Por Juan Michel (*)

¿Por qué un número alarmante de agricultores indios se han quitado la vida en los últimos años? ¿Por qué la gente de la comarca rural de Jang Seong, cerca de Kwangju, en la República de Corea (Corea del Sur), está dedicándose a la agricultura ecológica? ¿Por qué trabajan recuperando semillas autóctonas organizaciones brasileñas respaldadas por las iglesias? La respuesta a estas preguntas tiene mucho que ver con el impacto de la globalización económica en la agricultura, donde dos modelos están atrapados hoy día en una lucha a vida o muerte.

En el caso de la India, la historia comienza con la introducción, hace unos quince años, de semillas de algodón modificadas genéticamente. Como el gobierno subvencionaba la producción de algodón, las grandes ganancias impulsaron a los agricultores a cambiar al monocultivo. Posteriormente, estos campesinos solicitaron préstamos para arrendar más terreno que cultivar, y con el tiempo, dejaron de sembrar cultivos alimentarios.

Todos parecían felices hasta que el mercado se vino abajo, los precios cayeron, los agricultores no pudieron devolver sus préstamos y los bancos expropiaron el terreno. Y ocurrió que, primero fueron algunos y luego muchos los agricultores que se suicidaron. Según las cifras oficiales, entre 1993 y 2005 el número de quienes acabaron con su vida alcanzó los 100.000.

"Ha sido una trampa mortal", afirma William Stanley, un activista social de la India que trabaja con la Iglesia Luterana y organizaciones de la sociedad civil. "Los agricultores pasaron de ricos a pobres en una década. Muchos no pudieron soportar perder su dignidad".

Stanley se dirigía con estas palabras a los participantes de un taller sobre "Agricultura que da la vida". Patrocinado por una coalición de organizaciones ecuménicas lideradas por el Consejo Mundial de Iglesias, este taller se celebró en el marco del Foro Social Mundial del 20 al 25 de enero en Nairobi, Kenya.

En el mismo taller, Seong-Won Park, un teólogo de la República de Corea, habló a los participantes del número creciente de sus conciudadanos que optan por un estilo de vida diferente.

En un país llamativamente moderno, urbano, industrial y avanzado tecnológicamente, que es para muchos un ejemplo de desarrollo exitoso, algunas personas vuelven a un estilo de vida ecológico. "Aunque no son muchos, cierto número de surcoreanos están cansados del estilo de vida predominante y están dispuestos a abandonar los privilegios que éste conlleva", informó Park.

El mismo Park se ha comprometido con la agricultura ecológica en el Seminario Teológico Young Nam, donde imparte clases y anima a los estudiantes a que enfoquen su futuro ministerio desde un punto de vista ecológico. En casa, Park tiene su propio huerto para la familia. Para que eso ocurriera, tuvo que aprender de agricultores experimentados y comerció directamente con ellos.

La experiencia personal de Park resuena en un movimiento más amplio de la República de Corea. En la comarca rural de Jang Seong, cerca de Kwangju, una iglesia local ha desempeñado un papel fundamental en la promoción de la agricultura ecológica y un sistema de comercio directo entre productores y consumidores. Tras quince años de conflicto, la iglesia, organizaciones de la sociedad civil y el gobierno local trabajan finalmente juntos dentro del marco de un "foro por una visión diferente" que promueve la agricultura ecológica y los mercados tradicionales de agricultores locales.

Más que simples semillas

Independientemente del tipo de agricultura que practiques, siempre necesitarás sembrar semillas. Parece sencillo a primera vista: las semillas son semillas, ¿verdad? Bien, pues no. Los dos modelos de agricultura -la orgánica, de la que Park y otros dirían "que da la vida", y el modelo dominante actual impulsado por las empresas y orientado al mercado- precisan y utilizan diferentes tipos de semillas.

Por ello, en el Brasil y otros lugares, las personas y organizaciones que participan en la práctica y promoción de la agricultura ecológica también luchan por recuperar y proteger la enorme variedad de semillas autóctonas amenazadas por la imposición de semillas híbridas y transgénicas vendidas por las compañías agrotécnicas.

"Hoy día, se utilizan las semillas como instrumentos de poder y dominación", dice Nancy Cardoso, una teóloga brasileña. Según ella, "la manipulación, el control, la concentración y la comercialización tecnológicas de las semillas a manos de un pequeño grupo de enormes empresas capitalistas están poniendo en peligro a la humanidad y a la naturaleza".

Para Cardoso, las semillas son más que "simples semillas" y su cultivo y manipulación es más que una simple actividad económica. En su opinión, las semillas no son sólo material sino también estructuras simbólicas. "Códigos, sistemas de información: las semillas son rutas vivas, senderos de la antigüedad e itinerarios de lo contemporáneo; son, de igual manera, la vía de acceso a posibilidades que aún desconocemos", alega.

Por tanto, la manera en que se cultivan y utilizan las semillas no es una mera actividad mecánica, sino una expresión de las relaciones sociales que unen a la naturaleza y la economía, a la política y la ecología. Para Cardoso, todo esto aporta una dimensión teológica a la lucha por recuperar y proteger la diversidad de semillas autóctonas: una tarea apremiante que tiene por objeto preservar la vida garantizando la autonomía y seguridad alimentarias.

La búsqueda conjunta de alternativas

La lucha de las semillas es sólo una parte del empeño de promover una agricultura que da la vida. Un número creciente de organizaciones y personas se han unido en torno a este modelo, que comparan con el modelo agrícola dominante. El concepto ha sido desarrollado dentro del marco de la Coalición Ecuménica de Alternativas a la Globalización que en abril de 2005 celebró su primer "Foro sobre agricultura que da la vida" en Wonju, República de Corea, y abogó por este modelo como una alternativa necesaria frente a la agricultura "que destruye la vida".

El foro criticó el modelo dominante actual como un tipo de agricultura de gran densidad de capital y monocultivo, orientada a la exportación y con fines predominantemente lucrativos. Park, quien participó en el foro, afirma que este modelo "obliga a los agricultores a utilizar semillas modificadas genéticamente, pesticidas, fertilizantes químicos y la automatización, lo que conduce a la degradación del suelo, la pérdida de biodiversidad y la concentración de la tierra en manos de unos pocos".

En cambio, el modelo de la agricultura que da la vida, centrado en la agricultura ecológica, se presenta como "socialmente justo, inocuo para el medio ambiente y viable económicamente" en palabras de Lucy Ngatia, una licenciada en ecología por la Universidad de Nairobi. En África, la agricultura ecológica hace crecer en realidad los niveles de producción de los agricultores, mitigando de este modo la pobreza mientras aumenta la seguridad alimentaria, explicó Ngatia a los participantes del taller sobre agricultura que da la vida.

"El sembrador salió a sembrar su semilla" cuenta la parábola (Lucas 8:5). Parece sencillo, pero no lo es. Nunca lo ha sido. Sin embargo, quienes promueven la agricultura que da la vida dirían que la experiencia demuestra que es posible oponer resistencia al modelo dominante siempre que todos los miembros de una comunidad se unan en la búsqueda de alternativas.

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(*) Juan Michel es el encargado de relaciones con los medios de información del CMI y miembro de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, en Buenos Aires, Argentina.

Fotos de la participación ecuménica en el Foro Social Mundial de 2007 están disponibles