Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, Secretario General, Consejo Mundial de Iglesias

Ereván, Armenia, 23 de abril de 2015

Su Excelencia, Presidente Serzh Sargsyan,

Honorabilísimo Primer Ministro Hovik Abrahamyan,

Su Santidad Karekin II,

Su Santidad Aram I,

Sus santidades, sus beatitudes, sus eminencias, sus excelencias,

Señoras y señores,

Queridas hermanas y queridos hermanos en Cristo:

 

La vida y la muerte nos vienen del prójimo. Esta es una afirmación espiritual de la tradición cristiana que debemos a San Antonio Abad, monje egipcio que vivió entre los siglos III y IV, y nuestro patrimonio común de los primeros años de Armenia y su historia cristiana. Ser humano es ser parte de una sola humanidad. Desde el primer día de nuestra vida, dependemos de otros. Hoy, se nos está recordando de forma dramática que pertenecer unos a otros es nuestro destino, para lo mejor o para lo peor. El don de la vida común incluye nuestra responsabilidad recíproca. Es cuestión del ser humano, creado por Dios para la comunión y la unidad.

La vida y la muerte nos vienen del prójimo. Quienes niegan o atentan contra la vida y la dignidad de un hermano o una hermana, denigran y destruyen la humanidad tanto de la víctima como la suya propia. Hoy se nos hace conscientes de esa realidad de destrucción mutua. Juntos recordamos y rendimos el debido respeto a las víctimas inocentes. También recordamos juntos que esas acciones inhumanas existieron realmente. Ambos son pasos que pueden y deberían llevar a la reconciliación y la sanación de los recuerdos basados en hostilidades del pasado. Como una sola humanidad, necesitamos justicia y paz.

En 1979, durante el período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) llamó públicamente a que la ONU reconociera el genocidio armenio. En 1983, la VI Asamblea del CMI, celebrada en Vancouver, Canadá, apoyó esa solicitud poniendo énfasis en que el silencio de la comunidad mundial y los esfuerzos deliberados para negar incluso hechos históricos han sido fuente de constante angustia y creciente desesperación para el pueblo armenio, las iglesias armenias y muchos otros. La X Asamblea del CMI, celebrada en Busan, República de Corea, en 2013, abordó este centenario del genocidio armenio pidiendo a las iglesias miembros que lo conmemoraran de formas apropiadas. Hoy, mientras estamos aquí reunidos, se están sucediendo muchas celebraciones litúrgicas de conmemoración en todas partes del mundo.

Las iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias han visto y conocido todos esos trágicos eventos del genocidio de 1915 y 1916 que hoy conmemoramos, nada menos que por sus hermanas y hermanos armenios. Por declaraciones de las víctimas, también supimos de otros atroces crímenes contra la humanidad perpetrados en el siglo XX que a veces es calificado el siglo más violento de la historia humana. Ante todo, hoy recordamos a esas 1.500.000 víctimas, niños, mujeres y hombres armenios. También recordamos a cientos de miles de cristianos de ascendencia aramea, caldea, asiria, siria y griega, así como a otros –muchos de otras religiones vivas como la musulmana– que murieron en aquella época de guerra y violencia brutal. Asimismo, continuamos recordando a todos aquellos que fueron asesinados en el holocausto del pueblo judío y los genocidios posteriores. Todas las víctimas eran seres humanos con su dignidad, su familia y sus esperanzas, creados a imagen y semejanza de Dios. Ninguna de ellas es olvidada por Dios.

La vida y la muerte nos vienen del prójimo. Esta frase de San Antonio Abad es muy significativa, incluso hoy en día. Tenemos que recordarla frente a las violaciones de los derechos humanos, la violencia y el asesinato brutales en tantos lugares del mundo de hoy.  La gente sufre a causa de conflictos por motivos económicos, políticos, étnicos o religiosos que a menudo conducen a la violencia e incluso a criminales atentados terroristas y a la guerra.  Aquí reunidos, estamos geográficamente cerca de las tragedias insondables que ocurren en Oriente Medio, particularmente en Iraq y Siria.

Hoy, el recuerdo de las víctimas nos lleva a tomar medidas proactivas para poner fin a todos los ataques contra la humanidad y nuestra dignidad. Eso es lo que tenemos que hacer juntos como pueblos y naciones, como comunidades de distintos credos y afiliación religiosa o de ninguna fe. Juntos debemos usar las posibilidades y los instrumentos de derecho internacional y cooperación de los que disponemos para aprender, conocer y decir la verdad en aras de la reconciliación, la justicia y la paz. Actuar juntos para prevenir y proteger es posible.

Estuve con armenios que, después que les dijera que soy de origen noruego, me describieron inmediatamente la supervivencia de su familia citando un nombre: Fridtjof Nansen, Alto Comisionado para los Refugiado de la Liga de Naciones que a principios de la década de 1920 ofreció un nuevo pasaporte a los armenios y llamó a las naciones del mundo a respetar sus derechos humanos; respondía así a lo que había visto y oído sobre las realidades de lo sucedido, llamándolo por su nombre y abordándolo. Lamento que muchos gobiernos, incluido el mío, a la hora de conmemorar este aniversario de aquellas atrocidades, aún duden en expresar nuestro sentido moral común llamando genocidio a lo que sucedió.

En su búsqueda de una paz justa, el Consejo Mundial de Iglesias participó muy activamente en el debate de la ONU sobre “intervención humanitaria”, suscitado por el genocidio ruandés, y puso particular énfasis en la “prevención” como elemento central del deber de los Estados de proteger la vida y la dignidad de todas las personas. La protección es necesaria tan solo cuando la prevención falla.

Este día es un momento de verdad. Usémoslo todos como una oportunidad de construir juntos un futuro en el que ninguna persona, ningún grupo de identidad étnica o religiosa, ni ninguna otra identidad común vuelvan a vivir esas clases de brutalidad que conmemoramos hoy. Necesitamos coraje para decir no a lo que destruye nuestra dignidad; es más, lo necesitamos para decir sí a nuestra humanidad común. Hoy, las víctimas del genocidio armenio nos llaman y nos ayudan a hacerlo. Recientemente, todas las iglesias cristianas celebraron la resurrección de Cristo. En el festivo período de Pascua, recordamos a las víctimas del genocidio en nuestras oraciones, participando en la muerte y resurrección de Cristo. En nuestros credos, confesamos nuestra esperanza, como la comunidad de santos, el perdón de los pecados y la resurrección de los muertos a la vida eterna. La injusticia, la violencia, el pecado y la muerte no tendrán la última palabra.