arrepentimiento institucional". Sin arrepentimiento, no es posible ninguna transformación auténtica de las iglesias.

Crecer es cambiar. En términos sencillos, cambiar es, en primer lugar, rechazar los prejuicios y la discriminación. Esto es lo que los cristianos entienden por arrepentimiento, una actividad compleja que implica desechar malas actitudes y abrazar públicamente las buenas. Ciertamente, esto resulta más fácil para las personas que para la humanidad en sus formas colectivas, pero puede producirse un "arrepentimiento institucional" de un pecado colectivo o sistémico y es poderosamente eficaz cuando se verifica. Ha habido varios ejemplos celebrados en la historia cristiana.

Por ejemplo, en 1972, el Papa Pablo VI retiró la antigua acusación cristiana de que los judíos habían matado a Dios, el pecado del deicidio, con lo que públicamente se arrepintió de siglos de antisemitismo en la iglesia. Un ejemplo igualmente espectacular de arrepentimiento público se produjo en Sudáfrica en 1990, cuando la Iglesia Reformada Neerlandesa se arrepintió públicamente del pecado de racismo y de la herejía del apartheid e invitó al Arzobispo Desmond Tutu a que la absolviera.

Estos actos de "arrepentimiento institucional" y de rechazo de pecados pasados son profundamente liberadores. Ponen de manifiesto la naturaleza fundamental de las iglesias cristianas. La comunidad cristiana, tras siglos de indiferencia, se arrepintió públicamente del gran crimen de la esclavitud. Fue así como los cristianos de los Estados Unidos se arrepintieron públicamente del pecado de negar a los americanos de origen africano sus derechos civiles. Y es así como muchos cristianos se arrepienten públicamente hoy en día del pecado del sexismo arraigado en ellos mismos y en la Iglesia. Reconocen que, durante siglos, la Iglesia ha discriminado a las mujeres, asignándoles una condición inferior a la del hombre, por la que se les negaba la verdad liberadora del Evangelio. Ha llegado la hora de que las Iglesias se arrepientan institucionalmente de su complicidad con las distintas formas de injusticia y violencia, del misoginismo, de la enseñanza y práctica capitalistas del Evangelio, del expansionismo religioso y del creerse superiores a otras religiones, del clericalismo jerárquico, de la homofobia y el fanatismo.

Si no hay un "arrepentimiento institucional", si no se reconoce lo que se ha hecho mal en las iglesias y si no se analiza duramente la complicidad de las iglesias cristianas en el fomento de la injusticia y la violencia en sus distintas formas, seguirá siendo imposible una auténtica transformación de las iglesias.

Tercero, Transformar las Iglesias exige transformar las instituciones teológicas y organismos ecuménicos.

La transformación de las iglesias está inseparablemente entrelazada con la transformación de las instituciones teológicas y los órganos ecuménicos. Yo llamaría a esta interrelación de la transformación de las iglesias, el Triángulo de Transformación en el Cristianismo. Las tres esferas mencionadas dependen entre sí de forma tan estrecha que la propia existencia de cada una de ellas se sustenta en la existencia de las otras. Sin una transformación de las instituciones teológicas y los organismos ecuménicos, la transformación de las iglesias será siempre incompleta, y viceversa. 

A diferencia de la "reforma", la "transformación" exige un cambio radical y sustancial en los mismos fundamentos. Si adoptamos esta "radicalidad" como naturaleza de la "transformación", debemos examinar los fundamentos mismos de las instituciones teológicas que educan a los pastores y líderes de las iglesias. Debemos analizar en primer lugar el programa de estudios, la composición de los miembros de la facultad y también sus métodos de enseñanza y pedagógicos, para determinar si reflejan realmente la realidad mundial y las cuestiones acuciantes con que nos enfrentamos. Debemos analizar si son suficientemente democráticas e inclusivas, si son suficientemente ecuménicas, si están orientadas por la justicia en el mundo injusto en que vivimos.

Estos tres organismos— iglesia, escuelas teológicas y organismos ecuménicos—son como hermanos. Son íntimamente interdependientes de una forma o de otra. Debemos recordar que todas las transformaciones son interdependientes. 

Cuarto, la Transformación de las Iglesias está también estrechamente interrelacionada con la transformación del CMI en cuanto organismo que sirve de marco a todas las iglesias del mundo. 

La transformación de los órganos ecuménicos entraña una dimensión nacional, regional y mundial. Hallándonos aquí en una reunión mundial de organismos ecuménicos y de iglesias cristianas, desearía tomar un ejemplo del CMI sobre lo que entiendo por transformación basada en las tres sensibilidades que he mencionado al principio: sensibilidad contextual, sensibilidad ecuménica y sensibilidad a toda forma de justicia.

Ha habido varios discursos sobre lo que hay que transformar en el CMI. Pero hay una dimensión que difícilmente se ha cuestionado de forma fundamental: la forma misma de comunicación en el CMI.

