Llamamiento para establecer relaciones responsables en la misión y renunciar al proselitismo

PREFACIO

Una de las prioridades permanentes del movimiento ecuménico y del Consejo Mundial de Iglesias ha sido la preocupación por el testimonio común y la unidad de las iglesias y el proselitismo se ha visto siempre como un escándalo y un contratestimonio. Las declaraciones ecuménicas han expresado reiteradamente la necesidad de una práctica más clara de relaciones responsables en la misión, de mayor firmeza en el compromiso de dar de testimonio en la unidad y de renunciar a todas las formas de proselitismo. Sin embargo, durante estos casi cincuenta años de comunión ecuménica en el CMI, el proselitismo ha seguido siendo una dolorosa realidad en la vida de las iglesias.1

La cuestión del proselitismo se plantea hoy nuevamente como uno de los principales factores que dividen a las iglesias y como una amenaza al propio movimiento ecuménico. Frente a esa situación compleja, en 1989, el Comité Central reunido en Moscú pidió a la ex Comisión de Misión Mundial y Evangelización que abordara esta cuestión [del proselitismo] con miras a nuevos estudios y medidas, examinando también las declaraciones existentes para actualizarlas en caso necesario. A su vez, la Quinta Conferencia Mundial sobre Fe y Constitución (Santiago de Compostela, 1993) hizo un llamamiento en los mismos términos, instando a "un estudio nuevo y más amplio sobre misión, evangelización y proselitismo".

Este documento ha sido preparado por la Unidad II para responder a esas peticiones. La Unidad organizó un amplio proceso de consultas y estudio para determinar exactamente cuál es la situación actual y cómo avanzar en ese ámbito. Se contó con la participación - por correspondencia - de sociedades misioneras, iglesias, misiólogos y teólogos, congregaciones locales y órdenes religiosas de varias regiones del mundo. Por otro lado se organizó una serie de consultas: "Relaciones responsables en la misión" (Chambésy, 1933); Consulta ortodoxa sobre "Misión y proselitismo" (Sergiev Possad, Rusia, 1995); "Llamados al testimonio común" (Manila, 1995); y "Testimonio común" (Bossey, 1996). Se hicieron esfuerzos especiales durante estas reuniones para unir en el diálogo a los "proselitistas" y a los "prosélitos", y por alentar la participación, no sólo de las iglesias miembros del CMI si no de miembros de los medios evangélicos no tradicionales, pentecostales y carismáticos.

Los documentos y las declaraciones de las iglesias y otras organizaciones sobre esta cuestión han sido objeto de estudio y análisis detenido con miras a la elaboración del presente documento. Se han mantenido contactos permanentes con el Grupo Mixto de Trabajo en espíritu de colaboración y solidaridad. Su documento "The Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness" (1995) es uno de los textos fundamentales utilizados en la preparación de esta declaración. Ahora bien, el estudio de la Unidad II contó con una participación todavía más amplia, y pone de relieve las consecuencias misiológicas y pastorales que tiene el proselitismo en la vida de las iglesias locales, en el camino hacia el testimonio común y la unidad cristiana. Una versión anterior de esta declaración sirvió como documento de referencia en la Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización que tuvo lugar en Salvador, Brasil, en 1996.

Presentamos esta declaración con la convicción de que llega en un momento oportuno y que es importante para las iglesias de todas las partes del mundo. La forma en que ha sido elaborada refleja el espíritu del documento "Hacia un Entendimiento y una Visión Comunes del CMI", por cuanto ha permitido una participación más amplia en los debates ecuménicos.

INTRODUCCIÓN

Acontecimientos dramáticos en diversas partes del mundo en los últimos años han obligado a la familia ecuménica a examinar de nuevo más a fondo las cuestiones relativas al testimonio común y al proselitismo. Para el CMI, la urgencia de la situación es todavía mayor por el hecho de que se han formulado denuncias de actividades proselitistas contra algunas de sus propias iglesias miembros, así como contra iglesias y grupos que no forman parte de esa comunidad de iglesias.

