El pueblo sami y los miembros de la Red Ecuménica de los Pueblos Indígenas nos dieron la bienvenida a esta tierra con cánticos, ceremonias y lectura de las escrituras. Reconocemos a los sami de Noruega, Suecia, Finlandia y partes de Rusia, y a los inuit de Groenlandia, como pueblos indígenas de Europa. Como personas de los cuatro puntos cardinales del mundo, en representación de cuarenta comunidades indígenas diferentes, celebramos nuestro tiempo juntos en oración, conversación y reflexión sobre nuestro tema:  restaurar la integridad de la creación para la reconciliación y la unidad.

Como personas pertenecientes a ricas tradiciones basadas en la prudencia que hemos sido relegadas a los márgenes, tenemos el propósito de hacer visible aquello que los que ocupan los centros de poder en el mundo han ocultado.

Reconciliación

Nuestra comprensión común de la realidad y de la dinámica interdependientes e interconectadas de la vida nos lleva a afirmar que una reconciliación que no incluya a toda la creación de Dios es incompleta y superficial. Una conciencia holística de la vida anima y nutre el respeto mutuo y la responsabilidad, y nos permite ser humildes, justos y compasivos.  Buscar la reconciliación es una decisión espiritual y moral. Se trata de restablecer la justicia, decir la verdad, arrepentirse y perdonar. Es un camino continuo que revela la presencia y los propósitos de Dios en toda su creación. No es un camino fácil, puesto que exige un discipulado costoso (Mateo 19:21; Marcos 8:34-35, Lucas 9:23).

Las jerarquías y las relaciones de poder, tanto en la iglesia como en la sociedad en general, obstaculizan estos objetivos. La reconciliación implica la valentía de desmantelar las estructuras opresivas, las políticas y las teologías que restringen el acceso a la vida en abundancia que Jesús prometió para todos (Juan 10:10).

Unidad

Reiteramos que, en lo que se refiere a la reconciliación y la unidad, el discurso hegemónico ha sido en gran medida responsable de la dominación y la supresión de las comunidades indígenas, y de otras comunidades marginadas. La unidad cristiana, en el contexto indígena, a menudo ha significado poco más que la conformidad con el modo de vida colonial y la disolución de la identidad indígena centrada en la tierra. Recordamos a la Iglesia la unidad tal y como se ilustró en el día de Pentecostés, no por el hecho de que todos los hijos de Dios hablasen la misma lengua, sino por el hecho de que que todas las personas pudieran ser comprendidas y honradas en su propia lengua materna.

El amor de Cristo

El amor como nos lo enseñó Jesús de Nazaret es un amor radical que sana y restaura, y confronta y transforma. Nos llama a amar a nuestros enemigos, a restablecer la justicia y a vivir en comunidad con los que han sido marginados por los sistemas y tradiciones dominantes. Denuncia los sistemas y las culturas que discriminan y deshumanizan. Empodera a los desempoderados y restaura a los desposeídos, trayéndolos de vuelta a la memoria. Como tal, el amor de Cristo es subversivo y ofensivo para los sistemas y culturas que dominan, discriminan y deshumanizan. Solo ese amor puede hacer que la reconciliación sea duradera y la unidad, real.

Espiritualidad indígena

A diferencia de algunas tradiciones religiosas y sistemas de creencias dominantes que siguen legitimando la injusticia y el abuso de los seres humanos y de la tierra con sus visiones truncadas de la vida, sus teologías antropocéntricas y sus instituciones y relaciones jerárquicas, nosotros defendemos las tradiciones espirituales indígenas como prácticas que nutren la vida. Están basadas en una conciencia de la vida en toda su diversidad, inmensidad e interconexión, y nos llaman a arraigar de nuevo nuestra comprensión y nuestra relación con Dios en la afirmación de Dios como Creador de la vida. Inmensa, diversa y hermosa, la creación, en toda su intrincada interconexión e interdependencia, es la forma de expresión de Dios y su sabiduría y generosidad.

Dios ha otorgado hermosas identidades a los pueblos indígenas. Dios estaba presente en nuestras tierras y entre nuestros pueblos antes de que llegaran los colonizadores. Cuando los cristianos nos trajeron la Biblia, reconocimos la voz de nuestro Creador en las enseñanzas de Jesús, pero no escuchamos ningún llamado a rechazar nuestras identidades. Escuchamos el mensaje de que Dios nos ama: Dios ama nuestras culturas, nuestras lenguas y nuestras espiritualidades. Dios nos conoce y nos ama como seres espirituales en relación con los demás y con toda la Creación. Nuestras culturas son bibliotecas de memoria ancestral. Nuestras lenguas, que reflejan nuestra relación sagrada con nuestras tierras, son patrimonio de bienestar ecológico.

Y, sin embargo, los colonizadores y sus iglesias dijeron: “No es algo fortuito que ellos se extingan: es la voluntad de Dios”, como lo expresó en su momento un sacerdote que no era sami. Hemos sido objeto de genocidios en todo el mundo; de algunos, se ha hablado, mientras que otros han sido suprimidos. En muchos contextos, la iglesia ha sido cómplice de estos genocidios. Hemos sido víctimas de la violencia espiritual perpetrada por las iglesias cristianas desde el primer contacto. Esto nos impulsa a descolonizar nuestras tradiciones religiosas para redescubrir el potencial vital y rehumanizador del Evangelio.

