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Photo: Georgetown University

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Por Marcelo Schneider*

Entrevista del CMI con Katherine Marshall, investigadora principal del Centro Berkley para la Religión, la Paz y los Asuntos Mundiales, y profesora de práctica en materia de desarrollo, conflictos y religión en la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown.

Usted ha participado en recientes debates sobre el papel de las religiones en la respuesta a la crisis de la COVID-19. ¿Podría compartir con nosotros algunas de las cuestiones principales que se ponen sobre la mesa en tales discusiones?

K. Marshall: Hay tres cuestiones que destacan tanto en la cobertura mediática como en la información que nos llega de colegas y contactos en diferentes regiones del mundo (el repositorio que actualizamos constantemente recoge gran parte de esta información). En primer lugar, con la recomendación principal de salud pública y las distintas regulaciones nacionales que requieren el distanciamiento físico, la cuestión de cómo se reúnen las comunidades religiosas es una preocupación importante. En segundo lugar, el papel central de la religión en el consuelo espiritual, el cuidado pastoral y el dar sentido a todo esto es una gran preocupación. Y, en tercer lugar, el arduo y desigual impacto de la crisis (sanitaria y económica) en las personas y comunidades vulnerables pone el desafío de la “preferencia por los pobres” en el centro de estos debates. Las comunidades suelen centrarse en las personas que están cerca de ellas, pero hay dos cuestiones adicionales que son motivo de gran preocupación: por un lado, las repercusiones de los altercados que se producen en los conflictos actuales y potenciales, que van desde la violencia doméstica hasta la difícil situación de las guerras y los refugiados; por otra parte, la movilización de recursos para permitir a los países hacer frente a la situación ha vuelto a traer la cuestión del alivio de la deuda al centro de los debates y, por supuesto, existe una larga historia de compromiso religioso en torno a la misma.

¿Cómo valora las distintas respuestas teológicas al virus que se han ofrecido hasta ahora? Discursos como, por ejemplo, los que describen la COVID-19 como un castigo divino parecen hacerse eco en algunos contextos específicos.

K. Marshall: Los teólogos podrán responder mejor a esta pregunta: mi atención se centra más en la “religión vivida” y en el impacto de las instituciones y comunidades religiosas. En el  ámbito más amplio, las respuestas a la pandemia replantean antiguas preguntas sobre las relaciones entre la religión y la ciencia. Pero también apuntan al núcleo de una cuestión muy fundamental de nuestros tiempos, que es una cuestión de confianza: confianza en las instituciones y en los líderes. Muchos confían más en los líderes religiosos y en sus colegas que en otros grupos, por lo que los mensajes de los líderes religiosos en estos tiempos de crisis extraordinaria tienen una importancia también extraordinaria.

Las iglesias tienen una gran influencia en la sociedad, ya que cuentan con recursos tangibles e intangibles, prácticas y estructuras, espacios y liderazgo religioso para contribuir a la difusión responsable de datos e información relevante y veraz sobre la COVID-19. ¿Ve usted a las iglesias como actores estratégicos en la lucha contra la pandemia? ¿De qué manera?

K. Marshall: Sí, definitivamente. Las dos dimensiones que deberían ser evidentes para cualquier responsable de la formulación de políticas o cualquier observador sensato son la importancia de las creencias y las comunidades religiosas para las personas de todo el mundo y el amplio alcance y presencia de las comunidades e instituciones involucradas. La segunda es la tradición profundamente arraigada de atención a los vulnerables que es fundamental para las enseñanzas y el ejemplo religiosos. Además, la importante presencia de centros de salud de propiedad y gestión religiosas en muchos países y los vínculos entre la consolidación de la paz y la sanación de los traumas son de vital importancia ahora y lo serán aún más en el futuro.

¿Cómo pueden enmarcarse en términos teológicos (constructivos) los mensajes de salud pública de “quédese en casa”, “use mascarilla”, “mantenga el distanciamiento social”?

K. Marshall: Ciertamente, existen muchos vínculos, por ejemplo, entre el cuidado de los demás y el enfoque en la sanación, el agua y la limpieza, etc. Lo que ha surgido muy claramente es que, si bien los dirigentes religiosos pueden tener y tienen grandes dotes y recursos para transmitir mensajes, quieren y necesitan contribuir a la manera en que se formulan y adaptarlos a sus propias teologías. Observo cierta tensión entre la necesidad de mensajes de salud pública sencillos y claros que puedan difundirse ampliamente y ser fácilmente entendidos (como el de quedarse en casa) y las realidades más complejas y sutiles a las que se enfrentan las diferentes personas. Hay que tomar decisiones, y los mensajes sencillos no siempre son aplicables. Por ejemplo, el personal sanitario y los pastores pueden optar por no quedarse en casa, ya que se les necesita en otro lugar. En los lugares en los que los mensajes sencillos simplemente no funcionan, existe la necesidad de adaptarse a las realidades de la gente. Los actores religiosos suelen estar bien posicionados para hacerlo.

En su opinión, ¿cuál es el papel de las organizaciones eclesiásticas internacionales como el Consejo Mundial de Iglesias en esta crisis?

K. Marshall: Las organizaciones internacionales relacionadas con la iglesia tienen un papel fundamental que desempeñar. Desempeñan un papel importante en los dos primeros imperativos críticos a los que se enfrentan las comunidades de todo el mundo: prestar atención sanitaria, directa e indirectamente, y ayudar a persuadir a las comunidades de los méritos de la ciencia sobre los que reposa la salud pública para que la enfermedad se pueda controlar y se pueda hacer frente también a las consecuencias sociales y económicas del confinamiento, así como al desempleo y al sufrimiento que se derivan del mismo. Yendo un paso más allá, tienen un papel potencial importante en la gestión de los legados negativos
que conllevan tensiones y conflictos (papel de construcción de la paz). Por otra parte, muchas personas aspiran a una “reorientación” de muchas dimensiones de la vida moderna que vaya hacia un mayor enfoque en el bienestar y la justicia social. Con la cruda revelación del impacto de las desigualdades en esta era de la COVID-19, así como de los vínculos entre las cinco áreas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: las personas, el planeta, la paz, la prosperidad y las alianzas, el CMI y otros organismos mundiales y locales pueden inspirar, marcar objetivos, dar testimonio de lo que es posible, e incluso dar forma a los tipos de reestructuración política, económica, social y espiritual que todos esperamos ver hechos realidad.

Cómo afrontar el coronavirus - Página principal del CMI

* Marcelo Schneider es responsable de comunicación del Consejo Mundial de Iglesias.