Sermón del Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, secretario general del Consejo Mundial de Iglesias, en la reunión de oración de despedida con el personal del CMI

31 de marzo, 1 de abril de 2020

El Buen Pastor

Juan 10:11-17

Queridos colegas, queridos hermanos y hermanas:

Entre las muchas imágenes de Dios que tenemos de la Biblia, esta es una que muchos aprecian de manera especial, como me ocurre a mí. Ha estado en mi mente desde que era niño. Jesús se preocupa. Jesús se preocupa por nosotros, también por mí. Aunque pueda pensar y sentir que me han dejado solo o que estoy perdido. Él no nos abandonará. En Salmos 23 se utilizan palabras rotundas y realistas y, por consiguiente, también palabras alentadoras: “Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento”. A veces resulta difícil creer esto, como sucede en los tiempos de la pandemia a la que la humanidad se enfrenta hoy. Es aún más valiosa y costosa esta imagen de Dios. Es aún más necesario que elevemos esta imagen de Dios para los demás y para nosotros mismos.

¿Qué hace realmente un pastor? En mis múltiples caminatas por las montañas del Jura, viendo Ginebra y Bossey desde la distancia y desde arriba, a menudo me he encontrado con grandes rebaños de ovejas. Siempre había perros protegiendo al rebaño, sin atacarnos, solo diciéndonos con sus ladridos que mantuviéramos la distancia. He buscado entonces al pastor que solía estar allí. Pero algunas veces me llevó un tiempo descubrirle. Con frecuencia estaba sentado en la distancia, en un punto estratégico del paisaje. Aparentemente relajado, pero atento. Observando al rebaño, a nosotros los excursionistas. Dejaba que las ovejas dieran vueltas por una zona amplia, como si estuvieran solas, libres para hacer lo que habían ido a hacer: comer, digerir, estar. Parece que sabían que el pastor estaba ahí, lo conocían, y él las conocía. Su relación hacía que las ovejas confiaran en su presencia, aunque no lo vieran todo el tiempo.

Otra imagen de un pastor que tengo en la mente es una de Belén: veo a un hombre mayor intentando correr detrás de un pequeño rebaño, guiándolo por las calles para encontrar otro lugar que todavía esté verde. Los campos de pastoreo de los alrededores de Belén han disminuido drásticamente debido a la persistente ocupación de las tierras. El pastor intentaba encontrar de todas formas algún lugar al que ir con las ovejas, deprisa, protegiéndolas de los vehículos y de otros riesgos.

Estos son dos ejemplos que he visto que me ayudan a iluminar la imagen del Buen Pastor. Pero podría mencionar muchos otros, no solo de aquellos que tratan con animales, sino de las numerosas personas que ven, cuidan, acompañan, caminan o incluso corren con los que están en peligro. Muchos, muchos de los que sé que hacen esto son mujeres.

En tiempos como estos todo se cuestiona. Nuestro espacio se reduce, de muchas maneras. La forma normal de organizar nuestras vidas y nuestro trabajo no es tal, ni siquiera podemos decir adiós de la manera normal. Los miedos y la ansiedad nos vienen a la mente, por nuestros seres queridos, por nosotros mismos, por nuestros colegas y amigos, por nuestras familias y congregaciones, por el pueblo al que pertenecemos y del que estamos lejos, por las personas que hemos llegado a conocer a través de nuestro trabajo y nuestros viajes. Sabemos que muchos de ellos son vulnerables al virus, y a los múltiples efectos de la pandemia (que podrían dar lugar a una sociedad disfuncional, con menos acceso al trabajo, incluso a los alimentos, al saneamiento, al agua limpia y a los servicios sanitarios). Empezamos a entender los tipos de amenazas a los que muchos se enfrentan como individuos, como comunidades, como una humanidad.

Este es nuestro tiempo. No podemos elegir otro. Cuando se creó el CMI, salían de una catástrofe causada por algunos que querían ser el gobernante, el señor de aquella época. Eso condujo a una guerra mundial, al genocidio y a enormes sufrimientos y desastres. Los que se reunieron en 1948 formularon que la base del CMI es nuestra fe en Jesucristo como Señor y Salvador. Sigue siendo nuestra base. He dicho con frecuencia como secretario general: “Vuelta a lo básico”, para poder vivir ahora y avanzar hacia el futuro con esperanza.

Creo que este es el momento de ver que el Señor y Salvador lleva la imagen del Buen Pastor. Este es nuestro momento para mostrar la imagen del Dios que nos ve. Este es el momento de recordar que Jesús, el Buen Pastor, lo ha experimentado todo sobre ser humano, incluso ser abandonado por otros, al extremo del sufrimiento y la muerte, pensando incluso que había sido abandonado por Dios. El Dios crucificado nos ve. Este es el momento de mostrar la imagen del Dios que ha resucitado de entre los muertos. El Dios de vida que nos ve. El Buen Pastor no solo nos ve, sino que camina e incluso corre a nuestro lado, cuando tenemos que hacerlo.

