“Porque él es nuestra paz, quien de ambos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad,... Y vino y anunció las buenas nuevas: paz para ustedes que estaban lejos y paz para los que estaban cerca, ya que por medio de él ambos tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu”. (Efesios 12:14-,17-18)
La 11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias se celebra en Karlsruhe (Alemania), del 31 de agosto al 8 de septiembre, bajo el tema “El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”. El tema alienta a los delegados y participantes a tomar en serio el llamado a la unidad en Cristo y a vivir como un pueblo de la reconciliación de Cristo, con Dios y entre nosotros.
La guerra en Ucrania
Lamentablemente, mientras nos reunimos en Karlsruhe, somos testigos de una guerra que aflige a Europa. Los pensamientos y las oraciones de todos los participantes en la 11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) se centran en el pueblo y la nación de Ucrania, y en las trágicas consecuencias que han sufrido y sufren desde la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, además de en los miles de víctimas mortales, muchas de ellas civiles del Este del país, y en los cientos de miles de refugiados y desplazados desde 2014.
Durante este periodo de seis meses, más de 13 000 civiles ucranianos han sido asesinados y varias ciudades, como Mariupol, han sido reducidas a escombros En este momento, cerca de 14 millones de personas —casi un tercio de toda la población de Ucrania— se han visto obligadas a huir de sus hogares (según el ACNUR). Además, se han registrado numerosas denuncias de atrocidades que podrían ser consideradas crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, incluidas la violencia sexual y de género, así como un acusado incremento de la vulnerabilidad a la trata de personas. Asimismo, estamos muy preocupados por los riesgos de consecuencias catastróficas derivados de los daños causados en la central nuclear de Zaporiyia por las actividades militares en sus inmediaciones, así como por la seguridad del sistema de contención en el lugar de la catástrofe de Chernóbil de 1986.
En su reunión de junio de 2022, el Comité Central del CMI condenó la guerra calificándola de “ilegal e injustificable”, y lamentó los terribles y crecientes niveles de muerte, destrucción y desplazamientos forzosos; la destrucción de las relaciones entre los pueblos de la región y la intensificación —como nunca antes— del antagonismo profundamente arraigado entre ellos; la confrontación en aumento a nivel mundial; el mayor riesgo de hambruna en las regiones del mundo que sufren de inseguridad alimentaria; las dificultades económicas y el agravamiento de la inestabilidad social y política en muchos países.
Esta Asamblea afirma decididamente la posición expresada por el Comité Central, y denuncia esta guerra ilegal e injustificable. En calidad de cristianos de distintas partes del mundo, renovamos el llamado a un alto el fuego inmediato para detener la muerte y la destrucción, y a emprender un diálogo y unas negociaciones que garanticen una paz sostenible. Apelamos a todas las partes en el conflicto para que respeten los principios del derecho internacional humanitario, especialmente los relativos a la protección de la población civil y de las infraestructuras civiles, y para que den un trato humano a los prisioneros de guerra.
Asimismo, afirmamos enérgicamente la declaración del Comité Central de que la guerra es incompatible con la naturaleza misma de Dios y con su voluntad para la humanidad, y va en contra de nuestros principios cristianos y ecuménicos fundamentales, y, en consecuencia, rechazamos toda utilización indebida del lenguaje religioso y de la autoridad religiosa para justificar el odio y las agresiones armadas.
Instamos a todas las partes a retirarse y abstenerse de llevar a cabo acciones militares en las inmediaciones de la central nuclear de Zaporiyia y en otros lugares similares que puedan suponer una amenaza inimaginable para las generaciones actuales y futuras.
