Documento preparatorio núm. 4

Introducción

El presente documento, que recoge reflexiones sobre la misión como reconciliación desde el punto de vista ecuménico, se comparte en el marco de los preparativos para la Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización (CMME) de 2005. El contenido es fruto de una consulta en la que participaron 10 misiólogos de cinco continentes, arraigados en su respectiva espiritualidad contextual y procedentes de varias tradiciones eclesiásticas: católico-romana, ortodoxa, pentecostal y protestante. Todos ellos trabajaron duro para forjar y expresar algunas convicciones comunes. El Comité Local de Organización (CLO) de la CMME tomó conocimiento de la declaración en cuanto documento de estudio durante la reunión que mantuviera cerca de Atenas, en marzo de 2004, y decidió compartirla ampliamente para recibir reacciones, comentarios, críticas y propuestas de mejoras y modificaciones. Luego, el documento (de ser posible en la versión revisada) será presentado en la reunión que mantendrá la Comisión de Misión Mundial y Evangelización del CMI, el próximo otoño septentrional.

En la versión actual, este documento no traduce la posición oficial del Consejo Mundial de Iglesias ni de ninguno de sus órganos consultivos en materia de misión y evangelización; simplemente, se trata de un aporte al proceso de preparación de la próxima conferencia mundial sobre misión.

Sírvanse remitir sus respuestas, comentarios, sugerencias y propuestas de nuevos párrafos a:

Rev. Jacques Matthey

Encargado de Programa, Misión y Formación Ecuménica

Consejo Mundial de Iglesias

150 route de Ferney

Apartado postal 2100

CH-1211 Ginebra 2

Suiza

Correo electrónico: [email protected]

El plazo para recibirlos vence el 15 de agosto de 2004.

Al igual que los otros documentos preparatorios, este documento está en el sitio web de la Conferencia: www.mission2005.org

Ginebra, fines de marzo de 2004

«¡Ven Espíritu Santo, sana y reconcilia!»

<typohead type="3">Hacia la misión como reconciliación</typohead>

1) La misión como reconciliación - Un paradigma en ciernes

La misión se entiende de distintas maneras según las épocas y los lugares. Desde finales de la década de 1980, se ha venido vinculando cada vez más con la reconciliación y la sanación. Además, el término reconciliación se ha utilizado en diversos contextos y ha captado la imaginación de la gente, tanto dentro como fuera de las iglesias. Esta situación nos recuerda que la reconciliación está en el centro de la fe cristiana. El amor reconciliador de Dios, mostrado en Jesucristo, es un importante tema bíblico y un elemento fundamental de la vida y el ministerio de la iglesia. El Espíritu Santo nos llama a ejercer el ministerio de reconciliación y a expresarlo en la espiritualidad y las estrategias de nuestra misión y evangelización.

El hecho de que la reconciliación tenga tanta prominencia en nuestro mundo actual obedece a varios motivos que están relacionados con las tendencias contemporáneas de globalización, posmodernidad y fragmentación, tal como se dice en el documento de la CMME, Mission and Evangelism in Unity Today, 20001, (Unidad en la misión y la evangelización de hoy en día)*.

La globalización ha propiciado un contacto más estrecho que nunca entre las distintas comunidades y ha puesto de relieve nuestra humanidad común. También ha revelado la diversidad de intereses y cosmovisiones que existen entre diferentes grupos. Por un lado, disponemos de nuevos medios de expresar la unidad y superar las fronteras que nos han dividido; por el otro, hay enfrentamientos de culturas, religiones, intereses económicos y consideraciones de género, lo que deja un legado de daño y resentimientos. La enemistad exacerbada que ha traído aparejada la globalización y el desequilibrio de poder del mundo actual se han visto confirmados de forma impresionante en los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la ulterior «guerra contra el terror». Aun así, también ha habido una serie de iniciativas que contribuyeron a la reconstrucción de las sociedades, mediante procesos de verdad y reconciliación, una vez terminados los conflictos. Los testigos cristianos estamos llamados a ayudar a instaurar la paz con justicia en situaciones de tensión, violencia y conflicto. Dado que las iglesias buscan la reconciliación y la paz, el Consejo Mundial de Iglesias estableció el Decenio para Superar la Violencia (2001-2010).

Habida cuenta del predominio y la penetración de las fuerzas del mercado mundial, las políticas económicas de los países más ricos tienen efectos tremendos y, a menudo, muy dañinos, para los países más pobres. Más que beneficiaria, la gran mayoría es víctima del desarrollo económico. Injustas leyes de comercio protegen a los países más ricos, excluyendo y explotando a los más pobres. Muchos de los países más pobres están empantanados en la deuda cuyo pago supone una carga intolerable. Los programas de ajuste estructural impuestos por los órganos mundiales, prácticamente, hacen caso omiso del saber local y son los pobres quienes más sufren a causa de ellos. Al respecto, la Campaña del Jubileo para aliviar la deuda tuvo una resultado significativo, sensibilizando sobre la injusticia de los términos de intercambio e influyendo en las decisiones del G8. Urge una reconciliación que incluya el arrepentimiento de los ricos y aporte justicia a los pobres.

La red mundial de comunicaciones beneficia a algunos y excluye a otros. En cierta medida, dado que multiplica las posibilidades de diálogo y cooperación, es beneficiosa para ampliar la fraternidad y facilitar movimientos alternativos a favor del cambio. Ahora bien, la cultura de masas de la posmodernidad que se difunde por esa vía, en muchos casos, se considera una amenaza para las identidades personal y nacional que también contribuye a la creciente fragmentación de las sociedades. A causa de la globalización, muchos han perdido su familia y sus raíces locales, muchos han sido desplazados por la migración, y la exclusión se experimenta ampliamente. Muchos anhelan abrazar a otros y sienten necesidad de recuperar el sentimiento de pertenencia y comunidad. Ante esta situación, estamos llamados a ser comunidades de reconciliación y sanación.

Invocamos al Espíritu de Dios para que junto a toda la creación nos conduzca a la integridad y la plenitud, y refuerce nuestra reconciliación con Dios y con el prójimo. Ahora bien, expuestos a la pujanza y las vicisitudes de las fuerzas mundiales, nunca ha resultado tan arduo discernir el Espíritu Santo entre las complejidades del mundo, pues se nos plantean difíciles opciones personales y estratégicas de misión. En 1996, en la última conferencia sobre misión y evangelización del CMI, que tuvo lugar Salvador de Bahía, Brasil, se nos recordó que los perpetradores de la injusticia económica niegan sus derechos a los pueblos indígenas y saquean los recursos que el creador pusiera a disposición de todos. Pedimos perdón por ello y buscamos reconciliación. Afirmamos que «el Espíritu que descendió el día de Pentecostés hace de todas las culturas vehículos dignos del amor de Dios» y puede hacer «revivir la imagen de Dios» en las personas de grupos oprimidos. En Salvador, nos comprometimos a «buscar modelos diferentes de comunidad; sistemas económicos y prácticas comerciales más equitativos, así como un uso más responsable de los medios de información y políticas ambientales más justas...» 1.

En esta atmósfera de posmodernidad ha habido un resurgimiento de las religiones y, en particular, de sus formas conservadoras. También hay una proliferación de nuevos movimientos religiosos y una sed de experiencia espiritual. Por un lado, la variedad de espiritualidades a las que estamos expuestos acrecienta nuestra conciencia espiritual y amplía nuestros horizontes; por el otro, los problemas creados por métodos agresivos de actividad misionera nos instan a buscar una espiritualidad reconciliadora para la misión.

