Oración de apertura
Señor, tú que lo ves y lo sabes todo,
tú que tienes tus ojos puestos en nosotros, tus hijos, en estos tiempos de dolor y sufrimiento.
Afirmamos y reconocemos que tú, nuestro Señor, has estado
y sigues estando con nosotros a lo largo de esta pandemia de COVID-19.
No obstante, durante este último año, hemos presenciado y vivido una intensa angustia:
la enfermedad física y mental, el hambre y la inanición,
un creciente desempleo y un aumento de las desigualdades sociales,
y los abusos contra los más vulnerables por parte de los poderosos.
Te pedimos ayuda y justicia, y nos preguntamos:
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Nos olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de nosotros?
¿Hasta cuándo tendremos todo el día angustia en nuestro corazón?
Al implorarte una respuesta,
con fe, declaramos que nuestra confianza está en ti.
En nuestro lamento, haz que no perdamos la esperanza, incluso en la noche más oscura,
que seamos aún capaces de cantarte un nuevo cántico,
porque tú, Señor, nos has colmado de bien.
Gloria a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura bíblica: Salmo 6
1 Oh Señor, no me reprendas en tu furor ni me castigues en tu ira. 2 Ten misericordia de mí, oh Señor, porque desfallezco. Sáname, oh Señor, porque mis huesos están abatidos. 3 También mi alma está muy turbada; y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? 4 Vuelve, oh Señor; libra mi alma. Sálvame por tu misericordia 5 porque en la muerte no hay memoria de ti; ¿quién te alabará en el Seol? 6 Me he agotado de tanto gemir. Toda la noche inundo mi cama y con mis lágrimas empapo mi lecho. 7 Mis ojos están debilitados por el pesar; se han envejecido a causa de todos mis adversarios. 8 Apártense de mí todos los que obran iniquidad, porque el Señor ha oído la voz de mi llanto. 9 El Señor ha escuchado mi ruego! ¡El Señor ha aceptado mi oración! 10 Todos mis enemigos se avergonzarán y se aterrarán. Retrocederán y, de repente, serán avergonzados.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era al principio, es ahora, y será siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Reflexión
Fatigados. Esta es la palabra que mejor describe el estado en que se encuentran muchas personas ahora que hace un año de la declaración de la pandemia de COVID-19. En la familia de la fe no hemos salido indemnes de la pandemia. Nuestra fe en Cristo no nos ha inmunizado contra la infección y el impacto del nuevo coronavirus (COVID-19). En la familia de la fe, hemos orado por la sanación y la recuperación completa de nuestras hermanas y nuestros hermanos. En todas nuestras comunidades religiosas, hemos llorado cuando hemos tenido que enterrar a nuestros muertos sin poder participar plenamente en nuestros ritos litúrgicos y culturales tradicionales. Hemos luchado por la supervivencia cuando los confinamientos han tenido consecuencias negativas en nuestras economías locales. Nuestro estado espiritual, mental y psicosocial se han visto sacudidos cuando nuestras habituales reuniones físicas semanales para celebrar el culto y la comunidad han sido restringidas por los protocolos de distanciamiento social.
La sensación de fatiga va más allá del nivel físico. Hay una fatiga espiritual, incluso en los creyentes. Una buena manera de describirla es el lamento. El autor del Salmo 6 ha plasmado los sentimientos que muchos creyentes cristianos han expresado durante este último año:
¡Nos sentimos desfallecer! ¡Estamos apenados! ¡Estamos abatidos! ¡Lloramos! ¡Estamos afligidos! ¡Estamos agotados! Nuestra capacidad de reconocer y vernos reflejados en este mar de emociones no es algo contrario a nuestra fe cristiana. Expresar que nos sentimos abandonados por Dios no significa perder la fe en la soberanía suprema de Dios. Pues incluso Jesús en la cruz exclamó a gran voz, lamentándose, “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Las oraciones de lamento son importantes en nuestra peregrinación de fe porque nos permiten atender nuestro dolor. El lamento hace que otros puedan acercarse a nosotros y nos quiten o alivien nuestro miedo al hacer frente a nuestras pérdidas y nuestro sufrimiento.
Además de ser bueno y necesario, lamentarse ante Dios conduce a una confianza más profunda en la fidelidad de Dios. Cuando imploramos a Dios lamentándonos, pidiendo su atención no solo a nuestro propio sufrimiento, sino también al de los demás, se nos recuerda que no debemos perder nuestra fe y que debemos confiar en el cuidado providencial de Dios. Por lo tanto, podemos afirmar: Dios ha escuchado nuestras oraciones de lamento y responderá. Empezamos con lamento. Continuamos con fe. Terminamos con esperanza.
Oraciones de intercesión
Dios de compasión, te pedimos que desciendas con nosotros al abismo de nuestro dolor y habites entre nosotros mientras nos sentimos abrumados por el torrente de emociones que hacen tambalear nuestra fe en ti.
Señor, escucha nuestra súplica y ten piedad.
Dios de gracia, recuérdanos que nuestras oraciones de lamento nunca son vanas, porque incluso cuando derramamos nuestras lágrimas ante ti, sabemos que nos miras con piedad.
Señor, escucha nuestra súplica y ten piedad.
Dios de misericordia, escucha nuestros gritos, siente nuestro dolor, entiende nuestro miedo y comparte nuestra angustia por los seres queridos que hemos perdido.
Señor, escucha nuestra súplica y ten piedad.
Dios inmortal, da fuerzas a tu pueblo y ayúdanos en nuestra lucha contra este virus invisible.
Señor, escucha nuestra súplica y ten piedad.
Dios de esperanza, haz que los destellos de esperanza sigan iluminando nuestras vidas mientras no cesen nuestras lágrimas de lamento para que no perdamos la confianza en ti.
Señor, escucha nuestra súplica y ten piedad.
Unámonos en la oración como Jesús nos enseñó: Padre nuestro. . .
Bendición
Que el Señor les bendiga y les guarde;
que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ustedes, y tenga de ustedes misericordia;
que el Señor levante hacia ustedes su rostro, y ponga en ustedes paz.
Las citas de las Escrituras corresponden a la versión Reina Valera Actualizada © 2015 de Editorial Mundo Hispano, cuya utilización ha sido autorizada.