Estimados hermanos y hermanas en Cristo, estimados miembros del Comité Central:

¡Paz a ustedes de parte de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nuestro creador, reconciliador y dador de vida!

Amén.

Doy gracias a la moderadora, la Dra. Agnes Abuom, y al secretario general en funciones, el Rev. Prof. Dr. Ioan Sauca, por haberme invitado a dirigirme a ustedes en este momento de gran intensidad, durante la oración de apertura de esta reunión del Comité Central celebrada en 2021.

Están reunidos en torno a la lectura de la Sagrada Escritura, de las palabras de 2 Corintios 5:11-21, y bajo el tema de la próxima Asamblea del CMI: “El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”.

Algo ha conmovido al mundo. Y no solo lo ha conmovido, sino que lo ha cambiado de forma significativa desde la última vez que el Comité Central se reunió en 2018. Entonces, celebramos juntos los primeros setenta años del Consejo Mundial de Iglesias. Lo hicimos reconociendo que el ministerio del CMI siempre ha sido abordar lo que resulta difícil, incluso lo que es erróneo, pecaminoso e injusto. La vocación que compartimos no consiste en pulir la superficie, sino en ser honestos y tener esperanza de que el cambio es posible.

Esta vez, este “algo” ha sido un virus. Pero es mucho más que un virus. Son los efectos de la pandemia en la salud, la economía, las crecientes injusticias y el aumento de la pobreza, la separación y el aislamiento. Todo ello afecta nuestras vidas tanto a nivel individual como colectivo.

Hoy se reúnen en línea como Comité Central para abordar las repercusiones de esta crisis mundial en la labor del movimiento ecuménico y del CMI como organización, y para discernir cómo avanzar juntos.

Juntos compartimos el dolor de nuestras iglesias miembros que han perdido un gran número de fieles y muchos líderes. Algunos de ustedes han perdido colegas, amigos y familiares. Hemos perdido miembros del Comité Central y compañeros del movimiento ecuménico.

Muchos de ustedes viven en contextos donde las condiciones han empeorado considerablemente. Millones de personas en todo el mundo esperan una producción y distribución de vacunas que sea justa y eficaz.

La segunda epístola a los corintios del apóstol Pablo está destinada a consolar a la iglesia local, dando gracias al “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, [...] quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación” (1:3 ss.).

“Por tanto, no desmayamos” (4:16), “porque andamos por fe, no por vista” (5:7). Este es el motivo por el que, en tiempos como estos, nosotros también podemos y debemos tener un tema para nuestra próxima Asamblea como el que hemos elegido: “El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”. Creemos, aunque no lo veamos cada día ni en todos los lugares, que el amor de Cristo nos impulsa.

El camino a seguir lo encontramos más en nuestras creencias que en lo que vemos.

El contexto bíblico del tema de la Asamblea nos recuerda por qué se nos llama a la reconciliación y la unidad. No es para mantener la diplomacia eclesiástica ni mantenernos ajetreados con cualquier otra digna labor multilateral, sino porque el mundo es como es y porque las iglesias tienen las necesidades que tienen. Trabajar es ser “embajadores de Cristo”. En nombre de Cristo. Porque el mundo necesita lo que Cristo ofrece: reconciliación con Dios. Nada menos.

El ministerio de todos ustedes es una vocación sagrada que consiste en mostrar cómo Dios en Jesucristo cambió las cosas y reconcilió el mundo con Dios. Por lo tanto, por medio de Jesús, Dios puede crear una cadena de consuelo, traer algo más al mundo, algo realmente nuevo, por medio de la comunidad de la iglesia. Esta es una comunidad que está conectada a través del amor de Cristo, por lo que puede ser muchísimo más de lo que somos por nosotros mismos. Así pues, la iglesia debe ser impulsada, incluso gobernada y apremiada, por el amor de Cristo.

La necesidad de una labor religiosa multilateral en aras de la justicia, que sea fuente de esperanza, es mayor que nunca. Es algo que sucede a través de personas imperfectas, “pero tenemos este tesoro en vasos de barro” (4:7). A lo largo de los setenta y dos años de labor del CMI siempre ha sido así, y hoy sigue siendo así.

Permítanme aprovechar esta oportunidad para expresar mi agradecimiento, e incluso admiración, a los dirigentes y a todos los colegas del CMI por su resiliencia en el ministerio del Consejo y por dar continuidad a la vocación sagrada del movimiento ecuménico en estos momentos tan críticos. Ustedes siguen compartiendo el amor de Cristo a través de su trabajo y su comunicación de muchas maneras nuevas. El ministerio de reconciliación que trae justicia y equidad no ha quedado obsoleto, no ha terminado, no ha perdido su urgencia. Es más necesario que nunca.

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Dado que no ha habido oportunidad de presentarles un informe sobre el último período de mi mandato ni de compartir mis reflexiones tras más de diez años como secretario general, valoro mucho esta invitación especial a dirigirme hoy a ustedes.

Todos necesitamos un movimiento ecuménico de amor. Todos necesitamos el consuelo de Dios que podemos transmitirnos unos a otros. También sé por la experiencia de esos más de diez años que todos necesitamos el perdón de los pecados, la reconciliación y la justicia que nos son dados en Jesucristo a través de su muerte y resurrección.

Les doy las gracias por la riqueza de relaciones y las experiencias del amor de Cristo que me ofrecieron a mí y a mi familia durante mi mandato de secretario general. Les doy las gracias por los muchos encuentros, reuniones y visitas que me condujeron a la realidad de sus vidas, sus luchas y su admirable e inspirador ministerio de reconciliación en sus diversos contextos. Les doy las gracias por la amistad y el compañerismo, por las muchas expresiones de pertenencia común, con un sentido de responsabilidad mutua. Les doy las gracias por haber tenido el honor de representar a esta comunidad de iglesias en un mundo que necesita amor, que tiene una profunda y acuciante necesidad de reconciliación y unidad.

¡Que Dios, que nos dio el ministerio de la reconciliación, siga consolándoles y dándoles el coraje y la sabiduría para cumplir con su vocación!

Amén.