En lo que respecta a la fe cristiana, algunas iglesias están en decadencia y muchas experimentan un rápido crecimiento numérico. Indudablemente, el centro de gravedad del cristianismo se ha desplazado a los países más pobres del mundo y la forma más difundida de expresión de la fe es la pentecostal-carismática. El rápido crecimiento de las iglesias pentecostales es un hecho notorio de nuestro tiempo y su impacto positivo supone un gran aliento y una gran esperanza para el futuro de la fe cristiana. Asimismo, señala a nuestra atención, la teología del Espíritu Santo y la manera en que el Espíritu renueva una y otra vez la iglesia para que cumpla su misión en cada época. A la vez, el potencial de tensión y desunión nos recuerda la estrecha asociación del Espíritu con la reconciliación y la paz.

Desde Pentecostés, el Espíritu Santo ha inspirado a la iglesia para proclamar a Jesucristo y seguimos obedeciendo al mandamiento de predicar el evangelio en el mundo entero. El Espíritu Santo ungió al Hijo de Dios para que aportara la buena nueva a los pobres y nosotros nos proponemos proseguir su misión liberadora, luchando por la justicia junto al oprimido y el marginado. Reconociendo que el Espíritu de Dios estuvo presente en la creación desde un principio y nos precede en nuestra misión y evangelización, también hemos afirmado que la creatividad del Espíritu se expresa en diversas culturas y hemos entablado el diálogo con gentes de otras religiones.

Actualmente, frente a la situación mundial que hemos descrito, estamos redescubriendo el ministerio del Espíritu para reconciliar y sanar.

2) El Dios reconciliador - Perspectivas teológicas, bíblicas y litúrgicas de la reconciliación

<typohead type="4">El Espíritu Santo y la reconciliación </typohead>

La reconciliación es obra del Dios Trino que cumple los eternos designios divinos de creación y salvación en Jesucristo: «Porque al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1:19-20). El Dios, uno y trino, expresa la propia índole de la reconciliación que anhelamos. «La Trinidad, fuente e imagen de nuestra existencia, muestra la importancia que revisten la diversidad, la alteridad y las relaciones intrínsecas para edificar la comunidad»3.

El Espíritu Santo da poder a la iglesia para que participe en esta labor de reconciliación y tal como se dice en el documento Unidad en la misión y la evangelización de hoy en día: «La misión de Dios (missio Dei) es fuente y fundamento de la misión de la Iglesia, cuerpo de Cristo. A través de Cristo en el Espíritu Santo, Dios habita en la iglesia, dando poder y energía a sus miembros»4. El ministerio del Espíritu (2 Co 3:8) es un ministerio de reconciliación, posibilitado a través de Cristo y confiado a nosotros (2 Co 5:18-19).

En el poder del Espíritu, la iglesia como koinonia ―comunión del Espíritu Santo (2 Co 13:13)― se va transformando cada vez más en una comunidad de sanación y reconciliación que comparte las alegrías y las penas de sus miembros y llega hasta quienes tienen necesidad de perdón y reconciliación. Según el libro de Hechos (2:44-45 y 4:32-37), la iglesia primitiva, nacida el día de Pentecostés, compartía sus bienes entre sus miembros, señalando la interrelación de preocupaciones «espirituales» y preocupaciones «materiales» en la misión cristiana y la vida de la iglesia. Un aspecto del ministerio facultador del Espíritu Santo reside en que otorga dones carismáticos a los cristianos y las comunidades cristianas, entre ellos, la sanación (1 Co 12:9; Hechos 3).

La propia iglesia necesita ser renovada constantemente por el Espíritu para poder discernir el proyecto de Cristo y ser juzgada por el Espíritu a raíz de su división y su pecado (Juan 16:8-11). Este arrepentimiento en el seno de la iglesia forma parte del ministerio y el testimonio de reconciliación para el mundo.

El Espíritu Santo «sopla de donde quiere» (Juan 3:8); por lo tanto, no conoce límites y llega a gentes de todas las religiones así como a aquellas sin ningún empeño religioso cuyo número no cesa de aumentar en esta época de secularización. La iglesia está llamada a discernir las señales del Espíritu en el mundo, a dar testimonio de Cristo en el poder del Espíritu Santo (Hechos 1:8), y a participar en todas las formas de liberación y reconciliación (2 Co 5:18-19).

En medio de los sufrimientos de nuestros días, el Espíritu comparte nuestros «gemidos» y los dolores de parto de toda la creación sometida a la «esclavitud de la corrupción» (Ro 8:26, 21-22). Por lo tanto, aguardamos la redención de nuestros cuerpos (Ro 8:23) con esperanza y alegría. El mismo Espíritu de Dios que «se movía sobre la faz de las aguas» (Gn 1:2) en la creación, ahora habita en la iglesia y obra en el mundo, a menudo, en formas misteriosas y desconocidas. El Espíritu participará en el anuncio de la nueva creación cuando el Dios Trino, finalmente, sea todo en todo.

<typohead type="5">La reconciliación en la Biblia</typohead>

En la Biblia abundan relatos de reconciliación. En el Antiguo Testamento se narra una serie de conflictos y rencillas entre hermanos, miembros de la familia y pueblos; algunos terminan con la reconciliación y otros no se resuelven. Se reconoce la dimensión de la violencia, se plañe por ella y se subrayan la necesidad y el poder de la reconciliación. Las historias familiares de Jacob y Esaú (Gn 25:19-33:20) o de José y sus hermanos (Gn 37-45) son ejemplos de conflictos interpersonales y, tal vez, también comunales. Asimismo, ilustran el poder de las actitudes reconciliadoras de quienes tratan de resolver rencillas, enemistades y experiencias o impresiones de injusticia, sirviéndose de la negociación, el perdón y la búsqueda de un terreno común y un futuro compartido. En el Antiguo Testamento también se aborda una y otra vez el distanciamiento entre Dios y el pueblo de Dios, así como el deseo de Dios que nos insta constantemente a la reconciliación y la recuperación de una relación quebrantada y fragmentada por el orgullo humano y diversas formas de rebelión contra el Dios de la vida y la justicia. De ahí que la reconciliación sea un tema recurrente en las narraciones bíblicas y en el lenguaje litúrgico de Israel, como los Salmos, incluso si en el idioma hebreo el término concreto «reconciliación» no existe. En los libros de la tradición de la lamentación, Lamentaciones y Job, el anhelo humano de reconciliación con Dios se expresa de forma conmovedora.

Del mismo modo, en el Nuevo Testamento, aunque el término «reconciliación» propiamente dicho no se destaca demasiado, el tema impregna todo el texto. En el Evangelio según San Juan trasunta una preocupación particular por la verdad y la paz; en el Evangelio según San Lucas, la salvación está estrechamente vinculada con el ministerio de sanación de Jesús. El Libro de Hechos nos dice cómo judíos y gentiles fueron reconciliados en una nueva comunidad. Asimismo, preocupa enormemente a San Pablo en todas sus epístolas, que aquellos a quienes Cristo ha reconciliado en su cuerpo no estén divididos y que la vida comunitaria sea la primera expresión del plan de Dios para reconciliar todas las cosas. Él preconiza la unidad no sólo del judío y el griego sino también del libre y el esclavo, el hombre y la mujer (Gl 3:28).

Dejando de lado Mateo 5:24, donde se habla de reconciliación entre individuos, los términos «reconciliación» y «reconciliar» (katallage y katallassein, en griego) sólo figuran en las epístolas del Apóstol Pablo (2 Co 5:17-20; Ro 5:10-11; 11:15; 1 Co 7:11, y luego en Ef 2:16 y Col 1:20-22). Ahora bien, el apóstol la plantea con tanta vehemencia, que el tema emerge como una noción clave de la identidad cristiana en su conjunto. San Pablo usa el término reconciliación para explorar la naturaleza de Dios, iluminar el contenido del evangelio como buena nueva, y explicar el ministerio y la misión del apóstol y la iglesia en el mundo. De ahí que el término «reconciliación» sea un término casi global para articular aquello que está en el núcleo de la fe cristiana.

Existen varios aspectos de la reconciliación, utilizados por San Pablo, que conviene reseñar.

