Las tecnologías que se conocen comúnmente como la “Cuarta Revolución Industrial” combinan hardware, software y biología –como la robótica avanzada, la inteligencia artificial, la nanotecnología y la biotecnología avanzada– con los avances en comunicación y conectividad (especialmente las tecnologías inalámbricas 5G y la difusión casi universal de los dispositivos móviles).

Al mismo tiempo, las plataformas de comunicación digital se han convertido en un elemento aún más frecuente y dominante en nuestra vida cotidiana en muchas partes del mundo. Y, pese a que estas tecnologías de comunicación pueden ser herramientas poderosas para vivir en relación con los demás, para la inclusión, la educación, el encuentro, la imaginación, la creatividad y la comprensión, y especialmente en el contexto de aislamiento y malestar social que ocasionó la pandemia de la COVID-19, también plantean desafíos en cuanto a su concepción, su diseño y especialmente los usos a los que se destinan.

La pandemia de la COVID-19 aceleró la transformación digital, y las organizaciones y las personas tuvieron que migrar a entornos en línea para mantener sus medios de vida, la educación, el culto y las conexiones cuando la interacción física fue limitada por motivos de necesidad. Al mismo tiempo, lamentamos la pérdida de conexiones físicas que hacían que nuestras relaciones fueran más profundas.

También es preocupante que las leyes de muchos países no se actualicen con la rapidez necesaria como para tener en cuenta el cambio y el desarrollo tecnológicos. Las legislaciones mal redactadas o inadecuadas pueden ocasionar nuevos errores judiciales, ya que los tribunales no están en condiciones de proporcionar recursos jurídicos adecuados a las víctimas. Este es un desafío importante y urgente para los legisladores de todo el mundo.

En la 11ª Asamblea del CMI en Karlsruhe, una Conversación Ecuménica abordó las “Tendencias y temas emergentes en un mundo que cambia rápidamente” en donde se discutió y reflexionó sobre los desarrollos tecnológicos que afectarán la vida y el trabajo de las iglesias, ahora y en el futuro.

Los participantes en la 11ª Asamblea, además de reconocer los múltiples aspectos positivos de estos avances tecnológicos, recordaron el período transcurrido desde la Asamblea anterior, intentaron leer los signos de nuestro tiempo actual y advirtieron una serie de graves desafíos éticos que surgen del desarrollo acelerado de estas tecnologías, la lógica comercial corporativa que las impulsa y la concentración ingente de poder en manos de muy pocos individuos con un impacto desproporcionado en la vida de todas las personas.

La robótica avanzada y el incremento de la automatización, junto con la aplicación industrial de la inteligencia artificial, están provocando una nueva ola de desempleo impulsado por la tecnología, al tiempo que concentran aún más poder y riqueza en manos de una élite tecnológica y amplían y profundizan rápidamente la brecha de la desigualdad salarial. Las garantías de nuevos puestos de trabajo para reemplazar a los que han sido eliminados en esta revolución generalmente carecen de suficiente contenido como para darles cualquier tipo de credibilidad.

La inteligencia artificial y las tecnologías de detección de la localización también han mejorado enormemente las capacidades de vigilancia de los gobiernos autoritarios y otros actores con malas intenciones, y han aumentado el impacto de la propaganda y la desinformación (incluidas las imágenes “ultrafalsas” o deepfake, en inglés). Las aplicaciones armificadas de la inteligencia artificial, como la guerra cibernética y el desarrollo de sistemas de armas autónomos (los llamados “robots asesinos”), corren el riesgo de desestabilizar el entorno de seguridad mundial y provocar una nueva carrera armamentística en estas tecnologías, además de plantear nuevos y urgentes desafíos éticos y de desarme. Concretamente, los "robots asesinos" se han convertido en una nueva área de preocupación para el CMI desde Busan. En noviembre de 2019, el Comité Ejecutivo del CMI adoptó una Nota sobre este tema que expresaba una grave preocupación por esta nueva amenaza militarista contra la vida, la dignidad y los derechos humanos, y las implicaciones éticas de los esfuerzos de varios países para desarrollar sistemas de armas automatizados que funcionarían sin un control humano significativo. En los últimos meses, los esfuerzos del Grupo de Expertos Gubernamentales en la Convención sobre ciertas armas convencionales para avanzar en la regulación de esas armas se han visto bloqueados reiteradamente.

