Reunión del Comité Central del CMI, 16 - 22 de febrero de 2011

Sermón pronunciado en la oración matutina del Comité Central del CMI el 16 de febrero de 2011 en Ginebra

Sermón por la pastora Dra. Ofelia Ortega Suárez

 

I.         Afirmación de la vida frente a todos los temores: “No temáis, porque os doy nuevas de gran gozo que será para todo el pueblo” (Lucas 2:10).

Acabamos de recibir un mensaje de las mujeres indígenas de Ecuador que constituyen el grupo de las “Defensoras de la Pachamama”. El motivo principal del mensaje es el grito que brota de sus corazones y de sus comunidades: “No más violencia contra las mujeres”. En su mensaje hay una palabra clave que nos ayuda a comprender sus sufrimientos: “el miedo”. Escuchemos las expresiones de estas mujeres ecuatorianas:

“Tenemos miedo. ¿Cómo puede ser esto, cuando las mujeres damos prueba de fortaleza y valor cada día? Porque desde el alba, las mujeres hacemos frente a la pobreza buscando comida para nuestros hijos /as y nuestra familia. ¿Miedo? ¿De qué? ¿Por qué? Tenemos miedo de muchas cosas porque en el fondo nos han metido la idea de que por ser mujeres tenemos poco valor. Pero ahora sabemos que tenemos derechos, que no somos menos por ser mujeres, y este es el primer paso para acabar con el miedo”.

Sí, la búsqueda de la paz, siempre conlleva la eliminación de los temores que nos impiden unirnos en este “Camino hacia la paz” que todos anhelamos. También tenía temor el líder y activista social de Uganda, David Kato, cuando fue asesinado violentamente en su hogar por ser un defensor de la dignidad y los derechos de los seres humanos creados todos a imagen de Dios. Constituyó un gesto generoso el apoyo de 70 líderes religiosos y 25 organizaciones en respuesta a la muerte violenta de David Kato en Uganda. Las palabras del Arzobispo de Canterbury y los Primados de la Comunión Anglicana nos conmovieron al afirmar: “Nadie debe vivir con temor debido a la intolerancia de otros”.

Por eso, Dorothee Soelle en su libro: “The Arms Race Kills Even Without War”, nos hace analizar el texto de Isaías 35:3-7 como el mensaje central para los que viven en el exilio: “Fortalecer las manos cansadas, afirmar las rodillas endebles – Decir a los de corazón apocado “esforzaos y no temáis”. Junto con este texto, ella afirmó: “Al interpretar las palabras bíblicas, los Padres de  la Iglesia insistieron en que todo lo que no sea esencial para nuestras necesidades debe ser dado a los pobres. Iluminados por esta tradición, la carrera de las armas atómicas es el más grande e imaginable robo a los pobres”. [1]

Reconocemos que las grandes religiones saben que solo el amor como fuente de Gracia puede superar la violencia sistémica. Así que, tenemos que avanzar en este “Camino hacia la paz” creando estructuras y modelos de vida social en gratuidad, que nos capacitan para extender sobre la tierra la experiencia de la Gracia.

Este camino de gratuidad no se puede lograr por las armas, que es un camino de muerte. Ha de ser una vía de “diálogo en amor”, porque “el fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18).

II.     Creando espacios de reconciliación en el “Camino hacia la paz”.

Como afirmó Su Santidad Aram I en su libro “For A Church Beyond Its Walls”, “El cristianismo es una religión de reconciliación. La reconciliación significa vivir juntos, trabajar juntos, y luchar juntos sobre la base de valores comunes y para el logro de objetivos comunes a pesar de nuestras diferencias”.[2] Así que, en este “Camino hacia la paz” el Dios de la vida nos invita a grandes y profundas experiencias de comunión. Esta comunión debe iluminar constantemente nuestras intenciones, pensamientos, palabras y acciones.

Toda nuestra existencia es una red de relaciones, donde se hace necesaria la reciprocidad, la conexión y la interdependencia para el logro de la paz. Son nuestras Iglesias las que deben crear y mantener esa red de relaciones.

Es Konrad Raiser, en su libro “To Be The Church: Challenges and Hopes for a New Millennium”[3] quien nos lleva a volver a las formas básicas de conciliaridad para fortalecer nuestra capacidad para la reciprocidad, la solidaridad, el diálogo y las formas no violentas de solución de conflictos. Esto nos conducirá al concepto básico de la “metanoia”, la conversión o cambio del corazón. Esta conversión no debe ser solamente un acto momentáneo de decisión moral, sino un continuo proceso de aprendizaje y una nueva forma de vida en paz y armonía con Dios, con nuestros semejantes y con la creación.

