Los albores de este siglo XXI se caracterizan por una creciente inseguridad y preocupación. El mundo en el que vivimos está quebrantado, dominado por las fuerzas del mal, que generan una cultura de violencia y de desesperanza. Los signos de los tiempos son claros: la pandemia del SIDA, el genocidio en Sudán, la catástrofe del tsunami en el Sudeste asiático - sólo para dar algunos ejemplos. Los conflictos, la pobreza y la injusticia han ahondado la angustia y la desesperación de muchas sociedades. El mundo está necesitando desesperadamente sanación/curación en casi todas las esferas de la vida humana. Así es que para esta última reunión del Comité Central deseo centrar nuestra reflexión en la sanación. Como ustedes saben, la próxima Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización (9-16 de mayo de 2005, Atenas) tendrá como tema: "Ven, Espíritu Santo, sana y reconcilia: llamados en Cristo a ser comunidades de reconciliación y de sanación". Espero que este informe y el debate que ha de continuar contribuyan a las deliberaciones de la conferencia.

La mayor conciencia y el interés renovado por la sanación suscitados en el nuevo contexto mundial en el que vivimos plantean a las iglesias cuestiones pastorales, éticas, misiológicas y teológicas fundamentales, que requieren un análisis crítico. Mi enfoque será misiológico. Examinaré la sanación como acción misionera de la iglesia de transformación, potenciación y reconciliación.

REDESCUBRIR EL MINISTERIO DE SANACIÓN DE LA IGLESIA

La sanación pertenece al verdadero esse de la iglesia. La iglesia está dotada de la gracia del poder de curación de Dios. De ahí que sea necesario corregir la concepción misiológica equivocada que prevalece, que considera la sanación como un "ministerio especializado" de la iglesia y no le da su lugar como elemento central, para poder llegar a una comprensión eclesiológica que considere la sanación como parte integrante de la naturaleza de la iglesia, manifestado en su vida sacramental, su acción diaconal y su misión evangelizadora.

1) JESUCRISTO: EL GRAN SANADOR DE TODOS LOS TIEMPOS

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La sanación está arraigada en la revelación de Dios. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios se ha revelado a sí mismo como un agente de sanación. La enfermedad se percibe como un quebrantamiento de la relación con Dios; es alineación de Dios. Hay sanación cuando se restauran relaciones justas con Dios. La mayoría de los milagros de Jesús son milagros de sanación. La sanación es una dimensión esencial de la misión de Cristo y una manifestación concreta de su obra redentora. Es un signo y una anticipación del acercamiento escatológico del Reino de Dios (Lc 10: 9) y de la participación en el Reino de Dios, que llegará a su consumación en la parusía. Cristo encomendó a sus discípulos el ministerio de sanación: sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos, echar fuera demonios; el Reino de Dios se ha acercado a nosotros (Mt 10: 1, 5, 7, Lc 9: 1-2, 10: 9). Sanar es un componente esencial de la misión de la iglesia de los primeros tiempos (Hch 3: 1-10., 9: 12, 17, 18, 32-5; 14: 19-20; 20: 7-12). Sin embargo, en los últimos siglos, debido a circunstancias históricas, la sanación perdió mucho de su significado en la vida y el testimonio de la iglesia.

Mayor conciencia del significado de la sanación. Asistimos actualmente a un resurgimiento del ministerio de sanación en la iglesia. La angustia y la desesperación que suscitan el desorden ecológico, la injusticia económica y la violencia cada vez mayor, así como vivencias de sufrimiento escandaloso e inexplicable, han dado lugar a una creciente preocupación por la sanación. Según las estadísticas, entre cuatro y cinco millones de peregrinos visitan Lourdes cada año en busca de curación. Comprobamos que el mismo fenómeno se expresa de diversas maneras en diferentes partes del mundo y somos testigos de la multiplicación, en el cristianismo, de cultos y movimientos de base centrados en la sanación y que expresan diferentes formas de espiritualidad. Estos movimientos son a veces interconfesionales e incluso sincretistas. Las iglesias redescubren el ámbito de sanación con renovada conciencia de su importancia crucial para la vida y la misión de la iglesia. Muchas iglesias y organizaciones ecuménicas han establecido programas especiales y grupos de trabajo para abordar los diversos aspectos y consecuencias de la sanación.

La sanación: una preocupación ecuménica. La sanación ha ocupado siempre un lugar muy importante en la misión. La historia de la misión ha estado enriquecida por muchas iniciativas tomadas por misioneros en su intento de llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo. La sanación ha sido también parte integrante del programa ecuménico desde los comienzos del Movimiento Ecuménico moderno. La Conferencia de Edimburgo (1910), las siguientes conferencia sobre misión, así como las asambleas del CMI y varias consultas ecuménicas importantes, han planteado esta cuestión a escala más o menos amplia. Ha de notarse que en el Movimiento Ecuménico la sanación se consideraba sobre todo como parte de las "misiones médicas" de las iglesias, en una perspectiva vinculada a las culturas occidentales. En la Consulta de Tübingen, en 1962, las cuestiones de comunidad y de "atención primaria de salud" pasaron a ser prioritarias y se relacionaron con la misión. En Tübingen también se destacó la naturaleza holística y el alcance mundial del ministerio de curación de la iglesia. A esta conferencia siguió Tübingen II, en1967, que creó la Comisión Médica Cristiana (CMC) como parte de la estructura programática del CMI. Durante más de dos decenios, la CMC desempeñó un papel significativo recordando a las iglesias la importancia fundamental de la curación para la misión de la iglesia e instándolas a que le presten la debida atención.

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2) DE UN CONCEPTO FUNCIONAL A UN CONCEPTO ONTOLÓGICO DE SANACIÓN/ CURACIÓN

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La sanación es de índole sacramental. Es un don (carisma) del Espíritu Santo
(1 Co 12: 7-11) que la iglesia ejerce mediante el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la unción santa. La eucaristía es un sacramento de sanación. Mediante este sacramento, Cristo es proclamado como el terapeuta del mundo, y la iglesia, el cuerpo vivo de Cristo, es una comunidad sanadora que incorpora a toda la creación en comunión con Dios. La diaconía es una acción de sanación de la comunidad eucarística. La terapia que la iglesia vive y proclama en la eucaristía debe tener como resultado una terapia para todo el mundo. Por medio del compromiso misionero, la diaconía terapéutica de la iglesia (el compartir el amor de Dios, fuente de sanación y de vida) se dirige a toda la humanidad y a toda la creación. La diaconía de la iglesia en sentido global va más allá de las actividades de las instituciones "diaconales". La iglesia es fiel a su vocación y a su naturaleza cuando llega a ser una comunidad de sanación - una comunidad de amor, de oración, del compartir, de servicio, de proclamación, de potenciación y de reconciliación (Lc 22: 27). Cada una de estas dimensiones y formas de la misión de la iglesia, junto con la espiritualidad, tienen una función importante en la curación. Sostienen y expresan el acto de sanación de la iglesia. La oración tiene un efecto terapéutico. El poder de curación de Dios se manifiesta como una respuesta a la oración.

