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Foto: Katja Dorothea Buck/CMI

Foto: Katja Dorothea Buck/CMI

Por Katja Dorothea Buck*

Las Hermanas de María en Beni Suef (Egipto) gestionan jardines de infancia, hospitales, escuelas y residencias de ancianos. Se ocupan de huérfanos, personas mayores y discapacitadas. De esta manera, tienden puentes –más necesarios que nunca– con la población mayoritariamente musulmana.

Desde fuera, el convento de las Hermanas de María no parece para nada un monasterio clásico. Detrás de un alto y espeso muro, no hay ningún claustro ni campanario que indiquen que en este edificio de varios pisos, situado en una calle lateral del centro de Beni Suef, viven ochenta monjas coptas. El acceso al patio está lleno de palés con ladrillos y cubos de mortero. Al mirar hacia arriba se descubre que se están añadiendo pisos al edificio.

En el jardín de infancia adyacente, unos trabajadores de la construcción también están ocupados con obras de remodelación destinadas a modernizar las instalaciones que acogen a 600 niños, desde recién nacidos hasta la edad preescolar. El jardín de infancia de las Hermanas de María goza de buena reputación no solo entre las familias coptas de Beni Suef, una ciudad de provincias situada a un poco más de cien kilómetros al sur de El Cairo. Muchos padres musulmanes también están muy contentos de poder confiar el cuidado de sus hijos a las monjas.  Se trata de una de las pocas instituciones en Egipto que integra, en una fase temprana, un conjunto de elementos de la pedagogía Montessori.

"Observamos el desarrollo propio de cada niño y lo fomentamos en consecuencia", explica la hermana Amalia, que dirige el jardín infantil desde hace casi 30 años. Su oficina está en el segundo piso, casi en el centro del edificio, lo cual le permite estar a poca distancia de todas las aulas y atender rápidamente a los empleados y los niños.

El contacto con los padres también es importante para ella y habla de un niño musulmán que perdió a su padre hace tan solo tres semanas,  tras ser apuñalado en una disputa entre grupos rivales. "La madre de este hombre vino el otro día y lloró. Era su único hijo. No hay forma de consolar a una madre en una situación así". La hermana Amalia sacude la cabeza brevemente, se encoge de hombros en un gesto de impotencia y se levanta. Quiere enseñarnos el hospital adyacente.

El Hospital Salam fue inaugurado en 2015. Todas las sillas de la sala de espera están ocupadas. Muchas mujeres llevan un velo niqab, lo cual es una clara indicación de que son musulmanas. En la ciudad no se ha tardado en saber que el hospital de las Hermanas de María dispone de un equipamiento de avanzada tecnología y de buenas infraestructuras, y que el personal médico y de enfermería tiene un alto nivel profesional.

En el Hospital Salam se atiende a todo el mundo, independientemente de los ingresos y las creencias religiosas. Lo mismo cabe decir de muchos otros servicios sociales dispensados por el monasterio. Además del hospital y el jardín de infancia  ubicado aquí, las monjas dirigen varios otros jardines infantiles en Beni Suef, una escuela con más de 1000 alumnos, una residencia de ancianos, un orfanato, un dispensario, servicios para personas discapacitadas e internados para mujeres coptas de pueblos del Alto Egipto que vienen a estudiar a la Universidad de Beni Suef. Las Hermanas de María administran una gran empresa social.

Ochenta monjas viven en el convento de Beni Suef. La mayor tiene 95 años y la más joven 22. Más de la mitad tienen menos de 40 años. El obispo de Beni Suef, de quien depende el monasterio, recibe muchas peticiones de mujeres jóvenes que quieren ingresar en la comunidad.

Cualquiera que haya atravesado el umbral con los cubos de mortero y los palés con ladrillos y haya entrado en la recepción, se habrá dado cuenta de que vivir como Hermana de María tiene su atractivo. Las monjas reciben a los visitantes con gran franqueza y cordialidad. No se debe observar ningún protocolo complicado. Solo existe una regla básica: brazos abiertos, oídos abiertos y corazones abiertos. Las monjas también se tratan unas a otras con afabilidad y genuino interés. Y a veces también con humor, como cuando se dan un apodo especial. Cualquiera que conozca la vida cotidiana en Egipto, que para muchas personas se convierte rápidamente en una lucha por la supervivencia plagada de dificultades, puede entender muy bien por qué tantas mujeres jóvenes coptas se sienten atraídas por el modo de vida del monasterio y, en particular, por la Orden de las Hermanas de María.

En el monacato copto, esta orden desempeña una función especial. Tradicionalmente, existe una distinción entre los monasterios contemplativos, donde las monjas se consagran a la oración y nunca salen del convento, y las hermandades diaconales, donde las mujeres hacen votos de celibato y viven en una comunidad, pero salen del convento cada día para trabajar en proyectos sociales. Su rutina cotidiana no está regida por reglas monásticas estrictas.

En 1965, el difunto obispo Athanasios de Beni Suef fundó la Orden de las Hermanas de María, aunando ambas corrientes monásticas. Se estableció que las monjas debían tener horas fijas de oración y trasladar los frutos de las oraciones a su trabajo diaconal externo. Así, cada mañana a las 4:30, las monjas se reúnen en la capilla situada en el tercer piso del edificio, y oran, meditan y leen la Biblia durante tres horas. Después de un pequeño desayuno, se van a trabajar a uno de los servicios sociales del monasterio.

Solidaridad con las iglesias de Oriente Medio

Iglesias miembros del CMI en Egipto

*Katja Dorothea Buck, politóloga con una formación en ciencias religiosas, trabaja en temas relacionados con el cristianismo en Oriente Medio. Desde que cursó sus estudios en El Cairo a finales de los años noventa viaja a menudo a Egipto para investigar.