Existen hoy varias causas que explican la deterioración de las relaciones entre iglesias en diversas partes del mundo y que requieren por lo tanto una atención urgente por parte de la familia ecuménica, a saber:

  • las actividades misioneras competitivas, en particular en Europa central y oriental, Africa, Asia y América Latina, realizadas independientemente por grupos misioneros, iglesias e individuos extranjeros, dirigidas a menudo a personas que ya pertenecen y son miembros activos de una de las iglesias de esos países, y que conducen con frecuencia al establecimiento de estructuras eclesiales paralelas;
  • el resurgimiento de tensiones entre las iglesias Ortodoxa y Católica Romana en torno a las iglesias católicas de rito oriental;2 
  • el fuerte aumento del número de organismos misioneros independientes con sede en el Sur que actúan en otras partes del mundo, muchas veces sin contacto alguno con las iglesias de esas regiones;
  • la creciente frustración entre las iglesias, especialmente en el Sur, cuyos miembros son captados por otras iglesias mediante ofertas de ayuda humanitaria;
  • la labor humanitaria que se lleva a cabo entre inmigrantes, pobres, personas solas y desarraigadas en las grandes ciudades, con el propósito de influir en ellas para que cambien de denominación;
  • el auge del fundamentalismo religioso y la intolerancia;
  • la influencia creciente de las sectas y los nuevos movimientos religiosos en muchas partes del mundo.
  • el descrédito de las iglesias cristianas minoritarias establecidas en comunidades multirreligiosas.

Los fines de esta declaración son: 1) hacer que las iglesias y los cristianos tomen conciencia de la cruda realidad del proselitismo en nuestros días; 2) instar a quienes practican el proselitismo a reconocer sus efectos nefastos para la unidad de la iglesia, las relaciones entre los cristianos y la credibilidad del Evangelio, y por consiguiente a renunciar a él; y 3) exhortar a las iglesias y a los organismos misioneros a evitar todas las formas de competencia en la misión y a renovar su compromiso con el testimonio en la unidad.

A. TESTIMONIO CRISTIANO Y LIBERTAD RELIGIOSA

1. El imperativo misionero

La misión cristiana, es ante todo, la misión de Dios: missio Dei. Está centrada en el designio amoroso y eterno del Dios Trino para la humanidad y toda la creación, revelado en Jesucristo. Un aspecto central de la misión de Dios es la presencia vivificadora del Espíritu Santo, que continúa la misión de Cristo en la iglesia y sigue siendo la fuente de su dinamismo misionero. La Asamblea del CMI en Canberra (1991) describió una visión de la misión en la unidad: "Una creación reconciliada y renovada (cf. Ef. 1:9-10) es el objetivo de la misión de la iglesia. La visión de Dios que une todas las cosas en Cristo es la fuerza que inspira su vida y su compartir."3

Como cuerpo de Cristo, constituida, sustentada y dinamizada por la presencia vivificadora del Espíritu Santo, la iglesia es misionera por naturaleza. Proclama que en Jesucristo, Palabra hecha carne que murió y resucitó de entre los muertos, Dios ofrece la salvación a todos como don de amor, de misericordia y liberación.

Participar en la misión de Dios es un imperativo para todos los cristianos y todas las iglesias, no sólo para individuos particulares o grupos especializados. Es la fuerza interior, arraigada en las exigencias profundas del amor de Cristo, de invitar a otros a participar en la plenitud de la vida que Jesús vino a traernos (cf. Juan 10:10).

La misión conforme a Cristo es holística, pues la persona en su totalidad y toda la vida son inseparables en el plan divino de salvación cumplido en Jesucristo. Es local: "A la iglesia local incumbe la responsabilidad primordial de la misión, en su propio contexto."4 Es también universal, es decir, para todos los pueblos, por encima de todas las fronteras de raza, casta, sexo, cultura, nación, hasta "los confines de la tierra" en todos los sentidos (cf. Hch. 1:8; Mc 16:15; Lc 24:47).

