Una vez más, se ha de reunir la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el Consejo Ecuménico de Iglesias (CMI). Esta vez, del 27 de mayo al 2 de junio, en Järvenpää, no lejos de la capital finlandesa Helsinki. La Comisión Especial presentará las conclusiones de sus trabajos de tres años en un Informe Final que someterá a la aprobación del Comité Central del CMI, que se reunirá este año en Ginebra, del 26 de agosto al 3 de septiembre.

La Octava Asamblea del CMI, reunida en 1998 en Harare (Zimbabwe), había tomado la decisión de establecer esta Comisión tras críticas claras formuladas por las iglesias ortodoxas respecto del CMI.

Las iglesias ortodoxas orientales, en una reunión celebrada en mayo de 1998 en Tesalónica (Grecia), habían expresado su gran preocupación en relación con ciertas evoluciones que habían tenido lugar en algunas iglesias protestantes miembros del Consejo. Se refirieron, además, a la falta de progresos en los debates teológicos ecuménicos y declararon que la actual estructura del CMI dificulta cada vez más, y para algunos incluso imposibilita, la debida participación de las iglesias ortodoxas.

Al aceptar de constituir una Comisión Especial, la Asamblea de Harare reaccionó oportunamente a las preocupaciones de los ortodoxos, pero destacó, además, que "otras iglesias y grupos de iglesias" tenían preocupaciones similares.

Desde entonces, muchas cuestiones se han examinado y profundizado en las reuniones plenarias y en las subcomisiones de la Comisión Especial, así como en el Comité Central del CMI en Potsdam (Alemania), a finales de enero de 2001.

En todos estos debates se examinaron cinco órdenes de problemas:

  • cuestiones relativas a la condición de miembro

El hecho de haber alcanzado considerables progresos, como últimamente en noviembre de 2001 en Berekfürdö (Hungría), es asimismo un testimonio del compromiso personal de los miembros de esta Comisión paritaria.

Precisamente de este compromiso personal, de historias, de experiencias, de la evolución de las convicciones y los puntos de vista se trata en una serie de artículos compilados en tres partes por Karin Achtelstetter, encargada de Relaciones con los Medios de Información del CMI. Miembros de la Comisión pertenecientes a diferentes tradiciones toman la palabra y exponen muy abiertamente todas sus experiencias y sus reflexiones personales.

La serie abarca tres de los cinco ámbitos examinados: los procedimientos de toma de decisiones (primera parte ), las cuestiones sociales y éticas (segunda parte), y la oración común (tercera parte). La cuestión de la condición de miembro del CMI ha sido examinada entre tanto por un grupo de estudio especialmente designado, por lo que no se aborda en esta serie sobre los trabajos de la Comisión Especial.

En cierto modo como precursora de esta serie, habíamos publicado, en diciembre de 2001, una entrevista con el Dr. Hilarion Alfejew, entonces secretario de Relaciones entre Cristianos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, centrada en cuestiones eclesiológicas.

¿Cómo tomará sus decisiones el CMI en el futuro? (primera parte)

Una de las conclusiones más importantes de la reunión plenaria de la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) celebrada en Berekfürdö (Hungría), en noviembre de 2001, es haber reconocido que el "procedimiento de consenso" constituye "el método más adecuado de toma de decisiones para los órganos rectores del CMI".

Ya el debate sobre el informe provisional presentado por la Comisión Especial en la reunión del Comité Central del CMI en Potsdam (Alemania), en febrero de 2001, puso de manifiesto la actitud positiva de los miembros de ese órgano rector. Así Su Beatitud el arzobispo Anastasios de Tirana, Durrës y toda Albania señaló que, según el testimonio de la Biblia, era siempre la inspiración del Espíritu Santo la que guiaba a los creyentes y no las decisiones tomadas por mayoría según el modo parlamentario.

El pastor Mari Kinnunen, de la Iglesia Evangélica Luterana de Finlandia, destacó que el futuro procedimiento de toma de decisiones en el CMI no debería poner en peligro la voz profética del CMI. ¿Dónde quedará la voz profética del CMI? -preguntó- ¿Silenciará esa voz un proceso de toma de decisiones basado en el consenso? En su opinión, estos temores no están fundados. La búsqueda de un consenso, opina Kinnunen, o convenir en que no se está de acuerdo, tiene mucha importancia para la vida futura del CMI.

