Saludo al Simposio del 70°aniversario del CMI, Ámsterdam, 23 de agosto de 2018

 

¡Bienvenidos! Reciban los mejores deseos de parte del movimiento ecuménico mundial y las felicitaciones por el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias.

Nos reunimos hoy aquí, en un momento histórico, para celebrar el 70º aniversario del CMI. Estos días en Ámsterdam son históricos porque hemos vuelto al lugar donde el Consejo Mundial de Iglesias fue fundado por hombres y mujeres con visión, dedicación y la determinación de afirmar la dignidad y los derechos de cada individuo. Doy gracias a Dios por este importante simposio en el que podemos renovar la verdadera vocación de la iglesia y del movimiento ecuménico, comprometiéndonos mutuamente en cuestiones vitales de justicia y paz, hacia un mundo sin conflictos ni dolor.

Me parece que el tema Hospitalidad en un camino de peregrinación hacia la paz y la justicia es un aspecto sumamente esencial y oportuno de la recuperación de la cultura de acogida, que se ha ido deteriorando en los últimos años. La hospitalidad, en general, no es solo una de las industrias más antiguas, sino que es también una de las principales industrias multimillonarias del mundo actual. Pero la hospitalidad de la que estamos hablando aquí no es la de la industria multimillonaria. Sino, más bien, la expresión y la materialización de nuestra fe en gestos de los que dio ejemplo Jesucristo y que se describen en las Sagradas Escrituras. En pocas palabras, consiste en acoger al otro, independientemente de su identidad, raza, credo y género. No obstante, conviene señalar que la hospitalidad que nos ocupa hoy aquí obtiene su motivación en el segundo gran mandamiento:Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Marcos 12:31). Con la ola actual de nacionalismo, la hostilidad contra los extranjeros en muchas partes del mundo, y la construcción de muros de separación, es digno de nosotros, como cristianos en una peregrinación de justicia y paz, comprometernos y definir sucintamente lo que el apóstol San Pablo quiso decir con compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad(Rom 12:13); pero “hospédense los unos a los otros sin murmuraciones” (1 Pedro 4:9).

Idealmente, la hospitalidad consiste en acomodar a huéspedes, forasteros, extranjeros e incluso a desconocidos. Puede ser tan simple como ser capaz de sonreír y provocar la sonrisa de otra persona cada vez que se está en presencia de un desconocido. No se olviden de la hospitalidad porque por esta algunos hospedaron ángeles sin saberlo (Hebreos 13: 2). Dios nos revela, a través de su apóstol San Pablo, cómo debemos tratar a las personas que nos son extrañas: si las tratamos mal, habremos tratado mal a Dios. Nuestro mundo está menoscabando, con paso lento pero firme, la cultura de la hospitalidad y, en el mejor de los casos, somos hospitalarios a regañadientes.

Es un mandamiento de Dios que seamos hospitalarios con los extraños, los forasteros e incluso los extranjeros. Este mandamiento estaba destinado a los dirigentes, a los ancianos y a cualquier persona que pudiera tener la oportunidad de ofrecer ayuda, pues Pablo escribe a Timoteo que un pastor o un anciano debe ser hospitalario, amante de lo bueno, prudente, justo, santo y dueño de sí mismo(Tito 1:8). En Levítico 19:33-34 se aclara más el mandamiento diciendo que Cuando un extranjero resida con ustedes en la tierra de ustedes, no lo oprimirán. Como a un natural de ustedes considerarán al extranjero que resida entre ustedes. Lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto. Yo, el SEÑOR , su Dios”. Porque, ¿cómo, si no, podría escuchar un dirigente los testimonios y los llantos de los demás si no es suficientemente hospitalario? ¿Cómo iba alguien a confiarte sus problemas y sus miedos si no eres lo suficientemente hospitalario para escucharle siquiera? A las personas que se les da bien ser hospitalarias, también se les suele dar bien la evangelización, pues ambas cosas están relacionadas.

La hospitalidad no es solo una cuestión de cristianismo, sino también una cuestión de humanidad, compasión y preocupación por aquellos a quienes no conocemos. Como cristianos, estamos llamados a tender la mano a los pobres, a los viudos, a los cojos y a los ciegos. Porque en muchos momentos de nuestras vidas, somos nosotros los pobres, cojos, ciegos o incluso inválidos. Puede que no seas pobre en lo que a finanzas se refiere, pero quizás eres pobre a la hora de controlar tus enojos, ofrecer amor, escuchar a los demás, o en muchos otros aspectos. Hay millones de personas que no están cojas ni lisiadas físicamente, pero tienen una malformación en la manera en que perciben y tratan a las demás personas, así como en su forma de relacionarse con ellas. Al igual que uno libera espacio en la iglesia para que otros puedan sentarse, o en cualquier otro lugar donde buscamos comodidad, siempre es positivo crear un entorno acogedor para que otros vengan y disfruten de la comodidad con nosotros.

Finalmente, nuestra oración, mientras caminamos por la justicia y la paz, es que esa hospitalidad en el camino de peregrinación de justicia y paz sirva para reconocer y afirmar la dignidad de cada hombre, mujer, niño y niña, creados a imagen y semejanza de Dios, el creador. Esta es una hospitalidad cuya naturaleza y alcance buscan abarcar a todas las personas, independientemente de los adjetivos que se añadan a sus nombres, afirmando la justicia, los derechos, la humanidad y la paz del otro; ya sea un invitado, un lugareño o un inmigrante que recorre el camino de la vida. Este es el tipo de hospitalidad que permite al peregrino transformar comunidades heridas y conflictivas para sanarse y reconciliarse. Es una hospitalidad que se esfuerza en desarrollar una cultura de no violencia, cuidado y compasión, en oposición a la violencia que recayó sobre el extraño de la parábola del buen samaritano (Lucas 10: 25-35). La hospitalidad en un camino de peregrinación consiste en compartir, alentar y realzar el discurso de lo sagrado de cada encuentro y lo sagrado de la otra persona. Es, por lo tanto, una hospitalidad marcada por la humildad, que no es pensar que uno es menos, sino pensar menos en uno mismo; es pensar en los miles de huérfanos que mueren en las calles y las chabolas que no saben cuándo volverán a probar bocado, los miles de niños que emprenden el peligroso viaje de cruzar mares y océanos en busca de paz y prosperidad para nunca llegar a tierra; los hombres y mujeres cuya dignidad se ve violada al convertirse en mercancía y embalarse como carga para el próximo destino.

 

El camino de peregrinación hacia la justicia está inspirando a otras personas que están en el camino a ofrecer su hospitalidad a aquellas regiones devastadas por la guerra y a facilitar la rendición de cuentas de los responsables. Como peregrinos, se nos insta a ser conscientes de lo que están pasando nuestros amigos, vecinos o incluso alguien que está sentado a nuestro lado, y a ser capaces de provocar sonrisas en los corazones de esas personas al mostrarles un atisbo de esperanza de justicia y paz, solo entonces habremos cumplido de verdad las aspiraciones de nuestro tema ‘‘Hospitalidad en un camino de peregrinación hacia la paz y la justicia”. Que nuestra peregrinación de justicia y paz haga renacer en nuestro viaje el gesto del Rey David: El rey David mostró hospitalidad y dio parte de la riqueza a Mefiboset, de la casa de Saúl, quien estaba lisiado”.

Dra. Agnes Abuom
Iglesia Anglicana de Kenya (ACK)
Moderadora del Comité Central del CMI