Por primera vez en más de cincuenta años, la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias vuelve a reunirse en Europa. Por eso, es un honor y un placer al mismo tiempo para mí, como presidente federal, y también en nombre de nuestro país, darles una cordial bienvenida a todos ustedes, que han viajado desde todos los rincones del mundo para venir a Alemania.

Es la primera vez que el Consejo Mundial de Iglesias se reúne en Alemania. Les agradecemos que hayan aceptado la invitación de venir aquí y esperamos ser buenos anfitriones. Este evento ha sido concebido como una celebración de la fe, de la interacción y del intercambio. No es habitual que recibamos a invitados de contextos tan diversos pero que, sin embargo, están conectados por un profundo sentimiento de unidad. ¡Bienvenidos!

Aquí, en Alemania, recordamos con agradecimiento que a las iglesias alemanas se les permitiera asistir a la primera Asamblea, que se celebró en Ámsterdam en 1948, y que fueran recibidas como miembros en pie de igualdad. No era algo que pudiera darse por sentado tras el horror que el Reich alemán desató en el mundo, después de la guerra y de la persecución y el asesinato sistemáticos de los judíos de Europa; después de todos estos crímenes incalificables.

El hecho de que el Consejo Mundial de Iglesias aceptara a las iglesias alemanas como miembros poco después de la Segunda Guerra Mundial, incluso antes de la creación de la República Federal de Alemania y de la República Democrática Alemana, no significa que cerrase los ojos ante la culpa, pero su aceptación contribuyó a allanar el camino para un nuevo comienzo. Hasta el día de hoy, estamos agradecidos por ello.

El logotipo de esta 11ª Asamblea está formado por cuatro símbolos: el círculo, el camino, la cruz y la paloma.

El círculo representa tradicionalmente el mundo entero, la Tierra, y es impresionante que los participantes hayan viajado a Karlsruhe desde más de ciento veinte países y representen a trescientas cincuenta y dos iglesias de todos los rincones del mundo, “de todas las naciones debajo del cielo”, como se describe en Hechos el día de Pentecostés.

Presbiterianos del río Hudson, en Nueva York, y presbiterianos de la Amazonia brasileña; anglicanos maoríes de la “Tierra de la Gran Nube Blanca” y anglicanos de la Iglesia alta de las verdes colinas de Inglaterra; cristianos ortodoxos de las tierras altas de Etiopía y zwinglianos al pie de las montañas suizas; miembros de la Iglesia Reformada, luteranos y anglicanos de la misma ciudad de Johannesburgo; cristianos protestantes no afiliados a ninguna denominación específica de pequeñas comunidades eclesiásticas de China; luteranos de las montañas de Usambara y miembros de la Iglesia Reformada de la región de Bergisches Land; metodistas, cuáqueros y menonitas de todos los puntos cardinales; hombres y mujeres de todo el espectro del cristianismo ortodoxo: es casi como si fuera aquel primer Pentecostés en Jerusalén, en el que personas de todas las partes del mundo conocido escucharon el mensaje cristiano y se llenaron del Espíritu.

Esta vibrante diversidad fue una de las características que definieron al cristianismo desde los primeros tiempos. Desde el principio, no hubo uniformidad; junto a las diferencias entre denominaciones, todavía surgen con frecuencia distinciones regionales y también nacionales, y las iglesias toman caminos diferentes. Es necesario contrarrestar constantemente estas diferencias mediante la reflexión teológica, pero también a través del amor fraternal en la práctica.

Por eso, el segundo símbolo del logotipo de la Asamblea es el camino. Todos tenemos nuestro propio camino personal que seguir, pero nuestras comunidades y nuestras iglesias también están en movimiento permanente. El camino nunca se acaba; nunca podemos decir que hemos llegado a la meta. A lo largo de los siglos, nuestras iglesias han seguido caminos muy diferentes. Hasta cierto punto, esto viene dictado por las circunstancias externas y por las condiciones históricas, políticas y económicas, pero también depende de la forma específica en que una comunidad concreta entiende, interpreta y aplica en la práctica el mensaje cristiano.

Durante este proceso, algunas han seguido en ocasiones el camino equivocado, avanzando muchas veces en direcciones destructivas y peligrosas. Al principio de mi discurso, hablé de las experiencias de nuestra iglesia en Alemania.

Permítanme recordarles la incitación al antisemitismo mortífero por parte de los cristianos y entre los mismos que se ha dado durante siglos en Alemania, pero no solo aquí. Una de las mayores responsabilidades actuales de las iglesias cristianas de todo el mundo es tomar posición contra el antisemitismo. Tenemos que ser conscientes de que el antisemitismo puede adoptar diversas formas. Sin embargo, sigue siendo una ideología de odio con una historia de aniquilación.

La seguridad de la comunidad judía, en Alemania, en Israel y en las naciones del mundo, debe ser uno de los principios de todas las religiones. No debemos permitir nunca que la religión, cuyo objetivo es fortalecer, alentar y edificar a las personas, se convierta en un medio para humillar a los demás, en una herramienta de odio y violencia.

