Texto:"Porque yo derramaré aguas sobre el suelo sediento, y torrentes sobre la tierra seca..." (Isaías 44:3).

Reflexión:

Soy una migrante transpacífica. Nací en Corea y viví allí hasta los cinco años de edad, cuando mi familia emigró a Canadá. Actualmente, vivo y enseño en Estados Unidos.

A menudo, trato de recordar mi juventud temprana en Corea. Con el tiempo, estos recuerdos se han ido desdibujando, pero puedo recordar que, en Corea, el agua estaba presente a menudo y hablábamos sobre ella.

Corea es una pequeña península asiática que linda con China al norte y está rodeada por tres cuerpos de agua: el mar Amarillo, el mar de China Oriental y el mar del Japón.

Las poblaciones que viven en las ciudades costeras aledañas suelen considerar que estos cuerpos de agua son su sustento y, en ocasiones, un peligro. El agua es una forma de vida para muchos coreanos, que incluye nadar en las playas en verano y recoger la pesca y preparar el marisco para la familia y los amigos, o para vender en los mercados. Para muchas de estas comunidades, el agua es la base ecológica de sus economías. Las buceadoras conocidas como Haenyeo viven en las aguas de la isla de Jeju, en las que bucean. La tradición de las buceadoras de Jeju se remonta al año 434 d.C. Fueron buceadores varones los que comenzaron con esta tradición, pero, en el siglo XVIII, las buceadoras superaron en número a los buceadores. Las haenyeo pescan abulones, caracolas, pulpos, erizos de mar, ascidias, algas pardas, caracoles de mar, sargazos, ostras, babosas de mar y cualquier otro organismo comestible que viva en el agua.

Recuerdo que fui de visita a Corea el verano de 1985, siendo una adolescente. Era un día húmedo y caluroso, y mi madre decidió llevarnos de excursión a la montaña con nuestra familia materna. Al principio, fue divertido, pero luego empezamos a desfallecer ante el sol abrasador. Me puse nerviosa y no paraba de preguntarle a mi madre: “¿Dónde vamos?” “¿Por qué estamos subiendo a esta montaña?”. Mi madre me aseguró que la excursión valía la pena y que, cuando llegásemos a la cima, beberíamos el agua más fresca y pura que existe.

Obviamente, no éramos los únicos que querían probar ese agua: había una gran multitud reunida al inicio del sendero, preparada para subir a la montaña. Tras horas de ascenso, llegamos al lugar en el que mi madre decía que había un agua "especial". Resultó que ese agua "especial" era apenas un chorrito que manaba de un pequeño caño de aspecto decepcionante.

“¿Por este agua hemos subido hasta la cima de la montaña?”, me pregunté. Observé la multitud de personas esperando delante y detrás de notsotros con sus botes y sus tazas. Me molestó tener que esperar por lo que parecía ser una fuente de agua sin nada de especial, y seguí quejándome durante todo el tiempo que estuvimos allí.

Mi madre me explicó: “Es agua de manantial. Este agua procede de una zona concreta muy restringida, en la cima de la montaña, y por eso, no está contaminada. Es agua tan limpia y pura que limpiará y nutrirá nuestros cuerpos”.

Por fin, llegamos hasta el manantial y, cuando recogí el agua entre las palmas de mis manos y la probé, debo confesar que me sentí decepcionada. No pude sentir la magia del agua; no tenía un aspecto ni un sabor especial.

Cuando era adolescente, era emocionalmente inestable, y traté de llevarle la contraria a mi madre, que me había hecho caminar durante horas para tomar un pequeño sorbo de agua que, para mí, por aquel entonces, era algo totalmente insustancial. Pero, para mi madre, subir a aquella montaña para tomar agua de manantial fue una peregrinación muy emocionante. Llevaba diez años sin volver a Corea, y quería enseñarme algo que su familia llevaba generaciones haciendo y hacer de ello una experiencia extraordinaria. Ahora que lo pienso, no pude entender el sentido de este acto hasta mucho más tarde.

En los años 80, el agua en Corea no era potable. Todos hervían el agua y le añadían maíz tostado y cebada para hacer un té con sabor a frutos secos tostados llamado bori-cha. El bori-cha se bebía frío en verano y caliente en invierno. Con muy pocas excepciones, como este mantantial de alta montaña, beber agua directamente de un caño era peligroso.

