Jerusalén, 5 de junio de 2017

Rev. Dr. Olav Fykse Tveit
Secretario General
Consejo Mundial de Iglesias

En nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Estimadas hermanas y hermanos en Cristo:

Jerusalén es una ciudad santa para los cristianos de todo el mundo. Aquí se han ofrecido oraciones y alabanzas a Dios, el Creador de todas las cosas, durante siglos e, incluso, milenios, y lo mismo sucede hoy. Los seguidores de las tres religiones abrahámicas, judíos, cristianos y musulmanes, la consideran una ciudad santa y le dedican aquí oraciones al Dios Uno y Santo.

El Espíritu Santo crea nuestras vidas cada día, renovando la faz de la Tierra, como reza el salmo 104. El Espíritu de Dios, nuestro 'Señor y Dador de vida', exhala su aliento sobre nuestro mundo para que haya vida en cada uno de nosotros,” explicó el Rev. Tveit. Recibimos la vida a través de nuestras madres, que nos dieron a luz, y nuestro nacimiento se renueva todos los días de nuestras vidas. Estamos creados para la vida en comunión y la unidad en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades, en nuestros pueblos. Estamos creados para la comunión entre diferentes pueblos, para ser juntos una sola humanidad.

No podemos orar al Dios Uno sin consecuencias sobre cómo nos relacionamos con los demás. Orar a Dios nos hace responsables los unos ante los otros como Creación de Dios, creados a imagen de Dios. El Dios Uno nos llama a la unidad y a la justicia y la paz de los unos para con los otros.

El Espíritu Santo crea la vida para la unidad. Como en el primer Pentecostés, nuestros rostros, nuestras voces, y nuestras acciones pueden expresar alabanzas a Dios de manera que pueden crear comunión y unidad. Se puede rendir culto a Dios en Espíritu y verdad en todas partes. Por eso oramos juntos aquí, y en cualquier lugar del mundo.

El Espíritu nos ayuda a orar por la vida herida de nuestro hogar común, el planeta Tierra.

El Espíritu nos ayuda a orar juntos para superar la fragmentación, la polarización, el conflicto, la violencia y las injusticias.

El Espíritu nos ayuda a orar por la vida en la unidad, en la paz justa.

La comunión y la unidad que los discípulos de Jesucristo experimentaron aquella vez en Pentecostés, reunidos para orar aquí, en Jerusalén, marcaron un nuevo comienzo para los discípulos y para la misión de la Iglesia en el mundo entero. Sucedió en una comunidad que vivía en pánico. Vivían bajo la ocupación y la opresión…

Las señales del Espíritu Santo descritas en la historia de Pentecostés apuntan de hecho hacia la unidad y la paz justa:

Las lenguas son nuestro medio para comunicar nuestros pensamientos de boca a oídos, y de corazón a corazón. No obstante, las lenguas y nuestras palabras también pueden dividirnos; puede que no nos entendamos unos a otros, o puede que utilicemos nuestras palabras para atacar y lastimar a los demás. El milagro de las lenguas en Pentecostés demostró cómo el Espíritu Santo puede marcar la diferencia en los que hablan y en los que escuchan.

Las lenguas de fuego son un símbolo bíblico del Espíritu. Ponen de manifiesto cómo Dios puede purificar y limpiar nuestras vidas del pecado, de lo incorrecto, de lo destructivo, de lo que crea injusticia y conflicto. El Espíritu Santo dice la verdad y ayuda a las personas a ver la verdad sobre sí mismos y sobre Dios, de manera que puedan tener lugar el arrepentimiento y la transformación verdadera. Lo destructivo y lo que divide; lo que discrimina y lo que demoniza, pueden ser reemplazados por la creatividad, el amor, el cuidado, y el respecto de nuestra diversidad. La unidad no significa ser o convertirse en igual que los demás y, por supuesto, no significa estar unidos por la fuerza. La unidad es una expresión de nuestra vida juntos en nuestra diversidad, desde el respeto de la dignidad y los derechos de los demás.