1. La propia noción de reconciliación presupone la experiencia de una comunión quebrantada, ya sea por distanciamiento, separación, enemistad, odio, fragmentación o relaciones distorsionadas. Habitualmente, conlleva un cierto grado de injusticia, daño y sufrimiento. La reconciliación, tanto en el lenguaje bíblico como en el secular, se entiende como el esfuerzo y el empeño por curar esa relación quebrantada y distorsionada a fin de construir la comunidad y reanudar las relaciones.

2. San Pablo aplica la noción de reconciliación a tres reinos de quebrantamiento y hostilidad que, a pesar de ser distintos, se superponen, y en los cuales se da la sanación de la relación: reconciliación entre Dios y los seres humanos; reconciliación entre diferentes grupos de seres humanos, y reconciliación del cosmos.

3. La reconciliación implica mucho más que una corrección superficial de las distorsiones, pues su objetivo es llegar a un status quo de coexistencia. La reconciliación entraña la transformación del presente, una renovación de raíces profundas. Ciertamente, la «paz» de la que habla San Pablo es la paz con Dios (véase Ro 5:1-11), pero también es la transformación de las relaciones humanas y la construcción de la comunidad. Se trata de la nueva paz radical entre judíos y gentiles que se instauró porque Cristo había derribado el muro de la hostilidad (Ef 2:14). También es la transformación de toda la creación en aras de la paz, tal como expresada en Colosenses 1:20, donde San Pablo dice que Cristo reconcilia «todas las cosas que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz». Esta última referencia indica que, de hecho, la reconciliación presagia una nueva creación, tal como dice San Pablo con tanto brío también en 2 Corintios 5:17. El concepto de «nueva creación» muestra que hay mucho más en vista que la mera cura del quebrantamiento. La reconciliación es una manera de ser totalmente nueva.

4. Según San Pablo, es Dios quien toma la iniciativa de la reconciliación. Además, Dios ya ha reconciliado al mundo: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Co 5:19). Los seres humanos podemos proponernos la reconciliación y contribuir a ella, pero la iniciativa y la eficacia de la misma provienen de Dios. Los seres humanos no hacemos más que recibir el don de la reconciliación. Por lo tanto, es esencial que la vida y la actitud cristianas se arraiguen en la experiencia de la reconciliación a través del ser de Dios. Los cristianos descubren lo que Dios ha obrado en Cristo.

5. La narrativa cristiana sobre la reconciliación, tal como la encontramos en las cartas de San Pablo, se funda y se centra en la historia de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. La encarnación de Jesús de Nazaret vincula el sufrimiento de Jesús, Hijo de Dios, con el sufrimiento de toda la humanidad y, por ende, es expresión de la profunda solidaridad de Dios con un mundo agonizante, fragmentado y torturado. La cruz, a la vez, es expresión de la divina protesta contra ese sufrimiento, porque Jesús de Nazaret sufrió como una víctima inocente. Él se negó a refugiarse en la violencia, él persistió en amar a sus enemigos y él hizo del amor hacia Dios y el amor por sus semejantes el motivo central de su vida. El despiadado acto de echar de este mundo al «único que era justo» es de por sí el juicio de un mundo donde se tiene la impresión que el poderoso prevalece sobre las víctimas. En Cristo, por cuyas heridas hemos sido sanados (1 P 2:24), también experimentamos el designio divino de corregir los errores de este mundo mediante el poder del amor con que Dios, en su Hijo, se entregó por los seres humanos, incluidos aquellos que perpetran la violencia y la injusticia.

6. A través del Espíritu Santo, los seres humanos somos dotados del poder de participar en el relato de Dios reconciliando al mundo en Jesucristo. En Romanos 5, San Pablo explora la manera en que Dios reconcilia a los pecadores con el ser de Dios, incluidos sus enemigos y los increyentes, y dice que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. En Jesucristo, que resucitó y ascendió a los cielos, no sólo gozamos del don de la reconciliación, también somos enviados a prestar servicio y ejercer el ministerio en el mundo. Esto nos dice, por ejemplo, la enseñanza ética en la que San Pablo insta a personas y comunidades a ser signo y expresión de la reconciliación que han vivido (véase Ro 12:9-21). También trasunta en las palabras de San Pablo sobre su propia misión que denomina «ministerio de reconciliación» (2 Co 5:18). Compartir en este ministerio de reconciliación ―es decir, participar en la labor de reconciliación del Espíritu Santo y comunicar a toda la humanidad la actividad reconciliadora de Dios― es el llamado cristiano de hoy en día, tal como lo era en tiempos de San Pablo.

<typohead type="5">La reconciliación en la liturgia</typohead>

La misión de la iglesia en el poder del Espíritu dimana de la enseñanza, la vida y la labor de nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, ello ha de entenderse en relación con las expectativas del judaísmo cuyo núcleo era la idea de la venida del Mesías quien, «al final de los tiempos» de la historia establecería su reino (Joel 3:1; Is 2:2, 59:21; Ez 36:24, etc.), llamando a todo el pueblo de Dios, disperso y afligido, a congregarse en uno solo lugar, reconciliado con Dios y transformándose en uno solo cuerpo unido en torno a él (Miq 4:1-4; Is 2:2-4; Sal 147:2-3). En el Evangelio según San Juan se dice claramente que el sumo sacerdote «profetizó que Jesús había de morir... no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11:51-52).

A partir de esta enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios, la iglesia desarrolló su misión. Los apóstoles, y todos los cristianos desde entonces, son comisionados a proclamar la venida del reino, la buena noticia de la nueva realidad que será establecida «al final de los tiempos», y no a predicar determinadas convicciones y doctrinas religiosas o preceptos morales. El centro de todo ello es el Cristo crucificado y resucitado, la encarnación del Dios-Logos que habita entre nosotros, seres humanos, y su presencia constante mediante el Espíritu Santo en una vida de comunión, una vida de reconciliación plena.

Esta reconciliación fue experimentada en la vida litúrgica, más precisamente en la vida «eucarística» (en sentido lato), de la iglesia primitiva. La primera comunidad cristiana sufrió a causa de facciones y divisiones, pero, reconciliada con Dios por la gracia de nuestro Señor, se sintió obligada a extender horizontalmente esta reconciliación de unos con otros, siendo incorporada en un solo pueblo de Dios mediante la Eucaristía, acto significativo de identidad, que se celebraba como una manifestación (un anticipo, más exactamente) de la venida del reino. No es fortuito que la condición para participar en la Mesa del Señor fuera, y siga siendo, un acto consciente de reconciliación entre hermanas y hermanos, expresado en el «beso de amor» (Mt 5:23-24; 1 Pe 5:14). Además, la Cena del Señor no es tal allí donde la congregación es incapaz de compartir (1 Co 11:20-21).

Este acto eucarístico no era el único rito litúrgico de reconciliación en el proceso de sanación. El bautismo, acto de arrepentimiento, era un signo común de la incorporación en un solo cuerpo y un solo Espíritu (Ef 4:4-5)5. El acto de la confesión, que para algunas iglesias tiene significado sacramental, en un principio, se entendió como el proceso necesario de reconciliación con la comunidad: un sacramento de reconciliación. También existía el acto, o el sacramento, de la unción para sanar. Para muchas iglesias, la propia Cena del Señor tiene significado terapéutico. Estos ejemplos señalan a nuestra atención, la importancia de la reconciliación y la sanación en la vida y la misión de la iglesia.

Esa simbolización del reino en la comunidad fue el punto de partida de la misión cristiana, el impulso del éxodo del testimonio de la iglesia al mundo. Los imperativos misiológicos de la iglesia dimanan precisamente de esa conciencia de la iglesia como cuerpo dinámico y colectivo de creyentes reconciliados a quienes se les comisionó dar testimonio de la venida del reino de Dios. En la lucha por manifestar «el ministerio de reconciliación» (2 Co 5:18) al mundo, nos transformamos en una comunidad de «reconciliación». Este enfoque holístico de la misión incluye el compromiso de proclamar el evangelio. «La finalidad de la evangelización es construir una comunidad reconciliada y reconciliadora (véase 2 Co 5:19) que señalará la plenitud del reino de Dios que es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro 14:17). La reciente declaración del CMI sobre misión se hace eco de esta afirmación del documento preparatorio para la Conferencia de Salvador de Bahía: «Hablar de evangelización significa poner el énfasis en la proclamación del ofrecimiento divino de libertad y reconciliación, junto con la invitación de unirse a quienes siguen a Cristo y obran por el reino de Dios» 6.

