Décadas de investigación científica han validado la realidad de la aceleración de la emergencia climática a la que ahora nos enfrentamos como una verdadera catástrofe inminente. Décadas de actividades de promoción por parte del Consejo Mundial de Iglesias junto con múltiples asociados religiosos y de la sociedad civil han expresado la necesidad de actuar por una transición justa a un futuro sostenible y por la rendición de cuentas a las comunidades pobres y los pueblos indígenas más vulnerables, reflejando la responsabilidad histórica de los países industrializados más desarrollados.

Los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) lo dejan claro: para mantener el límite más seguro de 1,5 ºC de calentamiento global y evitar consecuencias mucho más graves para la vida en la Tierra, la comunidad mundial no tiene ya más tiempo que perder para invertir la trayectoria de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Nuestra fe cristiana nos obliga a actuar –no solo hablar– para salvaguardar la creación de Dios, proteger a los más vulnerables y promover la justicia. La comunidad mundial encara ahora la necesidad existencial de moverse y actuar de inmediato y con eficacia por el bien del conjunto de la creación, de la que todos los seres humanos formamos parte. Es un imperativo moral y espiritual.

La declaración final de la recién concluida V Cumbre de Halki –coorganizada por el Patriarcado Ecuménico y el Instituto Universitario Sophia del 8 al 11 de junio de 2022– señaló que “nos encontramos en un momento decisivo para el futuro de la familia humana” en el que las iglesias están llamadas a desempeñar un papel fundamental creando una ética ecológica común, superando la cultura del despilfarro, y “reforzando las conexiones entre nosotros y toda la creación de Dios, entre nuestra fe y nuestros actos, entre nuestra teología y nuestra espiritualidad, entre lo que decimos y lo que hacemos, entre la ciencia y la religión, entre nuestras creencias y cada disciplina, entre nuestra comunión sacramental y nuestra conciencia social, entre nuestra generación y las generaciones venideras”.

La metanoia mundial necesaria para afrontar este desafío debe, en primer lugar, conllevar la urgente eliminación gradual de la extracción y el uso de combustibles fósiles, y una transición justa a fuentes de energía renovables que proteja los derechos de los pueblos indígenas y otras comunidades marginadas, y tenga en cuenta la justicia de género. Sin embargo, en claro contraste con esta necesidad, el mundo va camino en la actualidad de producir antes de 2030 más del doble del carbón, el petróleo y el gas de lo que es coherente con limitar el aumento de la temperatura mundial por debajo de 1,5 ºC, y esta trayectoria negativa se ve acelerada como resultado de la guerra en Ucrania.

El 20% de los más ricos del mundo son responsables de casi el 70% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto debe reflejarse en las decisiones mundiales para alcanzar la neutralidad climática, y las naciones y comunidades ricas deben reconocer que tienen el deber de actuar primero y llegar lo más lejos posible para reducir sus emisiones hasta niveles sostenibles, hacer frente a las pérdidas y los daños, y apoyar las medidas de mitigación y adaptación en los países y comunidades más pobres. Se trata de una cuestión de justicia y de responsabilidad moral y ética fundamental.

De hecho, seguir deliberadamente nuestro actual camino destructivo es un crimen: contra los pobres y vulnerables, contra los menos responsables de la crisis pero que sufren sus consecuencias más graves, contra nuestros hijos y las generaciones futuras, y contra el mundo vivo. Se deberían considerar nuevos mecanismos de rendición de cuentas a este respecto, y el Comité Central reconoce con aprecio las iniciativas que luchan por establecer que el ‘ecocidio’ es un crimen internacional y por un tratado sobre la no proliferación de los combustibles fósiles.

Reconocemos que los pueblos indígenas son especialmente vulnerables a las consecuencias del cambio climático aunque se encuentren entre los menos responsables de que se produzca, y son fuentes de importante sabiduría y espiritualidad para un futuro sostenible. Las comunidades indígenas ocupan el 20-25% de la superficie terrestre del planeta, y albergan el 80% de la biodiversidad que queda en la Tierra. A fin de proteger los ecosistemas amenazados por el cambio climático y las industrias extractivas, se debe reconocer, respetar y apoyar a los pueblos indígenas. No hay futuro habitable sin ellos.

Señalando que Kiribati ha declarado recientemente el estado de catástrofe natural debido a la prolongada sequía y que muchas islas están amenazadas por grandes oleadas oceánicas, planteamos el peligro al que se enfrentan las naciones insulares de litoral bajo en la región del Pacífico y otros lugares. Apoyamos a todas las comunidades que corren mayor riesgo por el aumento del nivel del mar, quienes afrontan un futuro como ‘personas desplazadas debido al cambio climático’. Reconocemos que el cambio climático se está convirtiendo ya en una de las principales causas del desplazamiento y la migración, lo que representa un grave desafío humanitario internacional.