Integración de la espiritualidad y la medicina. En el Antiguo Testamento curar/sanar se refiere a todos los aspectos de la vida de una persona. Es la restauración de la integridad del cuerpo, la mente y el espíritu. Aunque la curación física fue una parte importante del ministerio de curación/sanación de Cristo, su propósito, en última instancia, era la sanación total, en la perspectiva de la salvación. La salud del cuerpo humano es importante porque canaliza la gracia de Dios, pero la sanación no es únicamente una cura física; abarca la persona en su totalidad, todos los aspectos, las dimensiones y las manifestaciones de la vida. Así pues, la curación física y la curación espiritual están estrechamente interrelacionadas. Necesitamos un enfoque holístico de la sanación. La atención pastoral y espiritual debe estar acompañada de la atención institucional y médica. Es necesario superar la dicotomía entre los aspectos espirituales y médicos de la sanación, e integrar "la curación científica" y la "curación divina". Al adoptar una perspectiva holística de la sanación estamos yendo en la buena dirección. Gracias a su rica espiritualidad y visión holística, el cristianismo puede hacer una contribución fundamental a la curación científica.

Un ministerio con diversas formas. ¿Cómo debe cumplir la iglesia su ministerio de sanación? Los diversos métodos y medios por los que se practica la curación en la iglesia han variado según las épocas y los contextos. Generalmente, la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Católica consideran que la sanación es inseparable de la espiritualidad de la iglesia, y dan particular importancia a la liturgia, las imágenes, los iconos y las peregrinaciones. Por su parte, las iglesias de tradición protestante insisten en la importancia del acompañamiento personal y la confesión. Tanto la tradición protestante como la católica han recibido en el siglo pasado la influencia de los movimientos carismáticos. Durante los últimos años, algunas de esas iglesias han escrito excelentes trabajos sobre el ministerio de sanación. Junto a las tradiciones litúrgicas y bíblicas, las normas y las formas culturales nativas también desempeñan un importante papel en el ejercicio del ministerio de sanación de las iglesias. Este aspecto particular no se ha estudiado suficientemente en el Movimiento Ecuménico. Merece un examen más profundo. La curación es parte integrante del sacerdocio colectivo de la iglesia, en el que cada cristiano debe asumir un ministerio de sanación, y, en ese marco, al ministerio ordenado le corresponde una función y una vocación especiales.

La sanación y la justicia están interrelacionadas. ¿Qué entendemos por sanación? El poder de sanación de Dios está a la obra allí y donde la iglesia cuida de los enfermos y expresa su solidaridad con los oprimidos. Cristo no sólo curó a los enfermos, también se ocupó de los pobres; no sólo se identificó con los oprimidos, también adoptó una clara posición contra la injusticia. La sanación incluye necesariamente el testimonio profético de la iglesia. El ministerio de sanación de la iglesia no debe entenderse únicamente como un servicio médico o una terapia pastoral; entraña la diaconía social, obrar por la justicia, dar esperanza a los que están abatidos, ofrecer reconciliación a los alienados y liberación a los marginados. Sanación significa, además de tratamiento médico, hacer frente a las causas profundas de la injusticia. La iglesia pierde su identidad y su credibilidad, su razón de ser, si no se entiende a sí misma como comunidad de sanación de Dios y agente comprometido en su misión de transformación, de capacitación y de reconciliación en el poder del Espíritu Santo.

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LA SANACIÓN COMO TRANSFORMACIÓN

Las curaciones que practicaba Cristo (que iban más allá de la curación física) tenía como objeto, en última instancia, transformar y recrear la humanidad y la creación, estableciendo una nueva calidad de relaciones entre Dios, la humanidad y la creación. La sanación como transformación entraña:

1) AFIRMACIÓN DE LA VIDA

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La sanación como comienzo de una nueva vida en Cristo. La vida en su "plenitud", la vida "abundante", la vida "eterna" estaban encarnadas en Cristo. La transformación de "todas las cosas" así en la tierra como en el cielo (Col 1: 20), que lleva a la plenitud de vida, comienza en Cristo: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Jn 10: 10). Toda vida viene de Dios. La curación de la vida también viene de Dios; Él es la fuente principal de curación. Una oración ortodoxa dice que Dios es "el médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos". El advenimiento de Cristo es la transformación de la vida y la inauguración de una nueva vida (Col 3: 9-10). De hecho, ése es el objetivo de la sanación. La vida es un don de Dios y la curación es el signo del nuevo nacimiento a la vida: "Yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21: 5).

La sanación es la restauración del quebrantamiento de la vida. La vida, en sus dimensiones y manifestaciones humanas y ecológicas, ha sido quebrantada debido al pecado humano. La vida, apartada de su creador, está quebrada, distorsionada. Cristo vino a reparar la integridad de la vida y a restaurar la calidad de vida. Así pues, la sanación es esencialmente recreación. Es recuperación y redescubrimiento de la plenitud, la coherencia y la unidad de la vida, y su reorientación hacia un nuevo futuro escatológico por medio de Jesucristo. La transformación y la recreación de la creación y la humanidad tuvieron lugar en la cruz; la resurrección completó ese proceso.

La sanación es la recuperación de la plenitud de vida. La plenitud es una característica esencial de la antropología bíblica y de la concepción de la vida (Gn 2: 7, 1 Ts 5: 23, Ro 12: 1-2, Jn 5: 1-15). La sanación es la restauración de la totalidad, que estaba deteriorada, desintegrada y desorientada. En la Iglesia Ortodoxa se confiesan los pecados del espíritu, la mente y el cuerpo como un todo, y se concede la curación a todos los pecados que corresponden a esas diferentes dimensiones de la vida humana. A diferencia de la percepción racionalista de la Ilustración, el enfoque teológico y filosófico ortodoxo de la persona humana y, generalmente, de la vida, es holístico. La privatización excesiva de la religión, por un lado, y, por otro lado, la compartimentación de las ciencias médicas han resultado en la pérdida de la dimensión holística de la curación. En su definición de curación, la Organización Mundial de la Salud destaca la importancia decisiva de la integridad. La Comisión Médica Cristiana del CMI tiene también un enfoque holístico de la curación, considerando que se trata de "un estado dinámico de bienestar de la persona y de la sociedad, de bienestar físico, mental, espiritual, económico, político y social; de armonía de unos con otros, con el entorno material y con Dios".1 La teología cristiana debe rechazar cualquier enfoque dualista y compartimentado, y promover una visión holística de la vida y la curación.

La sanación es hacer que la vida vuelva a su fuente original. La sanación no significa únicamente normalizar la función de un órgano particular. Significa santificar la vida, mediante el redescubrimiento de su autenticidad y calidad creadas a imagen de Dios. La alienación de Dios es el rechazo del don de vida que recibimos de Dios y la vulnerabilidad al pecado y a la muerte. Las fuerzas que destruyen la vida y los valores que la transforman nos rodean en el día de hoy con nombres y formas diferentes. El propio tejido de la vida está amenazado. Está amenazado moral, espiritual, física y ecológicamente. Sólo en Cristo y en el poder del Espíritu Santo la vida es restaurada en su naturaleza y dignidad originales. El ministerio de sanación de la iglesia debe afirmar ante todo la índole sagrada de la vida como don de Dios, e instar a los cristianos a comprometerse en favor de una calidad de vida que refleje los valores del Evangelio. Sanar es cuidar y proteger la vida. Es una invitación a volver a Dios, a "arrepentirse y creer en el Evangelio" (Mr 1:15), la fuente de la vida verdadera.

