Distinguidos organizadores y delegados, estimados participantes y stewards en la 11a Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, queridos amigos, hermanos y hermanas:

Una de las creencias fundamentales y de las enseñanzas centrales del cristianismo a lo largo de los siglos es la convicción de que la luz de Cristo brilla con mayor intensidad que la oscuridad que pueda haber en nuestros corazones y nuestro mundo. Nosotros los cristianos afirmamos y declaramos que la alegría de la resurrección se propaga y prevalece sobre el sufrimiento de la cruz. Esto es lo que sostenemos, lo que predicamos y proclamamos al mundo entero. “Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación; vana también es la fe de ustedes” (1 Co 15:14). Esta es, sin duda, la premisa subyacente y el aspecto central del tema de esta Asamblea, que profesa que “el amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad”.

No obstante, al mirar a nuestro alrededor, estamos obligados a confesar que durante veinte siglos no hemos predicado con el ejemplo, y seguimos sin estar a la altura. ¿Cómo podemos reconciliar nuestra magnífica fe con nuestro evidente fracaso?

La respuesta se encuentra en el pasaje bíblico de la sesión plenaria de esta mañana, del día 1 de septiembre, el día que desde 1989 los cristianos ortodoxos dedican a orar por la protección del don de Dios de la creación y en que los cristianos de todas las confesiones y comuniones se comprometen a promover el ministerio del cuidado de la creación. En la Carta a los Colosenses (Col 1:19–20), leemos que: “por cuanto agradó al Padre que en él habitara toda plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo mismo todas las cosas, tanto sobre la tierra como en los cielos, habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz”.

Este pasaje presupone una diferencia fundamental entre la visión secular y espiritual del mundo. La persona con una mentalidad secular piensa que ella es el centro del universo. En cambio, la persona con una mentalidad sagrada considera que el centro del universo está en otro lugar y en los demás.

Una visión espiritual del mundo sugiere una cosmovisión ampliada, más extensa o ecuménica, que tiene su centro y equilibrio en Cristo como corazón del universo. Esta visión nos ofrece una fuente de reconciliación y la certeza de la transformación. Al percibir el mundo desde el prisma de la transfiguración y la transformación cósmicas, somos capaces, como individuos y sociedades, de emprender el camino de la restauración de la imagen quebrantada de la creación, un proceso que implica en primer lugar reconocer la responsabilidad del pecado de ignorar la presencia divina en todas las cosas y todas las personas. La totalidad del universo, toda la creación, constituye una liturgia cósmica. Cuando nos iniciamos al misterio de la resurrección y somos transformados por la luz de la transfiguración, entonces somos capaces de discernir y descubrir el propósito por el que Dios ha creado a todos los seres humanos y todas las cosas.

Hace falta un arrepentimiento cósmico y una resurrección cósmica. Lo que se necesita es nada menos que un cambio radical de nuestras perspectivas y nuestras prácticas. “La sangre de la cruz” en la referencia apostólica antes mencionada revela e indica un camino para salir de nuestros callejones sin salida, proponiendo la autocrítica y la abnegación como soluciones al egocentrismo. “La sangre de la cruz” nos muestra un camino para asumir la responsabilidad de nuestras acciones y nuestro mundo. Deberíamos adoptar todos un espíritu de humildad y apreciar el mundo como algo más grande que nuestras propias personas. Nunca deberíamos reducir nuestra vida religiosa a nosotros mismos y nuestros intereses. Deberíamos recordar siempre nuestra vocación de transformar toda la creación de Dios.

No obstante, la mayor amenaza que se cierne sobre nuestro planeta no es el nuevo coronavirus, sino el cambio climático. Los crecientes pero ignorados estragos del aumento de las temperaturas mundiales eclipsarán, de hecho, el número de muertes causadas por todas las enfermedades infecciosas juntas si no se mitiga el cambio climático. A raíz de la pandemia, incluso el Foro Económico Mundial pidió un “gran reinicio” del capitalismo, argumentando que la sostenibilidad solo puede lograrse mediante cambios drásticos en el estilo de vida. Esto es lo que hemos descrito como la necesidad de arrepentimiento (o metanoia) por nuestros hábitos irresponsables y nuestras prácticas destructivas hacia otras personas y con respecto a los recursos naturales.

Queridos hermanos y hermanas:

Si queremos cambiar nuestras prioridades y estilos de vida, debemos hacerlo juntos, como iglesias y comunidades, como sociedades y naciones. “Sobrelleven los unos las cargas de los otros y de esta manera cumplirán la ley de Cristo” (Ga 6:2). Y aquí, cabe recordar la guerra actual y el sufrimiento injusto de nuestros hermanos y hermanas en Ucrania. Ante todo, pues, debemos arrepentirnos y prometer la conversión de nuestros corazones y nuestras vidas. Hoy es “el buen momento”, el “tiempo favorable […] el día de salvación!” (Is 49:8). “Ya es hora de actuar, oh Señor” (Sal 119:126).

Esta es nuestra ferviente oración por todos ustedes que participan en la 11a Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias para este día dedicado a la oración y la protección de la creación sagrada de Dios.