Como cristianos indígenas, reivindicamos nuestro poder, capacidad de acción y autoridad para autodeterminarnos en cuestiones espirituales. Esto es coherente con la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Los teólogos, el clero y los miembros de las iglesias indígenas están capacitados para formular teologías cristianas que tengan relevancia, autenticidad e integridad.

Nuestra apertura permite que nuestras cosmovisiones y las tradiciones de la relligión cristiana convivan en armonía. Para los cristianos indígenas, el Espíritu de la cosmovisión indígena y el de la cristiana confluyen y se impregnan mutuamente: el uno no puede funcionar sin el otro. Las acusaciones de sincretismo no solo son inútiles, sino también abusivas. 

No puede haber reconciliación sin comprender la verdad de la violencia espiritual que hemos vivido y sin una labor considerable de sanación. Estamos en nuestros propios caminos de sanación para recuperar las identidades que Dios nos ha dado. La situación es difícil en todo el mundo y, en algunos lugares, es casi imposible. La sanación del trauma histórico es intergeneracional.  Están en juego nuestro bienestar mental y físico, y el de nuestros hijos, nietos y generaciones venideras.  Además, esta sanación está directamente relacionada con la sanación y el bienestar de nuestras tierras, nuestras aguas y el aire que respiramos.

Compromiso político

Nos preocupa especialmente el creciente nexo entre la economía neoliberal, la política de derechas y los regímenes autoritarios y sus nuevos mecanismos para silenciar y reprimir la disidencia y las aspiraciones de justicia y derechos de las comunidades marginadas en muchos lugares del mundo. Por ello, nuestras afirmaciones de amor, reconciliación y unidad deben implicar abordar de manera crítica estos elementos que generan injusticias en el ámbito local y mundial, incluso si esto amenaza las posiciones de poder y privilegio de algunos de nosotros.

Derechos de las tierras indígenas y cambio climático

La reconciliación no solo consiste en restaurar las relaciones humanas quebrantadas, sino también la relación quebrantada de la humanidad con la creación. El amor de Dios no se limita al mundo humano, y la vida no tiene futuro si no buscamos la reconciliación con la tierra. Somos los pueblos de la tierra, y los interprelamos a todos a encontrar nuestra identidad común en la tierra. 

Como hemos dicho, la tierra es sagrada para los pueblos indígenas. Nos proporciona identidad y sustento. Sin embargo, nuestra forma de vida ha sido atacada durante generaciones. Incluso las nuevas “soluciones verdes y azules”, destinadas a proporcionar vías alternativas, han provocado sufrimiento en nuestras comunidades. La restauración de la totalidad de la creación, por lo tanto, requerirá un ejercicio de reimaginación y deconstrucción de la cosmovisión y la teología dominantes. Reconocemos que la mayoría de los pueblos indígenas son las comunidades más marginadas en muchos lugares del mundo, y están expuestas a la pobreza, la enfermedad, la desnutrición, la desposesión, la explotación, la trata de personas, la migración forzada o la negación de las posibilidades de migración o asilo. Es imperativo que la iglesia no solo los acompañe, sino que abogue por la justicia en su nombre.

Al tiempo que nos unimos a los esfuerzos más amplios para abordar el cambio climático con nuestras distintas experiencias de sufrimiento, hacemos un llamado a las iglesias del Norte para que presionen a sus gobiernos para que detengan o frenen los proyectos extractivos y de explotación para el crecimiento económico y la prosperidad de la tierra.

Nuestra conversación sobre la restauración de la creación como algo necesario para la reconciliación y la unidad abre posibilidades de ofrecer nuevos argumentos para la defensa de la justicia climática por parte de las iglesias.

En conclusión, queremos afirmar que nuestro compromiso con la restauración de la creación incluye la restauración de todos aquellos que anhelan la justicia, la dignidad y la libertad y que luchan contra ideologías, sistemas y culturas excluyentes. En este sentido, nos vemos como proclamadores de nuevos paradigmas para la celebración de la vida y como socios de Dios en una misión de transformación que garantice espacio y dignidad para toda la creación de Dios. Afirmamos nuestra fe en Dios, que anuncia: “Porque he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva” en los que la vida, la justicia y la paz sean posibles para todos (Isaías 65:17-25).          

Recomendaciones

  1. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias a garantizar que el programa de los pueblos indígenas cuente con una oficina propia con pleno financiamiento y dotada de los recursos adecuados. 
  2. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias a llevar a cabo sus iniciativas de justicia climática a través de la oficina de los pueblos indígenas.
  3. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias y a sus iglesias miembros a poner en marcha mecanismos que respondan a la necesidad de los pueblos indígenas de sanar sus traumas históricos e intergeneracionales. 
  4. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias y a sus iglesias miembros a que fomenten el establecimiento de procesos de verdad y reconciliación basados en la restauración de la justicia y en la sanación de las relaciones allí donde se hayan producido genocidios.
  5. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias a que se comprometa a defender las aspiraciones de las comunidades indígenas, como las de Papúa Occidental, Maohi Nui, Kanaky y otros lugares que luchan por la autodeterminación y siguen viéndose amenazados por proyectos como la colonización “verde” y “azul”.
  6. Interpelamos al Consejo Mundial de Iglesias a promover la educación sobre las teologías y cosmovisiones de los pueblos indígenas, también como parte de sus esfuerzos para abordar el cambio climático.
  7. Encomiamos al Consejo Mundial de Iglesias por rechazar la Doctrina del Descubrimiento y la de Terra nullius, y alentamos a las iglesias miembros que aún no lo hayan hecho a rechazar también estos conceptos.