Nos sumamos a la oración por todas las víctimas de este trágico conflicto, en Ucrania, en la región y en todo el mundo, para que cese su sufrimiento, obtengan consuelo y recuperen sus vidas con seguridad y dignidad, y les aseguramos que cuentan con el amor y la simpatía de la comunidad de iglesias del CMI. Elogiamos a las iglesias locales, a los ministerios especializados y a todas las organizaciones humanitarias que proporcionan ayuda a las personas que sufren en toda Ucrania y más allá de sus fronteras, y que acogen y atienden a los refugiados que huyen de la guerra, honrando plenamente la dignidad humana que Dios les ha dado.
Tal como se destacó en la reunión del Comité Central de junio, el CMI desempeña un papel fundamental en el acompañamiento de sus iglesias miembros en la región, y en calidad plataforma y espacio seguro para el encuentro y el diálogo, a fin de abordar las numerosas cuestiones apremiantes —para el movimiento ecuménico y para el mundo entero— que se derivan de este conflicto. Destacamos la vocación y la obligación de los miembros del CMI de buscar la unidad y, juntos, prestar servicio al mundo.
La presencia de representantes de las iglesias de Ucrania y de la delegación multinacional de la Iglesia Ortodoxa Rusa, junto a los delegados y participantes de las iglesias miembros del CMI y de los asociados ecuménicos de otras partes de Europa y de todas las regiones del mundo, ha brindado una oportunidad concreta para ese encuentro. Nos comprometemos a intensificar el diálogo sobre las cuestiones que nos dividen, un objetivo fundamental del CMI. Pues las cuestiones que plantea este conflicto son, en efecto, profundas y fundamentales, tanto para el movimiento ecuménico como para el mundo en general, y para abordarlas es necesario entablar un diálogo intenso y sostenido.
Entretanto, reiteramos el llamado del Comité Central a nuestros hermanos y hermanas cristianos y a los dirigentes de las iglesias rusas y ucranianas a alzar sus voces en contra de las continuas muertes, la destrucción, los desplazamientos y el expolio del pueblo de Ucrania. Hacemos un llamado al CMI para que proporcione una plataforma donde se escuchen y amplíen todas las voces en favor de la paz y oramos para que esta guerra llegue a su fin muy pronto.
Los esfuerzos de recuperación de la posguerra serán arduos y prolongados, y tendrán enormes costes humanitarios, financieros y ecológicos. Las iglesias están llamadas a desempeñar un papel clave en la sanación de las memorias, la reconciliación y la atención diaconal. Reconocemos que en las guerras no hay ‘vencedores’ y que nadie debería recurrir a ella.
En respuesta al aumento de la militarización, la confrontación y la proliferación de armas, instamos a los gobiernos de Europa y a toda la comunidad internacional a desplegar muchos más esfuerzos en la búsqueda y promoción de la paz, y en el fortalecimiento de la resolución no violenta de conflictos, la transformación de conflictos civiles y los procesos de reconciliación, en lugar de agravar la confrontación y la división. Apelamos al CMI, junto con sus iglesias miembros, a que mantenga su enfoque de claridad y diálogo, a que promueva mesas redondas y otros formatos que puedan contribuir a encontrar soluciones al conflicto y a sus repercusiones. Nos comprometemos a respetar nuestra responsabilidad de rendirnos cuentas unos a otros para preservar el vínculo de la unidad en Cristo.
Migración, xenofobia y racismo
El amor reconciliador de Cristo nos insta a reconocer y acoger al prójimo. Inspirándonos en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37), en respuesta a la pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”, hemos escuchado y recibido el llamado de Jesús a mostrar compasión y misericordia hacia todos los que están heridos o sufren, sin excepción ni discriminación. Utilizamos nuestros recursos, nuestras voces y nuestra empatía para responder al clamor de todas las personas que piden sanación y plenitud. Las enseñanzas y el ejemplo de Jesús nos fortalecen para asumir este ministerio y dar testimonio, reconociendo que él mismo experimentó la necesidad de huir de quienes pretendían matarlo, desde su nacimiento. Por mandato de Cristo, mostramos compasión por todos los que buscan refugio y asilo.