2. El testimonio común: la misión en la unidad

Numerosos documentos del CMI han recordado la relación intrínseca entre la credibilidad de la misión de la iglesia en el mundo y la unidad de los cristianos, como pone claramente de manifiesto la oración de Jesús "que todos sean uno... para que el mundo crea" (Juan 17:21) y como se realizó históricamente entre los apóstoles en Jerusalén el día de Pentecostés. El testimonio común es "el testimonio que las iglesias, aunque estén separadas, dan juntas, especialmente mediante sus esfuerzos comunes, manifestando los dones divinos de verdad y vida que ya viven y comparten unas con otras".5 Ese testimonio puede considerarse como "una visión eucarística de la vida", que da gracias por lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará para la salvación del mundo mediante actos de gozosa entrega de sí".6

Pese a las muchas barreras que separan a las iglesias, las iglesias miembros del CMI han sido capaces de reconocer un cierto grado de comunión eclesial entre ellas, por imperfecta que sea todavía. Confesando "al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según el testimonio de las Escrituras", procuran por medio del CMI "responder juntas a su vocación común para gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo".7 Sobre esta base, pueden afirmarse conjuntamente otros terrenos para el testimonio común ante el mundo entero. El reconocimiento mutuo del bautismo (como se expresa en el texto "Bautismo, Eucaristía y Ministerio" del CMI) es el fundamento para la unidad cristiana y el testimonio común.

Un auténtico testimonio común presupone respeto y comprensión para otras tradiciones y confesiones. Lo que hay que subrayar es lo que es común y puede hacerse conjuntamente, más bien que las barreras que dividen. Aun cuando se mantengan diferencias aparentemente irreconciliables en ciertas cuestiones, hay que decir la verdad con amor (Ef. 4:15), para la edificación de la iglesia (Ef. 4:12), y no para dar preeminencia a la propia posición frente a la de los demás. Lo que une a las iglesias es más que lo que las separa. Y son los elementos unificadores los que hay que buscar al dar testimonio en la unidad.

3. La misión en el contexto de la libertad religiosa

La verdad y el amor de Dios se dan libremente y nos invitan a responder con libertad. El libre albedrío es uno de los mayores dones que Dios ha otorgado a los seres humanos. Dios no obliga a nadie a aceptar la revelación divina y no salva a nadie en contra de su voluntad. A partir de esta concepción, el Consejo Misionero Internacional y el Consejo Mundial de Iglesias (en proceso de formación) definieron la libertad religiosa como un derecho humano fundamental. Esta definición fue adoptada por la Primera Asamblea del CMI en Amsterdam (1948) y, a instancias de la Comisión de las Iglesias para Asuntos Internacionales del CMI, se incorporó ulteriormente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos que proclama: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia." El mismo principio ha de aplicarse en el trabajo misionero.

La Quinta Asamblea del CMI (1975), reafirmó la importancia central de la libertad religiosa y declaró que "el derecho a la libertad religiosa ha sido y sigue siendo una preocupación central para las iglesias miembros y el CMI, pero no debe considerarse como una prerrogativa exclusiva de la Iglesia. Ese derecho es indisociable de otros derechos humanos fundamentales. Ninguna comunidad religiosa puede reivindicar la libertad religiosa si no se compromete verdaderamente a respetar la fe y los derechos fundamentales de los demás. La libertad religiosa no debe invocarse para reivindicar privilegios. Para la iglesia se trata de un derecho esencial si quiere asumir las responsabilidades que se derivan de la fe cristiana. La obligación de servir a toda la comunidad está en el centro de esas responsabilidades"8. La libertad de cada uno debe siempre respetar, afirmar y promover la libertad de los demás; no debe contravenir la regla de oro: "Haced con los demás lo mismo que queréis que los demás hagan con vosotros" (Mt. 7:12).

B. EL PROSELITISMO: UN CONTRATESTIMONIO

Aunque la palabra "prosélito" se utilizó originalmente para designar a una persona que pasaba a ser miembro de la comunidad judía creyendo en Yahvé y respetando la Ley de Moisés, y más tarde, en los primeros tiempos cristianos, a las personas de otras creencias que se convertían al cristianismo, el proselitismo adquirió en siglos posteriores una connotación negativa por los cambios de contenido, motivación, espíritu y métodos de la "evangelización".

