El Consejo Mundial de Iglesias, en su 11ª Asamblea, celebrada en Karlsruhe (Alemania), repudia la perpetuación de todas las formas de racismo, xenofobia y discriminación conexas contra la humanidad, y el sufrimiento generalizado que estas provocan. 

 

La Cuarta Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), celebrada en 1968 en Uppsala (Suecia), condenó el racismo como una negación flagrante de la fe cristiana e instó a dar una respuesta contundente para combatirlo. La reunión del Comité Central del CMI de 1969 dio seguimiento a esta petición creando el Programa de Lucha contra el Racismo, que se convirtió en uno de los más eficaces —y controvertidos— del CMI. Desempeñó un importante papel en el desmantelamiento del apartheid oficial en Sudáfrica y contribuyó a la liberación de Zimbabue. El programa pasó a ser la expresión práctica de la creencia en la unidad de la humanidad, consagrada en el ethos de la comunidad.

 

Sin embargo, a pesar del fin del sistema de apartheid en el sur de África y del desmantelamiento durante la segunda mitad del siglo XX de los imperios coloniales, y casi dos siglos después de la abolición de la esclavitud, tanto el racismo como la mentalidad colonialista siguen siendo males existenciales contra los que aún lucha el pueblo de Dios.

De hecho, el racismo, la xenofobia y otras formas de discriminación y odio han cobrado aún más importancia en los últimos años, debido al uso negativo de las redes sociales y a los movimientos nacionalistas populistas contra los extranjeros en varios países. El racismo y la xenofobia se entrecruzan con la discriminación basada en la etnia, el origen nacional, la religión, la situación económica, el género, la discapacidad y otros factores que intensifican los sistemas de exclusión —como la apatridia— que niegan a las personas su dignidad como seres humanos creados en la Imago Dei

 

A lo largo de los siglos, los afrodescendientes, los del continente africano y los de la diáspora, han sufrido el racismo, la xenofobia y la discriminación a manos de todos los demás grupos de la familia humana. La esclavización de los africanos basada en la raza, especialmente durante el comercio transatlántico de esclavos de los siglos XV al XIX, supuso la destrucción de comunidades enteras de pueblos africanos por parte de los traficantes de esclavos. Se perdieron muchas vidas africanas debido a las condiciones inhumanas en que fueron desarraigados por la fuerza y traficados a través del Atlántico. 

 

Los que sobrevivían al viaje estaban expuestos a un trato aún más inhumano, pues eran convertidos en “bestias de carga” o ganado, obligados a fortalecer las economías de los sistemas coloniales que no los consideraban seres humanos sino bienes. Los africanos que escaparon de la trata fueron sometidos a la esclavitud colonial. Fueron reducidos a una especie no humana o subhumana mientras los colonos saqueaban sus recursos y sus vidas. Hoy, los afrodescendientes siguen estando estigmatizados y discriminados en todas partes.

 

Como resultado del colonialismo racista y de la esclavitud ejercidas principalmente por los europeos blancos, el matizismo y el colorismo son frecuentes en las comunidades afrodescendientes, asiáticas e indígenas. Estas prácticas otorgan superioridad a las personas con una complexión de piel más blanca y clara sobre las que tienen una piel más oscura. En muchos países, los productos para blanquear la piel dirigidos principalmente a las mujeres negras y morenas son un negocio multimillonario.

 

Los asiáticos y los descendientes de asiáticos siempre han sufrido racismo y discriminación. La llegada de la pandemia de la COVID-19 exacerbó la situación, dada la asociación de Asia con los orígenes del coronavirus, y la violencia, el acoso y la discriminación antiasiáticos han alcanzado niveles alarmantes.

 

Asimismo, el racismo que padecen las personas de Oriente Medio se vio extremadamente exacerbado a raíz de la falsa asociación —que aún persiste— de todas las personas de esa región del mundo con el extremismo religioso y el terrorismo, especialmente tras los atentados del 11-S en Estados Unidos de América. Entre muchas otras manifestaciones, el continuo desprecio de los derechos del pueblo palestino y de la necesidad de una paz justa en Israel y Palestina encierra matices de racismo, así como de intolerancia religiosa y discriminación, lo que socava el respeto de la igualdad de derechos humanos de todas las personas de la región.

 

Entre las muchas dimensiones trágicas de la guerra en Ucrania, el conflicto ha expuesto con crudeza la persistencia del racismo en Europa. En una impactante demostración de esa realidad, en muchos casos, las personas de ascendencia africana, asiática y de Oriente Medio, así como la población romaní, fueron deliberadamente objeto de la denegación de una evacuación segura. La cálida acogida que recibieron los ucranianos blancos en todo el continente contrasta con la forma en que Europa ha respondido a los refugiados de otras regiones, incluidos los ucranianos no blancos.

 

Muchas personas, especialmente de África y Oriente Medio, que buscaban seguridad y una vida mejor en el Reino Unido, están siendo trasladadas a Ruanda en virtud de un acuerdo muy controvertido entre ambos países.

