Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias

Queridos colegas y amigos, hermanas y hermanos en Cristo:

1. Pero en donde está el peligro, crece también la salvación

Vivimos una etapa muy peligrosa de la historia de la humanidad, pero, al mismo tiempo, estamos siendo testigos de un momento de esperanza renovada en la vida. Desde el mes de enero de este año, los científicos nucleares han adelantado las agujas del 'reloj del juicio final' a dos minutos y medio antes de la medianoche. Ya que en enero de 2017 vieron el mundo casi tan cerca de una guerra nuclear como en 1953, cuando tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos de América estaban probando bombas de hidrógeno en la atmósfera terrestre. Las tensiones en torno a la península coreana nos han acercado aun más a un pulso nuclear durante las últimas semanas. A esto se suman la negación del calentamiento global y de sus consecuencias, y la violencia y la guerra en Oriente Medio y en otras regiones, como factores adicionales que oscurecen el horizonte del futuro de la humanidad.

Sin embargo, en contraste con este sombrío panorama, hay cada vez más personas que están despertando y dándose cuenta de que esta situación les exige que no se conformen con ser espectadores silenciosos, sino que manifiesten su esperanza en la vida de la Creación de Dios a través de actos y acciones concretas que cambien la situación. “Pero en donde está el peligro, crece también la salvación”. Este verso del poema “Patmos”, de Friedrich Hölderlin, no resulta evidente en tiempos difíciles como los nuestros, pero es una verdad para todos aquellos que creen en el Dios de la vida, escuchan su llamada, y reivindican sus vidas a pesar de la violencia y la desesperación que los rodea. En cualquier momento y lugar donde los encontremos y dejemos que nos contagien su motivación, veremos la luz de la esperanza iluminando un camino que conduce a la vida, a la justicia y a la paz; a pesar de todos los obstáculos.

¿No fue eso lo que sintieron todas las personas a las que conmovieron y motivaron Martin Luther King, Ulrich Zwingli, o Calvino en el momento de la Reforma? “Post tenebras Lux” (“Después de las tinieblas, la luz”), es el lema que figura en la pared de la Reforma, en Ginebra, junto al cristograma (IHS). El mensaje liberador del Evangelio de Cristo y de la gracia de Dios inspiró y financió este movimiento de cambio.

Por supuesto, hemos aprendido que este impulso puede perderse, que incluso se le puede dar la vuelta y ser utilizado como una legitimación del poder humano y una justificación para la violencia y la guerra. “Ecclesia semper reformanda”: la necesidad de reforma y de metanoia no cesa, nunca, y hoy menos aún.

Sí, veo señales de esperanza en mis viajes por el mundo. Acabo de visitar los pueblos e iglesias del Pacífico que aún sufren las consecuencias de los ensayos nucleares realizados en su región y cuyas islas se ven amenazadas por las consecuencias del cambio climático. Aun así, siguen celebrando la vida y esperando la solidaridad de sus hermanas y hermanos de todo el mundo, tan importante para ellos.

Sí, sin duda veo señales de esperanza, sobre todo después de mi visita a Roma ayer, donde la Dra. Agnes Abuom, moderadora del Comité Central del CMI, y yo nos reunimos en audiencia privada con el papa Francisco.

Son muchos los que esperaban escuchar con claridad la voz profética de la iglesia y que han celebrado tanto su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” como su encíclica papal “Laudato Si”. Y todos recordamos con alegría la oración conjunta pronunciada el día de la Reforma del año pasado, en Lund, con el papa Francisco y los dirigentes de la Federación Luterana Mundial. Si el 500.º aniversario de la Reforma ofrecía una oportunidad ecuménica para dar pasos alentadores en nuestro camino hacia la unidad, nos viene a la mente la experiencia vivida en Lund, pero también el culto conjunto de la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD) y la Conferencia de Obispos Católico Romanos de Alemania, en Hildesheim, y otros eventos similares en varios países en los que la mutua confesión de culpabilidad ha supuesto un paso importante hacia la sanación de la memoria. La sanación de la memoria es una condición previa necesaria para la unidad visible de la iglesia y requiere la combinación de diálogos teológicos bilaterales y de una cooperación activa en los temas candentes del mundo actual.