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2) LIBERACIÓN DEL PECADO

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Al sanar se redescubre la auténtica humanidad. Sanar en su concepción holística no sólo entraña la desaparición de las enfermedades físicas. La persona es liberada de los males físicos, mentales y espirituales. Los que se acercaron a Jesús era pecadores, oprimidos y perseguidos. La curación que les aportó Cristo transformó sus vidas liberándolos de su quebrantamiento físico, espiritual y moral y del dominio del mal y del pecado (Mr 5:34, Lc 7:50). Por lo tanto, curar, en todas sus formas y manifestaciones, es esencialmente una lucha contra las fuerzas del mal, que niegan la libertad y la dignidad del don de vida de Dios. Las fuerzas del mal no son sólo socioeconómicas; son también morales, espirituales, racionales y ecológicas. La curación tiene por objeto combatir esas fuerzas y redescubrir lo que significa ser humano. El concepto bíblico debe prevalecer si queremos que la comprensión cristiana de la curación llegue a ser la fuerza motivadora de cualquier proceso de sanación.

Sanación y salvación están interrelacionadas. Sanar significa salvar la vida de los poderes del mal que la amenazan, la desintegran y la corrompen. Es un proceso que lleva a la curación total y última en Cristo. De ahí que la sanación sea esencialmente salvación. En el Nuevo Testamento, la salvación (soteria) y la curación (therapeuo) son términos intercambiables (Lc 10: 9, Mc 5: 34, 6: 56, Mt 10: 7-8). Sanar es proclamar la salvación en Cristo; otorga nueva vida dando poder a los desamparados y desesperanzados mediante el poder dador de vida del Espíritu Santo. La sanación debe entenderse en el contexto de la economía de salvación de Cristo. Los milagros de curación de Cristo no buscaban solamente curar ni eran acontecimientos aislados. Estaban orientados hacia la salvación: "Y todos los que lo tocaban quedaban sanos" (Mc 6: 55-6). El Evangelio es un mensaje de nueva vida. En la teología y la espiritualidad ortodoxas, se destaca con firmeza este aspecto importante de la sanación.

La sanación es fuente de renovación. La renovación es una dimensión fundamental de la liberación y la salvación. Nos libera del pecado y de la corrupción y abre el camino hacia el futuro de Dios en Cristo. La renovación es un nuevo comienzo en Cristo; anticipa el escatón. La renovación, siendo un proceso de transformación y de liberación, es dinámica, innovadora y holística, abarcando la totalidad de la vida en todos sus aspectos y expresiones. El Espíritu Santo renueva constantemente a la humanidad a la imagen de Dios (Cl 3: 9-10, 2 Co 5: 17). La renovación no se dirige únicamente a la persona, incluye a toda la humanidad y al cosmos.

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3) EDIFICACIÓN DE LA COMUNIDAD

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La sanación es establecer relaciones. La comunidad es una dimensión esencial de la vida humana. La vida sin comunidad es fuente de odio y de violencia. El significado bíblico de curación es la integración con otros en la comunidad. En le Biblia, el acto de sanar está dirigido tanto a los pobres como a los poderosos (Mc 5). Estar en armonía unos con otros y establecer relaciones es un aspecto importante de la sanación. En efecto, establecer relaciones es fundamentalmente construir una comunidad. La sanación no atañe a un individuo como tal, sino siempre a su relación con el prójimo, con la naturaleza y con Dios. Por medio de la persona, la sanación se dirige a la comunidad en su totalidad. La sanación tiene una dimensión personal (Ex 15: 26, Mc 2: 11, Lc 8: 48, Jn 5: 6), aunque también una dimensión comunitaria y consecuencias para la comunidad (Lc 5: 12-16, 8: 40-48, Mc 5: 21-34). La sanación y la edificación de la comunidad están estrechamente entrelazados. Sanar significa edificar la comunidad y edificar la comunidad entraña el proceso de sanación.

La sanación es restablecer relaciones justas con la creación. Es afirmar la bondad de la creación de Dios mediante la armonía con el medio ambiente natural. La creación es la casa de la humanidad. Como obra de Dios, la creación le pertenece y es dada a la humanidad para que la utilice únicamente para el designio y la gloria del Creador. El mal uso o la explotación indebida de la creación por los seres humanos es un pecado contra Dios. Es necesario curar el quebrantamiento de la creación de Dios, causado por la transgresión humana. En el contexto de la restauración de las relaciones entre la humanidad y Dios, la creación tiene un lugar importante. También tiene una parte importante en la edificación de la comunidad. Según la soteriología ortodoxa, la economía de Cristo abarca toda la creación. Conviene prestar particular atención a esta dimensión en la ecoteología moderna.

Como koinonía cristocéntrica, la iglesia está llamada a llegar a ser una comunidad de sanación. Ser iglesia significa ser una comunidad terapéutica. La iglesia está llamada a compartir los sufrimientos y las heridas espirituales y físicas de sus miembros y a ocuparse de los que necesitan curación. Mediante la vida sacramental, el testimonio evangélico y la acción diaconal, la iglesia ayuda a las personas en un determinado lugar a reintegrarse en la totalidad de la vida, la espiritualidad y el testimonio de la iglesia. La construcción de la comunidad es un proceso mediante el cual las personas superan su alienación de Dios y la alienación unos de otros. Curar entraña instaurar la armonía, la paz y la unidad, por oposición a conflicto y división (Jn 5: 6-8, 14). Como nueva comunidad, construida y transformada por Cristo, la iglesia tiene una vocación especial como heraldo de la nueva humanidad inaugurada por el advenimiento de Cristo. La acción de curación de Dios en el poder del Espíritu Santo llegará a su consumación con la segunda venida de Cristo en gloria.

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LA SANACIÓN DA PODER

En el Nuevo Testamento, por sanar también se entiende dar poder a los desamparados y marginados para que puedan hacer frente al poder del mal. Los milagros de Jesús son "obras de poder" (Hch 2: 22). Sanar es actuar por el poder de Dios mediante el Espíritu Santo en Jesucristo (Lc 4: 14). En un mundo dominado por las fuerzas de la globalización, y un creciente militarismo, unilateralismo y otras formas de "ismos", la cuestión del poder tiene más que nunca una importancia decisiva. ¿Cuáles son los desafíos y las consecuencias de la concepción cristiana del poder como fuente de curación, transformación y potenciación?

1) EL PODER ES UNA FUERZA DE DOMINACIÓN Y DE LIBERACIÓN

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Definición de poder. El poder es ambiguo y ambivalente. Puede ser constructivo y destructivo. Puede ser bueno y malo y puede dar lugar sea a la integridad sea a la alienación. Generalmente el poder se asocia a fuerza y dominación, al absolutismo y a la violencia. La índole paradójica del poder (dunamis) también es evidente en la Biblia, ya que puede significar "capacidad" implicando la de hacer el bien y el mal. Sin embargo, no entraña de ninguna manera un dualismo. El poder humano siempre será ambiguo y frágil.