El sesgo algorítmico, introducido deliberada o inadvertidamente en los sistemas de inteligencia artificial, plantea otro conjunto de preocupaciones éticas con implicaciones importantes en los derechos e incluso las vidas de los seres humanos. Las suposiciones racistas, por ejemplo, pueden adquirirse mediante aprendizaje automático a partir de fuentes no reguladas de datos de Internet defectuosos y/o mediante correlaciones perjudiciales basadas en la experiencia existente. En el caso de los ‘robots asesinos’, dicho sesgo algorítmico corre el riesgo de tener consecuencias mortales. La elaboración de perfiles raciales y los sesgos raciales podrían incorporarse involuntariamente o incluso deliberadamente a esas armas, lo que daría lugar a situaciones en las que las personas con ciertas características comunes a determinadas etnias, como el color de la piel, estarían más expuestas a ser el objetivo de ataques.

La nanotecnología, o el uso de la materia a escala atómica, molecular y supramolecular para fines industriales o de otro tipo, ha sido objeto de llamamientos para una regulación más estricta a la luz de nuevas evidencias sobre los riesgos para la salud y el medio ambiente que pueden ocasionar los materiales nanotecnológicos.

Del mismo modo, los avances en biotecnología y bioingeniería avanzadas han superado las capacidades de supervisión regulatoria, por no hablar de la reflexión ética. En particular, las técnicas de edición genética in vivo del CRISPR, al tiempo que ofrecen los medios para abordar desafíos importantes y de larga data en los campos de la medicina y la agricultura, también aumentan el espectro de la edición de líneas germinales humanas con fines eugenésicos o cosméticos poco éticos. Ante ejemplos prácticos de un uso descontrolado de estas técnicas, muchos científicos responsables han pedido una moratoria mundial para la edición genética de embriones humanos.

Las redes sociales y otras plataformas de comunicación digital, además de convertirse en medios de comunicación e interacción humana cada vez más generalizados, también se han consideran cada vez más una fuente de daño social. Estas tecnologías de comunicación digital, pese a tener ventajas positivas, se han utilizado para difundir la desinformación, promover el odio al "otro", fomentar la desconfianza y la fragmentación social, socavar la democracia, aumentar la vigilancia, explotar a personas y comunidades, y contribuir a las crecientes brechas en el acceso, el poder y la riqueza, incluso entre las empresas privadas y los gobiernos nacionales. Las plataformas de redes sociales han socavado el derecho a la privacidad y monetizado la información personal de sus usuarios. Para los y las jóvenes en particular, las redes sociales y los juegos informáticos y en línea violentos han sido un vector clave del empeoramiento de la salud mental y la fragmentación social.

En febrero de 2022, el Comité Central del CMI recibió el “Nuevo documento de comunicaciones para el siglo XXI: Una visión de la justicia digital”. Este artículo advirtió de que la transformación digital de la sociedad plantea cuestiones profundas con las que la comunidad ecuménica ha luchado durante muchas décadas: el poder, la justicia, la equidad, la participación, las comunidades sostenibles, el cuidado de la creación, cómo se escuchan las voces de los márgenes, la dignidad humana y lo que significa ser humano, hecho a imagen de Dios.

 

El documento "Visión de la justicia digital" llama la atención sobre algunas de las cuestiones sobre las que las comunidades de fe y los actores políticos, culturales y de la sociedad civil están encontrando dificultades para responder, incluidas las "brechas digitales" (que a menudo reflejan formas arraigadas de discriminación), la accesibilidad (incluyendo a las personas con discapacidad), la desigualdad, la educación, la libertad y la seguridad del espacio público, la privacidad y la seguridad, y la justicia de género.

Dicho documento recalca que estamos llamados a participar en la misión de Dios de garantizar que todas las personas tengan vida y que la tengan en abundancia (Juan 10:10), también en la esfera digital. Estamos llamados a un camino de justicia y paz y a garantizar la integridad de la creación. La tecnología digital en sí misma es un producto de la creatividad humana y debe celebrarse cuando se utiliza para mejorar la dignidad humana. Al mismo tiempo, la opción bíblica preferencial por los pobres y vulnerables (Mateo 5) dirige nuestra atención a la pobreza de información y las brechas digitales en la digitalización mundial.

El Comité Ejecutivo del CMI, reunido en Bossey, Suiza, del 7 al 12 de noviembre de 2022, afirma que, si bien las tecnologías desarrolladas gracias a la inteligencia que Dios ha dado a los seres humanos pueden traer grandes beneficios a la humanidad, también pueden ser fuente de graves daños, especialmente cuando se convierten en herramientas para adquirir demasiada riqueza y poder sobre los demás o sobre la vida y la creación. Los seres humanos no pueden reclamar la posición de Dios en pos del progreso tecnológico.

Está claro que las tecnologías desarrolladas durante el período transcurrido desde la 10ª Asamblea del CMI en Busan están impulsando cambios profundos y fundamentales, y ya están conformando el futuro de la sociedad humana y del medio ambiente. Estamos llamados, en este contexto y en el resto, a responder al llamado de Dios a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y a emular el amor que Cristo nos ha mostrado. El amor está en el centro de nuestra fe, el amor debe estar en el corazón de toda toma de decisiones para aquellos que han puesto su fe en Dios, y es así como debemos resistir todos los intentos de ceder la responsabilidad de estas decisiones a una élite tecnológica o a una máquina.

