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"…en él estaba la vida, y la vida era la luz de los seres humanos.
La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron."
Juan 1:4-5

La buena noticia de Navidad brilla sobre el mundo como el sol de verano en el hemisferio sur, como una estrella refulgente en el firmamento invernal del norte. Brilla con fuerza como "buena noticia de gran alegría" en un mundo que nos rodea con noticias dolorosas. Renueva nuestra fe en la promesa de paz en la tierra, y nos convoca una vez más a alabar a Dios, cuya gloria se extiende al más alto cielo. Durante siglos, la esperanza de paz propia de la Navidad ha sido una afirmación central de la fe de la iglesia. Cada vez que celebramos el nacimiento de Cristo, nos comprometemos a dar vida a esta esperanza.

Celebramos la esperanza de Navidad como la promesa de paz. Conmemoramos el nacimiento de Jesús, quien vino a nosotros como niño amenazado por la violencia, como refugiado cuya familia huyó ante las ambiciones de los poderosos. En este tiempo, en este mundo, damos gracias y alabamos a Dios por la esperanza que tenemos en Jesucristo, por el don del amor de Dios revelado en la vulnerabilidad humana.

La buena noticia de que Cristo vino y habitó entre nosotros es una fuente de luz en este mundo, porque por su vida y sus enseñanzas nos mostró el camino que conduce a la paz. Jesús dijo: "Mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo". Este mundo nos da muros que dividen a los pueblos, estrategias de seguridad, leyes represivas y guerras preventivas. Jesús nos llama a descubrir maneras responsables de vivir en unidad como seres humanos. Jesucristo nos ha dado el gran mandamiento de amar y nos llama a superar el espíritu de venganza, odio y enemistad; nos enseña a orar por nuestros enemigos. Jesús nos ha instruido para no buscar nuestros propios intereses a expensas de otros, no tener envidia cuando los desvalidos son rehabilitados, no obstruir la justicia cuando a los que han sido despojados se les restituye. Nos ha llamado a discernir el rostro de Dios en los desdeñados y abandonados. Nos llama diariamente a vidas de obediencia, por nuestra fe y en nuestras acciones.

En el Consejo Mundial de Iglesias hemos escogido vivir juntos en la luz de Cristo, la luz que brilla a pesar de la oscuridad, la luz que desafía las tinieblas que la rodean. Celebramos la esperanza de paz pese a los constantes conflictos, pese al temor y la sospecha, el odio y la guerra, los abusos y la codicia. Nuestro mundo está penetrado por culturas de violencia que excluyen, subyugan, aterrorizan y violan a quienes son identificados por sus perseguidores como "diferentes". Es alarmante que muchos que se conducen así pretendan justificarse en nombre de "Dios".

Al proclamar el nacimiento de Jesús, Príncipe de la Paz, celebramos las esperanzas de un centenar de niños en el Centro Comunitario de los Discípulos de Cristo en La Tablada, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, a quienes visité en noviembre. Junto con unos quince jóvenes, también procedentes de barrios pobres y hogares deshechos, las vidas de aquellos niños están siendo transformadas en ese centro, cuyo ministerio se inspira en el amor de Cristo. En otros lugares del mundo, la realidad de Buenos Aires y de La Tablada se repite muchas veces. Oramos por que la luz de Dios alumbre a las personas en situaciones difíciles, ayudándolas a encontrar formas de resistencia que promuevan cambios positivos. Celebramos empresas de cooperación y apoyo entre los afligidos, iniciativas interreligiosas por la paz y la armonía, movimientos populares por la paz y la justicia; y en todo ello reconocemos el anhelo de un mundo mejor.

En medio de las divisiones y la destrucción del mundo, la buena noticia de Navidad nos recuerda que Dios nos brinda su amor y nos llama a un ministerio de reconciliación. "... en él estaba la vida, y la vida era la luz de los seres humanos. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron."

Pastor Dr. Samuel Kobia
Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias
Diciembre de 2004

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