Uso del poder. El poder de Dios, encarnado en Cristo, es liberador, sanador y transformador. Así pues, la cuestión no es el poder en sí, sino el uso justo del poder. El poder no debe ser utilizado para dominar, sino para potenciar al otro. Debe ser utilizado para restaurar la dignidad humana y la calidad de vida. La justicia debe servir de apoyo a cualquier utilización del poder. Cualquier forma de poder que da poder a quienes ya son poderosos y empobrece a los que no tienen poder es simplemente abuso de poder. El CMI ha condenado frecuentemente la explotación y el mal uso del poder, que Dios nos ha dado en Cristo como fuente de amor y de liberación. El ejercicio arbitrario e injusto del poder causa corrupción, opresión y deshumanización.

Criterios morales en el ejercicio del poder. El poder no debe basarse en la fuerza; debe basarse en valores. No debe ser utilizado para servir a intereses personales, sino al bien de todos. El poder debe estar sustentado por principios éticos y ejercido con responsabilidad. Existe actualmente una crisis de los criterios en el ejercicio del poder en todos los ámbitos y a todos los niveles de la vida pública, incluido el religioso Ha habido un deterioro de la forma de gobierno del mundo debido a la falta de criterios morales. El poder requiere orientación moral; de no ser así, pasará a ser un instrumento del mal. El papel de la religión en cuanto a la correcta comprensión y el uso responsable del poder es muy importante, dado que para muchas religiones y sociedades la fuente principal del poder está en la religión.

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2) LA IGLESIA ES PORTADORA DEL PODER DE SANACIÓN DE DIOS

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La necesidad de transformar la ambigüedad del poder. Cristo capacitó a sus discípulos dándoles "poder y autoridad sobre todos los demonios" así como "para sanar la enfermedad" (Lc 9: 1, Mt 10: 1, Mc 3: 15, Hch 1: 8). Como portadora del poder de sanación de Dios, la iglesia está llamada a ser un instrumento de transformación y de capacitación de Dios. El poder de la iglesia es poder de servicio y no de dominación, de amor y no de opresión, un poder que comparte y que no es absoluto. Diversas formas de abuso de poder en las instituciones relacionadas con las iglesias son objeto a menudo de críticas. La iglesia está llamada a curar la arrogancia y las ambigüedades inherentes al poder. Está llamada a impugnar y no a imitar el poder del mundo; a ser el heraldo de los que no tienen poder y anunciar que el juicio debe comenzar en la casa de Dios. La Conferencia de Melbourne de la CMME declaró: "Nuestra respuesta a la deshumanización y a la opresión no puede ser la de una iglesia inocente ante la culpa del mundo, ya que todos sabemos, para vergüenza nuestra, que el poder que se ejerce en la iglesia (en la realidad empírica de su forma terrestre) puede ser mal utilizado".2

Del poder violento al poder no violento. El poder de la violencia ha llegado a ser omnipresente en todas las sociedades. Poder es casi sinónimo de cultura de muerte. La concepción bíblica de poder es dar vida y sustentar la vida. Es un poder que refuerza la coherencia y la paz, la justicia y la creatividad. Es un poder que promueve la resistencia no violenta en defensa de la libertad y la dignidad humanas. El poder no violento no es ausencia de poder; por el contrario, es el rechazo de la violencia como expresión de poder y como medio de restaurar la justicia y la paz. ¿Cómo puede la iglesia elaborar y promover una concepción del poder que afirme el poder no violento como criterio y como modelo? De hecho, el Decenio para Superar la Violencia, inaugurado por el Consejo hace cinco años, proporciona la oportunidad y el contexto para que las iglesias y el Movimiento Ecuménico lleven a cabo esta urgente y excepcional tarea.

Del poder que se basta a sí mismo al poder vulnerable. Toda forma de expresión del poder humano es imperfecta y limitada. Dios es la fuente última de todo poder. Cualquier expresión o estructura del poder humano que pretenda ser autosuficiente es fuente de mal moral y espiritual. Este sentido de autosuficiencia genera un uso inadecuado y un abuso del poder que, por su parte, es causa de odio, alienación y violencia. Los límites y las limitaciones del poder humano deben definirse claramente, y debe aceptarse su vulnerabilidad, no sólo en teoría sino en la práctica, sobre todo por los que pretenden que el poder se basta a sí mismo.

Del poder absoluto al poder responsable. El poder humano depende de Dios. Los seres humanos han recibido el poder como don de Dios; de ahí que deba ser utilizado únicamente dentro de los límites del designio de Dios para toda la humanidad y toda la creación. Quienes consideran que el poder es absoluto y lo ejercen como tal se rebelan contra Dios. Cualquier forma de poder que no sea transparente y responsable (como la opresión política, la explotación económica y la marginación social de las personas) es corrupta, opresiva y deshumanizante. El poder humano está siempre sujeto al juicio de Dios; debe ejercerse con un sentido profundo de responsabilidad para con las personas y para con Dios.

Del poder centralizado al poder compartido. Cualquier estructura de poder que funcione de manera centralizada y exclusiva está condenada, tarde o temprano, al fracaso. Cualquier concepción o ejercicio del poder que no se base en los derechos de los pueblos y en la participación y decisión de los pueblos es abuso de poder. Mientras que el uso unilateral del poder crea un explotador y un explotado y pasa a ser una fuerza del mal, el poder compartido promueve la justicia y el progreso, fortalece la participación y construye la comunidad, pasando a ser fuente de creatividad. Compartir es dar poder, y dar poder crea reciprocidad y confianza. Es necesario que el poder esté en las manos de la gente, que sea delegado por esas personas y esté a su servicio.

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3) PODER QUE TRANSFORMA

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El poder como fuerza de transformación. La fe en Cristo es fuente de poder; genera el poder de curar y de transformar: "Tu fe te ha salvado" (Mc 5: 34). El poder del Evangelio es transformador. Gracias al poder del Evangelio lo ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados (Lc 7: 22). Como poder transformador, la sanación restaura y renueva y permite un nuevo comienzo. Vista desde esta perspectiva particular, la economía de Cristo es la venida del Reino de Dios y su confrontación con las fuerzas que se oponen al Reino (Lc 9: 1) con objeto de transformar al mundo caído y distorsionado. Como "obras de poder" (Hch 2: 22), los milagros de curación de Cristo son signos de que el poder del Reino de Dios ha subyugado el poder de Satán (Lc 10: 18) y de que la transformación del mundo es una realidad aquí y ahora.

El poder transformador tiene un alcance cósmico. El poder transformador no se limita a las personas y a una comunidad en particular. Es un instrumento de Dios para la realización de su designio para toda la humanidad y toda la creación (Ap 21: 3-4). El poder transformador obra a favor de una humanidad creada a imagen de Dios; se esfuerza por la plenitud, la integridad y la calidad de vida encarnada por Cristo; se preocupa por crear una sociedad justa, responsable y participativa, regida por los valores del Evangelio; lucha por una creación al servicio del designio de Dios y que no esté explotada al servicio de intereses humanos egoístas. En otras palabras, la comprensión cristiana del poder defiende una visión de la sociedad y de la creación revelada en Cristo. Los padres de la iglesia primitiva destacaron con firmeza la índole holística y la dimensión cósmica del poder transformador de Dios en Cristo. Esta característica importante de la teología patrística, vívidamente preservada en el pensamiento teológico ortodoxo, debe tenerse debidamente en cuenta en el contexto de la creciente influencia de la ecología y la mundialización en la teología contemporánea.