Por lo tanto, el Comité Ejecutivo:

Afirma que cada persona ha sido creada con su propia dignidad y a imagen de Dios. Ser creado a imagen de Dios significa ser creativo. Tenemos un mandato de sanación creativa, y la tecnología puede contribuir a la sanación y a nuestro llamado a hacer el bien para toda la creación.

Pide a todas las iglesias miembros del CMI y a los asociados ecuménicos que se doten de conocimientos sobre estas tecnologías que están configurando nuestro futuro común a fin de poder informar a nuestras comunidades y participar en el discurso público sobre estas cuestiones críticas.

Insta a todas las autoridades competentes a que apliquen el "principio de cautela" cuando falten conocimientos científicos y experiencia suficientes sobre el impacto de las innovaciones que puedan causar daños significativos, reconociendo que existe la responsabilidad social y gubernamental de proteger al público de tales daños siempre que exista un riesgo previsible; y hasta que la evidencia científica haya establecido claramente que no se generará un daño significativo.

Exhorta a los gobiernos nacionales y a todas las autoridades competentes a que garanticen unos niveles mínimos de protección social para todas aquellas personas cuyos medios de vida se vean afectados negativamente por la aceleración de la automatización y las aplicaciones industriales de la inteligencia artificial, y a que consideren la posibilidad de introducir una renta básica universal cuando las circunstancias lo permitan, apoyando y promoviendo al mismo tiempo el derecho de todos y todas a un trabajo digno y a una participación igualitaria en la sociedad.

Hace un llamado para que se adopte urgentemente una prohibición preventiva internacional del desarrollo de sistemas de armas totalmente autónomos.

Apoya firmemente los llamados en pro de una moratoria mundial sobre la aplicación de la tecnología de edición de genes CRISPR al genoma humano.

Insta a las iglesias miembros del CMI y a los asociados ecuménicos a que respondan enérgicamente para contrarrestar el uso indebido de las redes sociales y otras plataformas digitales de comunicación para la difusión de información falsa, la promoción del odio y el fomento de la desconfianza y la fragmentación social; y a que promuevan una resistencia informada, de base e inspirada en la fe contra las fuerzas que van en contra de la dignidad humana y que florecen en los espacios digitales.

Alienta a todas las iglesias miembros a que incluyan en sus programas educativos y de otra índole componentes centrados en la infancia y la juventud que aborden el impacto negativo de las redes sociales y los juegos violentos de computadora y en línea en el desarrollo y el bienestar psicológico de los niños, las niñas y los/as jóvenes.

Pide a las instituciones teológicas que fortalezcan la reflexión ética sobre los nuevos desafíos éticos en sus planes de estudio de educación teológica; que participen activamente en la investigación y el diálogo interdisciplinarios con académicos en campos relevantes; y que fomenten las críticas teológicas y éticas a la transformación digital y a los poderes que gestionan unos espacios digitales comerciales y carentes de regulación.

Refrenda el “Nuevo documento de comunicaciones para el siglo XXI: Una visión de la justicia digital” e insta a las iglesias miembros y a los asociados ecuménicos en sus contextos locales y como comunidad ecuménica mundial a que aborden los desafíos que plantea la justicia digital en su trabajo, promoción y defensa de la igualdad de género, la sostenibilidad ambiental, los derechos humanos, la participación democrática y la justicia económica.

Insiste en la necesidad de que haya espacios y canales inclusivos, accesibles, interactivos y participativos que promuevan la justicia racial, la justicia de género, la justicia digital y amplíen los espacios públicos, al tiempo que crean visiones de futuro.

Insta a las iglesias a estar abiertas al compromiso con el Estado y la sociedad, y al diálogo con respecto al conocimiento científico, los avances tecnológicos y el poder de los macrodatos (Big Data).

Exhorta a las iglesias miembros a que sean ejemplos de escucha a los marginados, de unión con los jóvenes y de inclusión de todas las generaciones en los procesos decisorios para garantizar que las decisiones y acciones de los responsables políticos y económicos no perjudiquen a las generaciones futuras.

Pide a las iglesias miembros y a los asociados ecuménicos que apoyen un movimiento transformador, con el amplio apoyo y el compromiso conjunto de la sociedad civil –incluidas las iglesias y las comunidades religiosas, los agentes políticos, la ciencia y las empresas– para garantizar y proteger los derechos civiles en la era digital y hacer que el espacio digital se utilice para el bien común, poniendo las tecnologías al servicio de las personas y no de los gobiernos o las empresas.