Véase CMI Crónica, Feat-02-03, del 15 de mayo de 2002

Véase CMI Crónica, Feat-02-04, del 16 de mayo 2002

La Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), cuyo pleno se reunió en noviembre de 2001 en Berekfürdö (Hungría), subrayó "que era necesario elaborar directrices teológicas y prácticas cuidadosamente elaboradas para la oración en común".

En el primer plano del debate está la cuestión del culto ecuménico interconfesional, o sea las celebraciones de culto con ocasión de reuniones ecuménicas en las que participan diversas tradiciones. Para muchísimas personas es un elemento irrenunciable de la vida litúrgica y espiritual ecuménica; para otros, al contrario, provoca un sentimiento de alienación o es incluso un agravio.

"Los cristianos ortodoxos debemos hacer frente a la cuestión de si los cánones nos autorizan a orar junto con no ortodoxos. Una vez zanjada esa cuestión -a la que distintas personas dan distintas respuestas- tenemos que preguntarnos en qué medida el culto interconfesional nos parece algo enteramente extraño a nuestra tradición", escribe en su contribución Peter Bouteneff, de la Iglesia Ortodoxa de los Estados Unidos de América. Bouteneff describe su propia evolución interior, que le llevó finalmente a repensar su posición original.

Lo mismo que para Bouteneff también para el obispo Rolf Koppe, de la Iglesia Evangélica de Alemania (EKD), "el hecho de que no poder ir al encuentro unos de otros con alegría y libertad y de reunirnos simplemente, como hijos de Dios, para orar ante nuestro Padre, es y sigue siendo una herida abierta en el cuerpo de Cristo."

¿Cómo, entonces, hemos de orar juntos en el futuro? El Padre K. M. George, de la Iglesia Ortodoxa Siria de Malankara (India) hace una serie de propuestas concretas para tratar de avanzar en el debate sobre las directrices para una oración común.

Actúa así en la misma dirección que Peter Bouteneff, quien al final de su contribución llega a la conclusión optimista de que la labor de la Comisión Especial "ya nos ha llevado a algunos a repensar ciertas convicciones inveteradas, a profundizar las cuestiones y a buscar soluciones que podrían mejorar la situación a largo plazo."

La celebración confesional e interconfesional: un debate personal

Peter Bouteneff

Cuando cristianos de diferentes tradiciones se reúnen para orar juntos, las emociones aparecen en escena. No puede ser de otro modo. Orar es propio de la naturaleza humana, y está bien que los cristianos deseen orar juntos. También es natural dar importancia a la manera de orar, porque la oración emana de nuestro ser más profundo y lo influye. Probablemente es bastante fácil reunir a cristianos de una misma tradición, de una misma nacionalidad y de un mismo idioma para orar juntos. Pero cuanto mayor es la diversidad más difícil puede ser la tarea.

Los problemas pueden tener aspectos positivos y negativos. En ocasiones he vivido la celebración del culto en contextos ecuménicos como una experiencia conmovedora, inspiradora y de alabanza a Dios. También he conocido ejemplos menos felices, como cuando la celebración ecuménica se desvía de su objetivo y pasa a ser una declaración política, o cuando su afán de diversidad y de apertura linda con lo absurdo, o incluso con el sincretismo.

Como miembro de toda la vida de la Iglesia Ortodoxa, como observador y participante durante un decenio en reuniones ecuménicas, y como antiguo miembro del personal del CMI y de sus comités de culto, me propongo reflexionar aquí sobre estas cuestiones de forma a la vez objetiva y subjetiva.

La celebración interconfesional: una empresa librada al azar

La celebración ecuménica, o más exactamente el culto interconfesional, es por su naturaleza una cuestión de dar o no dar en el clavo, y ello por varias razones. Parte de lo que hacemos al reunir a cristianos de diversos orígenes para orar consiste en celebrar el hecho mismo de reunirnos. A veces lo hacemos inspirándonos en diversas fuentes, procedentes de todas las confesiones y las tradiciones. El problema está en la dificultad de garantizar al mismo tiempo la diversidad y la coherencia interna de un servicio de oración. Los resultados pueden aparecer a veces como un eclecticismo que tiene su fin en sí mismo.

Las celebraciones interconfesionales suelen ser preparadas por comités especiales más bien que seguir una determinada tradición. Este hecho contribuye tanto a la diversidad, a la apropiación común, a la originalidad como al peligro de incoherencia, a la superficialidad, al afán de novedad de la vida cultual de una reunión ecuménica.