Dos miembros de la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el CMI, Eden Grace de la Sociedad Religiosa de los Amigos (Cuáqueros) de los Estados Unidos, y D'Arcy Wood de la Iglesia Unida de Australia, tienen experiencias enteramente diferentes del procedimiento de consenso.

Eden Grace procede de una tradición cristiana que se preocupa sobre todos de "discernir el Espíritu en el contexto del gobierno de la iglesia". Y señala en su informe que: "Los Amigos (cuáqueros) buscan la "unidad visible" de la comunidad eclesial y la encuentran cuando "todos están de acuerdo" en cuestiones de trabajo".

Por su parte D'Arcy Wood, junto con su iglesia, han decidido, hace más de diez años, renunciar al estilo parlamentario, y tomar decisiones por consenso.

Son dos experiencias muy diferentes. ¿Qué tienen en común? Ambas nos estimulan a atrevernos a emprender caminos al mismo tiempo nuevos y antiguos.

Guiados por el espíritu de Cristo

La forma de toma de decisiones de los cuáqueros y el CMI

Eden Grace

¿Cómo debemos comportarnos unos respecto a otros, como cristianos y como miembros del Consejo Mundial de Iglesias? ¿Con amor, respeto y generosidad o con recelo y espíritu de competencia? Desde mi punto de vista, esta es la pregunta fundamental que se plantea la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el CMI en todos sus ámbitos de trabajo.

Como la Comisión propone que el Consejo tome decisiones por consenso en lugar de hacerlo por mayoría, considero que están en juego las cualidades esenciales de la comunidad cristiana. La manera cómo tomamos decisiones es importante, porque la manera cómo tratamos a los demás atestigua si estamos viviendo en el Espíritu. El apóstol Pablo nos da una larga lista de signos exteriores con los cuales discernir si quien nos guía es verdaderamente el Espíritu de Dios: "Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza". (Gálatas 5:22-23)

Como cuáquero, provengo de una comunidad que se preocupa mucho de discernir el Espíritu en el contexto del gobierno de la iglesia. Los Amigos (cuáqueros) buscan la "unidad visible" de la comunidad eclesial y la encuentran cuando "todos están de acuerdo" en cuestiones de trabajo. Damos una gran importancia espiritual a nuestro trabajo porque lo vemos como una extensión natural de nuestro culto.

El gobierno de la iglesia no se ocupa de política, ni de establecer normas para los debates, ni de votaciones. Se ocupa de vivir como la comunidad de fieles que Dios ha formado, que hace visible el amor reconciliador de Dios en el mundo. Pablo ofrece su consejo a las autoridades de la iglesia: "... sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. No busquéis vuestro propio provecho, sino el de los demás. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Filipenses 2:2-5).

Por supuesto, esto es difícil, y el resultado no siempre es el esperado cuando confiamos en nuestros propios recursos. Pero cuando confiamos en el poder del Espíritu Santo, presente entre nosotros y deseoso de guiarnos, los cuáqueros damos fe de que podemos vivir la comunidad bienaventurada que se caracteriza por las cualidades que describe Pablo. No buscamos solamente el común acuerdo, sino que -como dice Pablo- buscamos ser guiados por el espíritu de Cristo.

Entre los cuáqueros, muchas veces hice de "secretaria de actas", la persona que pone por escrito la voluntad de Dios como la entendieron los participantes en la reunión. Es una tarea importante, no una función de secretaria. Al cumplir con esta tarea he reflexionado sobre lo que se siente cuando se conoce la voluntad de Dios.