3) La misión de reconciliación y sanación - Meta, proceso y dinámica

La pujante convergencia de un nuevo interés por los recursos de reconciliación y sanación en el seno de las iglesias, así como la nueva búsqueda de sanación y reconciliación en muchas sociedades de todas partes del mundo, nos llevaron a replantearnos a qué nos llama Dios en la misión de hoy en día. Recordando que la reconciliación que hemos recibido en Jesucristo, y expresada en la comunión cristiana, nos es confiada para compartirla en el mundo como embajadores de Cristo (2 Co 5:18-20), llegamos a entender la misión como reconciliación.

A fin de que se comprenda lo que puede significar la participación en la misión divina de reconciliación, la siguiente sección se centra en las metas y los procesos de reconciliación y sanación, e incluye algunos planteamientos y reflexiones sobre la dinámica de los procesos de reconciliación y sanación.

<typohead type="1">Reconciliación - Meta y proceso</typohead>

Reconciliación significa paz con justicia. La visión consiste en establecer una comunidad donde quebrantamiento y sectarismo sean superados y la gente conviva en un clima de tolerancia y respeto mutuo. La reconciliación trae aparejada la comunicación recíproca sin temores, lo que implica tolerancia, inclusión y consideración de los otros. La comunidad reconciliada es aquella donde las diferencias pueden zanjarse mediante el diálogo sin recurrir a la violencia.

Cuando se trata de la reconciliación entre personas para acabar con divisiones, enemistades y conflictos del pasado, se ha de explorar la dinámica interna de ambas partes: víctimas y victimarios. También puede tratarse de reconciliación entre grupos o comunidades; en esos casos, habrá que considerar particularmente las relaciones sociales y estructurales. A veces, la reconciliación es necesaria dentro de un país o entre países en cuyo caso habrá que examinar todas las estructuras de la sociedad. En el primer caso, la reconciliación entre personas, a menudo, implica restituir la dignidad y el sentimiento de humanidad. En el segundo caso, la reconciliación se centra en cómo convivir, tanto en lo que se refiere a los seres humanos como a la creación en su conjunto. En el tercer caso, a escala nacional, habrá que atender a las instituciones de la propia sociedad para que la reconstrucción sea viable.

La reconciliación es, a la vez, una meta y un proceso. Personas y sociedades necesitamos una visión para seguir bregando por un futuro estado de paz y bienestar. Ahora bien, si no entendemos el proceso, podemos perder la esencia y el norte de nuestra labor. En la práctica, nos encontraremos yendo y viniendo entre la meta y el proceso, pues ambos nos son necesarios en la reconciliación y la sanación. En la sección siguiente nos concentraremos en el proceso, más concretamente, en la dinámica y las cuestiones personales y sociales que se plantean, así como en la manera en que la fe cristiana ilumina y estimula el movimiento hacia un estado reconciliado y sanado.

<typohead type="2">Dinámica de la reconciliación</typohead>

Hay que atender tanto al inicio del proceso de reconciliación como a los medios de sustentarlo. Quienes participan en dicho proceso suelen dividirse en víctimas y victimarios. En algunos casos, resulta fácil diferenciarlos e identificarlos; citemos el ejemplo de las víctimas de violación y de quienes perpetraron el acto. Asimismo, cuando se trata de conflictos extendidos, las víctimas pueden convertirse más tarde en victimarios y viceversa. De ahí que la diferencia tajante de categorías no sea demasiado útil. Aun cuando la práctica cristiana reserva una consideración particular al drama de las víctimas, la reconciliación y la sanación requieren, por un lado, la restitución y la sanación de la víctima y, por el otro, el arrepentimiento y la transformación del victimario. Rara vez esto ocurre en una clara secuencia, pero ser una «nueva criatura» (2 Co 5:17) requiere que ambas partes cambien.

En el proceso de reconciliación y sanación, es preciso atender a cuatro aspectos en particular: verdad, memoria, justicia, y perdón.

Establecer la verdad acerca del pasado suele ser difícil, porque un tupido velo de silencio cubre vejaciones y atrocidades. La sanación exige romper ese silencio y lograr que la verdad salga a la luz. La sanación permite reconocer lo que se ha ocultado.

En otras épocas, la verdad distorsionó sistemáticamente, por ejemplo, bajo regímenes represivos. La mentira prevalece donde debería imperar la verdad. En esos casos, se impone buscar la verdad. Esto último es esencial cuando se abusa del término reconciliación. Hay ejemplos de victimarios que llamaron a la «reconciliación» cuando, en realidad, querían que las víctimas ignoraran las atrocidades perpetradas y que la vida continuara como si nada hubiera pasado. En esos casos, el significado de la palabra «reconciliación» fue tan corrompido que ni siquiera se puede usar. En otros casos, los victimarios instan a una «reconciliación» precipitada para que las denuncias de las víctimas no se consideren siquiera, y pueden lograrlo, haciendo que los cristianos se sientan culpables por no ser capaces de olvidar rápidamente. Hay que resistir a esos abusos del concepto de reconciliación.

En el plano nacional, tras una lucha y un conflicto prolongados, se establecieron comisiones de la verdad y comisiones de reconciliación para que la verdad del pasado saliera a la luz. La comisión de Sudáfrica tal vez sea la más conocida. La necesidad de crearla subraya cuan difícil resulta establecer la verdad y la importancia que reviste para la reconciliación y la sanación.

La definición cristiana de la verdad puede ayudar en situaciones semejantes. El Espíritu de Dios es verdad (Juan 14:17) y Jesús oraba para que sus discípulos fueran santificados en la verdad (Juan 17:17). Establecer la verdad, principalmente, después de situaciones de conflicto, puede resultar difícil. El respeto de la verdad dimana de saber que Dios es la fuente de la verdad.

La memoria está estrechamente vinculada con la verdad. ¿Cómo hay que recordar el pasado y cómo tenemos que hablar de él? La memoria auténtica debería redituar en la verdad sobre el pasado. Los recuerdos traumáticos de atropellos y otras atrocidades, en muchos casos necesitarán sanación si han de servir para labrar un futuro distinto. Sanar la memoria implica quitarle la toxicidad. Cuando eso sucede, la memoria deja de hacernos prisioneros del pasado y nos da el poder de crear un futuro en el cual, la maldad del pasado no pueda repetirse.

La memoria no tiene que ver únicamente con el pasado, también es el pilar de la identidad. La manera en que recordamos el pasado sienta las bases de la manera en que viviremos y nos relacionaremos unos con otros en el presente e imaginaremos el futuro. De ahí que la memoria sea fundamental en el proceso de reconciliación y sanación.

La memoria que no sana puede inhibir la reconciliación. En algunos casos, la sanación lleva más de una generación; en otros, las víctimas están tan inmersas en sus recuerdos que necesitan ayuda para liberarse de ellos. También hay algunos casos en que las víctimas no quieren ser sanadas, y usan sus memorias para impedir cualquier avance. Acompañar a las víctimas para que se liberen de sus recuerdos traumáticos es una tarea importante para quienes obran por la reconciliación.

Los proyectos para recuperar esa memoria que se ha pretendido suprimir o deformar son importantes para labrar juntos un futuro distinto. Publicar los resultados de comisiones de la verdad y reconciliación, como en el caso de Sudáfrica, o esclarecer lo sucedido, como en el caso de Guatemala, son ejemplos de ello. Recuperar la memoria también puede suponer una amenaza para los victimarios que siguen detentando el poder (el asesinato del Obispo Gerardi en Guatemala, después que anunciara los resultados de dicho informe, es una prueba escalofriante).

