¿Cuál es la función de las iglesias en materia de salud y bienestar, sanación y atención sanitaria en el mundo? ¿Se limita esta función a los miembros de las iglesias ante quienes las iglesias tienen una responsabilidad evidente, o va más allá de la comunidad cristiana? ¿En qué difiere esta función del deber que tienen los gobiernos de prestar asistencia sanitaria?

Las iglesias y otras organizaciones religiosas han trabajado en el ámbito de la sanidad y los ministerios de sanación durante siglos. Los valores de amor, compasión, solidaridad y justicia han motivado a los creyentes de todo el mundo a llevar a cabo una acción positiva. La cuestión es, por lo tanto, cómo pueden las iglesias hacer uso de sus activos de salud en el contexto de los desafíos actuales de la pandemia, el cambio climático y la distribución desigual de recursos, en particular de los relacionados con la salud.

No se trata de nuevas cuestiones o consideraciones. El propio CMI lleva batallando con ellas desde su fundación en 1948.

Durante sus dos primeras décadas de existencia, el CMI ayudó a las iglesias en los países en desarrollo, principalmente en los que salían del colonialismo, a reorganizar su labor en materia de salud y crear mecanismos para la planificación conjunta y la coordinación entre ellas y con los gobiernos nacionales. En ese período, se establecieron diversas redes sanitarias cristianas a nivel nacional y regional, la mayoría de las cuales todavía funcionan, en varios países africanos y en la India, Pakistán y otros países, donde contribuyen de manera significativa a la cobertura de los servicios sanitarios nacionales.

Durante más de 200 años, los misioneros médicos han proporcionado una asistencia sanitaria muy necesaria en casi todo el mundo. En 1968, la Asamblea del CMI celebrada en Uppsala (Suecia) estableció la Comisión Médica Cristiana (CMC) para promover la coordinación y la reflexión teológica en el ámbito de la labor sanitaria de las iglesias. La CMC participó en reflexiones colectivas a nivel mundial sobre la comprensión integral de la salud y la sanación en el contexto de las realidades religiosas y comunitarias. Una observación fue que más del 95% de las actividades e infraestructuras sanitarias relacionadas con las iglesias estaban destinadas a la curación y se basaban en el llamado modelo occidental y que, incluso en las zonas que contaban con hospitales misioneros desde hacía más de 100 años, las estadísticas sobre las condiciones de salud no eran mejores que fuera de sus zonas geográficas de actuación. La búsqueda constante de una solución a este problema condujo a la declaración de Alma-Ata de 1978 sobre la atención primaria de salud con el lema “Salud para todos en el año 2000”, una declaración en la que el CMI tuvo un papel significativo.

Los principios de la atención primaria de salud de promover una asistencia sanitaria integral, la colaboración multisectorial, abordar las causas de los problemas de salud, fomentar la participación y la autonomía comunitarias, la búsqueda de alianzas y la liberación de recursos económicos mediante el desarme siguen siendo pertinentes y necesarios.

La CMC también introdujo el concepto de las listas de medicamentos esenciales, las directrices sobre la donación de material sanitario, los principios de adquisición mancomunada y otros modelos importantes de salud pública.

Cuando el VIH y el sida golpearon, la OMS recurrió al CMI para que ayudara a movilizar a la comunidad cristiana a fin de encontrar una solución. Desde la lucha contra el estigma y la discriminación, la superación de las barreras socioculturales, las campañas a favor de un acceso equitativo a los recursos de tratamiento y atención, la prestación de una asistencia sanitaria compasiva, a la mitigación del impacto socioeconómico, las iglesias han sido parte de la solución, y el CMI en particular no ha mirado hacia nunca otro lado, liderando en algunos casos desde la vanguardia y en otros desde la retaguardia.

Cuando se informó del brote de ébola en África Occidental en 2015, las Asociaciones Cristianas de Salud en Liberia y Sierra Leona movilizaron a las comunidades locales y reforzaron los servicios sanitarios adoptando un enfoque llamado “mantener la seguridad, seguir trabajando”. El CMI se implicó y, junto con otros actores religiosos, adaptó el protocolo de la OMS para los entierros, que era de carácter exclusivamente médico, en unas “Directrices para entierros seguros y dignos” que eran respetuosas de las diferencias culturales y que se reconoce que hicieron cambiar el curso de la epidemia.

Ahora que nos encontramos en un momento en que confluyen diversos problemas, como la pandemia de COVID-19, la emergencia climática con muchas consecuencias para la salud o la existencia de sistemas sanitarios deficientes que no son resistentes, debemos formular de nuevo las preguntas pertinentes y buscar juntos las respuestas. Y aún más, necesitamos una colaboración más estrecha y un compromiso renovado con la salud para lograr el objetivo de salud y los otros Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Parece que hay un acuerdo evidente en todo el mundo de que no deberíamos trabajar simplemente para “resetear” el mundo después de la COVID-19 al status quo ante bellum, como se suele decir en la jerga política. El coronavirus no ha creado las desigualdades y las fragilidades, sino que las ha dejado al descubierto: distribución desigual de los recursos sanitarios entre los países y dentro de ellos, grandes disparidades en materia de salud según la raza y la situación socioeconómica, perniciosa fuga de cerebros del personal sanitario de los países pobres. La mayoría de países no alcanza el umbral acordado internacionalmente de asignación presupuestaria a la salud. Peor todavía, la mayoría de presupuestos sanitarios nacionales se destinan a los servicios de curación, relegando a menudo la promoción de la salud.

