Exhortación e invitación

Nuestros textos bíblicos son tres historias acerca de cómo las personas usaron sus manos y brazos para hacer algo positivo y hermoso. Usaron sus manos y sus brazos para sanar, consolar y reconciliar a las personas que conocen y a las que no conocen. Con estas acciones también revelaron algo de sí mismos y también dejaron ver fugazmente quién es Dios. En sus abrazos y sus manos extendidas, el amor de Dios es siempre el punto de partida; y la reconciliación y la sanación de los seres humanos es siempre la esperanza de futuro.

La reconciliación nunca ha sido fácil y sigue sin serlo. No obstante, como hemos oído y experimentado a lo largo de esta semana, se trata de un elemento fundamental, y es de crucial importancia que comience por gente como usted y como yo, por personas como nosotros. Cada uno de los que hemos venido a esta Conferencia, algunos de los alrededores y otros desde muy lejos, procedemos de distintos lugares, culturas e iglesias. El hecho de tender nuestras manos y abrir nuestros brazos a otras personas es siempre un desafío. Me gustaría exhortarles, aquí y ahora, a que utilicen sus manos y sus brazos para ofrecer un signo de reconciliación al hermano o hermana que tienen a su lado. Pueden hacerlo mediante un apretón de manos, un abrazo, abriendo sus manos o de cualquier otro modo en el que se sientan cómodos.

La unción con aceite

En la Biblia, uno de los modos en que se emplean las manos para atender y sanar a los enfermos es ungiéndolos con aceite. Desde la época de los Apóstoles, el signo sacramental de la sanación ha sido, para muchos cristianos, la unción con aceite de oliva bendecido. Esta noche, se nos ha dado un frasco con aceite de oliva bendecido en uno de los santuarios más venerados por el pueblo griego. Procede de la Iglesia de la Madre de Dios, en la isla de Tinos, que tiene un icono al cual se le atribuyen milagros. Las curaciones y otras bendiciones milagrosas del amor, la gracia y la benevolencia de Cristo se han derramado sobre innumerables peregrinos que acuden a la isla de Tinos.

Así pues, extendamos ahora la bendición sanadora siempre renovada de Cristo Resucitado, ungiéndonos las manos unos a otros, y trazando el signo de la cruz vivificante en el dorso de la mano del hermano o hermana que tenemos a nuestro lado.