“Porque de la manera que el cuerpo es uno solo y tiene muchos miembros, y que todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo.  (...) Pues el cuerpo no consiste de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo”, ¿por eso no sería parte del cuerpo?”

1 Corintios 12:12 y 14-15 (RVA-2015)

Dentro del cuerpo de Cristo hay diversidad, a través de los dones otorgados a cada uno de sus miembros. Salvaguardamos estos dones para que la iglesia funcione haciendo uso de todo su potencial. Como un solo cuerpo, reconocemos nuestra diversidad; pero también reconocemos que los dones que cultivamos nos unen. No obstante, a veces hay fuerzas malignas, dificultades o personas que hieren a sus miembros, dejando traumas y cicatrices. No todos tenemos las mismas heridas, pero reconocemos las heridas del cuerpo en su conjunto y las recordamos a través de la oración común. Jesucristo es capaz de transformar esas heridas en un entramado de encuentros únicos, historias y resiliencia. Nos elevamos en oración e invitamos a todos los cristianos a actuar por los que sufren y junto a ellos: nuestros hermanas y hermanos, la humanidad y toda la creación.

Quizá no seamos conscientes de todas las heridas que tiene el mundo actual, pero luchamos por el futuro sin olvidar incluirlas en nuestras oraciones. Las situaciones que lamentamos bajo estas líneas son las injusticias que fueron denunciadas durante la Reunión Ecuménica de Jóvenes.

  • Lamentamos las matanzas, la violencia y la brutalidad contra los seres humanos —especialmente contra las mujeres, los niños y las niñas— en tiempos de guerra, perpetradas por opresores extranjeros en países como Ucrania o Palestina; y los actos terroristas y el genocidio, como los de Myanmar.
  • Lamentamos la imposición del silencio y los encarcelamientos injustos a los que están sometidas las personas que luchan por la autodeterminación en sus países —como en los casos de Papúa Occidental Kanaky (Nueva Caledonia), Maohi Nui (Polinesia francesa) y Bielorrusia, entre otros— así como las continuas campañas de desprestigio y las ejecuciones extrajudiciales en Filipinas.
  • Lamentamos los desplazamientos forzosos de personas y naciones a causa de la crisis climática, las guerras y los conflictos violentos, y los regímenes opresivos que padecen en Oriente Medio, en muchas islas del Pacífico, en la mayoría de los países africanos o en América Latina.
  • Lamentamos el sistema hegemónico impuesto a muchos países y los bloqueos unilaterales e injustos que algunos países mantienen sobre otros, como es el caso de Cuba, Venezuela y Zimbabwe.
  • Lamentamos la degradación y la destrucción de la madre naturaleza —incluidos los océanos— con fines de lucro y para el consumo humano, y la persecución de los activistas medioambientales que denuncian esas situaciones.
  • Lamentamos la influencia del “lavado de imagen verde” en nuestras comunidades cristianas, que instrumentaliza los problemas de la crisis climática para obtener beneficios. 
  • Lamentamos la utilización del colonialismo verde para despojar a los pueblos indígenas de sus dominios ancestrales para las nuevas “tecnologías verdes”, tal como ocurre a los sami y a los masai.
  • Lamentamos la expulsión y el desplazamiento por la fuerza de los pueblos indígenas de sus tierras, y la pérdida de tradiciones e identidades capaces de enseñarnos a todos a vivir mejor en nuestro planeta a través del respeto y de la capacidad de reconocer cuánto es suficiente.
  • Lamentamos la intolerancia religiosa y la persecución de creyentes en todo el mundo, como en Nigeria, India, China, Irak, Sudán y Siria.
  • Lamentamos la deshumanización de la humanidad a través de la trata de personas, la migración forzosa, el trabajo infantil, la explotación sexual, la pena de muerte, la impunidad, la destrucción de culturas y lenguas a través de la limpieza étnica y el genocidio.
  • Lamentamos la institucionalización y perpetuación del racismo sistémico a través de los efectos del neocolonialismo, el imperialismo, la esclavitud moderna, las desigualdades socioeconómicas y la usurpación de las tierras indígenas.
  • Lamentamos el trato discriminatorio, la exclusión, el silenciamiento y la estigmatización de la comunidad LGBTQIA+ en nuestras comunidades eclesiales y en la sociedad.
  • Lamentamos la violencia de género perpetuada por la sociedad patriarcal y los millones de mujeres jóvenes y niñas cuyos derechos humanos son negados y violados debido a las normas discriminatorias de género.
  • Lamentamos que haya iglesias que no reconocen las voces y la participación de las mujeres en el testimonio de Dios, como ocurre en los relatos bíblicos y en la actualidad.
  • Lamentamos que en nuestras iglesias y comunidades no se otorgue visibilidad ni voz a las personas con discapacidad a causa de actitudes y políticas discriminatorias, y a la negligencia a la hora de adaptarse a las discapacidades y de respetar el derecho humano de las personas con discapacidad a la libertad.
  • Lamentamos el aislamiento y la estigmatización de las personas de nuestras comunidades que tienen problemas de salud mental o enfermedades mentales.
  • Lamentamos la imposición de sistemas injustos que perpetúan la pobreza limitando las oportunidades educativas y económicas, así como el acceso a la atención sanitaria básica, y negando otras necesidades y derechos humanos básicos.
  • Lamentamos las heridas infligidas por la iglesia a sus miembros jóvenes a lo largo de la historia y el silencio y la falta de autocrítica de la iglesia actual a ese respecto.