2. Gracia, arrepentimiento y unidad

Al analizar la memoria de la Reforma, no podemos pasar por alto que la dinámica de cambio que introdujo desempeñó un papel importante en el surgimiento del mundo moderno con un cristianismo mundial, aunque dividido, y con una competencia mundial por el poder económico y político. El colonialismo, el neocolonialismo y, en nuestros días, la globalización económica, han generado desigualdades crecientes, injusticias económicas y reivindicaciones de formas hegemónicas de poder político y militar. La situación en la que nos encontramos hoy requiere que creemos nuevas formas de compartir y cooperar, y estilos de vida que respeten el medio ambiente, pero –en contra de esta necesidad– la capacidad y la voluntad de llevar a cabo esos cambios se ven mermadas por las reacciones contra las tendencias y poderes mundiales, lo que, a menudo, amplifica las particularidades culturales y religiosas. Este es un rasgo característico de los movimientos políticos populistas, del fundamentalismo religioso y de otras justificaciones de la violencia que afectan también a ciertos grupos en las iglesias. Todos se niegan a rendir cuentas antes quienes no pertenecen a su grupo concreto.

En ese contexto, el movimiento ecuménico ha destacado que la paz y la justicia para los pueblos y para la Tierra son condiciones indispensables para la supervivencia de la humanidad. Sin un futuro común y esperanza para todos, no hay ninguna esperanza para el futuro. En el movimiento ecuménico hemos visto cómo el arrepentimiento y la mutua rendición de cuentas han contribuido a fortalecer la comunidad y a aumentar la capacidad de contrarrestar las tendencias divisorias de este mundo.

“Dios une, el enemigo divide”. Este fue el título de uno de los discursos (del obispo de Oslo, el Rev. Eivind Berggrav) pronunciados en la primera Asamblea del CMI, en Amsterdam, en agosto de 1948. El discurso explicaba que los esfuerzos en pos de la unidad forman parte de lo que caracteriza a Dios. Las fuerzas divisorias de las dos guerras mundiales habían vuelto a manifestarse en nuevas divisiones y en un telón de acero. Creo que no deberíamos centrarnos en quiénes son nuestros enemigos, sino que deberíamos prestar atención a aquellas fuerzas que hacen que los pueblos se conviertan en enemigos. Debemos analizar la manera en que operan en contra de la voluntad de Dios las fuerzas polarizantes y divisorias que generan conflictos y guerras en el mundo actual.

En un estudio de Fe y Constitución sobre la unidad de la iglesia y la unidad de la humanidad (“Fe y Constitución, “Unity of the Church – Unity of Mankind (1973)” (La unidad de la iglesia, unidad de la humanidad), ed. Gunther Gassman, Historia documental de Fe y Constitución, 1963-1993, Ginebra, CMI, págs. 137-143), una de las conclusiones claras fue que la unidad de la iglesia es un signo y un preludio de la unidad de la humanidad. Esta no es una tarea fácil ni un viaje cómodo. Tuvimos que aprender una dura lección en el Programa de Lucha contra el Racismo. La batalla contra el racismo se convirtió también en una batalla dentro de las iglesias y entre ellas. La división racial de los seres humanos creados a imagen de Dios dividió también en la iglesia. Esta realidad de exclusión y división no ha terminado, y tenemos que ser conscientes de las formas en que se manifiesta también hoy. No solo en lo que a raza se refiere, sino también en cuestiones de género, orientación sexual, etc., tenemos que ser conscientes de cuán complicado es tratar estos asuntos. Como el CMI, no hemos dejado de luchar contra el racismo de distintas maneras. Hemos establecido un grupo de referencia sobre Sexualidad Humana que ofrece un foro para entablar la compleja conversación sobre la actitud de las iglesias ante los múltiples asuntos relacionados con la sexualidad humana, y sobre la manera en que estos influyen también en la búsqueda de unidad.