La migración es una característica inherente a la condición humana. Forma parte de toda la historia de la humanidad y de todo el relato bíblico. Sin embargo, en el periodo transcurrido desde la 10ª Asamblea del CMI en Busan, los nuevos y persistentes conflictos, la opresión y la persecución, la aceleración del cambio climático, el desplazamiento inducido por el desarrollo y la creciente desigualdad han impulsado a una cantidad sin precedentes de personas a abandonar sus hogares y a emprender desesperadamente peligrosos y arriesgados viajes, para buscar en otros lugares seguridad y una vida mejor. Muchos de ellos han perdido la vida. Afirmamos que los recordaremos.
Estamos firmemente convencidos de que la protección internacional de los refugiados y los migrantes debe basarse en la necesidad y el respeto de la igual dignidad de todos los seres humanos —independientemente del origen, la religión, la etnia o la orientación de las personas afectadas—, tal y como establece la legislación internacional y de la Unión Europea (UE). Esta convicción requiere la promoción de la igualdad de trato y la eliminación de la disparidad y la discriminación basadas en el racismo y la ‘otredad’, así como garantizar el respeto de la igual dignidad humana de las personas de todas las regiones.
Afirmamos las obligaciones legales y los principios morales que exigen una respuesta compasiva y favorable ante las personas necesitadas. Reconocemos y respetamos la prerrogativa de los Estados soberanos de definir las modalidades de control de sus propias fronteras y las condiciones de entrada y estancia. Al mismo tiempo, esperamos que todos los Estados —en Europa y en todo el mundo— cumplan con la letra y el espíritu de sus obligaciones en virtud del derecho internacional, en particular los derechos humanos y el derecho de los refugiados y, especialmente, el derecho de asilo; pues, de lo contrario, corren el riesgo de menoscabar los propios principios y protecciones establecidos para responder a tales crisis y a los que todas las personas deberían tener derecho. Afirmamos la declaración de la conferencia entre el Vaticano y el CMI de septiembre de 2018 de que “dar prioridad a las fronteras nacionales y al Estado Nación por encima del reconocimiento de la imagen de Dios en cada refugiado y migrante es una forma de idolatría”.
Consideramos inadmisible, desde el punto de vista jurídico y ético, que los Estados renuncien a sus responsabilidades de salvar vidas y proporcionar protección, o que intenten ‘externalizarlas’ a otros Estados y territorios. Consideramos inaceptable que las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad y que abandonan sus países en busca de un futuro más seguro sean instrumentalizadas por los gobiernos u otras personas por motivos políticos o por sus propios objetivos egoístas. Cuestionamos también la lógica de la mentalidad de ‘fortaleza de puertas cerradas’ para abordar los retos que plantean los altos y crecientes niveles de desplazamiento de personas. Instamos a todos los Estados a que proporcionen vías y oportunidades seguras, regulares y accesibles para la movilidad humana, en cumplimiento de sus obligaciones internacionales humanitarias y en materia de derechos humanos, y a que tomen medidas adecuadas contra el abuso de la vulnerabilidad de los migrantes y refugiados. El tráfico de personas prospera allí donde no existen canales más amplios para la migración legal y segura. Instamos a las iglesias y a los Estados a consolidar y ampliar los proyectos de tránsito seguro, como las iniciativas de los ‘corredores humanitarios’ y los servicios de búsqueda y rescate en el Mediterráneo.
Pedimos más coordinación, cooperación, solidaridad y respeto de los derechos humanos en la respuesta europea para los refugiados y migrantes, en particular, una distribución más justa de la responsabilidad dentro de la UE. El principio básico debe ser la solidaridad; con quienes necesitan protección, con quienes los acogen y entre las iglesias. Y hacemos un llamado para que se incremente la cooperación regional e internacional a la hora de abordar las causas profundas que impulsan la crisis de los desplazamientos forzosos, en particular los conflictos especialmente violentos, la aceleración de la emergencia climática, la pobreza extrema y la ausencia de desarrollo, la opresión y la persecución que obligan a las personas a huir de sus hogares.