La propia índole de estos problemas ha suscitado algunas objeciones básicas a la forma en que el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) orienta el culto en sus reuniones. Estas objeciones fueron formuladas en el seno de diversas tradiciones. Pero los participantes ortodoxos han expresado esas preocupaciones desde el principio, y de forma más o menos sistemática. Los cristianos ortodoxos debemos hacer frente a la cuestión de si los cánones nos autorizan a orar junto con no ortodoxos. Una vez zanjada esa cuestión -a la que distintas personas dan distintas respuestas- tenemos que preguntarnos en qué medida el culto interconfesional nos parece algo enteramente extraño a nuestra tradición.

Cuando expresamos esta desazón con ciertos aspectos de la vida cultual del CMI, a menudo se nos dice que todo el mundo se siente descontento. Se trata de algo nuevo por naturaleza, y también de algo ecléctico. Se nos dice que este hecho mismo es una garantía de que inevitablemente habrá elementos que parezcan extraños a cada cual. Pero realmente esto no es verdad. Hay muchísimos ecumenistas que no sólo se sienten a gusto con la forma que suele adoptar el culto ecuménico interconfesional, sino que viven de ese culto. Dicen que si el CMI decidiera algún día adoptar una forma de culto y oración común en la que se perdiera la variedad, la novedad y el eclecticismo, ellos optarían simplemente por marcharse. Así pues, la dinámica actual radica en mantener la vida cultual de las reuniones ecuménicas tal como es: preservando su carácter esencialmente interconfesional.

La alternativa más corrientemente propuesta por los ortodoxos y por otros grupos de cristianos de tendencias similares es estructurar el culto en contextos ecuménicos siguiendo líneas confesionales: que el "culto interconfesional" dé paso al "culto confesional". Basta de ensalada de frutas: gocemos de cada fruta por turno. Demos cabida a las diferentes tradiciones, cada una de las cuales tiene una forma de culto coherente con sus propios dones y su integridad.

Hablando ahora subjetivamente, mis pensamientos sobre esta cuestión han evolucionado con los años.

Por y contra de la celebración interconfesional

Mis objeciones a la celebración interconfesional se han apoyado en los siguientes puntos:

En mi tradición (ortodoxa) la oración colectiva no se compone para la ocasión; tiene una forma fija. Saber dónde uno está y adonde uno va en cada momento de un servicio de culto forma parte integrante de nuestra espiritualidad: es ese arraigo que libera el espíritu a fin de poder orar de manera siempre renovada. Y como nuestras oraciones se basan también en la teología, a menudo muy explícitamente (lo que oramos es lo que creemos, y viceversa), esta posibilidad de prever que caracteriza a nuestros servicios de oración es para nosotros algo vital.

La celebración "ecuménica" o interconfesional es por naturaleza una empresa artificial. Se trata de colocar codo a codo oraciones y ritos que no se concibieron para estar juntos. El resultado puede ser brillante. Pero en el peor de los casos puede ser un popurrí abigarrado en el que arrojamos cosas arbitrariamente, mientras nos congratulamos por nuestra capacidad de apertura a todos, nuestra apertura de espíritu y nuestra postmodernidad.

Además, la oración ecuménica ha empezado a ser en sí misma una tradición, y una vez que el CMI tiene una tradición de oración ecuménica, una tradición de culto, corre el riesgo de comportarse como una "iglesia ecuménica", lo que es totalmente contrario a las sensibilidades de muchas de sus tradiciones constituyentes, en particular la ortodoxa.

Por lo que respecta a las "celebraciones confesionales" podrían ser una manera esencial de "dar paso" a las tradiciones de cada cual. Permiten que las oraciones respiren en el contexto en que se originaron. Tienden a garantizar una integridad, una evolución constante y una sensibilidad coherente que han resistido la prueba del tiempo en un contexto particular. Es además una de las mejores maneras de compartir unos con otros nuestra vida y tradición cristianas. Y por último, si oramos "confesionalmente" en una reunión ecuménica -una mañana en un servicio luterano, una mañana en maitines ortodoxos, una mañana como lo hacen los bautistas- podremos evitar los excesos, el sincretismo y la politización que pueden surgir en la celebración ecuménica.