Por "proselitismo" se entiende ahora la incitación a cristianos que se consideran miembros de una iglesia a que cambien de denominación, utilizando medios que "contradicen el espíritu de amor cristiano, infringen la libertad de la persona humana y menoscaban la confianza en el testimonio cristiano de la iglesia".9

El proselitismo es "una corrupción del testimonio".10 A simple vista, el proselitismo puede parecer una actividad misionera genuina y entusiasta; y algunas personas entregadas a él son cristianos auténticamente comprometidos que creen estar haciendo un trabajo misionero conforme a Cristo. El objetivo, el espíritu y la metodología de esta actividad la convierten en proselitismo.

Algunas características permiten diferenciar claramente el proselitismo del testimonio cristiano auténtico, a saber:

  • El hecho de criticar deslealmente o de caricaturizar las doctrinas, creencias y prácticas de otra iglesia sin tratar de entender o de entrar en diálogo con esa iglesia sobre esas cuestiones. Se acusa a quienes veneran iconos de adorar ídolos; se ridiculiza a otros por su supuesta idolatría a María y a los santos o se los juzga por orar por los muertos.
  • El hecho de presentar a la propia iglesia o confesión como "la iglesia verdadera" y a sus enseñanzas como "la verdadera fe" y el único camino de salvación, de rechazar el bautismo en otras iglesias como inválido y persuadir a la gente para que se bautice de nuevo.
  • El hecho de presentar a la propia iglesia como poseedora de una moralidad y espiritualidad superiores, en contraste con las debilidades y los problemas de otras iglesias.
  • El hecho de aprovecharse y utilizar con fines desleales los problemas que pueden existir en otra iglesia para ganar nuevos miembros para la propia iglesia .
  • El hecho de ofrecer ayuda humanitaria u oportunidades de educación como incentivos para que la gente cambie de iglesia.
  • El hecho de utilizar medios de presión política, económica, cultural y étnica o argumentos históricos para ganar adherentes.
  • Aprovecharse de la falta de conocimientos o de instrucción cristiana, que hace que la gente sea vulnerable y se la pueda convencer fácilmente de que cambie de adhesión religiosa.
  • Recurrir a la violencia física o moral y a la presión psicológica para inducir a las personas a cambiar de adhesión religiosa, incluyendo el uso de técnicas de comunicación para presentar una iglesia particular de manera que excluya, denigre o estigmatice a sus adherentes, el acoso mediante repetidas visitas a domicilio, las amenazas materiales y espirituales y la insistencia en el camino "superior" hacia la salvación que ofrece una iglesia particular.
  • Explotar la soledad, la enfermedad o la desventura de las personas, o incluso la decepción respecto a su propia iglesia, para tratar de "convertirlas".

El testimonio común es constructivo: enriquece, interpela, refuerza y construye relaciones y una comunidad cristiana sólida. De palabra y obra, hace que el Evangelio sea aplicable al mundo contemporáneo. El proselitismo es una perversión del auténtico testimonio cristiano, y es, por lo tanto, un contratestimonio. No construye, sino destruye. Suscita tensiones, escándalo y división, y es un factor desestabilizador para el testimonio de la iglesia de Cristo en el mundo. Es siempre una herida en la koinonía que no propicia la fraternidad sino que crea antagonismos.

Sin embargo, hay que reconocer que algunas personas pueden pasar de una iglesia a otra por convicción verdadera y genuina, sin presión ni manipulación proselitista, como decisión libre en respuesta a su experiencia de la vida y el testimonio de otra iglesia.

Las iglesias deben interrogarse constantemente sobre su propia vida interna para ver saber hasta qué punto son responsables de algunas de las causas que invitan a los fieles a cambiar de iglesia.

C. DIRECTRICES PARA LAS RELACIONES RESPONSABLES EN LA MISI N

1. Cuestiones para estudio y reflexión ulteriores

Para promover las relaciones responsables en la misión, de modo que fomenten un auténtico testimonio común cristiano y eviten el proselitismo, se requerirá la continuación del diálogo, la reflexión y el estudio en ámbitos pertinentes, como la eclesiología, la teología y otros:

