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Foto: Odair Pedroso Mateus/CMI

Foto: Odair Pedroso Mateus/CMI

 

*Por Odair Pedroso Mateus

Si al entrar en la capilla de madera oscura de la comunidad monástica de Grandchamp, una aldea cerca del lago de Neuchâtel (Suiza), no se mira atentamente hacia la derecha, es posible no ver el grito del Cristo torturado en la cruz, tallado por el artista brasileño Guido Rocha, encarcelado y torturado por las dictaduras militares en Brasil y luego en Chile.

Al meditar sobre los inquietantes “Cristos torturados” de este artista, Hans-Ruedi Weber observó en su libro On a Friday Noon: Meditations under the Cross (Un viernes al mediodía: Meditaciones bajo la cruz) que Guido Rocha, mientras padecía un cruel sufrimiento, se dio cuenta de que el grito de Jesús en la cruz se había convertido para él en “una gran promesa: ahí estaba un hombre que había pasado por el más profundo sufrimiento y, a pesar de ello, seguía siendo plenamente humano, cumplía su misión de amor, entregándose a los demás, hasta la hora suprema de la verdad”.

El grito del Cristo torturado de Grandchamp no se encuentra en la capilla de la comunidad por casualidad. En una época en que las denominaciones evangélicas brasileñas optaron por permanecer en silencio frente a las violaciones de derechos humanos en el país, Guido Rocha, entonces exiliado en Ginebra, encontró apoyo en Grandchamp y, a modo de agradecimiento, regaló a la comunidad una versión de la crucifixión de su “grito”.

Foto: Odair Pedroso Mateus/CMI

Rocha no fue el único en encontrar refugio. Grandchamp acogió asimismo a la fallecida poeta y teóloga guatemalteca Julia Esquivel, también perseguida en su país y que acuñó la expresión “amenazados de resurrección”.

Cuando nuestro grupo Roma-Ginebra se unió a las hermanas de Grandchamp para la liturgia de las horas, durante los recientes preparativos para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2021, se me ocurrió que la espiritualidad de su libro de oración común bebe de las fuentes de la renovación espiritual, bíblica y ecuménica que marcó el cristianismo europeo entre las dos guerras mundiales y posteriormente.

Es la misma renovación que fue la savia del movimiento ecuménico moderno y que fue la energía vivificadora de la Comunidad de Taizé: la visión de que el designio de Dios para el cosmos, que se hizo plenamente manifiesto en Jesús de Narazet, el Cristo, como atestiguan las Escrituras, nos llama a una vida en comunidad y comunión que mantiene unidas la oración y la acción, poniendo la oración en el centro de la acción compasiva en y para el mundo que Dios ama; nos llama a hacer manifiesta visiblemente la Iglesia Una, superando el escándalo de las divisiones pecaminosas, en cuanto signo y siervo –o si prefieren “sacramento”– del triunfo prometido sobre la fragmentación y el odio, la recapitulación prometida de todas las cosas en la cabeza del cuerpo único.

Esta visión se convierte en un llamado a orar y, a veces, a acoger a quienes ven su humanidad desfigurada por la violencia; a quienes trabajan en formas sostenibles de agricultura por el bien de las generaciones venideras; a quienes son perseguidos por sus creencias religiosas; o a quienes están al servicio del diálogo ecuménico.

Las hermanas de Grandchamp proceden de diversos contextos culturales y confesionales. Desde los inicios de la comunidad, en los años cuarenta, se vieron confrontadas al desafío de vivir y orar juntas en la diversidad y, en ocasiones, en la división. Ello las acercó a pioneros del ecumenismo espiritual del siglo XX como el padre Paul Couturier, que renovó el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, y al hermano Roger de Taizé. En una carta de 1940 a la madre Geneviève, primera priora de Grandchamp, Paul Couturier escribió que “… no debería tener lugar ningún retiro espiritual que dejara irse a los cristianos sin sentir un gran sufrimiento por las separaciones y la determinación de trabajar a favor de la unidad por medio de la oración ferviente y la purificación progresiva”. Y concluía: “Para mí, el problema de la unidad es ante todo y fundamentalmente un problema de orientación de la vida interior de cada uno”.

Firmes defensoras del ecumenismo espiritual, las hermanas de Grandchamp han aceptado la invitación de preparar los recursos para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en 2021, el año de la XI Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias. Cuando todavía no habían sido informadas sobre el tema de la próxima Asamblea del CMI –“El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”–, inspiradas por la imagen de Jesús del discipulado como la vid y la poda (Juan 15), eligieron como tema para la Semana de Oración 2021 “Permanezcan en mi amor y llevarán mucho fruto” (Juan 15:5-9).

 

*Odair Pedroso Mateus es el director de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).

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