Recuerdo una reunión, relativa a una decisión que podía tener consecuencias graves. Mientras varios Amigos hablaban y contribuían con lo que sabían sobre el asunto, yo escribía casi todo lo que decían en mi ordenador portátil. Se daban muchas buenas razones. El asunto se siguió discutiendo durante un buen momento. Tenía mucho texto en mi pantalla. Pero la reunión seguía dividida. Entonces uno de los Amigos pidió la palabra. Antes de hablar, estuvo silencioso un momento y sentí que se producía un cambio brusco en el espíritu de la reunión. Me pareció que la mano de Dios se ponía sobre este hombre y otorgaba autoridad a su mensaje. Estoy absolutamente segura de que los demás también sintieron ese cambio. Antes de que él empezara a hablar, dejé en blanco la pantalla del ordenador y me preparé para transcribir su mensaje. Antes de que empezara a hablar, sabía con certeza que lo guiaba el espíritu de Cristo.

Parecería que estoy hablando de una experiencia mística, y lo es. No puede ser controlada por normas sistemáticas, sino que depende totalmente de la gracia de Dios. Sin embargo, no es una experiencia imposible de realizar ni de otro mundo. Los Amigos tomamos todas nuestras decisiones de esta forma y no todas pasan por esa experiencia tan espectacular y memorable de la mano de Dios a la obra entre nosotros. Sin embargo, puedo decir que, hasta en cuestiones banales de trabajo, experimentamos los frutos del Espíritu como una consecuencia del amor que nos tenemos unos a otros y de nuestro común compromiso de obedecer la voluntad de Dios.

Dar testimonio de una experiencia de paz

Ante la posibilidad de que el CMI tome decisiones por consenso, he oído voces escépticas que se preguntan si ese sistema podría funcionar en un contexto ecuménico mundial. Yo estoy convencida de dos cosas.

En primer lugar, considero que no es viable ni aconsejable que el CMI adopte el modo de tomar decisiones de los cuáqueros, que he descrito más arriba, como una experiencia compartida de discernimiento espiritual. Las iglesias miembros del CMI son demasiado distintas en cuanto a su manera de entender la autoridad para afirmar que podemos compartir los presupuestos que permiten que el procedimiento de los cuáqueros tenga éxito.

Mi segunda convicción es que, si compartimos unos con otros formas nuevas de comportamiento y esperanzas, podemos crear el espacio que permita al Espíritu Santo actuar entre nosotros. Pienso que el amor entre nosotros aumentará cuando realicemos este cambio.

El deseo de reformar la manera de tomar decisiones en el Consejo es comparable a nuestro compromiso con el Decenio para Superar la Violencia. En ambos casos, estamos tratando de encarnar de manera más fiel el carisma cristiano de la reconciliación. No podemos esperar dar testimonio al mundo de un mensaje de paz si nuestra comunidad no tiene una vivencia de paz.

¿Se puede decir que el procedimiento que empleamos en el CMI está influido por la "lógica de confrontación de la guerra?" ¿Tenemos acaso la "tendencia a resolver un problema o un conflicto estableciendo el dominio de un bando sobre el otro? ... La solución pacífica de los conflictos sólo es posible si el modelo ganadores-perdedores se transforma en una dinámica en la que ambos bandos resultan victoriosos." Konrad Raiser, secretario general del CMI, pronunció estas palabras en referencia al Decenio para Superar la Violencia. Creo que son perfectamente aplicables a la propia forma de ser interna del Consejo. Ahora intentamos transformar esa forma de ser que hemos copiado del modelo político secular de ganadores y perdedores para adoptar el modelo bíblico cristiano del amor recíproco.

"Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos..." (1Tesalonicenses 3:12). Tales son los frutos del Espíritu y tales son los que espero como resultado del trabajo sobre toma de decisiones de la Comisión Especial.

Eden Grace, autora de este artículo, es miembro de la Sociedad Religiosa de los Amigos (cuáqueros) y miembro del Comité Central del CMI y de la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el CMI. Desempeña funciones en la Junta Directiva de la Junta Unida de los Amigos, organismo internacional de los cuáqueros, y fue una delegada de la juventud de la Junta Unida de los Amigos a la Asamblea de Harare. Trabaja en el Consejo de Iglesias de Massachusetts.