  • factores históricos y sociales: 1) la diversidad de la experiencia vivida por las diferentes iglesias, 2) la ignorancia o las distintas maneras de interpretar la historia de la propia iglesia y de las demás iglesias, y los recuerdos dolorosos; y 3) las perspectivas y percepciones distintas entre iglesias mayoritarias y minoritarias en contextos en que una sola iglesia ha llegado a identificarse con una nación, un pueblo o una cultura determinados;
  • las formas diferentes e incluso contradictorias de entender el contenido de la fe cristiana -respecto al culto, los sacramentos y la autoridad doctrinal de la iglesia - y los límites de la diversidad legítima en estas cuestiones;
  • las concepciones diferentes de lo que significa ser "miembro" de una iglesia, y de la naturaleza del compromiso cristiano, que se reflejan en particular en el uso de expresiones que comportan juicios de valor (como cristiano "pasivo", "comprometido", "verdadero" o "nacido de nuevo", "la naturaleza del excomulgado", "evangelización" y "reevangelización") que son a menudo fuente de tensión entre las iglesias y conducen a acusaciones de proselitismo;
  • las formas diferentes de entender el objetivo de la misión, que entrañan divergencias de práctica y estilo de la misión, particularmente en torno a los conceptos de "crecimiento" de la iglesia y "expansión" de la iglesia, que parecen dar prioridad al número de "convertidos" y alentar la misión entre los que ya son miembros de una iglesia cristiana;
  • formas diferentes de entender la universalidad de la misión, particularmente en torno a la validez del principio cristiano primitivo de "territorio canónico", según el cual la iglesia local ya presente en cualquier lugar es la principal responsable de la vida cristiana de la población y ningún otro individuo, grupo o iglesia cristianos puede actuar o establecer estructuras eclesiales sin consultar y cooperar con la iglesia local.

2. El camino a seguir: propuestas prácticas

Pese a los problemas todavía sin resolver, la reflexión y la experiencia ecuménicas en los últimos decenios han demostrado que la reconciliación y la comprensión mutua son posibles y que el testimonio en la unidad puede ser una realidad cada vez mayor.

Cuando nuevos contextos requieren nuevas iniciativas para proclamar el Evangelio en la unidad, las iglesias, colaborando juntas en la misión, se comprometen a:

  • profundizar en la comprensión de lo que significa ser iglesia en el mundo de hoy, y aceptar y celebrar su interconexión en el cuerpo único de Cristo (cf. 1. Co. 12:12);
  • profundizar en la convicción de que las iglesias no tienen una misión propia, sino que son copartícipes en la misión de Dios;
  • esforzarse por llegar a una mayor comprensión y visión comunes de su papel misionero en la sociedad contemporánea;
  • alcanzar juntas nuevas fronteras de misión a la manera de Cristo: escuchándose, acompañándose, sustentándose y acogiéndose mutuamente.
  • renovar su determinación de manifestar juntas "la esperanza única a la que [han] sido llamadas" (Ef. 4:4) para participar más plenamente en el plan divino de salvación de reconciliar y unir a todos los pueblos y todas las cosas en Cristo (cf. Ef. 1:9-10):

Siendo todavía largo el camino para la evangelización en comunión y solidaridad ecuménicas, las iglesias copartícipes en la misión deben:

  • arrepentirse de los errores del pasado y reflexionar de manera más autocrítica sobre sus maneras de relacionarse entre sí y sus métodos de evangelización, para superar todo aquello que, en sus expresiones teológicas o doctrinales o sus políticas y estrategias de misión, revele falta de amor, comprensión y confianza en relación con otras iglesias;
  • renunciar a todas las formas de competencia y rivalidad entre denominaciones religiosas y a la tentación de ejercer proselitismo sobre los miembros de otras tradiciones cristianas, como algo contrario a la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (Juan 17:21);
  • evitar el establecimiento de estructuras eclesiales paralelas, estimulando y ayudando a las iglesias locales y cooperando con ellas en la labor de evangelización y en la sociedad en general y entre sus propios miembros, en particular, los que sólo son miembros nominales.
  • condenar toda manipulación de la asistencia humanitaria a determinados cristianos o iglesias para inducir a las personas a cambiar de adhesión religiosa o para promover los objetivos misioneros de una iglesia a expensas de otra;
  • ayudar a las personas que se encuentren en proceso de cambio de afiliación religiosa a discernir si son válidos o no los motivos que las han inducido a ese cambio (por ejemplo la promoción social o mejores oportunidades de vida);
  • aprender a decirse unas a otras "la verdad con amor" cuando se considere que otras personas están haciendo proselitismo o prácticas de evangelización desleales.