Los teólogos y teólogas en África del Sur han vinculado estrechamente la reconciliación con el Pacto (Alianza). Para John de Gruchy – “el Pacto hace que la reconciliación sea posible, la reconciliación hace que la promesa del Pacto sea una realidad”.[4]

La “ética del Pacto” nos ofrece entonces una visión de una comunidad integrada por los humanos, los animales y la tierra, que nos conduce siempre a vivir una espiritualidad que se esfuerce por la restauración y renovación de relaciones más justas y sostenibles entre los seres humanos y la tierra en un Pacto, bajo el cuidado de Dios. Esta es nuestra herencia y visión de la “cosmología sacramental”, bajo la presencia del Espíritu Santo, la Palabra y la Sabiduría de Dios, los cuales son la fuente y renovación de la vida.

III.   Una Conversión a la Esperanza en el “Camino hacia la paz”.

Para el cristiano siempre hay esperanza. Como dice el apóstol Pablo, nosotros esperamos contra toda esperanza (Romanos 4:18), es decir, nos mantenemos llenos de esperanza, aun cuando parezca que no hay ningún signo de esperanza. Así que, actuar en esperanza contra toda esperanza significa comenzar a ver en medio de las tinieblas de la desesperanza, las acciones emergentes de la gran y misteriosa obra de Dios.

Alberto Nolan nos habla en su libro “Esperanza en una época de desesperanza”[5] de las acciones del “dedo de Dios” como dice Jesús. Y él menciona el ejemplo de un destacado activista a favor de la paz, quien afirma que se ha hecho tanta propaganda de la guerra en Irak, que ello ha producido un incremento exponencial del número de personas implicadas activamente en los movimientos por la paz en el mundo. ¿No será esto obra del “dedo de Dios” que saca el bien del mal?

Recientemente, en una reunión del Consejo Latinoamericano de Iglesias, Noemí Espinoza, líder de la Iglesia Presbiteriana en Honduras, nos dijo que el golpe de estado que ha sido tan terrible para su nación, ha despertado, sin embargo, la conciencia de los ciudadanos de Honduras que ahora tienen una mayor preocupación por su propia realidad y tratan de reclamar sus derechos. Ella nos dijo: “Ha sido realmente un milagro, porque anteriormente, no había mucho interés en cuestionar las acciones del gobierno y de las autoridades militares de mi país”.

Este es de nuevo el “dedo de Dios” que puede cambiar el mal en bien. El “Camino hacia la paz” nos conduce ahora a Kingston, Jamaica, para participar en la “Convocatoria Ecuménica Internacional para la Paz”. Allí leeremos juntos de nuevo la “Declaración Ecuménica sobre la Paz” que nos conducirá a relacionarnos con las medidas efectivas y prácticas ejemplares que se están aplicando en nuestras Iglesias para el logro de la Paz Justa.

Es en este importante documento donde se enfatiza que la esperanza es algo que viene de Dios, que es el autor de la paz y el Único que trae la reconciliación. La esperanza es algo que descubrimos, internándonos en el misterio de la paz. Es cierto que este misterio a veces se manifiesta en lugares inesperados y de maneras sorprendentes. Esto es lo que tenemos que descubrir. Destellos de Gracia en medio de la adversidad, actos de amabilidad frente al despiadado egoísmo, momentos de suavidad en la dureza de la agresión incesante.

El “Camino hacia la paz” ha de conducirnos a una espiritualidad sostenible por la esperanza. Una espiritualidad que refleje las relaciones de la vida trinitaria que sostienen, transforman y santifican un mundo quebrantado. El texto que nos inspiró durante toda la “Década  para eliminar la violencia” es para nosotros una guía para todas nuestras acciones pastorales. 

“Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela”.


[1][1] Soelle, Dorothee, “The Arms Race Kills, Even Without War”, Fortress Press, Philadelphia, USA, 1983, p. 22.

[2] Aram I, “For A Chuch Beyond Its Walls, Armenian Catholicosate of Cilicia, Antelias, Lebanon, 2007, p. 306.

[3] Raiser, Konrad, “To Be The Church: Challenges and Hopes for a New Millennium”, Risk Book Series, WCC Publications, Geneva, 1997, p. 36.

[4] De Gruchy, John W., “Reconciliation, Restoring Justice”, SCM Press, Great Britain, 2002, p. 187.

[5] Nolan, Albert, “Esperanza en una época de desesperanza”, Editorial Sal Terrae, Santander, España, 2010, p. 29.