Los dirigentes de la Iglesia Ortodoxa Rusa están llevando actualmente a sus miembros y a toda su iglesia por un camino peligroso y ciertamente blasfemo que va en contra de todas sus creencias.

Están justificando una guerra ofensiva contra Ucrania, contra sus propios hermanos y hermanas en la fe. Tenemos que pronunciarnos también aquí, en esta sala, en esta Asamblea, contra esta propaganda y esta vista que atenta contra la libertad y los derechos de los ciudadanos de otro país; este nacionalismo que sostiene arbitrariamente que los sueños imperiales de hegemonía de una dictadura son la voluntad de Dios. ¡Cuántas mujeres, hombres y niños se han convertido en víctimas de este odio, de esta incitación al odio y de esta violencia criminal también en Ucrania, cientos, miles, decenas de miles, demasiados!

Bombardeos y ataques selectivos contra edificios civiles, contra bloques de apartamentos, contra hospitales, contra centros comerciales, contra estaciones y espacios públicos, crímenes de guerra que tienen lugar ante los ojos de todo el mundo: no podemos permanecer en silencio sobre esta cuestión aquí y ahora. Debemos llamarla por su nombre; es más, debemos denunciarla y, por último, pero no menos importante, como comunidad cristiana, debemos expresar nuestro compromiso con la dignidad, la libertad y la seguridad del pueblo de Ucrania. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar una calurosa bienvenida especialmente a las delegaciones de las iglesias de Ucrania, y espero que puedan transmitir la fuerza y el apoyo de esta Asamblea a las iglesias y congregaciones de su país, que están padeciendo esta situación.

Hoy también hay aquí representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa. No deberíamos dar por descontado el hecho de que estén aquí en estas circunstancias. Espero que la Asamblea no les evite la verdad sobre esta brutal guerra y las críticas al papel de los dirigentes de su iglesia. Sí, los cristianos estamos llamados constantemente a construir puentes. Esa es y sigue siendo una de nuestras tareas más importantes. No obstante, construir puentes requiere buena voluntad a ambos lados del río; no se puede construir un puente si desde una orilla derriban los pilares que lo sostienen. En vísperas de la Asamblea, se expresó la opinión de que al menos se debería posibilitar el diálogo. De acuerdo, pero el diálogo no es un fin en sí mismo. El diálogo debe sacar a la luz lo que está ocurriendo. El diálogo debe llamar la atención sobre la injusticia, debe identificar a las víctimas y los perpetradores, y a sus secuaces. Sin embargo, el diálogo que no va más allá de deseos piadosos y vagas generalizaciones puede, en el peor de los casos, convertirse en una plataforma para la vindicación y la propaganda. ¿Qué tipo de diálogo entablaremos aquí? Esa es la decisión que debe tomar esta Asamblea, y la posición de Alemania –y hablo aquí también en nombre del Gobierno federal– está clara.

Hoy quiero igualmente recordarles que cientos de sacerdotes ortodoxos rusos han participado en la resistencia pública y se han posicionado en contra de la guerra a pesar de las amenazas del régimen de Putin. Quiero dirigirme ahora a estas valientes personas, cuyo ejemplo nos recuerda la responsabilidad de las religiones en materia de paz: aunque no puedan asistir a esta Asamblea y hablar con nosotros hoy, ¡nos llega su mensaje! Que sus voces encuentren también eco en esta Asamblea.

Los dirigentes de la Iglesia Ortodoxa Rusa se han alineado con los crímenes de la guerra contra Ucrania. Esta ideología totalitaria, disfrazada de teología, ha llevado a la destrucción parcial o total de muchos lugares religiosos en territorio ucraniano: iglesias, mezquitas, sinagogas, edificios educativos y administrativos pertenecientes a comunidades religiosas. Ningún cristiano que aún esté en posesión de su fe, su discernimiento y sus sentidos será capaz de ver la voluntad de Dios en estos actos, pues todos ellos contradicen en esencia el tercer símbolo del logotipo de la Asamblea: la cruz.

La cruz es el símbolo del compromiso del inocente varón de dolores –el cual fue condenado injustamente y murió en ella– que une a todos los cristianos. No puede ser nunca un signo laico de dominación, aunque con frecuencia ha sido explotado como tal a lo largo de la historia.

La cruz sigue siendo el signo fundamental de la identidad cristiana en toda la comunidad cristiana. Representa la compasión y la misericordia, dando prioridad a los pobres, a quienes sufren, a los necesitados. Si bien la compasión no debería adoptar solo la forma de la caridad, puede y debe también tener consecuencias políticas, puede y debe demostrar su utilidad en la lucha por la justicia, en el compromiso de dar voz a los marginados, sean personas individuales o grupos enteros.