Tras el pionero documento de consenso sobre “Bautismo, Eucaristía y Ministerio”, la Comisión de Fe y Constitución presentó más recientemente su segundo documento de consenso, que aborda las cuestiones eclesiológicas subyacentes: “La iglesia: hacia una visión común” fue enviada a las iglesias miembros y asociados ecuménicos para el estudio y la reflexión. Ahora estamos recibiendo muchas respuestas que están siendo cuidadosamente analizadas por la Comisión. Esta es una importante tarea que contribuirá a establecer un espacio común para los futuros diálogos y discusiones, como los que tuvieron lugar a raíz del anterior documento de consenso.

Las iglesias se ven afectadas de muchas maneras por las divisiones de nuestros tiempos. En términos teológicos, la falta de capacidad para relacionarse con el otro o con el vecino de forma responsable refleja el quebrantamiento de la comunidad con el otro y con Dios. Ese quebrantamiento de las relaciones más básicas se llama pecado en la tradición bíblica. El pecado es una realidad que trastorna y merma las relaciones humanas y destruye la vida que se nos concede como seres humanos en la Creación de Dios. Es una realidad destructiva de nuestras propias vidas. Para construir nuestras vidas y crear nuevas relaciones, es preciso vivir una especie de conversión ante el otro y adquirir una nueva comprensión más incluyente de la identidad que integre las dimensiones material, moral y espiritual de la vida.

En muchos de los discursos que he pronunciado durante el aniversario de la Reforma, he abordado esta dimensión subyacente de los desafíos contemporáneos usando las categorías de pecado, gracia y arrepentimiento de conformidad con la herencia reformista. Teniendo en cuenta la profunda conversión que se necesita, hacía alusión a la primera de las 95 tesis de Lutero contra las indulgencias:

“Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia”. (Mateo 4,17)

El pecado es real. Socava la vida de las personas y las comunidades. No hay manera alguna de evitar la realidad del pecado a través del dinero, el poder, la ignorancia, las prácticas piadosas, las doctrinas eclesiales, los oficios, o por cualquier otro medio. No hay manera de sortear la necesidad de arrepentimiento, conversión y renovación de la vida.

El arrepentimiento es el camino para obtener la justificación por la gracia y ser liberado de los grilletes del pecado. Es una consecuencia de la justificación por la gracia. El arrepentimiento conduce a una conversión que implica todas las dimensiones de nuestra identidad. Su horizonte es la renovación de la vida en la muerte y la resurrección de Cristo y el don del Espíritu Santo.

Lutero defiende que la noción de arrepentimiento no es un acto o una palabra que pueda usarse de una vez por todas, sino que es una actitud, una forma de ser que implica estar atentos a la voz crítica, una comprensión de la dimensión de la tragedia, y una voluntad de conocer la realidad de lo que está mal. También es la actitud de atenta escucha de la voz del perdón total de Dios. No como quien acepta un trato, sino como una disposición a cambiar de dirección en la vida con el fin de centrarse en las necesidades de los demás, especialmente de los pobres, de quienes necesitan seguridad, justicia y que se reconozcan sus derechos y su dignidad. El camino hacia la justicia y la paz es un camino de arrepentimiento, conversión y renovación. Al anticipar el objetivo que califica ya el camino, nuestro camino se convierte en una peregrinación de justicia y paz, que es la principal prioridad del programa del CMI desde la 10ª Asamblea de 2013 en Busan.