La iglesia es un agente del poder transformador de Dios. Cristo recibió el poder del Espíritu Santo: "para dar buenas nuevas a los pobres ... pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4: 18-19). En su calidad de agente del Reino de Dios, la vocación de la iglesia es continuar esta misión combatiendo todo "principado y autoridad" (Ef 1: 21, Col 2: 10) de este mundo. Debe resistir a las tendencias deshumanizantes del poder en todas las esferas de la sociedad y ser un instrumento dinámico del poder transformador de Dios mediante una activa, la diaconía y el testimonio profético. La iglesia, como comunidad transformada y nueva creación, debe evidenciar en su propia vida y misión el poder transformador de Dios como fuente de curación y de potenciación. En un mundo dominado por las fuerzas del mal, los valores del Evangelio deben ayudar a la iglesia a corregir su percepción del poder y a ejercerlo. Los valores del Evangelio dan poder a los pobres, a los oprimidos, a los alienados. Capacitan a las personas para que puedan organizarse y ser dueñas de sí mismas, con dignidad, paz y justicia.

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4) EL PODER DE DIOS SE REVELA DESPOJÁNDOSE DE PODER

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El poder de Dios es el poder del amor. Según la Biblia, el poder es un don gratuito de Dios, de gracia y de amor. Pablo nos recuerda que "Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder y de amor" (2 Ti 1: 7). El poder y el amor están íntimamente entrelazados. El poder de Dios en Jesucristo nos habla de don de sí y de despojarse de sí mismo. Cristo impugnó el poder humano en la cruz, venció el mal con el poder del amor. El amor está en el centro mismo del poder del Evangelio. Por lo tanto, el poder del Evangelio es el despojamiento del poder; es la kénosis de Dios. Cristo nos salvó y nos dio poder cargando con nuestras enfermedades: "Por su herida habéis sido sanados" (1 Pe 2: 24). La cruz, máxima expresión del despojamiento de poder, es la manifestación concreta del poder de Dios (1 Co 1: 17-18, Ro 1: 16, Fil 3: 10-11). La kénosis de Cristo no es una expresión de debilidad, sino de poder que se da a sí mismo; es el poder del amor: "el poder de Dios se perfecciona en la debilidad" (2 Co 12: 9). Hay poder en el despojamiento de poder: "lo débil de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1: 25). Pablo dice: "Me gozo en las debilidades ... porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co 12: 10, 13: 4). ¡Qué paradoja! Cuando el amor de Dios está a la obra, son posibles la curación, la potenciación y la transformación.

El despojamiento de poder de Dios es fuente de vida. El sufrimiento de Dios en Cristo es un acontecimiento generador de vida, una fuente de sanación. El mensaje del Evangelio es que Dios, en Cristo, arrancó a la muerte su aguijón y la despojó de su poder (Co 15: 55-58). Así pues, el poder de la cruz da vida y no destruye la vida; gracias a la cruz, el poder de la muerte fue subyugado. La debilidad del poder de Dios es su poder sanador, potenciador y transformador. En otras palabras, en la cruz, Dios compartió nuestro quebranto y en la resurrección nos restauró en nuestra auténtica humanidad recreando, renovando y transformando nuestra vida. En mi iglesia, en la celebración eucarística, cantamos: "Con su muerte, Cristo pisoteó la muerte, y con su resurrección nos dio vida". La cruz es la expresión de la kénosis de Dios; la resurrección es la manifestación del poder dador de vida de Dios. Esto ocurre en todo lugar en donde se celebra la eucaristía. De hecho, una vida sustentada por la kénosis es el camino de vida revelado en Cristo.

El despojamiento de poder Dios es la fuente de poder de la iglesia. El poder de Dios, proclamado por Jesucristo, es el rechazo de los poderes de este mundo y la manifestación de su gracia y amor en el acto de despojarse del poder. La acción de sanación de Dios en Cristo da poder a los que no tienen poder. Libera, humaniza y transforma. Cristo, el poderoso, se despojó a sí mismo del poder a fin de dar poder a los que no tienen poder. Gracias al poder dado por Cristo, la iglesia puede llevar a cabo la misión de combatir las fuerzas de este mundo que ejercen una influencia demoníaca sobre la sociedad. La iglesia no está del lado del poder, sino del lado de los débiles, no está con los poderosos sino con los que no tienen poder. La iglesia debe impugnar todo acto destinado a dominar, y apoyar todo acto que da poder a quien no lo tiene, y comprometerse con esos actos. Esto entraña un proceso de concientización así como de rechazo de los sistemas socioeconómicos corrompidos y de los sistemas de gobierno opresivos. La iglesia sigue siendo poderosa despojada de poder, mientras permanezca obediente al pacto de Dios en Cristo con la humanidad. La lucha profética de la iglesia contra la violencia y la injusticia es el poder que da Cristo a la iglesia. Este poder que recibe la iglesia es una fuente de sanación, transformación y reconciliación.

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SANACIÓN COMO RECONCILIACIÓN

La reconciliación es el fruto de la sanación. En la Biblia hay muchos relatos de reconciliación. El advenimiento de Cristo es una fuente y un mensaje de reconciliación (2 Co 5: 18-20) ¿Cuáles son las marcas distintivas de reconciliación en una perspectiva cristiana?

1) LA RECONCILIACIÓN ES UN PROCESO DE CURACIÓN

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Dios en Cristo es el punto de convergencia de la reconciliación. La reconciliación (katallage) pertenece a Dios; es el acto redentor de Dios en Cristo: "Porque al Padre le agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de la cruz" (Col 1: 19-20). En Cristo, Dios reconcilió a la humanidad y a la creación consigo mismo, y creó una nueva humanidad (2 Co 5: 17-21, 5: 19 y ss). La reconciliación tiene tres dimensiones interrelacionadas: la reconciliación entre Dios y los seres humanos, la reconciliación entre los seres humanos y la reconciliación de toda la creación. Como proceso sanador y transformador, la reconciliación es multidimensional y abarca todo. Significa esencialmente volverse a Dios y restaurar la imagen de Dios en los seres humanos. Dios asumió la forma humana a fin de salvar/sanar a la humanidad reconciliando a los seres humanos consigo mismo. Así pues, la reconciliación no es obra humana; está arraigada en Dios y es parte integrante de la economía salvífica de Cristo. Dios en Cristo es el motor y el punto de convergencia de la reconciliación.

