Acabo de volver de una visita a Haití, encabezando una delegación ecuménica integrada por siete hermanos y hermanas que representan al Consejo Mundial de Iglesias y a iglesias, consejos y conferencias de iglesias de las regiones de América Latina y el Caribe y de Francia, así como de ACT Alianza Internacional (Acción Conjunta de las Iglesias). La finalidad de la visita, que se realizó del 14 al 16 de junio de 2010, era volver a expresar nuestra solidaridad con las víctimas del terremoto del 12 de enero, ofrecer acompañamiento pastoral, reflexionar sobre los principales problemas de Haití que interpelan a todo el mundo y afrontar los desafíos actuales con que se enfrentan las iglesias que tratan de servir fielmente al pueblo de Haití, especialmente a los más necesitados.

Volví de Haití con un profundo respeto por la capacidad de reacción y la fe del pueblo y las iglesias de ese país. Ahora es el momento de un nuevo comienzo para todos en Haití y esto será posible si hay una voluntad común de hacerlo.

La visita, que estuvo hospedada generosamente por la Federación Protestante de Haití, tenía también por objeto ayudar a la familia ecuménica a continuar sensibilizando y trabajando junto con los haitianos en la reconstrucción del país, sobre la base de la justicia social y de la autodeterminación de la población.

Al abandonar este hermoso país, tan gravemente azotado durante tantos años por la injusticia y la falta de estabilidad política y de responsabilidad, así como por las catástrofes naturales, dijimos: que este momento constituya un nuevo comienzo para todo el pueblo de Haití. En Haití vemos también a tantas personas de otros países que vinieron a prestar ayuda y colaborar. Sin embargo, desearía recordar a los gobiernos y a los dirigentes mundiales las acuciantes necesidades de Haití y quiero también hacer un llamamiento a las iglesias miembros y asociados ecuménicos del Consejo Mundial de Iglesias.

1.              No olviden al pueblo de Haití, pese a que la mayor parte de los objetivos de las cámaras de la información se han desplazado a otros lugares. Nuestra unidad y solidaridad con el pueblo de Haití son vitales. Son decisivas, después de la fase de extrema emergencia, en esta fase de reconstrucción en la que las personas que viven en tiendas se han de trasladar a viviendas más permanentes. Se necesita esto urgentemente y es una cuestión de dignidad, de salud y sanidad, especialmente durante la estación de ciclones que ha comenzado ya. No puede haber ninguna razón legítima para retrasar este proceso, y especialmente no puede serlo la falta de acceso a la tierra para construir viviendas o la falta de recursos. El futuro de Haití exige una participación real continua a nivel nacional e internacional. Los más pobres de Haití ya han sufrido bastante.

2.              Apoyen los esfuerzos decididos de los haitianos para emprender un proceso de reconstrucción. Este proceso debe ser participativo y con plena rendición de cuentas para quienes viven ahora en tiendas, quienes luchan por reconstruir sus vidas, quienes se están recuperando todavía de sus heridas y quienes sufren; aquellos a quienes Cristo enumeró entre “los más pequeños de estos hermanos y hermanas” (Mat. 25:45).

Es imperativo que actuemos al unísono para echar una mano a los haitianos que están luchando por configurar su futuro común. Para las iglesias, en momentos como estos es esencial reflexionar sobre lo que significa ser uno en Cristo, local, regional y mundialmente. Estamos llamados a la unidad, a servir como iglesias que hablan con una voz común en favor de la justicia y cuidan la vida de nuestro prójimo, y que se empeñan en una acción común junto con asociados como ACT Alianza y otros.

Continuando juntos nuestro camino con este espíritu, desearía dejar este mensaje a nuestros hermanos y hermanas de Haití: “Que el Dios de la paciencia y de la consolación os conceda tener los unos para con los otros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 15: 5-6).

Con gratitud y esperanza,

Rev. Dr. Olav Fykse Tveit
Secretario General del CMI