Esta comunión y solidaridad cristianas no serán posibles a menos que las iglesias:

  • se escuchen recíprocamente en un auténtico diálogo con el propósito de superar la ignorancia, los prejuicios o los malentendidos, comprendiendo sus diferencias en la perspectiva de la unidad cristiana y evitando las acusaciones injustas, las polémicas, la denigración y el rechazo;
  • se esfuercen por garantizar una mejor comunicación recíproca de las informaciones sobre las actividades de misión a todos los niveles, lo que incluye el debate previo antes de lanzar programas de evangelización;
  • se alienten, fortalezcan y complementen recíprocamente en las actividades misioneras en espíritu ecuménico, y antes de emprender cualquier iniciativa, consulten a la iglesia de la región concernida para determinar las posibilidades de colaboración misionera y de testimonio en la unidad;
  • demuestren voluntad de aprender unas de otras, en cuanto a dinamismo, entusiasmo y alegría en la misión, sentido de comunidad, gozo en el Espíritu, espiritualidad;
  • hagan mayores esfuerzos de renovación interna en sus propias tradiciones y contextos culturales.

CONCLUSIÓN

Como la Conferencia sobre Misión Mundial de Salvador, "censuramos la práctica de quienes utilizan en la misión y la evangelización métodos que destruyen la unidad del cuerpo de Cristo, la dignidad humana y las propias vidas y culturas de los "evangelizados"; los instamos a confesar su responsabilidad y a renunciar al proselitismo".11

Llamados a una sola esperanza, nos comprometemos a responder a nuestra vocación común y a esforzarnos por llevar a cabo la misión en la unidad. Aspiramos vivamente a una nueva era de "misión conforme a Cristo" en los albores del tercer milenio, donde los dones de cada uno enriquecerán a los otros, y estaremos unidos en el Espíritu Santo.

"Oh Padre, como tú estás en mí y yo en ti. Que estén completamente unidos, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma gloria que tú me diste, como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí" (Juan 17:20-23).

RECOMENDACIONES

El Comité Central recomendó el documento "Hacia un testimonio común" a las iglesias para su reflexión y acción, y formuló las siguientes directrices para facilitar la puesta en práctica del documento:

1. A las iglesias y los organismos conexos:
a) que hagan un mayor esfuerzo para sensibilizar a los fieles de sus congregaciones locales, escuelas dominicales, centros de formación y seminarios, para que respeten y amen a los miembros de otras iglesias como hermanas y hermanos en Cristo;

b) que promuevan activamente el conocimiento del patrimonio y las contribuciones de otras iglesias que, pese a las diferencias, confiesan al mismo Jesucristo como Dios y Salvador, rinden culto al mismo Dios Trino y están comprometidas en el mismo testimonio ante el mundo;

c) que fomenten la reconciliación procurando restañar heridas históricas y atenuar amargos recuerdos;

d) que inicien (con la asistencia del CMI cuando proceda) encuentros y diálogos en los planos local, nacional y regional con quienes realizan un trabajo misionero que se percibe como proselitista a fin de ayudarlos a comprender sus motivaciones, hacerles ver la repercusión negativa de sus actividades y promover relaciones responsables en la misión;

e) que busquen oportunidades de trabajar junto con otras iglesias en cuestiones pastorales y sociales que afectan a las comunidades locales y al país en su conjunto, y que estén dispuestos a una auténtica cooperación con los demás para responder a las necesidades de las personas a las que sirven;

f) que juntos renuncien al proselitismo, que es una negación del testimonio auténtico y un obstáculo para la unidad de la iglesia, y que reclamen apoyo para el testimonio común, la unidad y la comprensión entre las iglesias que proclaman el Evangelio;

g) que continúen orando juntos por la unidad de los cristianos, permitiendo que el Espíritu de Dios guíe a las iglesias hacia una verdad y fidelidad más plenas.

