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a child holds cross
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Introducción

El pueblo armenio tiene un respeto especial por la santa cruz: se llaman a sí mismos una nación “portadora de la cruz”. Durante siglos, los armenios y armenias han llevado la cruz de Cristo con fe, esperanza y amor. Nuestro pueblo como una nación aceptó a Cristo y confió en la señal de su santa cruz, que siempre nos ha recordado y continúa recordándonos la victoria de Dios sobre la muerte, así como su amor incondicional por su pueblo.

Si visitan cualquier monasterio medieval de Armenia, observarán que casi todas las superficies, desde la cúpula hasta el suelo, están cubiertas de cruces talladas. Algunas de ellas son valiosas obras de arte creadas por escultores medievales anónimos, mientras que otras son simples grabados realizados por peregrinos coetáneos.

La planta de las iglesias armenias tradicionales es cruciforme. La cruz está instalada en el centro del santo altar. Los sacerdotes sostienen la cruz en su mano derecha. Todo cristiano bautizado lleva una cruz en su pecho. Las vestiduras y los vasos sagrados están decorados con cruces. Las cruces coronan las cúpulas de la iglesia. Durante la sagrada liturgia, los clérigos frecuentemente bendicen a los fieles con la señal de la cruz mientras dicen: “La paz sea con vosotros”.

Los armenios cristianos consideran que la santa cruz es la manifestación del amor supremo de Dios por la humanidad, su victoria sobre la injusticia, el pecado, el sufrimiento e incluso la muerte, así como su deseo de hacernos parte de su vida divina y eterna. Lo que una vez fue un instrumento de sufrimiento y muerte se ha convertido para los cristianos en el medio de salvación y de victoria.

De hecho, la Iglesia armenia se gloria en la santa cruz y su mensaje, de acuerdo con las palabras del santo apóstol Pablo: “Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” (Gal. 6:14).

Pasaje de la Biblia: Salmo 85

Oración por la restauración del favor de Dios

Al director musical. Salmo de los hijos de Coré.

Señor, tú has sido bondadoso con esta tierra tuya

    al restaurar a Jacob;

perdonaste la iniquidad de tu pueblo

    y cubriste todos sus pecados; Selah

 depusiste por completo tu enojo,

    y contuviste el ardor de tu ira.


Restáuranos una vez más, Dios y Salvador nuestro;

    pon fin a tu disgusto con nosotros.

¿Vas a estar enojado con nosotros para siempre?

    ¿Vas a seguir eternamente airado?

 ¿No volverás a darnos nueva vida,

    para que tu pueblo se alegre en ti?

Muéstranos, Señor, tu amor inagotable,

    y concédenos tu salvación.

Voy a escuchar lo que Dios el Señor dice:

    él promete paz a su pueblo y a sus fieles,

    siempre y cuando no se vuelvan a la necedad.[
b]

Muy cercano está para salvar a los que le temen,

    para establecer su gloria en nuestra tierra.

El amor y la verdad se encontrarán;

    se besarán la paz y la justicia.

 De la tierra brotará la verdad,

    y desde el cielo se asomará la justicia.

El Señor mismo nos dará bienestar,

    y nuestra tierra rendirá su fruto.

La justicia será su heraldo

    y le preparará el camino.

Reflexión

La Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, una de las cinco fiestas más importantes de la Iglesia armenia, es un recuerdo solemne de la exaltación de la cruz vivificante del Señor. En la tradición de la Iglesia, la santa cruz fue levantada para su veneración tres veces.

Fue exaltada por primera vez por Santiago, el apóstol y primer obispo de Jerusalén. Levantó la santa cruz frente a los creyentes mientras recitaba: “Nos postramos ante tu cruz, oh Cristo”. Esta frase todavía se usa en los ritos litúrgicos armenios.

La santa cruz fue exaltada nuevamente aproximadamente trescientos años después, con motivo de su descubrimiento. En el año 326 d.C., la Reina Elena, madre del emperador Constantino el Grande, viajó a Jerusalén para encontrar la verdadera cruz del Señor. Tras este descubrimiento milagroso, la Reina Elena ordenó que se construyera la Iglesia del Santo Sepulcro (o la Iglesia de la Resurrección) en Gólgota, donde levantó la cruz de Cristo para su veneración por parte del pueblo.

En el siglo VII, la cruz fue exaltada por tercera vez. Después de tomar Jerusalén, los persas capturaron la cruz de Cristo. El emperador Heracles, con la ayuda de un gran ejército, finalmente liberó la santa cruz de su cautiverio. En una procesión solemne, la santa cruz fue trasladada primero de Persia a la ciudad armenia de Karin, de allí a Constantinopla y finalmente de regreso a Jerusalén. La cruz fue levantada en casi todas partes a lo largo de su recorrido, y fue motivo de gran alegría para todos los que la contemplaron, porque era como si estuvieran experimentando la resurrección triunfante de Cristo. Estos tres acontecimientos históricos resultaron en el establecimiento de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

La cruz en la que murió nuestro Señor Jesucristo constaba de dos simples fragmentos de madera unidos, mientras que la cruz armenia es un todo integrado. En una cruz típica de estilo armenio, la viga horizontal y la viga vertical se han convertido en una sola, fusionadas a la perfección y de forma permanente en un círculo donde se encuentran.