Estos fueron los argumentos que me llevaron a abogar por el culto confesional como una norma en reuniones ecuménicas. Muchas de estas inquietudes siguen siendo válidas e incluso vitales. Pero la experiencia -y algunas personas muy perspicaces y reflexivas- me han ayudado a plantear algunas cuestiones importantes y a ponderar las impresiones anteriores.

Por ejemplo, la celebración confesional en el marco de reuniones ecuménicas puede ser tan artificial como el culto "ecuménico". Montar un servicio de maitines ortodoxo, o una reunión cuáquera, podría resultar precisamente eso: un montaje, como un espectáculo teatral, que no predispone, en modo alguno, a la oración. ¿Y quién puede decir que tales experiencias serían menos insólitas, menos ajenas para los participantes? Hay además cuestiones como estas: ¿Quién decide lo que constituye la integridad confesional? ¿Quién decide lo que constituye una "tradición"?

Añádase que, si dedicamos un culto matutino a tal o cual tradición, no podemos imponer restricciones sobre el contenido teológico o espiritual de sus oraciones y sus ritos. Dentro de un servicio de culto ecuménico preparado por un grupo de personas, los ortodoxos, junto con otros representantes teológicamente conservadores, rechazarían por ejemplo la inclusión de oraciones que designaran a Dios como "Madre", o palabras de introducción que se dirigieran a los cristianos reunidos como la "Iglesia Universal". Pero si las convicciones que dan lugar a tales formulaciones forman parte de la tradición confesional encargada de un servicio de oración, ¿sería posible o razonable censurarlas?

Las celebraciones interconfesionales: "oración de los cristianos divididos"

Estas cuestiones me han hecho comprender con creciente evidencia que el problema de oficiar nuestros servicios de oración en común no puede tener soluciones sencillas. Y lo que es más importante, he visto claro que la cuestión no radica en estructurar el culto en un marco ecuménico según una perspectiva exclusivamente "confesional" o "interconfesional". Se trata más bien de ser tan claro como sea posible en lo que estamos haciendo. Si se está celebrando un culto interconfesional, no debería darse a entender que es el culto de una iglesia ecuménica: es la oración de los cristianos divididos o de los cuerpos divididos de los cristianos. Si se está celebrando el culto de una determinada tradición confesional, será necesario llamarla por su nombre.

Aparte de esta deseable claridad, podría haber muchos tipos de directrices útiles. Por ejemplo, el culto en reuniones ecuménicas debería dirigirse a Dios; como dice la base del CMI, a "Jesucristo como Dios y Salvador ... para gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo." Además, tanto por lo que respecta a la teología como por lo que atañe a todas las demás dimensiones, los servicios de oración en común deberían poner el máximo cuidado en no ofender a los que se reúnen para orar. Por último, sean confesionales o interconfesionales, en los servicios de oración se debería evitar lo que es artificial y lograr una integridad, una congruencia interna y una armonía.

La Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el CMI está formulando recomendaciones sobre una amplia gama de cuestiones, entre ellas la vida cultual del Consejo. Si pudiera presentar algunas directrices universalmente aceptables a ese respecto, aportaría una contribución sumamente útil al conjunto del Movimiento Ecuménico. Pero la Comisión Especial ya nos ha llevado a algunos a repensar ciertas convicciones inveteradas, a profundizar las cuestiones y a buscar soluciones que podrían mejorar la situación a largo plazo.

El autor, Dr. Peter Bouteneff, fue miembro del personal del equipo de Fe y Constitución del CMI durante cinco años, y actualmente enseña teología sistemática y espiritualidad en el Seminario de Teología Ortodoxa de San Vladimir, en Crestwood, Nueva York. Ha seguido la labor de la Comisión Especial como consultor.

La cuestión del culto ecuménico: una herida abierta en el cuerpo de Cristo

Rolf Koppe

El informe provisional de la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias, presentado en el Comité Central reunido en Potsdam (Alemania), en enero de 2001, recibió una acogida general favorable. Los delegados tuvieron la impresión de que los 60 miembros de la Comisión habían atravesado un proceso de aprendizaje recíproco y habían podido entenderse sobre toda una serie de problemas.