El verdadero arrepentimiento instaura la rendición de cuentas de nuestro pasado, como individuos y como comunidad, en las iglesias y como pueblos (confesión). El verdadero arrepentimiento implica una voluntad real de cambiar, escuchando atentamente a los demás y, especialmente, a los menos privilegiados y a las víctimas de nuestros actos pasados y presentes (contritio). El verdadero arrepentimiento implica verdaderos gestos de transformación, y una voluntad continua de estar en un proceso de transformación que se centra en la forma en que los demás –los demás seres humanos, las demás iglesias, y toda la Creación– se ven constructiva o destructivamente afectados por mis acciones y actitudes y las de nuestra iglesia.

La transformación es la esencia de nuestra peregrinación de justicia y paz hacia la unidad de la humanidad y de toda la Creación. Nuestra conclusión fue que la unidad de la iglesia y la unidad de la humanidad están conectadas entre sí. La unidad de la iglesia consiste en preconfigurar la unidad de la humanidad y de todas las criaturas como comunidad planetaria en su diversidad (“El don y la llamada de Dios a la unidad: nuestro compromiso”, Declaración sobre la unidad adoptada por la 10ª Asamblea del CMI el 8 de noviembre de 2013). Pero la mentalidad predominante que guía los actos de los pueblos en los conflictos de nuestra era sigue basándose en la oposición entre “nosotros” y “ellos” en formas mutuamente excluyentes. La búsqueda de la unidad visible de la iglesia conlleva el compromiso de atender las necesidades de los pobres, en el sentido amplio del término, incluyendo a los menos privilegiados, las víctimas y los oprimidos en una mutua rendición de cuentas.

3. Creciendo juntos en la mutua rendición de cuentas

Aquí la mutua rendición de cuentas alude a una actitud y a un formato para nuestra vida común, depositando nuestra confianza en el poder del Evangelio para atender las necesidades que todos tenemos de liberarnos de la influencia del pecado y de transformarnos a la vida y a los valores del Reino de Dios.

Para ser realistas, debemos reconocer que nunca hay un momento en la vida de un ser humano, una nación o una cultura en que la necesidad de la actitud de arrepentimiento pueda considerarse obsoleta. La constante existencia de la injusticia, el racismo, la guerra, los asesinatos, las persecuciones y la desesperación que llevan a la gente a dejar atrás sus amados hogares y familias nos recuerda que estos no son asuntos que formen parte de la historia, sino que siguen siendo una realidad en Europa y en el mundo de hoy.

Los estadounidenses debaten estos días sobre el racismo como el pecado original de su nación. Afrontan las dimensiones y expresiones del racismo que permean su sociedad y que se han mostrado al mundo de la forma más visible en los últimos años. Como europeos, debemos vernos en ese espejo: ¿Cuál es nuestro pecado original? En realidad, tenemos que admitir que lo que vemos en los Estados Unidos es consecuencia de las políticas migratorias europeas arraigadas en las ideas eurocéntricas de la superioridad y la prioridad de los blancos. ¿De qué manera podemos desmantelar y oponer resistencia a la reacción, aparentemente normal, de autopreservación y autoprotección manifestada en la desconfianza frente al extraño y a quienes profesan diferentes religiones? ¿Cómo podemos alcanzar una forma de arrepentimiento real y constructivo que abra el camino hacia la mutua rendición de cuentas?

El objetivo es hacer que los mejores valores de la Reforma sean hoy una realidad viva. En la actualidad, protegemos nuestros valores de la mejor forma posible cuando los usamos como base y fuente para beneficiar las vidas de otros seres humanos. Nuestras realidades actuales deben definirse y basarse en una visión de lo que será, el día de mañana, nuestra vida juntos como una sola humanidad. Los valores no sirven de nada si solo hablan del pasado. Lo mismo es cierto en lo que respecta a nuestra comprensión del pecado y del arrepentimiento. El llamamiento de la Reforma al arrepentimiento no es un llamamiento a la desesperación, al pesimismo, ni a ideas falsas sobre las posibilidades de la vida y los esfuerzos humanos. Más bien al contrario, es un llamamiento a aprovechar esas oportunidades para servir más diligentemente y, para tal fin, dejarse inspirar por la palabra liberadora del Evangelio.

