Dra. Dagmar Heller, Iglesia Evangélica de Alemania

La Pascua se celebra el primer domingo siguiente al primer plenilunio posterior al equinoccio de marzo. Es ésta una antigua regla que, introducida en el siglo IV, han venido siguiendo todas las iglesias del mundo. Lo que es menos sabido, especialmente en las regiones de mayoría protestante o católica, es que, dentro del cristianismo, la Pascua se celebra normalmente dos veces, dependiendo de que el calendario que se utilice para determinar la fecha del equinoccio y del primer plenilunio siguiente sea el (antiguo) calendario juliano o el calendario gregoriano.

El hecho de que las dos fechas coincidan en 2001, al principio del nuevo milenio, ha suscitado la esperanza de que éste pudiera ser el comienzo de una celebración anual común de lo que, en todo caso, constituye el acontecimiento central de nuestra fe cristiana. Sin embargo, al mismo tiempo, y pese a que ya existen abundantes antecedentes sobre la cuestión e incluso una propuesta de solución, los debates que recientemente han tenido lugar en el Movimiento Ecuménico ponen claramente de relieve que no es probable que en un futuro próximo se adopte una decisión al respecto.

La propuesta tiene la ventaja de que supone un cambio para ambas partes, y no impone a una la solución de la otra. En ella se sugiere, en efecto, que, para calcular las fechas del equinoccio de primavera y del plenilunio, las iglesias no utilicen ni el calendario juliano ni el gregoriano, sino que aprovechen los datos astronómicos exactos que pueden obtenerse ahora, en contraste con la época en que se inventaron los dos calendarios citados. El problema de esta propuesta reside en que representa un cambio mayor para las iglesias que utilizan el calendario juliano que para las demás, por cuanto el calendario gregoriano está ya mucho más próximo a los actuales cálculos astronómicos.

Todo cambio plantea problemas prácticos. Pero lo que es más importante es que, para algunos ortodoxos, el calendario está tan estrechamente relacionado con la tradición, que los cambios son prácticamente impensables. Y en el trasfondo se aprecia también el profundo trauma del Este, provocado por algunas actitudes del Oeste, que, a lo largo de toda la historia, han ido dando lugar en el Este a una suspicacia antioccidental profundamente arraigada. Aunque la propuesta se hizo por primera vez en una reunión panortodoxa, el hecho de que para las iglesias occidentales no supusiera sino pequeños cambios da la impresión, a primera vista, de que supone la adopción del calendario gregoriano. Y las iglesias ortodoxas han puesto claramente de relieve que necesitarían mucho más tiempo para preparar a sus fieles.

Cabe decir, por lo tanto, que, aunque la cuestión de la fecha de la Pascua es puramente práctica, parece que la situación actual de algunas iglesias no permite por ahora un cambio, sin riesgo de cisma.

Se necesita, pues, mucha paciencia por parte de todos los participantes en el debate. Pero a mí me parece que los próximos veinte años ofrecen una oportunidad especial para seguir avanzando a este respecto, ya que durante ese período la coincidencia de las dos fechas volverá a darse en varias ocasiones (en 2004, 2007, 2010, 2011, 2014 y 2017). ¿No podría eso interpretarse como un signo para que las iglesias vean en tal coincidencia un "kairos" que las anime a adoptar una fecha común? Y si la propuesta que hemos expuesto no puede ponerse en práctica, ¿no podríamos encontrar soluciones regionales? ¿O convencer a las iglesias occidentales para que, en aras de la unidad y siguiendo la sugerencia de un grupo austríaco, adopten para la Pascua la fecha juliana?

En todo caso, son muchas las iglesias, especialmente de tradición occidental, pero también una de las ortodoxas orientales, que se han manifestado dispuestas a seguir la mencionada propuesta si todas las demás iglesias pueden aceptarla. En este sentido, las iglesias occidentales han dado un paso hacia las ortodoxas al acceder a mantener la antigua norma, mientras que, en discusiones anteriores, habían tendido a proponer una tercera vía (¡que significaría de hecho una tercera fecha!), sugiriendo que se fijara la fecha de Pascua un domingo de abril, siempre el mismo.

Esto demuestra que las actitudes pueden cambiar y que las iglesias pueden tratar de acercar sus respectivas posiciones. Por lo tanto, el debate sobre la fecha de la Pascua debe continuar, y siempre con la esperanza de llegar a una solución.

El hecho de que la Pascua se celebre este año el mismo día ha suscitado cierto interés en las iglesias occidentales, al menos por lo que yo he podido apreciar en mi propio contexto alemán. El Consejo Nacional de Iglesias de Alemania (ACK) ha propuesto un servicio ecuménico de vísperas para la Pascua. Y muchas iglesias instan a sus congregaciones a que destaquen de una forma o de otra ese acontecimiento. Es éste un signo alentador que muestra que las gentes han comprendido lo importante que es que los cristianos celebren juntos su fiesta central y den de ese modo al mundo un testimonio fidedigno, especialmente en épocas en que los cristianos se encuentran cada vez más en situación de minoría o en contextos secularizados.

Un hito en los esfuerzos para establecer una fecha común de la Pascua fue la consulta de Alepo (Siria), en marzo de 1997, organizada conjuntamente por el CMI y el Consejo de Iglesias del Oriente Medio. ¿En qué medida las iglesias han atendido a la propuesta de Alepo? En 2001, el Equipo de Información del CMI ha invitado a representantes de las tradiciones ortodoxa y católica romana, así como a personalidades protestantes, a resumir brevemente sus reflexiones sobre una fecha común para Pascua. La serie comienza con un artículo de la pastora Dagmar Heller, secretaria ejecutiva de Misión y Relaciones Ecuménicas en Baden del Norte, en la Iglesia Evangélica de Baden (Alemania). La Rev. Heller era, hasta hace poco antes, miembro del Equipo de Fe y Constitución del CMI, y estaba encargada de la organización y el seguimiento del proceso de estudio de la cuestión de la fecha común de Pascua.