Los distintos lugares en Jerusalén se hacen eco de las muchas historias de la vida, de la predicación, de la muerte y de la resurrección de Jesucristo. La Biblia narra cómo sucedieron estos acontecimientos aquí. Jesucristo vio a la muchedumbre y tuvo compasión por ella. De hecho, las iglesias en Jerusalén todavía dan testimonio de lo que sucedió aquí al mundo entero, con su presencia que perdura hoy en la ciudad. Esto puede verse en sus edificios, en la casa de piedras vivas, en la comunidad de cristianos. Sabemos que esta comunidad se ve amenazada por muchos obstáculos y limitaciones, y estamos muy preocupados por la disminución del número de cristianos en esta ciudad y en esta región.

Aquí, al lado del Cenáculo, recordamos el primer sermón cristiano de Pentecostés de Pedro. La historia de lo que sucedió con la crucifixión y la resurrección de Jesucristo se convirtió después en el Evangelio, en la buena nueva para compartir con toda persona que vivía en Jerusalén o que acudía a ella, y aún más: para compartir con el mundo entero. Jesús declara su misión en esta afirmación del libro del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor”. (Lucas 4:18 - 19). Entonces, el Espíritu descendió sobre los que debían continuar esta misión de Dios en todo el mundo, compartiendo la misma buena nueva de la liberación, de las posibilidades de un nuevo comienzo, de un nuevo potencial de creación de una comunidad, para la unidad en el compartir y en la oración en el reino de Dios, que se acerca tanto a nosotros con sus valores de justicia y de paz.

Jerusalén lleva el nombre de la paz. A pesar de esto, sabemos que las personas de Jerusalén y de esta zona no viven hoy en paz. Este año, Pentecostés coincide con los 50 años desde la guerra que condujo a la ocupación de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza. La ocupación no ha terminado. Se pone de manifiesto en el control militar, en la discriminación y en las violaciones de los derechos humanos. También se pone de manifiesto en la creación de establecimientos e infraestructuras que van en contra del Derecho internacional haciendo que se trate más de colonización que de mera ocupación. Esto debe terminar en nombre de la paz justa para todas las personas que viven aquí, para Palestina y para Israel.

Hoy, oramos por la paz justa que se necesita tan desesperadamente en tantos lugares de esta región de Oriente Medio, y por todas las personas de otros lugares en el mundo que se ven perturbadas por conflictos, violencia, y guerras. La semana pasada estuve en la península dividida de Corea. Nuestra moderadora, la Dra. Agnes Abuom, está visitando actualmente Sudán del Sur. En estos momentos, oímos hablar de guerra, violencia, y ataques terroristas en diferentes ciudades del mundo.

Por ello, las iglesias de todo el mundo oran de corazón por la justicia y la paz. Manifestamos nuestra solidaridad con los demás y con todos los que viven bajo la ocupación, con todos los que sufren por causa del miedo, la violencia, y la guerra. Oramos por que el Espíritu Santo llene la Iglesia con todos los dones necesarios para que busquemos la justicia y seamos pacificadores; para que la iglesia pueda decir la verdad desde el amor; para que la iglesia, una comunidad reconciliada con Dios a través de Jesucristo, pueda compartir la reconciliación que nos ha sido dada por el Espíritu Santo.

Por eso nosotros, como Consejo Mundial de Iglesias, hemos dicho muchas veces y seguimos diciendo: ¡Basta! ¡Que se ponga fin a la ocupación! ¡Que se ponga fin a la violencia en todas sus formas! ¡Seamos artífices de la paz justa! ¡Es posible!

Puesto que Pentecostés se celebra el mismo día para todos los cristianos este año, invitamos, en colaboración con los líderes de las iglesias de aquí, de Jerusalén, a todos los cristianos a una oración común hoy, aquí, o dondequiera que estén. Los líderes de las iglesias de todo el mundo nos han ayudado a formular las oraciones que compartimos en este día. Sus oraciones están disponibles en nuestro sitio web para todos los que deseen leerlas y orar con nosotros. Hoy estamos aquí, donde el Espíritu Santo descendió sobre toda carne, joven y vieja, junto con mujeres y hombres jóvenes de las iglesias del CMI de todos los continentes.

Aquí, oramos: ¡Ven, Espíritu del Creador! ¡Ven, Espíritu de la justicia! ¡Venido, Espíritu de la paz! ¡Ven, Espíritu Santo, y únenos! Amén.