 

Dando un ejemplo positivo, el Gobierno alemán demostró su liderazgo al aceptar a los refugiados de Siria en un momento en que muchos Estados los rechazaban. Alentamos a otros Estados a seguir este ejemplo cuando traten con personas vulnerables que huyen de la persecución y la guerra en busca de refugio.

 

En todo el mundo hemos asistido en los últimos años a la proliferación de retóricas y gobiernos populistas nacionalistas que promueven la xenofobia y utilizan el discurso de odio contra las minorías nacionales, étnicas, religiosas o lingüísticas. Estos métodos constituyen una estrategia bien establecida para movilizar a los partidarios políticos, deslegitimar y deshumanizar a los oponentes y agravar la polarización política. Los refugiados y los migrantes han sido con frecuencia el objetivo de estos movimientos políticos, que a menudo han dado lugar a graves y mortales violaciones de los derechos humanos.

 

Reunidos en el país en que, durante la Segunda Guerra Mundial, fue concebido y perpetrado el Holocausto de los judíos, reconocemos las legítimas advertencias de esta comunidad en todo el mundo sobre la breve trayectoria desde las actitudes antisemitas y el discurso de odio hasta el genocidio. Las fuerzas nacionalistas populistas han desatado y atizado en muchos lugares el antisemitismo latente, provocando un aumento de los ataques violentos, así como de la discriminación contra las personas y las comunidades judías. Las iglesias tienen la responsabilidad permanente de enfrentarse a la lacra del antisemitismo, dado el papel histórico de estas en su promoción y difusión. Aunque sus orígenes son antiguos, el antisemitismo persiste como una amenaza constante, que regresa bajo nuevas formas y a través de nuevas voces con cada generación. Aquí, en Karlsruhe, reafirmamos el rechazo categórico del antisemitismo por parte de la Asamblea fundacional del CMI, en Ámsterdam, como un pecado contra Dios y contra la humanidad.

 

Los pueblos indígenas de América, el Caribe, el Pacífico, Asia y África, así como de Europa, también han sufrido y siguen sufriendo el racismo. Los pueblos indígenas fueron asesinados y desplazados, sin recibir reparación equitativa alguna por los siglos de expolio de sus tierras. Incluso hoy, cuando los pueblos indígenas se esfuerzan por proteger sus tierras tradicionales de la explotación a gran escala, se enfrentan al racismo, las amenazas y la violencia. Además, la violación de mujeres indígenas y africanas durante la colonización refleja la militarización de la violencia sexual como medio para negar la dignidad de los pueblos subyugados, y continúa aún hoy. Los que se resistieron fueron golpeados, amenazados o asesinados, lo que en última instancia dio lugar a genocidios que aún no han sido plenamente documentados ni reconocidos.

 

La particular modalidad de discriminación que sufren los dalits, también conocidos como “intocables”, está basada en una combinación de ascendencia y ocupación tradicional. Prevalece en todo el sur de Asia y en la diáspora surasiática, así como en las sociedades tradicionales de otras culturas y regiones, incluida África Occidental. Los dalits y otras comunidades discriminadas de forma similar son marginados y excluidos dentro de sus propias sociedades, y se considera incluso que el contacto con ellos puede ensuciar el cuerpo o el espíritu.

 

Las confluencias entre raza, género y discapacidad amplifican en gran medida la marginación que sufren las mujeres y las personas con discapacidad que también son de ascendencia africana, asiática, indígena o dalit en un mundo de racismo sistémico.

 

La discriminación es la fuerza motriz de la apatridia y ha sido la causa de la negación de la ciudadanía a comunidades enteras. Puede adoptar la forma de nacionalidad racializada, nacionalismo religioso o discriminación de género en las leyes de nacionalidad, o a veces una combinación de ellas. Millones de apátridas viven en un limbo legal como extranjeros perpetuos, privados de derechos, convertidos en “invisibles” en sus propias sociedades. Viven al margen de la sociedad, sin acceso efectivo a sus derechos humanos y con escasa protección. Las personas apátridas se encuentran entre los grupos más vulnerables y olvidados del mundo. Viven expuestas o bajo el riesgo de sufrir detenciones arbitrarias, desplazamientos forzados, deportaciones, explotación y tráfico de personas, especialmente las mujeres y los menores. La apatridia y la privación de los derechos humanos pueden ser tanto una causa como una consecuencia del desplazamiento forzado, que alcanza niveles sin precedentes en todo el mundo.

 

El racismo, la xenofobia, la discriminación basada en las castas, el antisemitismo y todas las persecuciones religiosas, así como todas las formas de discriminación conexas, son fundamentalmente contrarias a la voluntad de Dios. El principio de no discriminación está profundamente arraigado en nuestra fe cristiana. Como cristianos, creemos que todas las personas han sido creadas a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:27), y que todas están dotadas de una dignidad inherente por ser portadores de la imagen divina. Dios ha permitido que nuestros cuerpos respondan al entorno que nos rodea produciendo diversidad en la familia humana, lo que no altera la igualdad de la dignidad humana. Todos seguimos estando creados a imagen de Dios. No hay ninguna justificación, ni en la fe ni en la ciencia, para el racismo, la xenofobia y la discriminación que estamos presenciando en el mundo. Las divisiones y la marginación por motivos de etnia, “raza”, casta, origen nacional y todas las demás formas de discriminación oponen barreras al testimonio cristiano de unidad. 