Recuperar la memoria y permitir que nos ayude a vivir en el presente y trazar el futuro es fundamental para la práctica y el testimonio cristianos. Celebramos la Eucaristía para recordar lo que le sucedió a Jesús, cómo fue traicionado, sufrió, murió y resucitó de la muerte. La memoria de lo que Dios hizo en la historia de Jesús, nos da esperanza y el Espíritu de Cristo nos dota de poder para cumplir nuestra labor de reconciliación.

La justicia es esencial para la labor de reconciliación. Tres clases de justicia son necesarias. En primer lugar, justicia retributiva, mediante la cual, los victimarios tienen que rendir cuentas de sus actos. Ello es importante para que se reconozca el mal que se ha hecho y se declare que esos actos no se tolerarán en el futuro. La justicia retributiva debe ser tarea de un Estado de derecho. El castigo fuera de ese ámbito puede ser una acción renegada o convertirse en revancha y, por lo tanto, debe evitarse. Si el propio Estado está implicado en la corrupción, la justicia retributiva se puede lograr por medios de protesta pacíficos, como en el caso de las madres de los desaparecidos en Argentina, lo que exigirá un gran sacrificio personal.

En segundo lugar, justicia restauradora, mediante la cual, directa o simbólicamente, se restituye a las víctimas aquello que se les había quitado en forma arbitraria. En estos casos puede haber reparación o indemnización; en otros casos, por ejemplo, cuando la víctima o el victimario han fallecido, puede hacer falta otra clase de declaración de reconciliación, tal como un acto público de conmemoración. Por último, justicia estructural, mediante la cual, se reforman las instituciones de la sociedad para evitar que en el futuro se repitan casos de injusticia. Generalmente, las dimensiones de la justicia restauradora y la justicia estructural exigen particular atención. Por ejemplo, para lograr la justicia económica es preciso reformar las leyes que rigen el comercio mundial y los mecanismos del comercio. Una justicia igual para hombres y mujeres exigirá que se reconozcan los aportes de las mujeres para acabar con la injusticia y mantener relaciones justas. También hará falta una reforma estructural para acabar con el sexismo y el racismo Por otra parte, en estos últimos años, se ha venido planteando y subrayando la necesidad de una justicia ecológica.

El Espíritu Santo se pronunció contra la injusticia a través de los profetas del Antiguo Testamento y ungió a Jesucristo para que pusiera en libertad a los oprimidos (Lucas 4:18-19). Hoy en día, el Espíritu otorga dones de profecía y osadía, particularmente, cuando los cristianos luchan para ayudar en la consecución de la justicia reparadora y obran por las reformas que requiere la justicia estructural. Las imágenes bíblicas del pacto ―cuidado de toda la creación y relaciones justas entre Dios y la humanidad― respaldan los esfuerzos en aras de esas reformas de la sociedad. Citemos como ejemplo la colecta de las iglesias que el Apóstol Pablo llevó a Jerusalén para que hubiera «igualdad» entre iglesias que suplen mutuamente a sus necesidades (2 Co 8:14).

El perdón suele considerarse una dimensión concretamente religiosa de la reconciliación y la sanación. Es indispensable saber que el perdón no implica tolerar el mal perpetrado en el pasado ni su ulterior castigo. El perdón reconoce lo sucedido en el pasado, pero propone una relación diferente tanto en lo que respecta al autor como al acto en sí. Sin perdón, seguimos encerrados en nuestras relaciones del pasado y no podemos labrar un futuro diferente.

Además de una visión cristiana y global, proponerse reconciliar a la comunidad humana, hoy en día, requiere interactuar con distintas comunidades de fe. Para nosotros, cristianos, ello implica estar al tanto de la manera en que las grandes tradiciones religiosas imaginan la sanación y la integridad, puesto que muchas situaciones exigirán una intervención común. En dichas situaciones, nosotros, los cristianos, también debemos ser capaces de comunicar nuestro propio aporte a esa tarea común. Muchas culturas disponen de sus propios recursos espirituales y rituales de reconciliación y sanación. Siempre que sea posible, éstos deben incorporarse a nuestra labor para lograr la reconciliación.

El perdón tiene un significado particular para los cristianos. Creemos que es Dios quien perdona el pecado (Marcos 2:7-12). Jesús vino entre nosotros para predicar el perdón de los pecados, señalando la misericordia de Dios y la posibilidad de superar el pasado en aras de un futuro distinto. La experiencia personal de aceptación y gracia puede cambiar la vida, inspirando a la gente a amar al prójimo y transformar la sociedad, tal como lo demuestra la historia de Zaqueo (Lucas 19:1-10). Después de su resurrección, cuando sopló el Espíritu Santo en sus discípulos, Jesús les envió a ejercer un ministerio de perdón (Juan 20:21-23).

El perdón de Dios está vinculado con nuestra voluntad de perdonar a los demás (véase Mt 6:12 y 14-15). De ahí que, a menudo, los cristianos digan que hay que «perdonar y olvidar». Ahora bien, eso no es lo que dice la Biblia. Nunca podemos olvidar el mal que se ha hecho como si nada hubiera pasado. Pedir a las víctimas que lo hagan sería denigrarlas una vez más. Nunca podemos olvidar, pero sí recordar de manera diferente, una manera que permite establecer una relación distinta con el pasado y los autores del mal. A eso estamos llamados los cristianos.

La reconciliación y la sanación son metas que nos proponemos alcanzar. En términos bíblicos, hablamos de shalom o reino de Dios. En términos contemporáneos, también hablamos de la visión de justicia, paz e integridad de la creación. En otras palabras, la reconciliación y la sanación deben abarcar la totalidad de la creación de Dios. En este momento de la historia, no podemos describirlas ni imaginarlas plenamente. No obstante, debemos tratar de hacerlo porque así renovamos la esperanza. De hecho, buscar la reconciliación y la sanación en nuestro mundo requiere constantes idas y venidas entre la reconciliación que imaginamos como meta y el proceso para alcanzarla. Todo ello puede suponer una lucha larga y difícil que sólo se puede librar en un espíritu de amor que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13:7). En el curso de ese proceso no perdemos la esperanza y, a la vez, focalizamos nuestra participación en la labor de reconciliación y sanación del Espíritu Santo en toda la creación.

4) Reconciliación: La misión de la iglesia

El Espíritu Santo transforma la iglesia y la dota de poder para que sea misionera: «El Espíritu Santo transforma a los cristianos en testigos vivos, valientes y osados» (véase Hechos 1:8). Por lo tanto, para la iglesia, la misión no es una opción sino un imperativo: «La misión es fundamental para la fe y la teología cristianas. Más que una opción, es un llamado y una vocación existenciales. La misión es constitutiva y condiciona el propio ser (naturaleza) de la iglesia y todos los cristianos.» La iglesia, por naturaleza, está llamada participar en la misión de Dios: «A través de Cristo en el Espíritu Santo… participar en la misión de Dios... debería ser natural para todos los cristianos y todas las iglesias»7.

La misión de la iglesia en el poder del Espíritu es obrar por la reconciliación y la sanación en un contexto de quebrantamiento. La reconciliación es un enfoque importante y una característica de la misión de Dios y, por lo tanto, de la misión de la iglesia: «La iglesia es enviada al mundo para reconciliar a la humanidad y renovar la creación, llamando a personas y pueblos al arrepentimiento, anunciando el perdón del pecado y un nuevo comienzo de las relaciones con Dios y con el prójimo por Jesucristo»8. Reconciliar es establecer el shalom, es decir, establecer o restablecer armoniosas relaciones de justicia. Se trata de un proceso holístico, iniciado por Dios, que engloba a toda la creación, no sólo a los seres humanos. En nuestra lucha, y en la lucha de toda la creación, por librarnos de la esclavitud de la corrupción, «el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad... (e) intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Ro 8:22-26). En el contexto de relaciones quebrantadas del mundo actual, el reto concreto que se plantea a la iglesia reside en aferrarse más profundamente al don divino de la reconciliación tanto en su vida como en su ministerio en nombre de todo el orden creado.