La reconciliación es un proceso centrado en la cruz. No es obra del poder humano sino del despojamiento de poder de Dios en Cristo. Dios se identifica a sí mismo con el sufrimiento de la humanidad, para salvarla. Cristo nos reconcilió con Dios mediante su sangre (Ro 5: 14). La reconciliación no es un proceso fácil; entraña riesgo y sacrificio. A fin de vivir el poder de la victoria de la vida sobre la muerte, es necesario atravesar un proceso de kénosis (Fil 2: 6-7). Sanar implica sufrimiento; la reconciliación presupone el sacrificio. El sufrimiento es redentor cuando se apoya en los valores espirituales y morales y en una visión centrada en la vida. El sufrimiento llega a ser un proceso transformador cuando tiene como objetivo un nuevo comienzo. La gracia y el amor de Dios se revelan mediante la kénosis. Amanece una nueva esperanza y emerge una nueva vida cuando compartimos la cruz de Cristo. Sin la cruz, la reconciliación no es nada más que consenso político, es de índole provisional y tiene un alcance limitado.

La reconciliación es instaurar la confianza. La reconciliación real es más que un acuerdo político; es un cambio de conciencia, una transformación de actitudes, una curación de las memorias. La reconciliación echa abajo el muro de la hostilidad (Ef 2: 14) y crea un nuevo entorno que permite el acercamiento, y un espacio para la interacción dinámica y creadora. El escuchar los relatos de otros permite el entendimiento recíproco y fortalece la confianza mutua. De hecho, la confianza es fundamental en un proceso de curación. La verdadera reconciliación se esfuerza ante todo por construir puentes por encima de lo que separa a las religiones, a las sociedades y a las culturas. Muchas sociedades sufren tensiones y conflictos entre comunidades, exacerbados por consideraciones religiosas y étnicas. La confianza transforma la confrontación en reconciliación y permite a las religiones, las culturas y las civilizaciones vivir juntas en armonía y con responsabilidad, como una sola comunidad. Instaurar la confianza es, de hecho, un gran desafío del día de hoy.

La reconciliación es un proceso orientado hacia la comunidad. La reconciliación es una respuesta al quebrantamiento, la fragmentación, la enemistad, la alienación y las relaciones distorsionadas. De ahí que la construcción de la comunidad sea central en todo proceso de reconciliación y de sanación. Dios en Cristo nos reconcilió consigo mismo y unos con otros, constituyéndonos como una koinonía. La reconciliación, que trasciende los límites de los individuos para abarcar toda la comunidad, es un proceso orientado hacia las personas; las personas, no las ideas, necesitan reconciliación. Así pues, la reconciliación no debe entenderse meramente como un modus vivendi entre posiciones diferentes. Como proceso de sanación, la reconciliación debe arraigarse en la vida en común y la conciencia de las personas, repercutiendo en todas las esferas y dimensiones de la comunidad. La reconciliación no alivia las tensiones; por el contrario, transforma a la comunidad introduciendo un nuevo sistema de valores y promoviendo una interacción creativa de las diversidades e incluso de las tensiones. La conciliación de las diversidades y las relaciones coherentes garantizan una integridad mayor de la comunidad.

Ministerio de reconciliación: mandato de Dios a la iglesia. En el acto permanente de reconciliación de Dios en el poder del Espíritu y por medio de Jesucristo, la iglesia desempeña el papel de "embajadora". Se le ha dado el ministerio de reconciliación (2 Co 5: 18-20), está en el centro de missio dei de la iglesia: "Por el Señor Nuestro Jesucristo, hemos recibido ahora reconciliación" (Ro 5: 11). La iglesia no sólo ha recibido el mandato de Cristo, de llevar a cabo ese ministerio; está llamada a ser el fermento y un modelo de comunidad reconciliada. La reconciliación pertenece al propio ser y devenir de la iglesia. La reconciliación no es volver atrás reestableciendo el statu quo ante. La reconciliación es avanzar hacia un nuevo futuro. Al transformar el quebranto del mundo y reconciliarlo consigo mismo, Dios nos ofreció un nuevo futuro e inició una nueva comunidad. En Cristo, el nuevo futuro y la nueva creación se hicieron realidad. En un mundo desgarrado por las divisiones y los conflictos, necesitamos desesperadamente construir comunidades reconciliadas, en las que las diferencias se respeten, los conflictos se resuelvan y se establezca la confianza mutua. Al comprometerse de forma responsable en ese ministerio, la iglesia misma debe ser una comunidad reconciliada.

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2) LA CONFESIÓN Y EL PERDÓN: EL CAMINO HACIA LA RECONCILIACIÓN

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El perdón: un don y una tarea. Las sociedades modernas atribuyen una gran importancia al perdón a la hora de curar las memorias Es una parte del discurso y la retórica públicos. Los grupos étnicos, las naciones, los Estados e incluso las religiones están debatiéndose con esta cuestión de una u otra manera. Lamentablemente, el perdón ha perdido mucho de su significado; generalmente se espera lograrlo fácilmente y ofrecerlo casi sin costo. En la Biblia, el perdón (afesis) tiene una importancia especial y significa liberación del pecado, de la culpa o de la deuda. Sólo Dios puede perdonar el pecado humano (Lc 5: 21. 7: 49), pues Dios es la fuente del amor. Por ser don de Dios, el perdón es también una tarea que debe cumplir su iglesia (Mt 5: 23-24, Jn 20: 21-3; 2 Co 5: 19). Por lo tanto, la iglesia está dotada del poder divino de perdonar los pecados y de llevar al ser humano y a la comunidad hacia la curación y la reconciliación. En el Credo Niceno, confesamos "creo en el perdón de los pecados". El perdón es un aspecto esencial de la fe cristiana y una dimensión fundamental de la vocación cristiana. La curación y la reconciliación entrañan el perdón.

Perdonar no es ignorar el pasado. Es curar el pasado: "Perdonar no es olvidar, es más bien recordar de forma diferente".4 Es necesario hacer frente al pasado con osadía, dejarse interpelar de forma responsable. Perdonar significa también mirar hacia adelante con nueva fe, nueva esperanza y nueva visión. Además del compromiso de vivir juntos en paz y justicia, el perdón interpela y da la posibilidad, tanto al que perdona como al perdonado, de emprender juntos una tarea común para crear un futuro de esperanza, liberándose de los resentimientos del pasado. Ignorar el pasado y sus heridas no ayuda a construir una comunidad reconciliada. Perdonar los recuerdos que duelen no será suficiente para que las personas miren hacia adelante y se comprometan con un nuevo futuro. Perdonar es el comienzo de la cura. Al afirmar nuestro pasado, asumimos y reconciliamos nuestros recuerdos y transformamos nuestras heridas.