 

Nuestros corazones claman, en solidaridad con los que sufren el racismo, la xenofobia y la discriminación, y con los que han sido marginados, excluidos, explotados o convertidos en apátridas por otros, que han sido tratados como menos que humanos, en lugar de ser abrazados como hermanos y personas de igual dignidad y valor.

 

La 11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) reunida en Karlsruhe (Alemania), del 31 de agosto al 8 de septiembre de 2022, por tanto:

 

Afirma categóricamente que el racismo es un pecado contra Dios y la humanidad, una herejía teológica cristiana, y reconoce que la “raza” es un constructo social surgido de la ideología colonial que no tiene fundamento en la fe ni en la ciencia.

 

Reconoce que el racismo y la xenofobia siguen afectando a muchas comunidades e individuos en todas las regiones, y que se combinan tóxicamente con otras formas de discriminación, y, por ello, encomia al CMI por establecer un nuevo programa transversal sobre el racismo, la xenofobia y las discriminaciones conexas.

 

Alienta a este organismo ecuménico a revisar la complicidad de algunos organismos religiosos en el doloroso pasado de la esclavitud, el colonialismo y sus expresiones actuales para caminar hacia el arrepentimiento, la confesión, la reparación, la reconciliación y la sanación. 

 

Reconoce y afirma contundentemente los pasos positivos que están dando las iglesias, los asociados ecuménicos y algunos Estados para reconocer la complicidad histórica en el racismo sistémico, desmantelarlo e incrementar la inclusión y la equidad.

 

Alienta al CMI a seguir cumpliendo el mandato que recibió de la 10ª Asamblea General en Busan (Corea del Sur) y a continuar su testimonio profético en favor de la dignidad y de los derechos de las personas apátridas como una de sus prioridades programáticas, estudiando los vínculos entre la apatridia y diversas cuestiones, como la migración, el género, el racismo y la xenofobia, el nacionalismo religioso y el desarrollo.

 

Acoge con satisfacción las recientemente aprobadas Afirmaciones interconfesionales sobre la pertenencia, y afirma que aquello que podamos hacer junto a otros grupos confesionales y religiosos para aliviar el sufrimiento de los apátridas y ayudar a eliminar la apatridia, no debemos hacerlo por separado.

 

Alienta a las iglesias miembros, a los asociados ecuménicos y a todas las personas de buena voluntad a sensibilizar sobre el trauma del racismo, la xenofobia y las discriminaciones conexas y a defender la igualdad y la dignidad de todas las personas.

 

Desafía a nuestras comuniones a ser más conscientes de las manifestaciones de esta abominación en nuestra predicación, enseñanza, lectura y estudio de la Biblia, la liturgia, el culto y el discipulado y pide a las iglesias miembros, a los asociados ecuménicos y a los dirigentes religiosos que tomen consciencia activamente de las formas en que sus actitudes y acciones excluyen a ciertas personas de la amada comunidad. (Juan 17:20-21) 

 

Insta a las iglesias miembros, a los asociados ecuménicos, a los dirigentes religiosos y a todas las personas de buena voluntad a hacer frente al racismo, la xenofobia y las formas conexas de discriminación en la iglesia, la sociedad y en todo el mundo, y a entablar un diálogo con los responsables políticos y los dirigentes en sus contextos nacionales y locales para desmantelar las estructuras del racismo sistémico, la xenofobia y todas las formas de discriminación.

 

Pide a nuestros dirigentes, miembros y asociados ecuménicos y a las personas de buena voluntad que no perpetúen la institucionalización del racismo mediante la normalización de los estereotipos que se insertan en la literatura, el lenguaje, el arte, la música, el cine, el folclore y los medios de comunicación sociales y públicos.

 

Invita a las iglesias miembros y a los asociados ecuménicos a comprometerse a dialogar con sus gobiernos para que adopten políticas inclusivas que confieran nacionalidad y derechos a todos sin discriminación, y a deconstruir los sistemas de racismo, discriminación y xenofobia en la gobernanza, la educación, el comercio y la religión. 

 

Alienta encarecidamente al movimiento ecuménico a que alce su voz contra quienes se benefician y se aprovechan de todas las formas de racismo, discriminación y xenofobia, contra quienes lo consienten con su silencio o su inacción y contra quienes no ven la necesidad de denunciar y desmantelar este violento flagelo sobre los seres humanos. 

 

Exhorta a las iglesias miembros de la familia ecuménica a que se conviertan en apasionadas defensoras que ayuden a velar por que la dignidad y la igualdad inherentes a todos los seres humanos no se vea comprometida por las instituciones humanas o religiosas. 

 

Que el Consejo Mundial de Iglesias y todos los cristianos seamos transformados por la renovación de nuestras mentes con la verdad del evangelio de la justicia y la paz para que no repitamos los pecados del pasado ni seamos culpables de lo mismo que denunciamos y que, por el amor de Cristo, el mundo avance hacia la reconciliación y la unidad.