<typohead type="1">Reconciliación en el contexto de quebrantamiento </typohead>

La primordial relación quebrantada es la relación entre Dios y la humanidad. El evangelio de reconciliación es un llamado a volverse a Dios, ser convertidos a Dios y renovar nuestra fe en Aquel que nos invita constantemente a estar en comunión con el ser de Dios, así como unos con otros y con toda la creación. Nos alegra que esta reconciliación haya sido posible mediante nuestro Salvador: «Por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación» (Ro 5:11). En la misión, estamos llamados a extender esta reconciliación al resto del mundo y a unir nuestras energías con las del Espíritu de Dios en la creación.

Hoy en día, el núcleo del quebrantamiento reside en la distorsión y la destrucción del vínculo integral que existía en el orden divino, entre la humanidad y el resto de la creación. En algunos sectores de la humanidad, esa separación antropocéntrica de los seres humanos y el resto de la creación ha generado la tendencia a dominar y destruir la naturaleza. En gran medida, la crisis ecológica que atravesamos hoy en día puede atribuirse a la falta de respeto por la vida y la integridad de la creación. Los cristianos preconizamos una sanación ecológica, o «ecociliación», es decir, la reconciliación de «todas las cosas, así las que están en la tierra, como las que están en los cielos» (Col 1:20). En el Credo Niceno-Constantinopolitano confesamos el Espíritu Santo como señor y dador de vida. La misión en el Espíritu garantiza una nueva perspectiva, un enfoque centrado en la vida que hará que la tierra florezca y sustente las comunidades humanas. Este modelo de reconciliación y sanación cósmicas sienta una sólida base para la reconciliación entre la humanidad.

El quebrantamiento también se hace sentir en la esfera de las relaciones humanas. La imagen de Dios es distorsionada por el distanciamiento y la enemistad que suelen estar relacionados con las estructuras de poder y se concretizan en la discriminación por motivos de casta, raza, sexo, religión, orientación sexual y condición socioeconómica. Al respecto, la misión en términos de reconciliación y sanación consiste en ir más allá y traspasar esas fronteras, recuperando la conciencia de la imagen de Dios en la humanidad. En términos reales, la misión de la iglesia es obrar por derrumbar todos esos muros que dividen tanto dentro como fuera de la iglesia, lo que implica participar en los intentos ecuménicos de reconciliación dentro de las iglesias y entre ellas, así como en las luchas de los pueblos para reconstruir una sociedad que se base en la justicia y el respeto de los derechos humanos. El cuerpo de Cristo está dotado de varios dones espirituales (1 Co 12:8-10; véase también Ro 12:6-8); ejercidos en el espíritu del amor (1 Co 13:1-3; Ro 12:9-10) esos dones construyen la comunidad y expresan su unidad reconciliada en la diversidad.

En un contexto donde hay víctimas y perpetradores de injusticia y explotación, la iglesia tiene que cumplir una función particular, en lo que se refiere a la misión, principalmente, tendiendo puentes entre pobres y ricos, hombres y mujeres, blancos y negros, etc. El Espíritu Santo ha sido descrito como el «Dios intercesor»* por su papel en la creación y el sustento de la comunión (Ef 2:18, 4:3; John V. Taylor9). La posición de «intercesor» o «mediador» no ha de analizarse como una posición de valor neutral sino reconociendo que ocuparla es más bien riesgoso y costoso. Al tiempo que toma partido por las víctimas, la iglesia tiene la misión de llegar a los victimarios con los desafíos del evangelio. La misión en el punto de intercesión es, simultáneamente, la misión de dotar de poder a los desapoderados, acompañándoles, y también de desafiar a los causantes del daño a que se arrepientan. De esta manera, la misión se transforma en una misión en la que unos y otros se dan vida.

Desdichadamente, el quebrantamiento también es un signo distintivo de la iglesia actual. Las divisiones entre iglesias, ya sean de orden doctrinal o de cualquier otro orden, suponen un reto para la misión de reconciliación y sanación. Una iglesia dividida es una aberración del cuerpo de Cristo (1 Co 1:13) y entristece al Espíritu Santo (Ef 4:25-32). Si las iglesias son incapaces de reconciliarse unas con otras, incumplen el llamado del evangelio y su testimonio carecerá de credibilidad. «Enviada a un mundo que necesita unidad y mayor interdependencia en medio de la competición y de la fragmentación de la comunidad humana, la Iglesia es llamada a ser signo e instrumento del amor reconciliador de Dios. Las divisiones entre cristianos son un antitestimonio a Cristo y contradicen su testimonio de reconciliación en Cristo»10. Las iglesias han dado pasos significativos en la consecución del bautismo, la Eucaristía y el ministerio compartidos, así como de un testimonio común. El evangelio de reconciliación es compartido con integridad si la iglesia es una comunidad reconciliada y de sanación.

Si la reconciliación ha de ser meta y proceso de la misión, es imperativo que la iglesia reexamine su pasado y haga alguna introspección y autocrítica acerca de su misión en el mundo. Toda misión creíble por parte de la iglesia ha de comenzar con la confesión de que no toda su misión ha sido reflejo de la misión que Dios entendía y que lleva a cabo en el mundo por la obra y el ministerio del Espíritu Santo (missio Dei). Si habiendo declarado nuestro amor a Dios, odiamos a nuestras hermanas y nuestros hermanos, somos mentirosos (1 Juan 4:20). El hecho de que la misión fuera, y siga siendo, cómplice de un proyecto imperialista y colonialista que conlleva cruzadas violentas y causa destrucción de culturas indígenas, fragmentación de comunidades e incluso división entre cristianos, llama al arrepentimiento o la conversión (metanoia). El arrepentimiento requiere la confesión del pecado de una colonización violenta en nombre del evangelio y es importante para esa «sanación de la memoria» que forma parte de la misión de reconciliación y sanación. La iglesia debe atender a curar las heridas del pasado (véase Jer 6:14 f). Al tiempo que confesamos estos pecados, reconocemos que ha habido, y sigue habiendo, mucha misión cristiana auténtica en un espíritu de paz y reconciliación. Dicha misión aporta la paz con Dios, vidas sanadas, y comunidades restauradas, así como la liberación socioeconómica de las personas marginadas.

<typohead type="1">Espiritualidad de la reconciliación</typohead>

La misión, en términos de reconciliación y sanación, requiere la correspondiente espiritualidad: una espiritualidad que sane, transforme, libere y cimiente relaciones de respeto mutuo. Una auténtica espiritualidad de reconciliación y sanación traduce la interacción de la fe y la praxis que configuran el testimonio (martyria). El testimonio presupone una espiritualidad de autocrítica y confesión de los pecados (metanoia) que conduce a la proclamación (kerygma) del evangelio de reconciliación, servicio (diakonia) con amor, culto (leiturgia) en la verdad y enseñanza de la justicia. El ejercicio de estos dones espirituales construye comunidades reconciliadas (koinonia)11.

La espiritualidad de la reconciliación es una espiritualidad de humildad y entrega de sí mismo (kenosis; Flp 2:7) y, al mismo tiempo, una experiencia del poder santificador y transformador del Espíritu Santo. En su lucha por reconciliar a judíos y gentiles, así como a otros grupos, el Apóstol Pablo declara que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Co 12:9; 1 Co 2:3-5). La espiritualidad de la reconciliación es la espiritualidad de la Pasión y el Pentecostés. En el contexto mundial de retorno del imperialismo ―particularmente en la forma del poder hegemónico de la globalización― esta espiritualidad de entrega de sí mismo es un reto tanto para las víctimas como para los perpetradores de la violencia y la injusticia sistémicas. Tenemos este tesoro «en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros» (2 Co 4:7). Al respecto, la misión de la iglesia consiste, una vez más, en «mediar» entre quienes detentan el poder y quienes carecen de poder, para dotar de poder a los segundos y desafiar a los primeros a que se despojen de su poder y sus privilegios por el bien de los desapoderados. La espiritualidad de la reconciliación impugna las estructuras de poder de las comunidades locales, incluida la iglesia.