Alabamos y afirmamos el ejemplo dado a sus sociedades y gobiernos por las numerosas iglesias y organizaciones afines que se dedican activamente a recibir a los forasteros, los refugiados y los migrantes, especialmente en contextos en que estos son cada vez más estigmatizados, discriminados, criminalizados, marginados y excluidos.
Afirmamos la dignidad humana otorgada por Dios a todos los refugiados y migrantes. Sobre la base de ese entendimiento, instamos a las iglesias miembros del CMI y a los asociados ecuménicos a que, junto con todas las personas de buena voluntad, promuevan un enfoque más abierto y acogedor hacia el ‘forastero’ y hacia el prójimo necesitado y en situación de peligro. Este enfoque promueve una cultura de la hospitalidad, nos hace reflexionar teológicamente sobre la hospitalidad y la comunión con los ‘forasteros’, y nos lleva a ayudar a recibir y a cuidar a los refugiados y los migrantes.
La Asamblea alienta al CMI a mantener su función de convocación y a crear espacios de encuentro y diálogo sobre la migración con las iglesias miembros y los asociados, para el intercambio de información, la solidaridad, la promoción y el acompañamiento. Convendría plantear una revitalización de la red ecuménica mundial del CMI en materia de migración. Asimismo, alentamos el establecimiento de una coordinación y cooperación más estrechas con la Comisión de las Iglesias para los Migrantes en Europa (CIME) y ACT Alianza en los esfuerzos de sensibilización y en las actividades, especialmente en lo relativo al seguimiento de los Pactos Mundiales de las Naciones Unidas sobre migración y refugiados y el respeto de la Convención de 1951 sobre los Refugiados. También cabe plantearse distintas formas en que CMI podría apoyar a las iglesias miembros y a sus ministerios especializados en la lucha contra la trata de personas, especialmente de mujeres y niños refugiados y migrantes, por ejemplo, facilitando el establecimiento de contactos entre iglesias y asociados de los países de origen y de los países de llegada.
Dado que Jesús nos ha bendecido con el reto de entender “prójimo” en su sentido más amplio, nos comprometemos con estos llamados como nuestra respuesta a su mandato de “Ve y haz tú lo mismo”. (Lucas 10:37).
Antecedentes (para información)
1) La guerra en Ucrania
Una de las numerosas consecuencias trágicas de la guerra en Ucrania es la fuerte intensificación de la militarización, el enfrentamiento y la división en el continente europeo, con una enorme —y en gran medida incontrolada— proliferación de armas en la región, y una renovada y creciente amenaza de conflicto nuclear que provocaría una catástrofe de proporciones espantosas y, probablemente, planetarias. Se está trazando una nueva línea divisoria a través del continente, con ambos lados armándose hasta los dientes. La historia del periodo de la Guerra Fría nos da una idea clara de lo que puede estar por venir, y de los riesgos que conllevará.
Existe el peligro de que la invasión de Ucrania pueda llevar a otros países grandes a intentar conquistar a sus vecinos más pequeños so pretexto de servir los intereses nacionales. Dado su inevitable coste humano, la guerra debe ser evitada y las iglesias desempeñan un papel clave en la defensa de ese objetivo. A pesar de los fracasos del pasado, la diplomacia multilateral, especialmente la ejercida a través de las Naciones Unidas a nivel mundial, conserva su importancia vital en la preservación de la paz.
Mientras tanto, el aumento del gasto público en defensa significa inevitablemente que hay menos fondos disponibles para invertir en el alivio de la pobreza, la protección social, la salud, la educación, la acción por el clima y el desarrollo sostenible. Inevitablemente, las personas más pobres serán las más afectadas. Aunque la guerra es directamente destructiva, las consecuencias sociales y económicas de la militarización no pueden pasar desapercibidas. Son tantas las personas que sufren los efectos de esta guerra en otros lugares del mundo; la subida vertiginosa del costo de los alimentos y la crisis energética provocadas por la guerra hunden a las poblaciones en el hambre y la miseria. El Comité Ejecutivo del CMI, en su reunión del 30 de mayo al 2 de junio de 2022, destacó las repercusiones humanitarias mundiales de la guerra en Ucrania.