Una comunicación atenta hacia los demás es el verdadero punto de partida para lograr la "unidad" de las Iglesias. Esta novena asamblea del CMI está marcando un importante hito en toda la historia del CMI con la adopción del modelo de toma de decisiones por consenso. Al adoptar este modelo de consenso en sus actividades, la escucha atenta a los demás, la exploración, la consulta, las preguntas y la reflexión sobre las cuestiones planteadas cobran una importancia y un significado cada vez mayores. Me alegro sinceramente de la adopción de este modelo de consenso. Sin embargo, hay una cosa que me preocupa muy profundamente y ha sido un dilema que se me ha planteado de forma persistente desde hace mucho tiempo: la uniformación del idioma oficial en la asamblea del CMI y otras reuniones internacionales.

Existe en el CMI un "clasismo" inveterado y profundamente arraigado. Cuando uno embarca en un avión, se da cuenta de que los pasajeros están repartidos entre distintas clases: los de primera clase, los de clase ejecutiva (business) y los de clase económica. En el avión, esta clasificación depende de la cantidad que se paga por el billete.

Tengo la impresión de que, en las reuniones y la asamblea del CMI, ha funcionado un mecanismo exactamente igual. Pero en estas reuniones del CMI, las clases no dependen del dinero sino del idioma. Son pasajeros de primera clase quienes tienen el inglés como idioma materno. Los pasajeros de segunda clase son los que su idioma materno es uno de los tres idiomas a los que se traduce: alemán, español, francés (a veces, ruso). No hace falta decir que los pasajeros de clase económica son aquellos cuyo idioma materno no es ninguno de los citados y que no pueden expresarse en esos cuatro idiomas "oficiales" del CMI.

La elección del idioma es absolutamente una cuestión de poder. El idioma no sólo es un medio de comunicación. Se trata de una uniformación del pensamiento, la cosmovisión, el sistema de valores, la cultura e incluso la actitud personal hacia los demás. La elección del idioma se relaciona con el poder: poder de adopción de decisiones, de producción de conocimientos, de expresarse uno mismo. El idioma es poder para expresar quién es uno mismo, es poder para disuadir, es poder para transmitir los propios valores y opiniones. 

Deberíamos plantearnos, por lo tanto, una pregunta fundamental sobre la transformación que difícilmente se formula: ¿por qué tenemos lo que tenemos ahora, en qué medida está bien lo que hay ahora?

Si no se puede expresar la propia opinión en estos cuatro/cinco idiomas oficiales del CMI, la toma de decisiones por consenso es, en realidad, el consenso únicamente de quienes dominan esos idiomas. Mientras el CMI siga adoptando estos cuatro idiomas -los antiguos idiomas coloniales- será imposible evitar que se caiga en la trampa de la mentalidad imperialista a la que se opone el CMI. Es evidente que las personas que constituyen la mayoría en el mundo no hablan inglés.

Desearía hoy sugerir firmemente que el CMI tiene que organizar un "Comité de Idiomas" como uno de los Comités de la Asamblea del CMI. El "Comité de Idiomas" tiene tres funciones que desempeñar. En primer lugar, examinar la práctica de un idioma inclusivo en todos los documentos y reflexionar continuamente sobre las repercusiones teológicas, históricas, sociales, espirituales, psicológicas y políticas del uso de un idioma inclusivo. En segundo lugar, proponer e incluso crear lenguajes/terminologías que refuercen los derechos y la dignidad de las personas marginadas. Y por último, buscar persistentemente una solución alternativa a este enorme dilema de la uniformación de los idiomas oficiales en el CMI. La decisión del CMI de adoptar el modelo de consenso no se basa en el valor "utilitario y pragmático". La búsqueda de una alternativa a estos problemas del idioma no puede basarse en el valor pragmático. Se basa en el valor de la verdadera unidad en su sentido bíblico.

Observaciones conclusivas

Se ha insistido en que las iglesias tienen que ser proféticas. Uno de los actos característicos del profeta es el de leer los signos de nuestros tiempos. Es difícil negar que haya signos de "renuncia al compromiso moral", no sólo en la sociedad, sino también en las iglesias.

Las iglesias parecen no preocuparse de la realidad mundial de la guerra, la violencia y el desarraigo de las personas, y existe incluso un tipo de "excepcionalismo eclesial", que emplea una coartada religiosa para violar incluso el código de sentido común y moral de la sociedad. Tenemos que aprender a reconocer esta renuncia de las iglesias al compromiso moral y analizar a fondo el excepcionalismo eclesial.

"Transformar la iglesia" es un acto decisivo de reconstrucción total de nuestra epistemología (forma de conocer las cosas), de nuestro sistema de valores, de nuestra forma de practicar el Evangelio, de nuestra comprensión de la misión de las iglesias. Es un acto colectivo de esperanza en un nuevo cielo y una nueva tierra. Muchas gracias.