Este rasgo artístico expresa el principio básico del evangelio: la cruz de Cristo unió la justicia y el amor; el cielo y la tierra se encontraron en ella. El Rey de la Gloria se humilló para que pudiéramos ascender. El Hijo unigénito de Dios, Jesucristo encarnado, vino a este mundo pecaminoso para liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y concederle la vida eterna.

Aquí está el poder de la cruz: Dios une su justicia y amor para juzgar y salvar a la humanidad pecadora. No podría haber justicia sin la crucifixión de Jesucristo: la justicia sería solo condenación y castigo. Al mismo tiempo, no podría haber amor sin la crucifixión. El amor sería un simple sentimiento. Por eso, “¡Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno! ¿Qué requiere de ti el Señor? Solamente hacer justicia, amar misericordia y caminar humildemente con tu Dios”. (Miqueas 6:8).

La justicia y el amor a menudo se perciben como valores y objetivos diferentes e incluso opuestos. Por un lado, la justicia se presenta como una condena severa o un castigo sin piedad. Por otro lado, el amor se percibe como un sentimiento, en el que los errores y las faltas simplemente se ignoran sin consecuencia alguna.

La Biblia presenta la justicia y el amor de una manera completamente diferente. Ambos son parte integral de la imagen de Dios. Dios es un juez justo (Sal. 7:7; 2 Tim. 4:8) y, al mismo tiempo, Dios es amor (1 Juan 4:8).

El salmista presenta perfectamente la unión de estos dos en presencia de Dios. “La justicia y el derecho son el fundamento de tu trono, y tus heraldos, el amor y la verdad.” (Salmo 89:14).

En la creación del mundo, Dios determinó que la justicia y el amor debían armonizarse y fortalecerse mutuamente. En la creación de Dios, la justicia se deriva del amor a Dios y al prójimo y debe buscar la paz de todas las personas. En consecuencia, el amor debe buscar la justicia universal y establecer la paz entre las personas.

Sin embargo, el mundo no es lo que Dios quiere que sea. La gente pecó y se apartó de la bondad natural creada por Dios. A causa del pecado, los seres humanos han descuidado e incluso se han rebelado contra las buenas intenciones de Dios y el orden establecido, interrumpiendo así su vida natural y la de toda la creación.

Pero Dios no nos abandonó en nuestra rebelión pecaminosa. Él nos ayudó con su justicia y amor a vencer el mal y a sanar nuestras enfermedades y muerte, que heredamos como resultado del pecado.

La justicia y el amor se unieron en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la que se encontraron la ira de Dios contra el pecado y su cuidado de la humanidad. Se “conocieron y se besaron” (Sal. 85:10) en el juicio y la salvación. El Hijo unigénito de Dios sufrió y fue crucificado por nosotros, revelando la justicia y el amor de Dios por nosotros. Por tanto, en este mundo pecaminoso, la justicia y el amor de Dios se identifican en la forma de la cruz, en Jesús crucificado, cuyo amor sacrificado lleva al mundo a la justicia.

Dios no ignora los errores, ni la maldad, ni los pecados. La cruz ejecuta verdadera y completamente el juicio absoluto y santo de Dios sobre el pecado. Como dice el apóstol Pablo: “Como demostración de su justicia, Dios lo ha puesto a él [Cristo] como expiación por la fe en su sangre, A causa del perdón de los pecados pasados, en la paciencia de Dios, con el propósito de manifestar su justicia en el tiempo presente para que él sea justo y, a la vez, justificador del que tiene fe en Jesús”. (Rom. 3:25-26).

Al mismo tiempo, la cruz es la manifestación del amor redentor de Dios. “Por cuanto agradó al Padre que en él habitara toda plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo mismo todas las cosas, tanto sobre la tierra como en los cielos, habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:19-20).

Y, debido a que Dios es uno, la justicia y el amor también están unidos en la esencia y la salvación de Dios, es decir, en la cruz del Señor Jesucristo. Por tanto, la verdadera justicia no puede existir sin amor, ni el verdadero amor puede existir sin justicia. La justicia y el amor no son contradictorios en absoluto, ni son completamente diferentes entre sí. En los propósitos y la naturaleza de Dios, tanto la justicia como el amor sirven al bien de las personas y de las relaciones humanas.

A su vez, la existencia humana debe reflejar la naturaleza y los propósitos de Dios. Cuando todo está bien en la vida de los individuos y las comunidades, la justicia y el amor deben ser las características de ese bienestar. Cuando hay problemas en la vida de las personas y las comunidades, la justicia y el amor deben esforzarse por lograr o restaurar ese bienestar. El desafío para los cristianos y cristianas es vivir de acuerdo con la justicia y el amor en esta vida para que reflejen la naturaleza de Dios y logren los propósitos de Dios en nuestro mundo caído.