¿Cómo podemos mostrar esta imagen de Dios a los demás y los unos a los otros? ¿Cómo creer que Dios se preocupa por todos? Creo que es tan sencillo como difícil: solo haciéndolo. No se trata de decirnos a nosotros mismos y contar a todo el mundo lo fuerte que es nuestra fe, ni pretender que nada nos preocupa o que no tenemos dudas sobre esto o aquello. Tenemos preocupaciones y dudas y, por lo tanto, solo tenemos que elevar esta imagen. Simplemente hacerlo. Repitiéndolo a los demás y a nosotros mismos. Recordándonos los unos a los otros quién es el Buen Pastor, leyendo los textos de la Biblia y de nuestras tradiciones, cantando las canciones de la fe, compartiendo nuestras imágenes de la fe, diciendo nuestras oraciones, incluso lamentándonos o llorando, mientras oramos al Buen Pastor: No nos abandones.

Y haciéndolo también a través de nuestro trabajo para el CMI, en nuestros programas, en nuestras funciones de apoyo y en nuestras funciones de liderazgo. Solo intentando mostrar que nos preocupamos, hacemos esto y aquello porque creemos que hay un Buen Pastor, que se preocupa, sobre todo cuando los tiempos son difíciles.

El CMI nació en crisis, de la distancia y la división entre las iglesias, de los desastres de las guerras mundiales del siglo XX, y estableció que seguiría abordando las crisis: para acabar con el colonialismo y luchar contra el racismo, para poner fin a la guerra fría y la amenaza de la aniquilación nuclear, para prevenir y acabar con los conflictos armados, para frenar los abusos y la destrucción de la creación de Dios, para hacer frente al cambio climático, para luchar contra la globalización cuando hace ricos a unos pocos y pobres a la mayoría, para luchar contra la pobreza, para detener la violencia en nombre de la religión, para defender los derechos de los refugiados, para oponerse al nacionalismo destructivo que divide y mata, para combatir las enfermedades y las endemias y luchar contra la estigmatización y la exclusión de las personas con el VIH, para poner fin a la violencia de género, para acabar con la violencia contra los niños, y así sucesivamente. Este es nuestro tiempo, justo ahora también es el momento de abordar la crisis a la que nos enfrentamos.

Hay una necesidad constante de un movimiento ecuménico, que es un movimiento de amor y cuidado. Uno de mis mayores deseos y visiones cuando empecé a trabajar como secretario general del CMI era que fuéramos capaces de ser mutuamente responsables los unos de los otros, no hablar ni actuar como si los otros no estuvieran aquí con nosotros. Uno de mis objetivos era que pudiéramos reconocer y admitir la importancia de lo que los otros contribuyen. En efecto, se trata antes que nada de vernos los unos a los otros como seres humanos. Luego, de vernos como seguidores de Cristo, y recibir las contribuciones de las otras iglesias, y asociados, en esta comunidad en la que se comparten los dones. Dentro del CMI como organización, se trata de las otras corrientes y departamentos, lo que cada uno de nosotros contribuye al conjunto. La responsabilidad mutua es el principio de trabajar juntos con transparencia y confianza mutua, afirmando nuestra base y propósito común de maneras prácticas. Se trata de hacernos visibles, vistos, los unos para los otros –y de responder viendo y reconociendo–, avanzando juntos en nuestro entorno y en nuestro tiempo.

Las imágenes del Buen Pastor me han inspirado, pero también me han desafiado mucho como secretario general del CMI. ¿Soy capaz, somos capaces, de mostrar esta imagen de Dios en lo que hacemos? He intentado aplicar estos modelos de liderazgo. Ser observador, ver, guiar hacia los lugares adecuados, adoptar las medidas correctas en el momento oportuno. Al hacerlo, he intentado ver y reconocer los dones y las oportunidades de cada uno de ustedes para encontrar la mejor manera de caminar y trabajar juntos. Y de correr juntos cuando algo era urgente. Y con bastante frecuencia lo fue.

Hoy quiero que recordemos lo que muchas veces enfatizamos: Somos, como seres humanos, creados a imagen de Dios. Esto nos da a todos nuestro valor y nuestra dignidad. Sin embargo, también significa que, como seres humanos, transmitimos una imagen de Dios a los demás en este mundo. Significa que estamos llamados, como Caín, a ser el vigilante y el guardián de nuestra hermana y nuestro hermano. Estamos llamados a ser una imagen del Buen Pastor, a ser aquellos que se preocupan, a respetar y proteger a los otros por quiénes son y qué son.

Elevemos juntos esta imagen de Dios, del Dios de vida, el Buen Pastor, que está con nosotros en nuestra peregrinación de justicia y paz. También en tiempos como los actuales.

Esto es –creo yo– lo que debería ser el movimiento ecuménico. Por este motivo ya es hora de que el CMI diga: “El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”. No porque seamos perfectos y tengamos éxito en todo, sino porque hacemos esto juntos, en nombre del Buen Pastor.

Que el Buen Pastor esté con todos ustedes.

Amén.