Quienes oran para ellos “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” en el padrenuestro también tienen la obligación y el derecho de trabajar o luchar para garantizar que todas las personas tienen suficiente para comer y una manera humana de ganarse la vida. Nuestros hermanos y hermanas católicos aquí en Alemania una vez dijeron que el Reino de Dios no es indiferente a los precios del comercio mundial.

Soy consciente de que tantas iglesias diferentes reunidas aquí tendrán prioridades muy diversas con respecto a cuestiones sociales y ecológicas.

Aquí hay iglesias pobres e iglesias ricas, hay iglesias que son perseguidas por el Estado, iglesias que son toleradas políticamente, iglesias que son libres de realizar su labor en público. Aquí hay iglesias minoritarias e iglesias que condicionan en gran medida la política y la cultura de sus países. Hay iglesias de regiones afectadas por conflictos y guerras civiles.

Algunas ya sufren directamente las consecuencias del cambio climático, para otras la flagrante disparidad entre pobres y ricos es su principal preocupación.

En algunos lugares, los abusos sexuales son un enorme problema dentro de la sociedad que la iglesia que ha trivializado, ocultado y encubierto durante demasiado tiempo.

En otros lugares, la confiscación de tierras y las estructuras de tipo mafioso están amenazando los medios de vida básicos. A menudo, las consecuencias son la trata de niños, la prostitución forzada y la esclavitud; y son siempre los pobres los que se ven más gravemente afectados por todo esto.

Algunas iglesias se enfrentan a temas éticos muy difíciles, tales como cuestiones relativas al principio y el final de la vida, el control de la natalidad y la eutanasia. Otras están preocupadas sobre todo por asuntos médicos esenciales como, por ejemplo, la manera de proteger a las personas del sida o de otras enfermedades, o cómo garantizar que todas las personas tengan acceso a un sistema de atención sanitaria equitativo.

Sé que en todos los lugares las iglesias están haciendo un trabajo extraordinario para superar los distintos desafíos. Con frecuencia, son la única fuente de apoyo y punto de contacto en lugares donde las estructuras estatales no existen o son insuficientes.

Esta reunión de cristianos del mundo entero es una oportunidad única para todos. Espero que puedan aprovechar su interacción aquí para escuchar las necesidades de otrospara pedir ayuda, para aprender los unos de los otros, para experimentar y mostrar apoyo y solidaridad.

Sabemos que la injusticia prolongada es, por sí misma, una forma de violencia, y que engendra de forma constante y reiterada nueva violencia, terrorismo y guerra. Solo la justicia –justicia ecológica, económica y política– puede conducir a la paz. “El efecto de la justicia será paz”: este viejo mensaje del profeta Isaías sigue vigente y debe guiar nuestros actos.

Por último, el cuarto símbolo de la 11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias es la paloma. Se trata, en primer lugar, de un símbolo de la paz, que le falta a muchas personas y que anhelamos con tanto fervor.

En muchas tradiciones es también un símbolo del Espíritu Santo.

Pero, sobre todo, es la mensajera del Antiguo Testamento que Noé envió para ver si las aguas del diluvio habían disminuido, si la catástrofe universal estaba llegando a su fin.

Hoy para nosotros, esta paloma debe ser una advertencia y un símbolo de la esperanza.

Una advertencia para que hagamos todo lo que esté en nuestras manos con el fin de garantizar que el desastre provocado por el ser humano de un cambio climático descontrolado no llegue a suceder.

Muchos pueblos ya están sufriendo las consecuencias de inequívocos presagios del cambio climático, y sus representantes presentes aquí en Karlsruhe pueden ofrecer testimonios de primera mano de lo que está ocurriendo. En este contexto, nosotros los cristianos tenemos también una responsabilidad especial, pues la creación ha sido puesta en nuestras manos, bajo nuestro cuidado, para que la protejamos. Nuestra libertad para utilizar la Tierra, sus riquezas y dones, no puede ni debe ser ilimitada. Los países ricos y los industrializados y sus iglesias tienen naturalmente una responsabilidad especial a este respecto.

Además, la paloma puede y debe ser también un símbolo de la esperanza. Si hacemos lo que está en nuestras manos –en verdad, ¡es lo que tenemos que hacer!– entonces la tierra resurgirá: nuestra tierra común, la Tierra habitable en la que todos podemos vivir con justicia.

Queridos invitados, queridos hermanos y hermanas, puedo llamarlos así esta tarde aquí en Karlsruhe como cristiano que soy entre cristianos.

Les deseo a todos ustedes que la 11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias sea fructífera y exitosa, y que se caracterice por el intercambio, pero también por la oración; por el diálogo, pero también por la claridad y la resolución; por el análisis sagaz, pero también por la voluntad de actuar; por la visión de lo que hay que hacer, pero también por la esperanza.

Les deseo todo lo mejor, de nuevo bienvenidos y que Dios los bendiga.

*WCC translation

Vollversammlung des Ökumenischen Kirchenrates (Bundespräsidialamt)