2. Al Consejo Mundial de Iglesias:
a) que haga mayor hincapié en la formación ecuménica utilizando todos los recursos del sector de educación, teniendo en cuenta la tendencia cada vez mayor hacia el confesionalismo y las rivalidades confesionales;

b) que realice un estudio sobre eclesiología y misión, dado que muchos de los puntos de tensión y división con respecto al testimonio común proceden de interpretaciones conflictivas en esas esferas.

Aunque se reconoce que la puesta en práctica del documento "Hacia un testimonio común" incumbe principalmente a las iglesias, el CMI debería desempeñar una función facilitadora, alentando el diálogo en las iglesias y entre las propias iglesias.


NOTAS

1. De hecho, la preocupación por el proselitismo como problema ecuménico se planteó ya antes de las fundación del CMI. La Encíclica de 1920 del Patriarcado Ecuménico, que propuso la fundación de una "koinonía" de iglesias, pidió que cesaran las actividades de proselitismo. En las reuniones preliminares de Fe y Constitución y Vida y Acción que tuvieron lugar ese mismo año se suscitó de nuevo la cuestión del proselitismo. Desde la fundación del CMI se ha reconocido que esta cuestión es uno de los obstáculos que se interponen a la unidad de los cristianos. Ya en 1954, frente a los problemas que afectaban a las relaciones entre algunas iglesias miembros, el Comité Central, reunido en Evanston, decidió nombrar una comisión encargada de estudiar a fondo la cuestión del proselitismo y de la libertad religiosa. Tras un período de estudio exhaustivo, la comisión presentó la primera versión de una declaración sobre "testimonio cristiano, proselitismo y libertad religiosa" en el marco del movimiento ecuménico; enmendada en dos ocasiones por el Comité Central (1956 y 1960), esta declaración fue aprobada por la Tercera Asamblea del CMI (Nueva Delhi, 1961).

Las cuestiones relativas al proselitismo y al testimonio común también han figurado en el orden del día del Grupo Mixto de Trabajo de la Iglesia Católica Romana y el CMI; este último ha elaborado tres importantes documentos: "Testimonio común y proselitismo" (1970); "Testimonio común" (1982); y "El problema del proselitismo y la vocación de testimonio común", (1995).

Además, últimamente se han producido muchos documentos y formulado declaraciones sobre la cuestión del testimonio común y el proselitismo en diálogos locales o internacionales entre iglesias. La Conferencia de Iglesias Europeas y el Consejo de Iglesias de Oriente Medio también han realizado estudios al respecto.

2. Las iglesias católicas de rito oriental se fundaron a partir de grupos de antiguos ortodoxos que entraron en plena comunión con la Iglesia Católica Romana, congregada en torno al Obispo de Roma, pero que han conservado diversas tradiciones litúrgicas y canónicas orientales, heredadas de sus iglesias de origen.

3. Señales del Espíritu - 7a Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, ed. por Hugo O. Ortega, Ediciones La Aurora, Buenos Aires, 1991, pág.101.

4. Informe de la- El Evangelio en las distintas culturas", Salvador de Bahía, Brasil, 1996.

5. Thomas Stransky, "Common Witness", en Dictionary of the Ecumenical Movement, Ginebra, Publicaciones del CMI, 1991, pág.197.

6. "Informe de la Sección IV, Quinta Conferencia Mundial de Fe y Constitución", Diálogo Ecuménico, tomo 28, año 1993, número 92, pág.423, Universidad Pontificia, Salamanca.

7. "Base" del CMI, "Constitución y Reglamento del Consejo Mundial de Iglesias".

8. Cf. "Breaking Barriers", Informe Oficial de la Quinta Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, Nairobi, ed. David M. Paton, Gran Rapids, Wm. B. Eerdmans, 1976, pág.106. Cf. también el informe de la consulta ortodoxa sobre "Misión y proselitismo", Sergiev Possad, Rusia, 1995.

9. Cf. el informe de la consulta de Sergiev Possad sobre "Misión y Proselitismo".

10. "Revised Report on "Christian Witness, Proselytism and Religious Liberty in the Setting of the World Council of Churches", en Minutes and Reports of the Central Committee of the World Council of Churches, St Andrews, Scotland, August 1960, Ginebra, CMI, 1960, pág.214.

11. Informe de la Sección IV, Conferencia mundial de misión, Salvador de Bahía.