Observamos la creciente amenaza para la biodiversidad de la abundante creación de Dios que representa el cambio climático, dado que muchas especies corren un mayor riesgo de extinción y tiene profundas consecuencias para toda la red de la vida.

Reconocemos el liderazgo de los niños y los jóvenes al cuestionar el statu quo que nos ha traído a este precipicio. Esos jóvenes están exigiendo responsabilidades a los gobiernos, los intereses creados económicos y las actuales autoridades de manera más eficaz que otros con sus esfuerzos. Defienden enérgicamente que la inacción climática por parte de la actual generación de dirigentes es una cuestión de grave injusticia intergeneracional y de violencia contra los niños.

Estamos sumamente preocupados y consternados por que, casi en el último momento para que el mundo finalmente se una para hacer frente a la amenaza existencial común que plantea la emergencia climática, un nuevo conflicto en el corazón de Europa afianza divisiones nuevas y más profundas en la comunidad internacional y nos conduce a todos todavía más rápido hacia la catástrofe climática.

Por consiguiente, el Comité Central:

Condena la explotación, la degradación y la violación de la creación para satisfacer la avaricia de la humanidad.

Insta a todas las iglesias miembros y los asociados ecuménicos del mundo entero a que den a la emergencia climática la atención prioritaria que merece –tanto en las palabras como en los hechos– una crisis como esta, sin precedentes y que abarca todas las dimensiones; intensifiquen sus esfuerzos para exigir a sus respectivos gobiernos las medidas necesarias en el espacio de tiempo preciso para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC; y atiendan sus responsabilidades históricas con las naciones y comunidades más pobres y vulnerables.

Agradece el informe conjunto del Grupo de Referencia de la Red Ecuménica de los Pueblos Indígenas y el Grupo de Trabajo sobre el Cambio Climático del CMI que subraya el papel fundamental de los pueblos indígenas a la hora de definir un camino alternativo para tener una buena relación con el conjunto de la creación.

Observa con consternación que la Conferencia sobre el Cambio Climático entre períodos de sesiones de Bonn ha finalizado sin compromisos financieros adecuados sobre la mitigación y la adaptación ni con respecto a las pérdidas y los daños; y exhorta una vez más a los países industrializados más ricos que son más responsables del cambio climático a cumplir su deber con los países y regiones más pobres y vulnerables que están sufriendo las consecuencias más graves de este desastre, y a dejar de utilizar las medidas sobre el clima y su financiación como compensación o como herramienta para otros propósitos políticos.

Hace un llamamiento a todos los miembros de la familia ecuménica mundial –iglesias, organizaciones, comunidades, familias y personas individuales– para que prediquen con el ejemplo y tomen las medidas que puedan en sus propios contextos, y señala que en un contexto global la acción o inacción de un país afecta negativamente de manera desproporcionada a los países vulnerables. Con el fin de contribuir a impulsar una transición justa a un futuro sostenible, se anima a las iglesias miembros a que se inspiren en los múltiples recursos puestos a disposición por el CMI y otras fuentes pertinentes.

Insta a las iglesias miembros y los asociados ecuménicos a que aboguen ante sus autoridades nacionales por la introducción de legislación para garantizar la aplicación de medidas en consonancia con el Acuerdo de París y para alcanzar los pertinentes Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, y por la reasignación de presupuestos de gasto militar a los propósitos de una transición justa a la energía renovable, el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza extrema.

Alienta los esfuerzos encaminados a promover finanzas responsables desde el punto de vista climático en los asuntos de todos los miembros de la familia ecuménica mundial garantizando que, a través de nuestros fondos de pensiones, bancos y otros arreglos de servicios financieros, no somos cómplices de financiar industrias de combustibles fósiles que destruyen el clima, sino que apoyamos el desarrollo acelerado de una economía basada en las fuentes de energía renovables y la solidaridad mutua.

Pide que la próxima 11ª Asamblea del CMI –la última Asamblea ecuménica mundial que se celebrará en el tiempo de que disponemos para actuar con el fin de evitar las peores consecuencias del cambio climático– se utilice adecuadamente como una plataforma para promover la metanoia ecológica que necesitamos en el movimiento ecuménico y en el mundo, gracias al encuentro de iglesias de países ricos y pobres, de los privilegiados y los que están en peligro. Invitamos a todas las iglesias miembros del CMI y los asociados ecuménicos a venir a la Asamblea preparados para escuchar y aprender de las historias de lucha y resiliencia de las comunidades afectadas, compartir sus compromisos e iniciativas, y acompañar sus palabras con hechos con el fin de contribuir a garantizar un futuro sostenible para el mundo vivo que Dios creó con tanta abundancia y complejidad.

Invita a la Asamblea y los órganos rectores del CMI a que consideren la creación de una nueva Comisión sobre el Cambio Climático y el Desarrollo Sostenible con el fin de centrar la atención adecuada en este asunto durante este período fundamental.