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"Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre."
Lucas 2:12

Fue en pleno tiempo de Navidad del año pasado, el 26 de diciembre, cuando un tsunami mató a miles de personas en las costas del Océano Indico. ¿Quién puede olvidar las imágenes de las olas mortíferas, las muchas víctimas y los supervivientes traumatizados en las costas de Indonesia, Tailandia, India, Sri Lanka, Maldivas e incluso Somalia? En todo el mundo esas imágenes suscitaron una respuesta sin precedentes a los pedidos de ayuda, una expresión extraordinaria de solidaridad con las víctimas por parte de personas de toda condición.

Durante el año siguiente, la fuerza de la naturaleza siguió atemorizándonos con una inusual frecuencia de tormentas violentas, inundaciones y huracanes como Katrina en el Golfo de México, y el terrible terremoto que devastó aldeas y ciudades enteras en Cachemira. En Brasil, donde el Consejo Mundial de Iglesias tendrá su IX Asamblea en febrero de 2006, el servicio meteorológico nacional utilizó recientemente el término "huracán" por vez primera a raíz de una tormenta sin precedentes en 2004. Grandes extensiones del país padecen una terrible sequía, como si el medio natural no soportara ya el imprudente y despiadado ataque a su integridad, demostrando su poder a la humanidad y recordándonos nuestra vulnerabilidad. Repetidamente han sido los pobres y marginados los más vulnerables y los más gravemente afectados. La brecha entre ricos y pobres, las huellas de racismo y de división en castas, los males que dividen a la humanidad, se manifestaron en estas situaciones de crisis.

Al prepararnos de nuevo para celebrar la Navidad, el relato del nacimiento de Cristo nos habla de una manera nueva con el trasfondo de esta experiencia. Vemos ante nosotros la imagen de un niño envuelto en tiras de tela y acostado en un pesebre que estaba, según la tradición de la iglesia primitiva, excavado en la roca de una cueva de Belén. A lo largo de la historia esta imagen ha reconfortado a las víctimas de la opresión y la violencia en muchas partes del mundo. Ha hecho que los humanos nos percatemos de que Jesús era en verdad uno de nosotros: alguien que no estaba en las nubes. Ha animado a algunos a creer que la presencia de Dios con nosotros en Jesús es suficientemente poderosa para transformar este mundo. Ha motivado a otros para aceptar su propia responsabilidad y solidarizarse con cuantos trabajan por el cambio y las alternativas a las condiciones actuales. Por medio de Jesucristo, encarnación de la divinidad, Dios ha dado su amor a la humanidad. Dios se hizo un ser humano, nacido de una mujer, que sufrió como nosotros sufrimos y murió como nosotros moriremos.

"Haya, pues, en ustedes este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:5-11). ¿Osaremos dar a la humanidad menos de lo que Dios le ha dado? ¿Osaremos darnos a nosotros mismos menos de lo que Dios ha juzgado apropiado?

Cuando oramos con las palabras del tema de la próxima Asamblea del CMI, Dios, en tu gracia, transforma el mundo, declaramos nuestra disponibilidad para proclamar la buena nueva de que el Dios uno y trino ha actuado para dignificar a la humanidad mediante la encarnación de Dios en Jesucristo y para iniciar la transformación de un mundo que sabe poco de gracia y misericordia. Con el nacimiento del niño en Belén, Dios actúa en el interior de la creación para operar el cambio necesario por medio de su gracia. Las iglesias y sus miembros en todo el mundo están al lado de los pobres; esto es especialmente cierto de los cristianos en el Brasil que luchan en favor de los que no tienen tierras, por el derecho al agua para todos y por la conservación de la creación. Las iglesias brasileñas trabajan juntas, con el poder del Espíritu Santo, con la esperanza de superar la violencia y ayudar a promover una política justa y responsable.

Cuando les pedimos a ustedes esta Navidad que se acerquen con el pensamiento, la oración y los actos a los que sufren y a los marginados, les pedimos especialmente por el pueblo y las iglesias del Brasil. Llamados a colaborar con Dios, nuestra participación en la misión de Dios empieza en el lugar donde vivimos, pero nuestra responsabilidad común nos lleva a trabajar juntos en beneficio de todo el mundo.

Que la bendición de la Navidad les traiga paz y gozo.

Pastor Dr. Samuel Kobia
Secretario general, Consejo Mundial de Iglesias
Diciembre de 2005

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