Cuando el Apóstol Pablo se detuvo ante el Areópago, empezó a conectar con la espiritualidad de los antiguos atenienses, reconociendo su búsqueda de Dios y la sensibilidad espiritual de sus poetas. Pablo trató de utilizar el lenguaje espiritual de los atenienses para hablarles del Dios Creador y de Jesucristo y su resurrección. Al mismo tiempo, discernió un espíritu de idolatría que impedía el arrepentimiento y la obediencia práctica al Espíritu Santo de Dios (Hechos 17:16-34). Aunque trató de enlazar de ese modo las espiritualidades de los mundos judío y griego, Pablo se encontró con la incomprensión y no obtuvo sino un limitado éxito inmediato en cuanto a la adquisición de nuevos cristianos. Sin embargo, desde nuestra perspectiva de dos mil años después, podemos ver que Atenas es una ciudad cristiana y sabemos cómo el uso del pensamiento e idioma griegos ha contribuido a la formación de la teología cristiana, especialmente a nuestra comprensión de Dios y del Espíritu Santo. Por eso considero doblemente importante que aquí, en Atenas, oremos: "Ελθέ, Πνεύμα Άγιο", "¡Ven, Espíritu Santo!"