La toma de decisiones: del estilo parlamentario al consenso

Ejemplo de la Iglesia Unida de Australia

D'Arcy Wood

La Iglesia Unida de Australia se formó en 1977 al unirse tres denominaciones: congregacionalista, metodista y presbiteriana. Uno de los tres objetivos principales que figuran en la Constitución y el Reglamento de la Iglesia Unida fue el de que las responsabilidades estuvieran ampliamente repartidas entre los miembros, tanto laicos como ordenados.

El fundamento teológico en que se basó este objetivo fue la imagen de San Pablo del Cuerpo de Cristo con sus miembros y sus órganos, cada uno de los cuales tiene una función diferente en el Cuerpo. El Espíritu Santo otorga dones cómo y dónde lo desea a los miembros de las iglesias y corresponde a la iglesia reconocer esos dones y utilizarlos en los distintos ministerios.

En las Bases de Unión de la Iglesia Unida se afirma que "el gobierno" de la iglesia es una función que ejercen las personas y los consejos de acuerdo con los dones espirituales que han recibido. En términos históricos, se podría decir que la forma de gobierno de la Iglesia Unida se parece en gran medida al sistema presbiteriano, en el que los laicos participan en número por lo menos igual al del clero, en el plano nacional (la asamblea nacional), en el plano estatal (los sínodos), en las regiones (presbiterios) y en las comunidades locales (parroquias y congregaciones).

En la década de 1980, la Iglesia Unida emprendió esfuerzos deliberados para estimular a las mujeres y a los jóvenes a que asumieran un papel más importante en los consejos de la iglesia y a que se presentaran para ocupar cargos en los mismos. Estos esfuerzos tuvieron éxito en cierto sentido, aunque la principal barrera para la plena participación era la forma de conducir los debates y de tomar decisiones que la Iglesia Unida había heredado de sus antepasados. A veces se definen esas normas como de estilo "parlamentario" o "derivadas de Westminster".

Desde 1981 hasta 1983 me correspondió presidir el Sínodo de Australia del Sur y quedó claro para mí que las personas que habían tenido una larga experiencia en la iglesia y que estaban habituadas a sus procedimientos podían tener una enorme influencia en las decisiones del Sínodo. Por un lado, se podría decir que esto es, hasta cierto punto, inevitable. Por otro lado, también se podría decir que los dones de muchos miembros, especialmente de las mujeres y de los jóvenes, no eran debidamente tenidos en cuenta. Poco a poco se fue tomando conciencia de la necesidad de reformar ese procedimiento de toma de decisiones.

Los procedimientos de toma de decisiones son uniformes en toda la Iglesia Unida. Otras denominaciones en Australia tienen formas de gobierno con base sobre todo en las diócesis o los estados, pero la Iglesia Unida tiene un fuerte carácter nacional. Por lo tanto, la reforma de los procedimientos de toma de decisiones tenía que llevarse a cabo en el plano nacional. La Comisión Permanente de la Asamblea Nacional estableció un pequeño grupo de trabajo para que estudiara otros procedimientos. Me reuní con este grupo en una o dos ocasiones pero quienes hicieron la mayor parte del trabajo fueron la Dra. Jill Tabart -que después habría de ser presidenta nacional-, el Rev. Gregor Henderson -secretario general de la Asamblea Nacional- y el Rev. Hamish Christie-Johnston.

El nuevo sistema que finalmente se adoptó lleva el nombre de "método del consenso". El objetivo general es hacer participar la mayor cantidad posible de personas en la formulación de las decisiones de un consejo o de una reunión. Además, los nuevos procedimientos son menos rígidos.

Dos ejemplos ilustrarán estos cambios. En primer lugar, una persona puede hablar más de una vez en los debates sobre determinada propuesta. Es responsabilidad del presidente o de la presidenta garantizar que ninguna persona o grupo pequeño domine la discusión y excluya las otras voces. En segundo lugar, en la reunión es posible examinar una cuestión sin que se haya presentado al respecto "ante la presidencia" una propuesta por escrito. Existe un proceso por el cual la reunión avanza hacia la formulación (y modificación) de cualquier propuesta por acuerdo ("consenso").