En el camino para afrontar estos desafíos, la exaltada cruz de nuestro Señor Jesucristo nos recuerda que el sufrimiento está necesariamente presente en la búsqueda de la verdadera justicia y el amor. El sufrimiento es una parte inevitable de esta vida terrenal. También es una parte inevitable de la salvación de Dios, y por eso no hay sufrimiento sin esperanza. A través de estos el mal se retira y comienza la redención. Esta verdad es revelada por la cruz.

Sin embargo, el sufrimiento y la muerte nunca tienen la última palabra. En realidad, la crucifixión no es el final. A la crucifixión le sigue la resurrección. Los evangelistas presentan la crucifixión y la resurrección como un plan continuo y unido de Dios, por el cual Dios vence al pecado y concede la salvación al mundo.  

Jesucristo murió para que pudiéramos estar libres de pecado. Jesús resucitó para que nosotros pudiéramos resucitar a una nueva vida. Por consiguiente, a través de la crucifixión y la resurrección, recibimos una nueva vida en Jesucristo, superando el pecado y sus efectos destructivos en nuestra relación con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos y con toda la creación.

La historia de la justicia y el amor de Dios es la historia del bien que surge del mal, el gozo que surge del dolor, la esperanza que surge de la desesperanza y la vida que surge de la muerte.

Por lo tanto, debes “practicar el amor y la justicia, y confiar siempre en él.”  (Os. 12:6).

Preguntas para mayor reflexión

  1. ¿Cómo diría usted que la justicia y el amor confluyen y se unen en la cruz?
  2. ¿Qué significa para nosotros ser transformados y restaurados por la justicia y el amor de Dios?
  3. ¿Cómo pueden la justicia y el amor de Dios transformar y restaurar nuestras vidas y las vidas de las iglesias y las comunidades cristianas?
  4. ¿Están las iglesias y organizaciones cristianas especialmente preparadas y equipadas para proporcionar la justicia y el amor de Dios?

Oración

Ahora, mírame asediado por un peligro abrumador,

tú que estás solo y eres dulce para todos.

Suéltame con tu espada victoriosa de la vida, la cruz,

y libérame de las redes que me atraparon,

redes que me asaltan por todos lados como el cautivo de la muerte.

Por favor, estabiliza mis pies temblorosos en el camino tortuoso y

cura la fiebre ardiente de mi corazón angustiado.

Aparta el susurro demoníaco de la tentación de pecar contra ti.

Aleja la desesperación de mi alma oscura que habita con el mal.

Disipa el denso humo del pecado que me ha permeado y oscurecido.

Destruye las viles pasiones oscuras de mis necesidades básicas.

Renueva la imagen de la luz venerada por

la gloria de tu poderoso nombre, alma mía.

Fija tu brillante gracia en mi rostro y

la percepción de mi mente, una criatura terrenal.

Y limpia mi mísera pecaminosidad con tu pureza

para que restablezcas y reveles tu imagen en mí.

Con tu luz divina, viva, incorrupta y

celestial que envuelve a tus tres personas.

Porque solo tú eres bendecido con el Padre y el Espíritu Santo

por los siglos de los siglos.

Amén.

(San Gregorio de Narek, Libro de oraciones, capítulo 40)

Himno: Saragahn - Payd genats

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Saragahn - Payd genats

Himno - Madera de la vida

Oh madera de vida, en lugar del fruto fatal

nos diste a Cristo.

Fortalece y protege el pacto de los fieles.

A través de ti se nos abrió el camino hacia el árbol de la vida,

custodiado por los Serafines.

Fortalece y protege el pacto de los fieles.

Por ti el antepasado fue liberado de [el pecado de] comer

la fruta. Y todos los fieles se inclinan ante ti.

Fortalece y protege el pacto de los fieles.

Sobre el autor

Rev. Fr. Mesrop Parsamyan es director de ministerios en la Diócesis Oriental de la Iglesia Armenia de América. Es miembro de la Hermandad de Etchmiadzin y fue ordenado sacerdote en 2003. Después de graduarse del Seminario Teológico de Gevgorgyan en 2003 y de la Universidad de Estrasburgo en 2007, fue profesor de Ética Cristiana en el Seminario Teológico Kevorkiano de Etchmiadzin y rector adjunto de la Sede Madre. Fr. Parsamyan sirvió pastoralmente en Bélgica y Francia antes de ser nombrado locum tenens de la Diócesis de Suiza. De 2012 a 2014, se desempeñó en Francia como vicario general de la Diócesis de Marsella, y más tarde como locum tenensde la Diócesis de París. De 2015 a 2019, el fray Mesrop sirvió en la Diócesis Oriental de la Iglesia Armenia de América como pastor de la Iglesia Holy Shoghagat de Belleville, Illinois, y luego como vicario de St. Vartan Armenian Cathedral, Nueva York. De 2019 a 2021, fue decano del Seminario Teológico de Gevorkian en Etchmiadzin.