2) Migración, xenofobia y racismo
En Europa, la migración se ha convertido en eje de la polarización política y de crisis humanitarias, a través de las corrientes divergentes de la globalización hiperconectada y del nacionalismo populista. Las reacciones de los países europeos ante la llegada de migrantes y refugiados han provocado profundas inquietudes en materia de derechos humanos y han cuestionado la misión y el papel profético de las iglesias. Con demasiada frecuencia, las respuestas de los gobiernos y las sociedades europeos donde las personas afectadas han buscado un refugio seguro han sido el miedo, el rechazo y la exclusión. Con demasiada frecuencia, los agentes políticos han buscado galvanizar la preocupación pública y atizar el miedo para obtener ventajas políticas. Los arraigados principios fundamentales del derecho internacional humanitario han sido cuestionados y menoscabados, entre ellos el derecho de asilo; el principio fundamental en virtud del cual todas las personas que huyen de un conflicto y de la persecución tienen derecho a buscar protección internacional, independientemente de su nacionalidad, etnia, religión, estado de salud o cualquier otro criterio ajeno a esa necesidad. En muchos casos, las iglesias han abierto sus puertas y corazones y se han esforzado en crear una cultura de hospitalidad y acogida. Sin embargo, confesamos que algunas iglesias no han seguido la vocación cristiana de recibir a los forasteros
El CMI contribuyó a la elaboración del documento del ACNUR ‘Acoger al extranjero: afirmaciones de líderes de comunidades basadas en la fe’ (2013). En el tiempo transcurrido desde la Asamblea de Busan, el CMI y sus órganos rectores han seguido de forma exhaustiva y constante estas situaciones, mediante visitas de solidaridad a los refugiados y a las comunidades de acogida, mediante consultas entre los dirigentes de las iglesias y con los asociados gubernamentales y de las Naciones Unidas, mediante la cooperación con ACT Alianza y con la Comisión de las Iglesias para los Migrantes en Europa (CIME), mediante importantes conferencias (como la conferencia del CMI y las Naciones Unidas sobre 'La respuesta de Europa a la crisis de refugiados y migrantes, desde los países de origen y de tránsito hasta los de acogida y refugio' en Ginebra, los días 18 y 19 de enero de 2016; la 'Conferencia Mundial sobre Xenofobia, Racismo y Nacionalismo Populista en el Contexto de las Migraciones Mundiales' entre el Vaticano y el CMI, en Roma, del 18 al 20 de septiembre de 2018; y el 'Foro mundial para la acción religiosa en favor de los niños en desplazamiento', coorganizado con World Vision Internacional y otras importantes organizaciones religiosas, en Roma, del 16 al 19 de octubre de 2018), mediante declaraciones de los órganos rectores del CMI relativas a las políticas públicas, y mediante actividades de sensibilización.
En este momento, mientras se reúne la 11ª Asamblea en Karlsruhe, hay 281 millones de migrantes en el mundo, y los desplazados forzosos ascienden a 84 millones. Desde 2011, más de seis millones y medio de personas procedentes de Siria, Afganistán, Venezuela y Eritrea, entre otros países, han solicitado asilo en Europa. Muchas personas con necesidad de protección que han alcanzado las fronteras de la Unión Europea y de otros países de Europa han sufrido devoluciones en caliente, detenciones, largos retrasos en los procedimientos de asilo y leyes cada vez más discriminatorias e injustas que regulan su derecho de solicitar asilo. La situación en el Mar Mediterráneo sigue siendo una gran tragedia. Cientos de personas —niños y niñas, mujeres y hombres— se ahogan en el mar. Otros son víctimas de la trata de personas antes de llegar a las costas de Europa.