La aceptación de la verdad es la condición sine qua non del perdón. Es necesario reconocer la culpa; debe decirse la verdad. La aceptación de la verdad en su totalidad es el primer paso concreto y esperanzador hacia un nuevo comienzo. La curación es ante todo el resultado del hecho de decir la verdad. Permítaseme a este respecto recordarles la penosa historia de mi propio pueblo. Este año mi iglesia y mi pueblo conmemorarán el 90 aniversario del genocidio armenio. Durante la Primera Guerra Mundial, en 1915, un millón y medio de armenios fueron masacrados por el gobierno turco otomano, cumpliendo un plan bien concebido y sistemáticamente ejecutado. Aunque mi generación no vivió directamente el trágico pasado, el genocidio armenio ha tenido una incidencia profunda en nuestra formación espiritual e intelectual. El pasado persigue a las víctimas; y sólo podemos liberarnos del pasado si ese pasado es debidamente reconocido. Un documento preparatorio de la próxima Conferencia Mundial de Misión y Evangelización declara: "La sanación requiere romper el silencio y permitir que la verdad salga a la luz. Así se permite el reconocimiento de lo que estaba oculto".5

El perdón debe dar lugar a la reconciliación de las memorias. La memoria es una fuente viva de la historia y un aspecto esencial de la autocomprensión. En el proceso de reconciliación, han de crearse espacios para que las memorias que hacen mal puedan ser curadas, transformadas y conciliadas. Los profesionales de la salud consideran el perdón como una pujante cura piscoterapéutica.6 De hecho, cuando no se curan las memorias quedamos presos como rehenes del pasado; cuando se curan las memorias, mediante la confesión y el perdón, tenemos la posibilidad de reestablecer relaciones, promover la confianza y la aceptación mutuas y emprender un proceso de transformación. Las memorias que no se curan son causa de violencia, odio y fragmentación. El perdón, como respuesta a la confesión, es el factor determinante del proceso de reconciliación y de curación. Mediante el perdón nos aceptamos unos a otros en la verdad y la justicia. El perdón es costoso; sólo la confesión puede dar lugar al perdón, que es la condición previa de una curación y una reconciliación reales.

El perdón debe inducir justicia. La justicia está en el centro del proceso de reconciliación. Por justicia no entiendo justicia vengativa; por el contrario, justicia significa para mí justicia transformadora y restauradora, que es la base de la curación y la reconciliación verdaderas. En ese proceso deben participar tanto la víctima como el autor, teniendo cada uno su parte en ese proceso de reconciliación orientado hacia la justicia. La impunidad perpetúa la injusticia; sin embargo, castigar al culpable no es el objetivo. El objetivo de la confesión y del perdón es la reconciliación. La verdad y la justicia deben estar al servicio de la curación de las heridas y de la reconciliación. El proceso "Verdad y Reconciliación" de Sudáfrica alertó contra la "reconciliación barata", aludiendo reconciliación sin justicia. Sólo la justicia restauradora puede dar lugar a una real reconciliación. En el proceso de curación, es necesario dar los medios a los que no tienen poder, acompañarlos y luchar con ellos por la justicia y la reconciliación. La reconciliación como acto de sanación de Dios nos libera del quebrantamiento y del miedo y hace que seamos una nueva comunidad transformada(Ro 5: 6-11; 2 Co 5: 17).

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HACIA UNA MISIÓN DE SANACIÓN/SALVACIÓN DE UN MUNDO RESQUEBRAJADO

1) UNA MISIÓN RENOVADA DE SANACIÓN

La Asamblea de Vancouver (1983) declaró: "La iglesia existe en un mundo donde el quebrantamiento y la falta de armonía se manifiestan no sólo en la enfermedad y los conflictos sino también en la marginación y opresión que muchas personas sufren a causa de factores económicos, raciales, políticos y culturales. Esta situación constituye un reto a la iglesia para que lleve a cabo su ministerio de sanación de una manera global y según una práctica renovada por el poder del amor de Cristo, que constituye la base del ministerio".7 El llamamiento de Vancouver en favor de un ministerio de sanación es más urgente hoy que nunca. La iglesia debe ejercer ese ministerio de sanación principalmente como un ministerio de transformación, de capacitación y de reconciliación.

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Actualmente, el quebrantamiento del mundo es una realidad existencial que nos afecta profundamente. La humanidad está presa de un estado de profundo miedo e inseguridad. El mundo es cada vez más confuso y amenazador. La falta de confianza y de tolerancia recíprocas entre las comunidades hace que éstas estén polarizadas y sean cada vez más violentas. ¿Existe acaso una misión más creíble y urgente para la iglesia que la de ser un instrumento verdadero del poder de reconciliación, potenciación, transformación y sanación de Dios? Frente al poder humano, Cristo manifestó su vulnerabilidad; frente al orgullo humano, Cristo manifestó su humildad; frente al odio humano, Cristo manifestó su amor; frente a las divisiones humanas, Cristo expresó su capacidad de reconciliación; frente al pecado humano, Cristo reveló su poder de salvación; frente a la muerte humana, Cristo reveló su vida. Éste es el camino de Cristo. Debe ser el camino de su iglesia. La misión de Dios necesita una iglesia que sana en un mundo caracterizado por la alienación, la fragmentación y el quebranto.

Tenemos que redescubrir la eclesiología de la iglesia primitiva, que consideraba la sanación como parte integrante de su propia naturaleza. También tenemos que redescubrir la visión holística de la misión, que considera la curación como elemento central de la vocación de la iglesia. El interés creciente por la curación, manifestado en diferentes formas y diferentes grados por nuestras iglesias, es un signo estimulante. Y debe dársele una forma más organizada, una expresión más eficaz y una orientación más clara. En nuestra reflexión misiológica y en nuestro compromiso misionero deben ponerse de relieve la centralidad del ministerio de sanación de la iglesia. La especificidad de la concepción cristiana de sanación debe explicarse claramente: en primer lugar, es necesario integrar la curación por la fe y la curación médica; en segundo lugar, es necesario darle la debida importancia a las dimensiones ecológicas y comunitarias de la sanación; y en tercer lugar, es necesario entender la sanación como un proceso holístico orientado hacia la salvación.

Además de las percepciones eclesiológicas y misiológicas, las prácticas socioculturales (principalmente en las culturas de África, América del Sur y América del Norte) también desempeñan una importante función en la reformulación y el fortalecimiento del ministerio de sanación de las iglesias. La forma en que estas culturas ejercen el poder de sanación plantea algunas cuestiones críticas. En primer lugar, el ministerio de sanación pertenece a la iglesia como un todo. Dios utiliza a los seres humanos como instrumentos de su poder de sanación, pero éste debe ejercerse en el marco del ministerio de sanación de la iglesia, y no por separado y centrado en una persona. En segundo lugar, el ejercicio del ministerio de sanación no debe dar lugar a forma alguna de transacción financiera, pues distorsiona el poder de sanación de la iglesia. En tercer lugar, aunque la utilización de las formas y los enfoques culturales indígenas en el ministerio de sanación son un signo de pujanza y de riqueza, puede llevar con facilidad a un sincretismo cuando las formas culturales son consideradas como normativas y no son verificadas a la luz del Evangelio.

Es necesario un equilibrio entre los enfoques comunitario e individual de la misión de reconciliación, potenciación y sanación de la iglesia. Debe prestarse especial atención a la familia, que en muchas sociedades está actualmente fragmentada y distorsionada moral y espiritualmente. La sanación y la reconstrucción de la comunidad deben comenzar en la familia. La educación y la formación cristianas deben acompañar el proceso de sanación. Un ministerio de sanación renovado está llamado también a dar mayor eficacia al testimonio profético de la iglesia en sus diversos aspectos y manifestaciones.