Entonces, ¿cuál podría ser la función de las iglesias y las comunidades religiosas a la hora de “reconstruir mejor”?

Para empezar, hay pruebas sobradas de que la religión desempeña un papel importante en el desarrollo y que los organismos internacionales de desarrollo harían bien en crear marcos de colaboración con los actores religiosos. Las ideas religiosas dan convicción, legitimidad y fuerza de voluntad para participar en la transformación personal y comunitaria. Las prácticas y experiencias religiosas alientan a las personas a cuidarse mutuamente, participar activamente y convertirse en agentes de cambio en sus comunidades y fuera de ellas. Las organizaciones religiosas ayudan a gestar movimientos sociales ofreciendo liderazgo y estructuras decisorias, recursos financieros, una identidad colectiva y un propósito.

Las iglesias pueden ayudar a impulsar un retorno al enfoque holístico de la salud que fue propugnado en la declaración sobre la atención primaria de salud. El principal factor determinante de las enfermedades en el mundo es la pobreza, que es la consecuencia de la opresión, la explotación, la marginación, los errores de liderazgo y las guerras. La coyuntura mundial actual de aumento del militarismo y la lucha por la supremacía, decenas de guerras indirectas y eternos conflictos de baja intensidad está impidiendo que millones de personas gocen de salud y bienestar. El creciente gasto militar está dejando sin recursos para el desarrollo humano integral. El CMI entiende que la salud es holística: es una cuestión de justicia, paz, integridad de la creación, responsabilidad personal y comunitaria, y es sistémica.

Reconstruir mejor también requiere reformar lo que llamo una tríada de medicalización, especialización y comercialización excesivas de la salud. La salud no es fundamentalmente un asunto médico. Por lo tanto, el colectivo médico debe dejar de monopolizar la salud y empezar a facilitar proactivamente que todos los sectores de la sociedad puedan contribuir a la salud. El sector de la salud debe estar más centrado en las personas. Asimismo, debe cambiar la fragmentación actual y una configuración que hace que los limitados recursos se destinen a proporcionar tratamientos sofisticados a unos pocos mientras a los demás se les deniega incluso la atención médica básica. Nuestras comunidades confiarán más cuando que claro que las políticas sanitarias están libres de intereses comerciales.

Debemos colaborar para instaurar un sistema de salud que sea holístico, encontrando un sano equilibrio entre los servicios de promoción, prevención, curación, rehabilitación y asistencia paliativa, y sobre todo “manteniendo a la gente sana”, en vez de tratando las enfermedades; un sistema de salud que integre a todos los otros sectores de la economía y que se permita a sí mismo ser instrumentalizado de forma que la salud se convierta en un punto de partida para abordar los desafíos socioecómicos, culturales, climáticos y medioambientales. También debemos fomentar la confianza entre la ciencia, la política, la espiritualidad y las comunidades.

Se debe invitar y retar a las iglesias y las comunidades religiosas a utilizar sus activos de salud religiosos –sus ideas, prácticas y experiencias, así como sus organizaciones y estructuras– para abordar de manera creativa la medicalización, la especialización y la comercialización excesivas y fomentar la salud y el bienestar para todas las personas.

Permítanme concluir con una corta reflexión sobre la sanación que Jesús ofrece a una mujer en el día del sabbat, recogida en el Evangelio de Lucas (Lc 13:10-17). Jesús enseñaba en una de las sinagogas en el sábado, y había una mujer que tenía una dolencia desde hacía dieciocho años y andaba encorvada y de ninguna manera se podía enderezar. Jesús puso las manos sobre ella y la sanó. Quizás la mujer había perdido la esperanza de recuperar un día su buena salud. Quizás la comunidad se había acostumbrado a verla sufrir. Pero, finalmente, el Sanador estaba en la ciudad. No obstante, había un obstáculo: era el día del sábado. Uno de los rasgos distintivos del poder salvífico del Señor Jesucristo es su rechazo a aceptar cualquier retraso en el alivio de los sufrimientos. Sanó a la mujer en sábado, argumentando que, incluso si la mujer había padecido la enfermedad durante muchos años, era intolerable dejarla sufrir un día más esperando a que el sábado terminara para sanarla.

Nuestras espaldas están encorvadas por el peso de la pandemia. Se han perdido vidas, empleos y medios de subsistencia. Las economías de bajos ingresos están al borde del colapso. La emergencia climática se encuentra en un nivel crítico. No podemos demorarnos en salir de estas tinieblas. Se espera que las vacunas contra la COVID-19 aporten una solución. Pero hay obstáculos. Muchos obstáculos. Nuestra súplica es que hagamos nuestra la impaciencia de Jesús, que hagamos todo lo que está a nuestro alcance para superar los obstáculos y poder aliviar a quienes sufren y acelerar el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.