Desde el inicio de la invasión de Ucrania, más de siete millones de personas que huían de los combates han cruzado las fronteras de la UE, más de un millón de ellas en solo una semana. Muchas de esas personas han sido generosamente acogidas por voluntarios, la sociedad civil, las iglesias y los gobiernos de toda Europa y de otros países. Esta hospitalidad merece nuestro agradecimiento y elogio. Sin embargo, en algunos países europeos esta labor solidaria se ha visto cuestionada, debido al trato discriminatorio recibido por los refugiados de origen africano, asiático, de Oriente Medio y de etnia gitana que huían de Ucrania. Estas situaciones se dan en los pasos fronterizos, donde, con frecuencia, los funcionarios estatales o las organizaciones de ayuda deniegan a estos refugiados el acceso al transporte y a las instalaciones y campos de refugiados. Según establece la legislación internacional y de la UE, la protección internacional debe estar basada en la necesidad, independientemente del origen, la religión, la etnia o la orientación de las personas afectadas. La acogida de los refugiados europeos procedentes de Ucrania es un reflejo de la visión general de Europa en materia de migración. El doble rasero es llamativo.
Rusia también ha recibido un gran número de refugiados de Ucrania. Hemos tenido conocimiento de las denuncias de refugiados ucranianos en Rusia que han padecido interrogatorios inhumanos y degradantes, torturas y pruebas de lealtad en los campos de filtración. Estas denuncias merecen una investigación por parte del movimiento ecuménico. Agradecemos el trabajo que las iglesias, las organizaciones religiosas y los voluntarios de Rusia están realizando en apoyo de los refugiados de Ucrania.
Consideramos inaceptable que las personas en situación de vulnerabilidad que abandonan sus países en busca de seguridad y de un futuro sean instrumentalizadas por los gobiernos con fines políticos. Observamos esta preocupante evolución especialmente en Europa. Durante muchos años, los gobiernos europeos han tratado de externalizar su responsabilidad de protección a países no europeos, al tiempo que sellaban cada vez más las fronteras exteriores de la Unión Europea. Con esta práctica, los Estados miembros y las agencias europeas, como Frontex, socavan los principios fundamentales del derecho internacional, la Convención de Ginebra y la legislación europea; es más, a menudo violan las leyes de forma flagrante. Esta política obedece a la estrategia de la disuasión: cuanto mayor sea el sufrimiento que les espera, menos refugiados llegarán. Ese cálculo no es solo incorrecto, sino que tiene consecuencias graves, a menudo mortales, para quienes buscan protección. Miles de personas mueren cada año en el Mediterráneo porque los gobiernos europeos han dejado de prestar servicios de salvamento y utilizan todos los medios a su alcance para obstruir el rescate civil en el mar. En las fronteras terrestres exteriores de la UE —como en la frontera bosnio-croata o en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla— se ejerce una violencia policial masiva y sistemática contra quienes buscan protección. Las personas que han logrado cruzar la frontera turco-griega o el Mar Egeo, son expuestas deliberadamente a la miseria, detenidas ilegalmente en campos o devueltas en caliente a Turquía. Varias personas murieron en el invierno de 2021, cuando el régimen bielorruso empujó a miles de solicitantes de asilo a Europa, donde acabaron atrapados sin remedio en los bosques de la frontera de la UE. Y cada vez más personas se ahogan en el intento de llegar al Reino Unido cruzando el Canal de la Mancha, debido a la falta de asistencia. Estas violaciones de la ley por parte de los Estados no deben ser nunca aceptables ni quedar impunes. Estamos profundamente preocupados por esta erosión del derecho de los refugiados y por los esfuerzos políticos en curso para criminalizar a quienes ayudan a los refugiados y muestran la solidaridad que tanto se necesita.