La persona que ejerce la presidencia verifica con frecuencia la opinión de los miembros -a diferencia de un voto formal- a medida que la reunión se acerca a la toma de decisión. La última reunión de la Asamblea Nacional en la que se utilizaron los "viejos" procedimientos fue la de 1991, cuya presidencia ejercí yo. La siguiente, celebrada en 1994, empleó los nuevos procedimientos. Aproximadamente en la misma época, sínodos, presbiterios y consejos de parroquias -así como comisiones de diversas clases- pasaron a utilizar los nuevos procedimientos.

Diez años de experiencia con el método del consenso

Así pues, la Iglesia Unida tiene diez años de experiencia con el método del consenso. ¿Qué demuestra esta experiencia?

En primer lugar, el nuevo método necesitó "afinarse" para servir mejor a la iglesia. En segundo lugar, muy pocas personas -hasta donde yo sé- querrían volver a los viejos procedimientos. A pesar de las dificultades que surgen aquí y allí, los nuevos procedimientos funcionan: lograron los objetivos de flexibilidad y mayor participación que se formularon a finales de la década de 1980.

¿Han tenido también desventajas los nuevos procedimientos? Se podrpía decir que son más lentos que los viejos. Esto es una consecuencia de la necesidad de escuchar muchos puntos de vista y de estimular la mayor cantidad posible de personas a que contribuyan a la formulación de decisiones. Sin embargo, el enlentecimiento no ha sido tan grande como temían algunas personas. Al menos, esta es mi experiencia. Si bien ahora se escuchan más voces en el debate, hay menos necesidad de pasar tiempo en debates de procedimiento, por ejemplo "notificación de enmienda", "propuesta de que se examine la cuestión anterior", "moción de suspender la reunión", etcétera. También da mucha satisfacción el hecho de que el consejo o la reunión haya examinado debidamente todas las posibilidades para resolver cualquier cuestión planteada.

Otra desventaja -tal vez el término mas apropiado sería "peligro"- es la gran autoridad que se confiere a la persona que ejerce la presidencia de la reunión. El presidente/la presidenta tiene la responsabilidad de velar por que los debates sean ampliamente participativos y que en ellos se aborden todos los puntos de vista pertinentes. Debe además discernir el "espíritu de la reunión" que se va conformando y tratar de expresar de forma clara en qué consiste ese "espíritu". Esto requiere un grado elevado de pericia. Obviamente, la elección de la persona que ejercerá la presidencia es fundamental. También es importante preparar a las personas para esa tarea, especialmente si son nuevas en esa función. Por lo tanto, a principios de la década de 1990, se inició un proceso de formación no sólo para presidentes y presidentas sino para todos los integrantes de los consejos de la iglesia.

Debe añadirse que la influencia del presidente o la presidenta puede atenuarse mediante la formación de un comité asesor o de una comisión de trabajo encargada de asesorarlo/la antes y durante la reunión.

La experiencia de la Iglesia Unida ha ayudado a la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el CMI. Sin embargo, una organización ecuménica es obviamente muy diferente que una denominación. El CMI tendrá que elaborar normas adaptadas a su propia vida. La experiencia de la Iglesia Unida en materia de decisiones tomadas por consenso ha sido útil, pero es sólo un ejemplo de la manera cómo funcionan los procedimientos de consenso. La Comisión Especial ha acordado algunos principios generales de toma de decisiones por consenso. Corresponderá al Comité Central, si adopta las propuestas de la Comisión Especial, dar la forma práctica apropiada a esos principios. Espero que el Comité Central avance en esta dirección. Algunas de las dificultades que experimentan no sólo los participantes ortodoxos sino también otros participantes en el CMI podrán resolverse ciertamente por este medio.

El Rev. Dr. D'Arcy Wood es un pastor jubilado de la Iglesia Unida de Australia. De 1974 a 1988 fue profesor de Teología Sistemática y Liturgia en Adelaide. Fue moderador del Sínodo de Australia del Sur de 1981 a 1983 y presidente de la Asamblea Nacional de 1991 a 1994. El Dr. Wood fue miembro del personal del Consejo Australiano de Iglesias de 1969 a 1973 y presidente de dicho organismo de 1984 a 1988.

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