Pero también se observó que todavía no se había revocado la decisión tomada por los ortodoxos, en una conferencia en Tesalónica, antes de la Asamblea General del CMI, de no participar en celebraciones cultuales ecuménicas, y que la cuestión teológica que esa decisión implicaba requería más amplias aclaraciones. Como dijo después el grupo directivo, "Si no podemos orar juntos, no podemos permanecer juntos". ¿Por qué, pues, hemos de reflexionar tan intensamente sobre lo que implica ser miembros, las cuestiones de procedimiento y las modalidades de toma de decisiones, si en el fondo queda sin respuesta la cuestión espiritual de por qué nos reunimos, como iglesias ortodoxas y protestantes, en un Consejo de Iglesias? Después del 11 de septiembre de 2001, judíos, cristianos y musulmanes han podido participar en celebraciones interreligiosas en Nueva York, en Bruselas o en Asís, y dirigir a Dios sus oraciones, sucesiva o conjuntamente; pero todavía hoy no está claro si los cristianos pueden orar juntos al Dios uno y trino, en cuyo nombre están bautizados, en cuyo nombre celebran servicios de culto y en cuyo nombre piden el advenimiento del Reino de Dios.

Por incomprensible que parezca para el observador exterior, las diferencias doctrinales sobre la naturaleza y la misión de la Iglesia no son en modo alguno, para quien conoce la tradición y la situación actual, una cuestión secundaria, sino fundamental.

A lo largo de la historia de la Iglesia y de las iglesias este debate ha ocasionado divisiones dentro de la Iglesia desde los concilios de los primeros siglos, y más tarde entre las iglesias de Oriente y Occidente. A las iglesias protestantes, surgidas a partir del siglo XVI, no les conciernen directamente las condenas de antaño; pero tampoco quedan excluidas de ellas, a pesar de que reivindiquen un retorno a la Iglesia primitiva y a la tradición bíblica.

Hay ciertamente una praxis eclesial, gracias a la cercanía espiritual y al acercamiento mediante el diálogo teológico, que hace posible celebrar cultos juntos y orar juntos de manera casi espontánea Sin embargo, cuando se plantea la cuestión estrictamente, se comprueba que esta práctica, resultado de la convivencia, no tiene fundamento alguno en la teología de la liturgia ni, en especial, en la de los ministerios. Cabe observar que no todos los representantes ortodoxos comparten esta interpretación estricta, por lo que es de esperar que se encuentre salida a esta vía muerta teológica. Pero también por parte de los protestantes se oyen voces, entre ellas la mía, que se preguntan cuánto tiempo tiene que durar todavía el proceso de clarificación. ¿No sería más honesto reconocer que no podemos resolver esta cuestión central de la teología, y separarnos nuevamente después de haber caminado juntos 50 años, para encontrarnos de nuevo amistosamente, por ejemplo en una alianza mundial ortodoxa y en una alianza mundial protestante?

Por otra parte, muchos no han renunciado a la esperanza de que podamos por lo menos reunirnos en un celebración "laica", es decir en una forma reconocida por todas las confesiones y en la que la iglesia no esté representada por sus ministros ordenados, sino por representantes del pueblo de Dios, hombres y mujeres, reunidos para rendir culto a Dios con oraciones y cánticos de alabanza.

Cualesquiera que sean las propuestas que la Comisión Especial, al cabo de tres años de consultas, presente sobre esta cuestión al Comité Central en agosto, el hecho de que no poder ir al encuentro unos de otros con alegría y libertad y de reunirnos simplemente, como hijos de Dios, para orar ante nuestro Padre de todos, es y sigue siendo una herida abierta en el cuerpo de Cristo.

El autor, obispo Dr. Rolf Koppe, es desde 1993 jefe del Departamento de "Ecumenismo y ministerio en el extranjero" de la Iglesia Evangélica de Alemania (EDK). De 1984 a 1988 fue encargado de prensa de la EKD y asesor de publicaciones en la secretaría de la EDK, y finalmente superintendente regional del distrito de Göttingen de la Iglesia de Hannover. Es comoderador de la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el CMI.

¿Cómo orar juntos?

Algunos comentarios relativos a las "directrices para la oración común"

K. M. George

La celebración y la oración

Es sin duda útil hacer una distinción entre "celebración" y "oración", como se propuso en la reunión de El Cairo de la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) celebrada en noviembre de 2000, ya que estas palabras se usan a veces en la práctica como si fueran intercambiables. También podría ser útil establecer una diferencia entre celebración sacramental y oración común.