Me enfrento a estas realidades una y otra vez en mi trabajo y en mis viajes. Esa experiencia me demuestra que tiene mucho sentido abordar los desafíos que afrontamos hoy como una sola humanidad a la luz del legado de la Reforma. No como un pesimismo y una condena generalizados de todo lo que es humano, sino como un estado de alerta ante la realidad del pecado y la realidad de la necesidad de los demás. Más bien me da esperanza. Hay una señal de esperanza en cada arrepentimiento y cada conversión que esta actitud trae consigo.

Algo que pone a prueba nuestra solidaridad en estos días son, sin duda, los problemas que afectan a la paz y la unidad en la península coreana. Esta particular situación irresoluta e inestable –aún hoy definida solo por un tratado de armisticio, y no un tratado de paz– es una amenaza creciente para el pueblo de Corea, la región del nordeste asiático, y también para la paz mundial. La situación ha empeorado a raíz de la intensificación de la actividad militar de Corea del Norte y del aumento de su capacidad de poseer y utilizar armas nucleares, pero también debido a la mayor actividad militar estadounidense, a su enorme presencia militar en la península de Corea y a su amenaza de responder con la capacidad nuclear de EE. UU. Estoy profundamente convencido de que las iglesias –y la sociedad civil– tienen un gran potencial para establecer relaciones de confianza, abrir las puertas a la cooperación y al diálogo, y defender soluciones pacíficas, diplomáticas y políticas para el creciente conflicto. Así lo afirmó claramente el nuevo presidente de Corea del Sur en la reunión que mantuvimos con él recientemente en Seúl. Las iglesias y organizaciones ecuménicas, el Consejo Nacional de Iglesias de Corea (NCCK), el CMI y la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR) son importantes en la historia de la democratización y la consolidación de la paz en la península coreana, y deben proseguir su camino hacia la justicia y la paz con las partes, especialmente ante esta nueva oportunidad que brinda el nuevo comienzo democrático en Corea del Sur. Deberíamos utilizar toda nuestra influencia, como Consejo Mundial de Iglesias y como iglesias miembros en nuestros respectivos países, para apoyar las iniciativas en pos de procesos políticos que puedan contribuir a reducir las tensiones, a normalizar las relaciones, y a instaurar una nueva etapa de unidad en la diversidad para el pueblo de Corea.

Vemos el estrecho vínculo que existe entre nuestra búsqueda de unidad como reconciliación y paz justa, así como nuestra reflexión teológica sobre la unidad en la fe y en la solidaridad mutua como iglesias, especialmente en el conflicto relativo al pasado y el futuro de Israel y Palestina. Este año recordamos la guerra de junio de 1967, que ha llevado a 50 años de ocupación de la tierra de los palestinos. Como el CMI, hemos trabajando sin descanso por la justicia y la paz en Israel y Palestina. Como se señaló ya en 1948, “... las iglesias tienen el deber de orar y trabajar por un orden en Palestina, tan justo como sea posible en medio de nuestro desorden humano”, W. A. Visser 't Hooft (ed.), Primera Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias. Londres, SCM Press, 1949, 163). Seguimos haciéndolo a través de diferentes iniciativas. No hay forma alguna de defender esta ocupación, que se ha ido transformando progresivamente en la colonización de una zona fuera de las fronteras internacionalmente reconocidas de Israel. Dejar que esta ocupación continúe así muestra una falta fundamental de comprensión de lo que significa ser vecino de alguien, una falta de voluntad de entender lo que implica estar en la piel de los ocupados y una falta de valentía por parte de quienes aceptan la situación para asumir las consecuencias como un serio problema moral.

Lo que está en juego es nuestro compromiso con valores básicos que pueden provenir de una comprensión más profunda del llamamiento de Dios a la unidad de la humanidad, un llamamiento a la unidad en diversidad, pero en una paz justa; no solo para un grupo, un pueblo o una religión, sino para todos. Debemos seguir trabajando y orando para que, algún día, la fe en un solo Dios traiga otro tipo de relaciones de justicia y paz. Ese día debería llegar pronto, antes de que sea demasiado tarde.

