Discurso de la sesión inaugural a cargo del Rev. Dr. Olav Fykse Tveit
Secretario general del Consejo Mundial de Iglesias

El Cairo, 17-18 de enero de 2018

Sr. Presidente Abás, Sus Santidades, Sus Eminencias, Excelencias, honorables participantes:

Le doy las gracias al gran imán de Al-Azhar, jeque al-Tayyib, por la invitación a participar en esta importante y muy oportuna conferencia, y a dirigirme a todos ustedes en nombre del Consejo Mundial de Iglesias, una comunidad mundial de 348 iglesias ortodoxas, anglicanas y protestantes de todo el mundo.

La comunidad cristiana mundial que represento comparte con ustedes –al igual que con muchos otros en el mundo entero– un profundo y constante amor y preocupación por Jerusalén y por los pueblos que allí viven. En el Nuevo Testamento, leemos cómo Jesucristo lloró por esta ciudad con amor y añoranza. “¡Ah, si por lo menos hoy pudieras saber lo que te puede traer paz!” (Lucas 19:42).

Seguir las palabras y el ejemplo de Jesús significa decir la verdad, buscar justicia y ser pacificadores en los conflictos y las controversias del mundo. Por consiguiente, el Consejo Mundial de Iglesias proclama e intenta hacer realidad su compromiso y su contribución a una paz justa para Jerusalén. Nosotros oramos siempre por la paz de Jerusalén (Salmos 122:6): una paz que solo puede ser verdadera y duradera si se basa en la justicia.

Entre nuestros miembros contamos con iglesias con comunidades cristianas naturales de Jerusalén cuyo futuro en su propia ciudad lamentablemente se ve amenazado de manera inminente por las circunstancias imperantes. El pueblo palestino vive bajo la ocupación y con las consecuencias negativas de los asentamientos ilegales. También viven con las intenciones que la comunidad internacional no ha cumplido de apoyar una solución viable y justa para Jerusalén y para todos los habitantes de Tierra Santa.

Jerusalén es considerada una ciudad santa y es amada, genuina y profundamente amada, por las tres religiones abrahámicas: los judíos, los cristianos y los musulmanes. Ese amor y ese profundo vínculo deben ser respetados y afirmados en cualquier solución que se pueda prever para que sea viable. Pero asimismo debemos reconocer la tendencia humana a expresar ese profundo amor intentando poseer de manera exclusiva, negando u oscureciendo el amor y el vínculo de otros con ese lugar.

Además de esto, debemos reconocer la extraordinariamente compleja estratificación de la historia y la cultura de Jerusalén. La historia muestra que la implicación en esta región de estas tres religiones no ha traído la paz justa para todos. Eso, lamentablemente, sigue siendo cierto hoy en día.

El futuro de Jerusalén debe ser un futuro compartido. No puede ser la posesión exclusiva de una religión por encima de las otras, ni de un pueblo por encima del otro. Jerusalén es, y debe seguir siendo, una ciudad de tres religiones y dos pueblos.

Los dirigentes de las iglesias de Jerusalén han afirmado enérgicamente en repetidas ocasiones esto mismo, diciendo en 1994:

“La experiencia de la historia nos enseña que para que Jerusalén sea una ciudad de paz, que ya no sea codiciada desde el exterior ni por ello un elemento de discordia entre las partes en conflicto, no puede pertenecer en exclusiva a un pueblo ni a una sola religión...”.

En 2006, los líderes cristianos de Jerusalén fueron más allá:

“Jerusalén, ciudad santa, patrimonio de la humanidad, ciudad de dos pueblos y tres religiones, tiene un carácter único que la distingue del resto de las ciudades del mundo... dos pueblos son los guardianes de su santidad y tienen una doble responsabilidad: organizar sus vidas en la ciudad y dar la bienvenida a todos los ‘peregrinos’ que vienen del mundo entero”.

En 1974, el Consejo Mundial de Iglesias afirmó con rotundidad que Jerusalén debería ser “una ciudad abierta a los fieles de las tres religiones, donde estos puedan encontrarse y convivir”, y más tarde fue más lejos, diciendo en 1998 que “Jerusalén debe ser una ciudad compartida en cuanto a la soberanía y a la ciudadanía”.

En esta perspectiva, el reciente anuncio del presidente de los Estados Unidos de América de reconocer Jerusalén como la capital de Israel no elimina el problema, sino que crea más obstáculos serios para la paz justa. Los dirigentes de las iglesias de Jerusalén –respaldados por las iglesias del mundo entero– advirtieron antes de la decisión en una declaración oficial que “la exclusividad sobre la Ciudad Santa conducirá a realidades muy oscuras”. Ya ha llevado a la ira y la tristeza de una parte, y ha alentado en la otra propuestas de incluso anexionar Cisjordania como medida política.

Esta situación solo hace que sea todavía más importante y urgente que haya nuevas iniciativas que posibiliten una paz justa para Jerusalén. Si Jerusalén ha de ser la capital de dos pueblos, que vivan juntos con los mismos derechos, debe haber una solución política con ideas concretas sobre cómo puede ocurrir esto. Y si debe ser la capital de dos pueblos y dos Estados, ambos Estados deben ser definidos, reconocidos y establecidos como Estados reales, viables y reconocidos por la comunidad internacional dentro de fronteras reconocidas internacionalmente.

El plan de 1948 de las Naciones Unidas para Jerusalén como un corpus separatum (cuerpo separado) bajo el derecho internacional nunca se hizo realidad en la práctica, y cualquier plan para que la ciudad sea puesta formalmente bajo un régimen internacional parece ahora poco probable. Sin embargo, ningún país puede definir de manera unilateral qué es el derecho internacional en este asunto. Ni tampoco puede ningún país externo dictar cuál debería ser la solución. La solución tiene que llegar a través de las negociaciones entre las autoridades palestinas e israelíes. Esto debe producirse con el apoyo de otros actores de la comunidad internacional más amplia, y especialmente del resto de países de Oriente Medio, que deben asumir ahora una mayor responsabilidad juntos para contribuir a encontrar una solución sostenible para un futuro de paz justa en Jerusalén.

Hace mucho tiempo que se espera esa visión y solución. Es necesario profundizar más en lo que podría significar en la práctica la idea de una Jerusalén compartida para las vidas de sus habitantes. La prolongación del conflicto con el foco en Jerusalén sigue siendo una fuente de tensión y conflicto en la región y fuera de ella. En vez de posponer la cuestión de Jerusalén a una etapa de ‘estatus final’, se debería considerar que si se puede resolver la disputa en torno a Jerusalén esto puede dar impulso y vigor para solucionar otros aspectos del conflicto.

Como creyentes de un Dios todopoderoso, deberíamos examinar juntos lo que significa expresar el amor de Dios en este conflicto en el que están involucradas y se ven afectadas las tres religiones monoteístas y sus comunidades. No habrá paz en Jerusalén a menos que las tres religiones sean respetadas y participen en la solución. Por otro lado, la situación insta a estas tres comunidades de fe a ofrecer juntas, a escala local e internacional, contribuciones sinceras y prácticas para las esperanzas y aspiraciones de una paz justa en Jerusalén.

Ha llegado el momento de que todos los aquí presentes desarrollemos nuevas iniciativas que puedan ofrecer una paz sostenible y duradera en la región. Se lo debemos a nuestros hijos y a las generaciones que vienen detrás.

Contribuyamos todos juntos a la paz justa, no a un conflicto perpetuo.