Al igual que en aquellos tiempos, el agua que ahora rodea a Corea, como en gran parte del resto del mundo, está cada vez más contaminada y sometida a la explotación de sus recursos y organismos vivos. Se siguen vertiendo residuos, basura y productos químicos a las aguas, lagos y océanos. Hay tanta basura en el océano que la zona entre Hawaii y California es conocida como la isla de basura del Pacífico, cuyo tamaño está entre los 700 000 km2y los 15 000 000 km2, una enorme superficie aproximadamente del tamaño de Rusia. [1]

En estos momentos en los que nuestro estilo de vida de consumo alimenta la espiral negativa de contaminación de los suelos, de la tierra, del aire y del agua, es necesario dedicar un momento a reflexionar sobre el don del agua en este tiempo de Cuaresma. Pasajes bíblicos como “Porque yo derramaré aguas sobre el suelo sediento, y torrentes sobre la tierra seca. Derramaré mi Espíritu sobre tus descendientes, y mi bendición sobre tus vástagos” (Isaías 44:3) nos recuerdan que el agua es vida y es un don de Dios. Sin el agua y el Espíritu, no podemos vivir. Dios creó todas las cosas y nos las entregó para nuestro disfrute, para que pudiéramos prosperar en la tierra. Como criaturas de Dios, no podemos destrozar su creación ni impedir que otros disfruten de ella.

La Federación Luterana Mundial ha adoptado el tema "La creación no está a la venta". No podemos ser propietarios o vender ninguna parte de la creación, porque todo es un don de Dios. Esto significa que no podemos privatizar el agua y venderla, ya que el acceso al agua es un derecho humano. No podemos negarles a otros el agua. Debemos recordarnos a nosotros mismos que Dios "derrama agua en las tierras sedientas" y, por ello, nosotros, como criaturas de Dios, debemos dejar que el agua fluya libremente y respetar el derecho de todos los seres humanos al agua potable. No podemos "apropiarnos" del agua, y debemos hacer todo lo posible por mantenerla limpia y a disposición de todos.

Nos deslumbran recursos valiosos como el petróleo, los combustibles fósiles, los diamantes o el oro, pero ¿qué serían todas estas cosas sin agua potable? El agua es lo más valioso, porque no podemos vivir sin ella, y el acceso al agua potable es un derecho dado por Dios. Debemos esforzarnos por garantizar que todas las personas tengan acceso al agua y que el planeta sobreviva y prospere.

Preguntas para la discusión:

  1. Como personas religiosas de todo el mundo, ¿cómo podemos trabajar juntas para luchar contra las prácticas y los procesos que contaminan nuestros océanos y nuestras fuentes de agua dulce?
  2. ¿Cómo podemos cambiar nuestros hábitos para no contribuir a la contaminación del don de Dios del agua?
  3. ¿Qué pasajes de las Escrituras nos alientan a amar la creación de Dios y trabajar por la sostenibilidad?

Medidas recomendadas:

1. Hay muchas medidas que podemos poner en práctica a nivel personal para mantener limpias nuestras aguas. Podemos evitar el uso de pesticidas o fertilizantes químicos, utilizar productos de limpieza que no sean tóxicos, evitar utilizar jabones o productos de limpiea antibacterianos y no arrojar aquellos medicamentos o fármacos que ya no utilicemos por el inodoro o los desagües. Todas estas medidas contribuirán a mantener limpias nuestras aguas.

2. Establecer foros y reuniones con amigos y vecinos para hablar de cómo podemos participar todos en la protección de nuestras aguas. Podemos colaborar con funcionarios locales para que no se utilicen pesticidas ni productos tóxicos en lugares públicos como los parques o escuelas. Todos debemos promover la limpieza del agua en todos los niveles del gobierno, así como movilizar a las comunidades religiosas para esta labor.

 


[1]Para más información, véase, “The Great Pacific Garbage Patch” https://www.theoceancleanup.com/great-pacific-garbage-patch/?gclid=EAIaIQobChMInYbv8vbA4AIVDDBpCh3XtAsWEAAYASAAEgJUZfD_BwE(en inglés)