4. En nuestro camino hacia la unidad: una peregrinación de justicia y paz

Tal y como se ve en la lista de países prioritarios para el CMI, hay muchos otros ejemplos de situaciones que requieren la solidaridad, las oraciones y el apoyo de la familia ecuménica. Además de en la península de Corea, e Israel y Palestina, el CMI participa activamente en los procesos de paz de Colombia; de la República Democrática del Congo, Burundi, Nigeria y Sudán del Sur, en el continente africano; Siria e Iraq, en Oriente Medio; Pakistán, en Asia; y Ucrania, en Europa.

Consideramos nuestra labor en esos lugares como parte de nuestra peregrinación de justicia y paz, a la que fuimos llamados por la 10ª Asamblea del CMI en Busan. En 2015, centramos nuestro trabajo en el marco de la peregrinación sobre la justicia climática y la conferencia de París sobre el cambio climático. En 2016, nos concentramos en la consolidación de la paz en Oriente Medio y en Israel y Palestina. Este año, nuestro viaje continuó con actividades en favor de la paz y la cooperación interreligiosa en Nigeria y para la construcción de la paz en Sudán del Sur, la República Democrática del Congo y Burundi. El próximo año, nos centraremos en Colombia y en la región de América Latina y el Caribe.

Queremos demostrar que la comunidad de iglesias en el CMI es una realidad que responde a las necesidades urgentes de las iglesias miembros. Es en estas realidades donde está en juego la unidad de las iglesias y la credibilidad de su misión y de su testimonio común al mundo, y también donde estos tienen sentido. Esos no son conceptos abstractos, sino que tienen un significado muy concreto en la vida de las iglesias de todo el mundo.

El mensaje de la Asamblea de Busan produjo un cambio decisivo en comparación con las asambleas anteriores. Las iglesias declararon juntas en 1948, en Amsterdam, que tenían la intención de permanecer juntas. Esta era una declaración de peso a tan solo tres años del final de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las posteriores asambleas del CMI han afirmado esta declaración. La décima asamblea de Busan, sin embargo, dio un nuevo paso. Los delegados de Busan declararon que tenían la intención de avanzar junto a todas las personas de buena voluntad. Hicieron hincapié en que el ecumenismo no era una realidad estática, sino dinámica, en la cooperación de las diferentes iglesias y en la interacción con las personas de buena voluntad de otras comunidades. En el camino estamos consolidando nuestra comunidad y extendiendo nuestra cooperación más allá de las fronteras de nuestras respectivas comunidades.

Eso tiene importantes implicaciones para todos los aspectos de la vida y la labor del CMI y de sus iglesias miembros. Es más, coincide a la perfección con las declaraciones del papa Francisco sobre la unidad de las iglesias en el camino, subrayando la necesidad de una cooperación muy práctica, para el beneficio de todos los seres humanos y de la Creación. El acontecimiento de Lund manifestó esta relación al combinar el culto con la firma de un compromiso a la cooperación por el Servicio Mundial de la Iglesia Luterana y Caritas Internationalis.

El testimonio común y la acción de las iglesias deben ir de la mano con los diálogos teológicos y el compromiso con la unidad. Ninguno puede avanzar sin el otro. Quiero parar aquí para dejar tiempo para las preguntas y el debate. Confío en que entenderán el valor de la propuesta de avanzar juntos en nuestro camino como iglesias. Como el CMI, hablamos de una peregrinación de justicia y paz, mientras que el papa Francisco habla de la unidad en el camino y la necesidad de que las iglesias salgan a las calles y se acerquen a los que están al margen de la sociedad.

Tenemos una oportunidad ecuménica extraordinaria en este momento de la historia. Oremos para que sepamos aprovecharla.

Muchas gracias.