Declaración sobre la crisis global de la biodiversidad y

la necesidad acuciante de un cambio estructural

Después dijo Dios: “Produzca la tierra hierba, plantas que den semilla y árboles frutales que den fruto según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la tierra”. [...] Y vio Dios que esto era bueno. [...] Entonces dijo Dios: “Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo”. [...] Vio Dios que esto era bueno [...]. [...] Entonces dijo Dios: “Produzca la tierra seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y animales de la tierra según su especie”. [...] Y vio Dios que esto era bueno.

Génesis 1:1-25 (RVA-2015)

 

Dios ama a todas sus criaturas, a todas las especies de flora y fauna, que han sido bendecidas con belleza y bondad intrínsecas. El ser humano, creado a imagen de Dios, está llamado a hacer un uso cuidadoso de los recursos y ecosistemas que Dios nos ha proporcionado con amor, y a compartirlos de manera equitativa, para que todos, tanto el ser humano como otras criaturas, puedan disfrutar de la vida en su plenitud.

No obstante, el afán de expansión sin límites arraigado en los sistemas económicos dominantes y nuestra obsesión personal y social con la riqueza material ponen cada vez más en peligro el bienestar presente y futuro e, incluso, la supervivencia, de muchas de las criaturas de Dios. En última instancia, las importantes consecuencias adversas de nuestras acciones para la ecología afectarán al propio futuro de la humanidad. “Ya se está destruyendo la propia base del sustento de nuestras hermanas y hermanos de bajos ingresos, vulnerables e indígenas, que son los que menos contribuyen al deterioro ecológico del que los seres humanos somos colectivamente responsables”.

El informe recientemente publicado de la Plataforma intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y servicios de los ecosistemas (IPBES) proporciona datos exhaustivos e impactantes sobre las alteraciones importantes y el rápido deterioro ecológico que han tenido lugar especialmente desde los años 70 como consecuencia del aumento drástico de la actividad humana. Estos datos muestran que el 75% de la superficie terrestre ya ha sido modificado de manera significativa; el 66% de los océanos se encuentra en situación crítica, y ha desaparecido más del 85% de los humedales. A pesar de que la tasa de deforestación ha disminuido en cierta medida desde el año 2000, se han perdido 32 millones de hectáreas de bosques primarios entre 2010 y 2015, y la deforestación continúa a un ritmo insostenible.

Como consecuencia, ahora hay en torno a un millón de especies animales y vegetales en peligro de extinción.

En los últimos 500 años ya han desaparecido más de 680 especies animales. La desaparición de especies animales y vegetales socava la resiliencia de los sistemas agrícolas afectados por el cambio climático, y entraña un gran peligro para la seguridad alimentaria mundial.

El informe señala que las causas subyacentes de estas tendencias alarmantes son “los modelos de producción y consumo, las dinámicas y las tendencias de las poblaciones humanas, el comercio, los avances tecnológicos y la gobernanza desde el ámbito global hasta el local”. Predice que, basándose en las trayectorias actuales, no se alcanzarán los objetivos globales de conservación ecológica, y esto comprometerá el progreso hacia el logro de 35 de los 44 objetivos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con la pobreza, el hambre, la salud, el agua, el clima, los océanos y la tierra.

El informe, que insta a nada menos que un “cambio estructural” o un “cambio transformador”, ofrece al mismo tiempo varias vías que revisten esperanza, como: (1) promover visiones para una buena vida que no conlleven un consumo en aumento constante; (2) reducir el consumo y los desechos totales, abordando también el crecimiento de la población y el consumo per cápita en contexto; (3) promover valores de responsabilidad para establecer nuevas normas sociales que favorezcan la sostenibilidad; (4) abordar la desigualdad de ingresos y de género que socava las capacidades para la sostenibilidad; (5) garantizar una toma de decisiones incluyente; una distribución justa y equitativa del uso de los recursos, y el respeto de los derechos humanos en las decisiones relativas a la conservación; (6) tener en cuenta el deterioro ecológico en las actividades económicas, incluyendo el comercio internacional; (7) garantizar innovaciones tecnológicas y sociales respetuosas con el medio ambiente, y (8) promover la educación, generar conocimiento y mantener distintos sistemas de conocimiento, teniendo en cuenta los conocimientos indígenas, dado que, en las áreas pertenecientes o que gestionan los pueblos indígenas, el declive ecológico no ha sido tan rápido o incluso no se ha producido.

Las iglesias están en posición de realizar contribuciones significativas en todas y cada una de las áreas de acción propuestas. Tenemos la capacidad y la responsabilidad de actuar.

 

El Comité Ejecutivo del Consejo Mundial de Iglesias, reunido en Bossey (Suiza) del 22 al 28 de mayo de 2019:

Recuerda la declaración del CMI sobre la ecojusticia y la deuda ecológica (Ginebra, 2009) que exhorta a las iglesias a “ampliar [nuestra] comprensión de la justicia y de los límites de quiénes son nuestros prójimos”;

Insta a la reflexión teológica continuada sobre qué constituye la plenitud de la vida y el pecado de la codicia; a redefinir las nociones de “riqueza” y “prosperidad”, basándose en las tradiciones cristianas y en la práctica del ascetismo, y a promover una teología de la suficiencia y de la responsabilidad mediante una formación ecuménica e interreligiosa más profunda y mediante el desarrollo y la difusión de materiales teológicos, espirituales, históricos y litúrgicos relevantes;

Recomienda un proceso de reflexión para que las iglesias sigan aprendiendo de la sabiduría y las prácticas de los pueblos indígenas, de las mujeres, y de las comunidades campesinas y forestales que muestran maneras de pensar y de vivir en armonía con la creación;

Insta a las iglesias a exigir sistemáticamente la rendición de cuentas por parte de los gobiernos, los políticos y las empresas en relación con la destrucción y la contaminación de la tierra, el agua y el aire en su afán de “desarrollo” y beneficios;

Alienta a las iglesias a dar prioridad a la promoción de la sustitución del producto nacional o interior bruto por indicadores económicos alternativos que tengan en cuenta el impacto ecológico y social, como se menciona en el Plan de acción ecuménica para una nueva estructura financiera y económica internacional (NIFEA, por su sigla en inglés);

Invita a las iglesias a revisar los patrones de consumo de sus comunidades, examinando e implementando también la "Hoja de ruta para una economía de vida y una justicia ecológica”.