Esa espiritualidad de entrega de sí mismo es también una espiritualidad de llevar la cruz. La iglesia está llamada a llevar la cruz de Jesucristo, permaneciendo junto a quienes sufren. Por ejemplo, el «Programa ecuménico de acompañamiento en Palestina e Israel» tiene por objetivo acompañar a palestinos e israelíes en sus actos y esfuerzos concertados de movilización para acabar con la ocupación pacíficamente. Una espiritualidad de resistencia no-violenta como ésta es una faceta integral de la reconciliación y la sanación en una época de permanente explotación de los pobres y los marginados. Tanto en ésta como en otras situaciones de opresión, discriminación y daño, la cruz de Cristo es el poder de Dios para la salvación (1 Co 1:18).

Los sacramentos y la vida litúrgica de la iglesia son expresiones simbólicas de esta misión de reconciliación y sanación. El bautismo es el acto por el que se comparte la muerte y resurrección de Jesucristo; un acto simbólico de esa espiritualidad de llevar la cruz que es, a la vez, muerte de sí mismo (Marcos 8:34 y paralelismos) y resurrección a la vida (Juan 3:14 y otros). La Eucaristía es un acto sacramental de sanación, un acto de recuerdo y una recomposición del cuerpo quebrantado de Cristo en aras de la reconciliación cósmica. El pan de Dios, que es aquel que descendió del cielo, da vida al mundo (Juan 6:33). Compartir el pan y el vino entre todos también simboliza la redistribución de la riqueza y la igualdad en el reino que Jesucristo proclamó. Mediante la oración, la iglesia intercede por el mundo ante Dios, y su intercesión constante se funda en la fe de que Dios aportará reconciliación y sanación. Predicando la palabra, la iglesia conforta al oprimido, proclama la verdad y la justicia, y nos llama a todos al arrepentimiento y el perdón. El culto de la iglesia es en sí un testimonio para el mundo de la reconciliación en Cristo y, en el poder del Espíritu, la iglesia vive ese testimonio eucarístico en la vida diaria.

Los recursos espirituales de reconciliación y sanación no se circunscriben a las tradiciones de la fe cristiana, lo que nos plantea el reto de considerar detenidamente, las dimensiones interreligiosas de la misión, ya que desde una perspectiva holística, la reconciliación y la sanación no pueden lograrse sin la reconciliación entre las distintas religiones y culturas. Tal como indicado, los proyectos imperialistas de misión y evangelización, que conllevan actitudes de desprecio por otras religiones y culturas y se proclaman poseedores de la verdad absoluta, avivan la hostilidad entre comunidades de fe. En esos casos, se impone un acto confesional por parte de la iglesia cristiana que incluya ofrecer reparación a las víctimas de esa forma de misión. Una manera de hacerlo consiste en apreciar los recursos espirituales de otras religiones y culturas, y sacar enseñanzas de los mismos. Otras tradiciones y experiencias de sanación, incluidas aquellas de las comunidades indígenas, son de gran valor.

La reciente declaración ecuménica nos recuerda que el diálogo interreligioso no es un instrumento para resolver instantáneamente los problemas en situaciones de urgencia. No obstante, las relaciones «cultivadas mediante un diálogo paciente en tiempo de paz, pueden, en período de conflicto, impedir que la religión sea utilizada como un arma. En muchos casos, estas relaciones pueden allanar el camino para iniciativas de mediación y reconciliación»12. El diálogo presupone el reconocimiento mutuo y entraña la voluntad de reconciliar y el deseo de vivir juntos. Un proceso de diálogo que cimiente la confianza y facilite el testimonio mutuo puede ser un medio de sanación. Ahora bien, aunque el diálogo sea importante, tal vez haya que abordar, previamente, las cuestiones de la verdad, la memoria, la justicia y el perdón para que sea factible. La intercesión de la práctica misionera implica que en algunas situaciones se necesita el poder profético del evangelio para criticar prácticas y creencias religiosas que fomentan la injusticia y lograr el arrepentimiento.

El ministerio del Espíritu Santo ―que la iglesia tiene el privilegio de compartir― es sanar y reconciliar un mundo quebrantado. A fin de ejercer esa misión con integridad, la iglesia debe ser una comunidad que viva la sanación y la reconciliación en Cristo. La espiritualidad de la reconciliación consiste en la entrega de sí mismo y en llevar la cruz para que el poder salvífico de Dios sea demostrado. El Espíritu Santo dota a la iglesia de dones y recursos para que ejerza ese ministerio y, en el Espíritu de diálogo, los cristianos estamos abiertos a apreciar los recursos que aportan las gentes de otras religiones. La misión de la iglesia incluye interceder entre las partes que están distanciadas o en conflicto, lo que implica acompañarles en su lucha y, a la vez, impugnar los poderes de injusticia y violencia para lograr la reconciliación. La meta es construir comunidades reconciliadas y sanadas que vuelvan a ser misioneras en el compromiso y el ejercicio del ministerio.

5) Equipar para la reconciliación: Visión, pedagogía y pastoralia

En la misión de reconciliación, nos inspiramos en la visión del evangelio sobre la paz en la tierra (Lucas 2:14). En su predicación del reino de Dios, en palabra y obra, nuestro Señor Jesucristo nos hizo vislumbrar el reino de Dios; un reino de verdad y justicia, arrepentimiento y perdón, donde los primeros son los últimos y los dirigentes están al servicio de todos. En las epístolas, los apóstoles enseñan a las iglesias cómo ser comunidades de reconciliación que aportan el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gl 5:22-23). Los miembros están llamados a amarse los unos a los otros, vivir en paz unos con otros y bendecir a quienes los persiguen, dejando la venganza a Dios (Ro 12:9-21). En el Apocalipsis, San Juan describe la visión que le fue dada de un nuevo cielo y una tierra nueva, la nueva creación que es resultado de la obra reconciliadora de Dios en Cristo (Ap 21:1-5; 2 Co 5:17-18). La Nueva Jerusalén es la ciudad reconciliada donde Dios habita con su pueblo. En esta ciudad ya no hay más llanto ni clamor ni dolor porque se ha realizado la justicia. Tampoco hay oscuridad porque todo refulge en la gloria de Dios. Por el centro de la ciudad corre el río de la vida para sanación de las naciones (Ap 21:1-22:5).

Sin embargo, muchos han proclamado la paz donde no la hay y sólo han curado en forma superficial las profundas heridas causadas por la injusticia y las relaciones quebrantadas (Jer 6:14). Todo enfoque pedagógico y pastoral de la misión ha de reconocer que el ministerio de sanación y reconciliación es un proceso profundo que suele llevar bastante tiempo y, por lo tanto, requiere estrategias a largo plazo (Ro 8:25). Toda vez que la iglesia considera que la misión pertenece a Dios y no se trata de una actividad frenética iniciada por ella, la misión de la iglesia ha de focalizarse en la meta a largo plazo de crear comunidades de reconciliación y sanación. La realización de nuestra esperanza exige paciencia, sensibilidad pastoral y un método de educación apropiado.

Nuestra conciencia de ser humano es la clave de este proceso educativo. Los seres humanos somos seres esencialmente relacionales, vinculados y activos en la red de la vida. Para sobrevivir, dependemos los unos de los otros y, por ende, tenemos que vivir en justas relaciones de confianza y construir comunidades de reconciliación y sanación. Desde la perspectiva antropológica cristiana, los seres humanos también somos seres perdonados, perdonados por Dios. En cuanto concepto teológico, el perdón también tiene ramificaciones éticas. El ministerio de reconciliación y sanación, a través del perdón, comprende el decir la verdad y la justicia. En otras palabras, la pedagogía de la justicia hace del perdón, un concepto radical. El perdón que socava la justicia no es perdón cristiano. El costoso discipulado, que forma parte del ministerio de sanación y reconciliación, tiene que orientarse a la justicia.