Reconocemos, confesamos y oramos por la justicia, el perdón y la reconciliación de las heridas que la iglesia, en calidad de cuerpo, ha infligido e inflige al mundo. Afirmamos nuestra convicción de que la sanación de las heridas es un proceso, un viaje y un camino. Ello requiere una comunidad cimentada en el amor de Cristo, que reconozca su pasión, crucifixión y resurrección como el mayor don para rescatar a todos los seres humanos de sus heridas más profundas y transformarlas en fuerza divina para restaurar la integridad del cuerpo.

Hoy, los jóvenes pedimos a la iglesia que emprenda el camino de la sanación de las heridas. Ese camino comienza en esta Asamblea y requiere la participación en encuentros auténticos, además de apertura a la diversidad y disposición a aceptar las diferencias.

Nosotros, como jóvenes, somos dones para la iglesia y para la sociedad, como parte del cuerpo de Cristo. Hoy, reclamamos que se haga uso de estos dones en nuestras iglesias. Invitamos a todos los jóvenes y a la Asamblea del CMI en su conjunto a emprender el camino de la acción. Nos instamos mutuamente a utilizar nuestras voces proféticas para denunciar las injusticias, y todas las heridas del mundo, especialmente aquellas en que han participado las iglesias. Juntos, emprendamos el camino de utilizar nuestros dones, sanar las heridas y transformar las injusticias:

  • Dando un espacio activo y significativo para la representación equitativa de los jóvenes en todos los procesos del Consejo Mundial de Iglesias.
  • Estableciendo una oficina permanente para los jóvenes centrada en la promoción y la reconciliación hacia la unidad.
  • Exigiendo la escucha activa del clamor de los jóvenes, especialmente de los que viven en comunidades oprimidas y los que luchan por la apremiante cuestión de la justicia climática. Poniéndonos a su lado para trabajar hacia la rehabilitación y el amor, con un profundo conocimiento del dolor del pasado.

En nuestra condición de jóvenes, necesitamos destacar que somos un regalo para los tiempos que corren. Estamos aquí, en calidad de stewards, estudiantes de teología, asesores, delegados, participantes y observadores. Somos unos cuatrocientos jóvenes, cargados de dones y rebosantes del Espíritu de Dios. Estamos agradecidos por la oportunidad y el espacio que nos brinda la Reunión Ecuménica de Jóvenes para crecer juntos e inspirarnos mutuamente. Sin embargo, esa realidad no se reproduce en la 11ª Asamblea. De hecho, solo 93 de los 750 delegados con derecho a voto son jóvenes. Eso corresponde a poco más de un 12%.

Por lo tanto, instamos a la Asamblea a que reconozca nuestra presencia e incluya nuestras voces hoy, y no mañana. Instamos a las iglesias miembros a que respeten y cumplan intencionalmente su compromiso con la juventud en los espacios de toma de decisiones mediante una representación justa y equitativa de los jóvenes en las delegaciones que envían a las Asambleas. Además, instamos a esta 11ª Asamblea a elegir una representación justa y adecuada de los jóvenes en el Comité Central.

Para guiarnos en este camino, comenzamos con una oración:

Que Dios nos ayude a utilizar nuestros dones únicos para estar unidos en nuestra diversidad.

Que el amor de Cristo transforme nuestro discipulado para luchar contra las injusticias que abren estas heridas.

Que el Espíritu Santo nos guíe para ser artífices de la reconciliación y la paz.

Amén.