La tradición ortodoxa hace algunas distinciones fundamentales en relación con la "oración". Distingue entre la liturgia o la celebración sacramental, la Oración canónica de las Horas, y la oración personal y las prácticas devocionales. Un ejemplo de lo primero es la celebración comunitaria de la Santa Eucaristía. Otras celebraciones sacramentales derivan su significado de la Eucaristía. Y ejemplo de lo segundo son las oraciones matutinas y vespertinas que se celebran en las iglesias parroquiales, los monasterios y los seminarios. En algunos lugares, se utilizan formas abreviadas en las oraciones familiares. La oración personal y las prácticas devocionales pueden inspirarse en una gran variedad de oraciones canónicas, escritos espirituales de los Padres y diversas prácticas como, por ejemplo, la "Oración de Jesús".

En el "marco ecuménico" actual puede establecerse una cierta aproximación entre la oración común y la Oración canónica de las Horas porque

  • la oración de las Horas no es "sacramental" en el sentido técnico del término (en un sentido teológico, sacramento tiene un ámbito de significación mucho más amplio);

La oración ecuménica

Para nuestras iglesias, la oración ecuménica es algo relativamente nuevo. La idea surgió probablemente con la creación del CMI. En el mundo material, nuestras iglesias han sabido aceptar las novedades tecnológicas, desde los micrófonos hasta Internet, para comunicar el Evangelio. Pero, ¿cómo abordamos una cuestión espiritual nueva en relación con nuestro objetivo último de unidad visible?

La respuesta es que podemos hacer frente al "nuevo" desafío de la oración común basándonos en los principios del saber litúrgico recibidos de la tradición cristiana. Desde una perspectiva ortodoxa, he aquí los elementos que considero fundamentales en cualquier oración común:

  • la doxología o glorificación del misterio trinitario del "Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios verdadero"

Los símbolos

Los símbolos son fundamentales en cualquier oración o celebración, ya que las palabras sólo comunican de forma parcial y poco satisfactoria. Una cruz, velas, incienso, vestiduras, colores son los símbolos tradicionales de la oración común.

La sobriedad y la aceptación general deberían ser los principios rectores. Por ejemplo, la cruz es un símbolo inigualado para comunicar el misterio de la encarnación de Dios y nuestra salvación. Los libros litúrgicos suelen llamarla "el árbol" y nos dicen que "Jesús fue colgado de un árbol". De la naturaleza creada al árbol de la vida, de la escalera de Jacob al axis mundi, este árbol-cruz singular simboliza las dimensiones personales y cósmicas de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación. Supongamos que algunos entusiastas de la ecología y el cosmos, no haciendo caso de este símbolo tradicional de la cruz, arrancan un árbol joven de raíz y lo llevan a la capilla para una celebración (como ha ocurrido en algunos lugares). Esto violaría los principios de la ecología, la sobriedad y la aceptación general y molestaría a mucha gente. Ahora bien, deberíamos estar abiertos a nuevos símbolos ya que nuestros contextos están cambiando constantemente.

La oración común por excelencia

La oración común por excelencia no es otra que el Padrenuestro. La belleza y la universalidad de esta oración, que enseñó Cristo, no tienen parangón. He visto hindúes y musulmanes diciendo esta oración junto con cristianos, sin que necesariamente suscribieran las doctrinas cristianas. ¿Tienen los cristianos derecho a excluirlos de la oración que nuestro Señor dio a la humanidad?

Ilustra además el principio de que la oración cristiana es para todos y en nombre de todos. Una iglesia que ora "con el sol, la luna y las estrellas, con la tierra y los océanos, con los ángeles y los arcángeles, con los serafines y los querubines..." (Liturgia Siriaca de Santiago) no podría orar excluyendo a otros.

Toda preparación de una oración común debería basarse en la oración dominical. También debemos estar atentos a ciertos grupos que aprovechan las ocasiones de oración ecuménica para promover para sus programas sectarios. Este tipo de manipulación podría provocar una reacción muy negativa en algunos círculos en relación con la oración común.

El padre Kondothra M. George es profesor del Seminario Teológico de Kottayam, Kerala (India). Es sacerdote ordenado de la Iglesia Ortodoxa Siria de Malankara de Kottoyam. Fue miembro del cuerpo de profesores del Instituto Ecuménico de Bossey, en las proximidades de Ginebra, de 1989 a 1994, y es miembro del Comité Central del CMI desde 1998 así como moderador del Comité de Programa del Comité Central del CMI.

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