Saludo al Simposio del 70°aniversario del CMI, Ámsterdam, 23 de agosto de 2018

Compañeras y compañeros peregrinos, les saludo en nombre del Consejo Mundial de Iglesias y sus iglesias miembros del mundo entero. Me complace participar en este simposio sobre la vida, la labor y futuro del CMI en ocasión de su 70° aniversario y agradezco los valiosos aportes de todos ustedes en este momento de reflexión compartida.

De cerca y de lejos, hoy vinimos aquí para celebrar el gran don de la unidad, la comunidad y el amor cristianos.

Hace hoy 70 años que en esta misma ciudad se fundó un auténtico movimiento para zanjar nuestras diferencias, sanar nuestras divisiones y establecer lazos de solidaridad cristiana por el bien del mundo.  Frente a un mundo devastado por la guerra, que una paz precaria hacía peligrar, los delegados ante la Primera Asamblea del CMI y sus 117 iglesias resolvieron unirse en un movimiento ecuménico; reafirmaron la pertinencia del evangelio frente al “desorden humano”, señalaron la indispensabilidad de reconocer y apoyar la dignidad humana y las libertades universales, así como de emprender un largo proceso de autocrítica para reconocer lo sucedido en el holocausto y el pecado del antisemitismo.

En muchos aspectos, la Asamblea de Ámsterdam creó una plataforma común para la reflexión teológica con espíritu crítico en aras de la unidad, el compromiso de establecer un orden internacional más justo y la labor común para garantizar la paz y la justicia. Ya sea en la renovación de la teología, el replanteamiento de la misión o la reunión de las iglesias y sus asociados ecuménicos para servir, dicha plataforma permitió que en formas y lugares incontables y consecuentes, las iglesias se sirvieran mutuamente y sirvieran al mundo.

Durante décadas, por conducto del CMI y el movimiento ecuménico, cristianas y cristianos han buscado juntos la forma de construir el consenso sobre aspectos fundamentales de fe y constitución, crear instituciones de paz y consolidación de la paz, apoyar la dignidad y los derechos humanos, enfrentar la injusticia y el racismo, abordar las desigualdades de género, cultivar el respeto por la integridad de la creación y renovar las propias iglesias. Esos son grandes logros.

De hecho, desde nuestra posición privilegiada, podemos ver que en su significado más profundo, este movimiento ecuménico fue entonces y es ahora un movimiento de amor. A lo largo de estas décadas, el amor de Dios en Cristo, de nuestros congéneres humanos y de la Tierra, animó y dio energía a cristianas y cristianos para caminar juntos en la fe a fin de superar sus divisiones históricas y establecer lazos de amor.

Ahora bien, hoy, 70 años después, nos enfrentamos a un mundo radicalmente distinto, no solo por la magnitud y urgencia de sus problemas, sino también por su carácter fundamental. Nos encontramos con que se cuestionan los cimientos mismos del mundo de la posguerra y la democracia liberal. Vemos que las libertades poscoloniales, conquistadas a duras penas, corren el peligro de diluirse en el caos. Somos testigo de la globalización de un sistema económico neoliberal que institucionaliza la injusticia y la desigualdad. Constatamos un histórico desplazamiento del centro de gravedad del cristianismo hacia el Sur global. Presenciamos un enfrentamiento dramático y a menudo volátil de las tradiciones religiosas del mundo.

Mis compañeras y compañeros peregrinos, nuestra larga peregrinación no ha terminado. En palabra y sacramento,  por conciencia y vocación, Dios nos sigue exhortando a todos a trascender nuestros tozudos límites propios y tender lazos de amor por Dios y los unos por los otros para seguir a Jesús de forma más verdadera, articular un mensaje de sanación y salvación, y estar abiertos a las necesidades de nuestro prójimo con una hospitalidad radical. En este nuevo panorama, considero que el movimiento ecuménico de amor y su compromiso con la paz justa son más pertinentes que nunca, pues:

  • hoy, una vez más hay personas en movimiento y millones de migrantes y refugiados necesitan nuestra ayuda para garantizar su seguridad e integrarse en su nueva tierra;
  • hoy, a pesar del gran progreso, la salud y el bienestar de millones de personas están en riesgo a causa del VIH, el sida y una gama de enfermedades infecciosas, así como de los efectos del racismo y la xenofobia;
  • hoy, de Ámsterdam a Zimbabwe, de Oriente Medio a Asia Oriental y del Congo a Columbia, conflictos violentos y atrocidades no solo fragilizan a comunidades, también requieren la solidaridad internacional con las víctimas y el paciente fomento de una paz justa;
  • hoy, tenemos que seguir esforzándonos no solo para asegurar que las mujeres sean tratadas con dignidad y respeto, y estén a salvo de la violencia y el abuso, sino también para que los niños sean protegidos y se les permita crecer y prosperar;
  • hoy, como iglesias seguimos buscando maneras de crear una verdadera comunidad, ejercer con responsabilidad la autocrítica y la rendición de cuentas de nuestra fe, nuestra política y nuestra apertura tanto recíproca como con otras religiones;
  • hoy, personas de todas partes siguen anhelando una palabra nuestra que sea auténtica y creíble en términos de significado y esperanza, una palabra de fe en un mundo a menudo brutal, impersonal y despiadado,
  • hoy, la Tierra misma clama por la mitigación de las consecuencias destructivas de nuestras pecaminosas estructuras económicas y la codicia sistematizada, por el cuidado de este, nuestro hogar común, y por un futuro justo para nuestro planeta.

Al volver aquí donde empezamos hace 70 años, seguimos caminando, orando y trabajando juntos en aquel movimiento de amor. De hecho, los peligros que afrontamos nos hacen más conscientes de nuestra humanidad común y nuestra solidaridad cristiana nos libera para servir a este mundo creado por el único Dios. En efecto, siento aquí un nuevo ímpetu con la llegada de una nueva generación cuya creatividad, apertura y alegría pueden ofrecer energías e ideas innovadoras para que nuestro hogar terrenal se acerque más al reino de Dios y la justicia divina.

¿Cómo sucederá? Como sucede siempre: el amor encontrará el camino.

El amor nos unirá a iglesias, cristianas y cristianos, así como a nuestro prójimo al otro lado de la calle y alrededor del mundo. El amor nos liberará de los valores distorsionados y el profundo prejuicio. El amor verá a través de la falsedad del racismo y el tribalismo. El amor nos abrirá a la crítica y la autocrítica para aprender de nuestra propia complicidad. El amor encenderá nuestros sueños de libertad y paz. El amor generará nuevas visiones, pensamientos creativos y enfoques innovadores para abordar nuestros mayores desafíos. Y el amor nos dará el coraje y la fuerza, el alma y el corazón, para rescatar al progreso del profundo peligro y a la paz del riesgo.

Compañeras y compañeros peregrinos, ustedes son –nosotros somos– ese movimiento ecuménico de amor, basado en el único Espíritu de Cristo, siempre dispuestos y alerta para recorrer juntos con fe y esperanza el camino hacia un mundo mejor.

Olav Fykse Tveit
Secretario General, Consejo Mundial de Iglesias