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2) LA SANACIÓN: UNA PRIORIDAD ECUMÉNICA

¿Cuáles son las consecuencias de una misión renovada de sanación para el Movimiento Ecuménico? En mi informe a la Asamblea de Harare (1998), expresé: "Las iglesias deben poner todos sus recursos al servicio de la aflicción humana, como signo de la plenitud de vida que Dios desea para todos. Aunque no será posible seguir realizando programas en este campo en el mismo estilo que anteriormente, el ministerio de sanación de la iglesia, como dimensión esencial de la vocación misionera de las iglesias, deberá seguir siendo uno de los polos de trabajo del Consejo".8 Sigo creyéndolo. También desearía recordar que en nuestra última reunión después de la Asamblea de Harare, además de "ser iglesia" y "testimonio y servicio comunes en el contexto de la mundialización", seleccionamos como temas centrales del testimonio ecuménico del Consejo: "proteger la vida" y "ministerio de reconciliación".9 De hecho, la labor que hemos realizado hasta el presente a ese respecto no es a mi juicio satisfactoria, teniendo en cuenta las necesidades, los problemas y las expectativas cada vez mayores con que nos enfrentamos. El debate teológico sobre la sanación y la medicina alternativa, la sanación y la cultura, y la sanación y el diálogo interreligioso, así como sobre una serie de problemas controvertidos y aún sin respuesta, debe continuar después de la Asamblea. Deseo mencionar varios temas específicos que, según mi opinión, necesitan ser estudiados más a fondo:

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La sanación se ocupa ante todo de la vida en todas sus formas y manifestaciones. De ahí que proteger la vida debe ser una fuerza propulsora y sustentadora de la sanación. La preocupación del Consejo por cuidar y proteger la vida debe inducir un examen más profundo de las cuestiones relacionadas con la teología de la vida, la ética centrada en la vida y la espiritualidad, la cultura de la paz y la noviolencia, etc.

La sanación también está relacionada con la antropología: ¿qué es el ser humano y cuál es su lugar y vocación en la creación? Necesitamos examinar nuestras percepciones y convicciones antropológicas, teniendo en cuenta los enormes progresos y cambios que tienen lugar en todas las esferas de la vida humana. En este contexto, es necesario estudiar de manera realista las cuestiones éticas planteadas por la biotecnología, el control de la natalidad, el aborto y la sexualidad humana, con la activa participación de las iglesias. El reciente estudio de Fe y Constitución sobre antropología teológica es una iniciativa importante. Fe y Constitución debe continuar este estudio ampliando su alcance y profundizando su reflexión.

No debemos ignorar la dimensión ecológica. Como ya he señalado, la sanación debe ser holística y abarcarlo todo. En el ámbito de la acción de salvación de Dios en Cristo está toda la creación. El sistema ecológico necesita ser sanado/salvado. No es un problema medioambiental; es un problema teológico, moral y espiritual. Las preocupaciones básicas relacionadas con el proceso de Justicia, Paz e Integración de la Creación (JPIC) deben merecer una renovada atención en un marco programático y temático diferente.

La misión como reconciliación debe ser un nuevo paradigma misiológico. Espero que la Conferencia Mundial de Misión y Evangelización incluya este tema. La interrelación entre misión y reconciliación debe ser estudiada más a fondo, sobre todo desde una perspectiva eclesiológica. Aunque no debemos limitar el alcance de la misión a la reconciliación (la missio dei trasciende la reconciliación), el Consejo debe dar prioridad en su programa a la reconciliación como un tema de la misión, teniendo en cuenta que los conflictos son cada vez más numerosos en muchas sociedades.

La cuestión del poder ha sido planteada en el Movimiento Ecuménico en diferentes épocas en relación con diferentes problemas. Debido a la nueva evolución a nivel mundial, la cuestión del poder debe ocupar un importante lugar en el debate ecuménico. Debemos formular un concepto del poder basado en el compartir, en la sostenibilidad y en principios morales, un concepto del poder que ponga en tela de juicio el unilateralismo y la legitimidad de toda forma de poder humano, que fortalezca las estructuras de transparencia y responsabilidad y afirme la vulnerabilidad mutua.

Y, por último, estoy profundamente convencido de que "ser iglesia" debe seguir siendo una preocupación importante y prioritaria de todo el Movimiento Ecuménico. El ministerio de sanación es una dimensión fundamental del "ser iglesia". Al ejercer el poder de sanación del Espíritu Santo para el mundo, la iglesia llega a ser plena y auténticamente iglesia tanto en su esencia como en su actividad misionera. ¿Cómo pueden las iglesias desempeñar un papel fidedigno como instrumento de sanación de Dios si continúan bajo los efectos de su historia de división? Como copartícipes de Dios en su misión de reconciliación, capacitación, transformación y curación en el mundo, reiteramos lo que dijimos en Nuestra Visión Ecuménica:

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"Caminamos juntos como pueblo liberado por el perdón de Dios. En medio del quebrantamiento del mundo, proclamamos la buena nueva de la reconciliación, la curación y la justicia en Cristo".10

Febrero 2005
Antelias, Líbano

NOTAS

1. Salud integral: el papel de las iglesias en la salud. Informe de un estudio de la Comisión Médica Cristiana, Ginebra, CMI, 1990, pág. 6.

2. Informe de la Sección IV, párr. 12, en: Your Kingdom come, Mission Perspectives, Report on the World Conference on Mission and Evangelism, Melbourne, Australia, 12-25 de mayo de 1980, Ginebra, CMI, 1980, pág. 213.

3. La reflexión ecuménica sobre el poder y la ausencia de poder tiene dos enfoques. La Conferencia Mundial de Misión y Evangelización de Melbourne (véase sección 4) defendió un enfoque crítico del poder, destacando la no violencia y la ausencia de poder, una posición que se reflejó también en la «Afirmación ecuménica sobre misión y evangelización» (1982). La Conferencia Mundial de San Antonio sobre Misión y Evangelización, insistió más bien en el poder creativo de la resistencia y en dar los medios a los pobres (véase sección 2). A mi entender, estos dos enfoques son legítimos, y complementarios.

4. Robert J. Schreiter, «The Theology of Reconciliation and Peacemaking for Mission», en Mission, Violence and Reconciliation, ed. H. Mellor y T. Yates, Londres, 2004, pág. 22.

5. "Misión como ministerio de reconciliación", documento preparatorio No 10, párr. 38 de la Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización (CMME)

6. Rodney L. Petersen, «Forgiveness and Reconciliation in Christian Theology», en The Orthodox Church in a pluralistic World, ed. Emmanuel Clapsis, WCC Geneva, 2004, pág. 113.

7. La vida en comunidad: curar y compartir en El combate por la vida, Informe oficial de la Sexta Asamblea del CMI, publicado bajo la dirección de Julio Barreiro, ediciones la Aurora, 1983. pág. 200.

8. «Informe del Moderador», en Juntos en el camino: Informe oficial de la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, publicado bajo la dirección de Dafne Plou, WCC Publications, Ginebra, 1999, pág. 58

9. World Council of Churches, Central Committee, Minutes of the Fiftieth Meeting, Geneva, Switzerland, 26, August-3 September, 1999, Geneva, 1999, pág. 90.

10. «Informe del Moderador», en Juntos en el camino: Informe oficial de la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, publicado bajo la dirección de Dafne Plou, WCC Publications, Ginebra, 1999, pág. 211.