La compasión por los seres quebrantados y la preocupación por la vida en toda su plenitud son las modalidades pastorales de la misión cristiana. Una de las principales fuentes de enseñanza sobre este ministerio es la enorme riqueza de la experiencia de la vida cotidiana de la gente y, en particular, aquella de las personas pobres y vulnerables. La participación de la iglesia en las vivencias de la gente y en su lucha por afirmar la vida dondequiera que sea negada, tal vez sea el mejor proceso de aprendizaje. Mediante esta pedagogía de memoria compartida, la iglesia será capaz de llevar a cabo su misión con eficiencia.

Equipar para la misión, en el marco de un paradigma de reconciliación, tiene consecuencias significativas para los modelos actuales de educación y formación teológica y misionera. Imbuir en la iglesia una pedagogía de justicia y una teología pastoral misericordiosa plantea retos respecto al contenido y la modalidad de la instrucción. Los cristianos comprometidos en el ministerio de reconciliación seguirán teniendo necesidad de aprender idiomas y adquirir conocimientos sobre otras culturas y tradiciones religiosas, lo que nos ayudará a consustanciarnos con la experiencia de los demás y servirles. Asimismo, es igualmente importante que dispongamos de una teología y una espiritualidad de la reconciliación. Juntos, deberíamos elaborar una interpretación teológica de la manera en que Dios obra la reconciliación en el mundo y la función que le cumple a los cristianos en ella. La iglesia no sólo tiene que aprender y enseñar la dinámica y el proceso de la reconciliación, sino también la importancia de las distintas dimensiones del ministerio de reconciliación: establecer la verdad; sanar la memoria; hacer justicia; recibir perdón y perdonar a su vez. A fin de superar la cultura de violencia de nuestros días y combatir el mito de la violencia redentora, la iglesia debe demostrar en su vida y ministerio que justicia y redención se logran mediante la resistencia pacífica. Ello requiere una espiritualidad de la reconciliación que consiste en la entrega de sí mismo y en llevar la cruz por el bien de la justicia. También tenemos la responsabilidad de emplear y desarrollar dones espirituales que, utilizados en el Espíritu de amor, construyan la comunidad y acaben con la desunión y la enemistad (1 Co 12:8-10 y 13:1-3; véase también Ro 12:6-10).

El tema principal de la Conferencia sobre Misión y Evangelización de 2005, ¡Ven Espíritu Santo - Sana y reconcilia!, llama nuestra atención sobre la misión del Espíritu. Según el Evangelio de San Juan, el Espíritu Santo es enviado por el Padre como parakletos para acompañarnos en nuestra soledad y nuestro quebranto. El Espíritu, es el Intercesor entre el Padre, el Hijo, y toda la creación. El parakletos es el Espíritu de la verdad que nos conduce a toda la verdad e interpreta para nosotros las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo nos une a Dios el Padre y el Hijo y nos hace parte de la missio Dei para aportar vida al mundo. El espíritu nos enseña a aguardar en Cristo y a amarnos los unos a los otros, dando testimonio del amor de Cristo. En una situación de enemistad, el Espíritu nos conforta y nos da valor para expresar y declarar la palabra de Dios. El parakletos se pone del lado del sufrimiento, y convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. El Espíritu, que es nuestro consejero, es Espíritu de paz en un mundo violento (Juan 14:15 y 16:8).

El parakletos ofrece un modelo y un medio para el ministerio de reconciliación de la iglesia. El Espíritu Santo sana y reconcilia viniendo a nuestro lado para inspirarnos, iluminarnos y dotarnos de medios. En el Espíritu, somos capaces de afirmar lo que es cierto y, a la vez, discernir lo que es falso y maligno. El Espíritu nos liga y en el Espíritu gozamos la verdadera comunión y la verdadera fraternidad (2 Co 13:13). Entonces, por un instante, nosotros, y toda la creación, gemimos con dolores de parto, el Espíritu es nuestra partera y, una vez que la misión sea cumplida, creemos que nuestra pena será alegría en la nueva vida de reconciliación (Juan 16:20-22; Ro 8:18-25).

6) Cuestiones que requieren ulterior estudio y discusión

Este intento de establecer una teología de la misión como reconciliación plantea una serie de interrogantes que será preciso analizar más exhaustivamente.

  • ¿Qué consecuencias prácticas tiene el llamado a la reconciliación económica?

  • ¿Qué procesos pueden favorecer la reconciliación musulmano-cristiana en el contexto actual?

  • ¿Qué aportes pueden hacer la rápida difusión del pensamiento y la experiencia pentecostales a la teología de la misión como reconciliación?

  • ¿De qué formas puede la teología del Espíritu Santo (neumatología) ayudar más en la práctica de la reconciliación y la reflexión sobre ella?

  • ¿Qué cambios sugiere la misión como reconciliación respecto a los paradigmas de misión existentes? En particular, ¿qué supone en cuanto a la manera de entender la conversión?

  • ¿Cómo transmitir eficazmente la importancia del espíritu de reconciliación en la misión a quienes aplican métodos misioneros agresivos?

  • ¿Cómo encontrar y desarrollar medios apropiados de equipar a las iglesias locales para que sean comunidades de reconciliación y de sanación?

  • ¿Cómo pueden las iglesias apoyar a aquellos particularmente llamados y dotados para el ministerio de la reconciliación?

* N. de T. Traducción provisional del título y los fragmentos citados en el presente documento.

* N. de T. Hipótesis de traducción de: Go-Between God.

1 Mission and Evangelism in Unity Today, adoptado como documento de estudio por la Comisión de Misión Mundial y Evangelización del CMI en su reunión del año 2000. Publicado inicialmente en International Review of Mission (IRM) Jan/April 1999, se le hicieron algunos retoques y la nueva versión se propone en el Documento preparatorio núm. 1 de la CMME. Véase la página web de dicha conferencia: www.misión2005.org

2 Christopher Duraisingh (ed), Called to One Hope. The Gospel in Diverse Cultures, Geneva, WCC, 1998, pág. 27 y 28. Mensaje de la Conferencia y Actos de Compromiso, Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización, Salvador, Bahía, Brasil, 1996.

3, Mission and Evangelism in Unity Today, párr. 39.

4 Ibid, párr. 13.

5 Tanto la Comisión de Fe y Constitución como el Grupo Mixto de Trabajo de la Iglesia Católica Romana y el CMI han abordado la cuestión del bautismo común que ocupa un lugar destacado en su orden del día.

6 WCC Unit II, Churches in Mission: Education, Health, Witness: Preparatory Papers for Section Work, Conference on World Mission and Evangelism, Salvador da Bahía. Geneva, WCC, 1996, pág. 19. Mission and Evangelism in Unity Today, párr. 62

7 Mission and Evangelism in Unity Today, párr. 9 y 13.

8 Ibid, párr. 14

9 Juan V. Taylor, The Go-Between God: the Holy Spirit and Christian Mission. London, SCM, 1972.

10 «El reto del proselitismo y la llamada al testimonio común», Anexo C de la Séptima Relación del Grupo Mixto de Trabajo de la Iglesia Católica Romana y el Consejo Mundial de Iglesias, Ginebra-Roma, 1998, pág. 56, párr. 8 y 9.

11 Mission and Evangelism in Unity Today, párr. 7

12 «Directrices para el diálogo y las relaciones con creyentes de otras religiones», párrafo 28. En este documento se hace una retrospectiva de 30 años de diálogo y se revisan las directrices de 1979 (Reunión del Comité Central del CMI, Ginebra, Suiza, 26 de agosto - 3 de septiembre de 2002, Documento GEN 11).