Combatir el racismo y luchar por la justicia racial son, y deben ser, nuestra contribución ecuménica hacia la renovación de la iglesia. Aunque en la actualidad las iglesias entienden que el racismo es un pecado y su justificación teológica una herejía, no ha sido siempre así. La familia ecuménica debe, por lo tanto, seguir encarando nuestra historia y nuestra realidad de manera autocrítica.
El racismo ha sido una preocupación central del movimiento ecuménico desde sus inicios. La Asamblea inaugural del CMI, que se celebró en 1948 en Ámsterdam, reconoció “los prejuicios basados en la raza o el color” y “las prácticas de discriminación y segregación” como “denegaciones de justicia y dignidad humana”.
Hubo que esperar otros veinte años para dar seguimiento a estos fundamentos, y en 1968 la Asamblea de Uppsala elaboró un marco para la eliminación del racismo a partir de informes de la Conferencia Mundial de Iglesia y Sociedad que tuvo lugar en Ginebra en 1966.
Esto tuvo como resultado el Programa de Lucha contra el Racismo (PLR), que fue una de las iniciativas más polémicas del CMI cuando nació, pero hoy se recuerda como una de las cosas más importantes que las iglesias han hecho juntas.
El PLR funcionó, en cooperación con los movimientos de liberación, como un movimiento mundial de la sociedad civil basado en la fe. Desafiaba a las iglesias miembros del CMI sobre asuntos de racismo: las iglesias estaban llamadas a confesar su participación y su papel en la perpetuación del racismo. Esto les exigía arrepentirse y trabajar por la restitución y las reparaciones apoyando a las víctimas del racismo, la esclavitud y el colonialismo.
Las iglesias combatieron el papel de la injusticia estructural en el sistema económico y financiero al servicio del apartheid a través del boicot a productos y el llamado a retirar las inversiones de los bancos y las empresas que colaboraban con el sistema del apartheid.
Gracias al PLR, el CMI mostró fortaleza y coraje para asumir el riesgo y seguir adelante, a pesar de que combatir el racismo podía ser un tema divisivo para la iglesia.