Tengo la encomienda especial y el privilegio de ofrecer unas palabras de cierre de este fructífero intercambio sobre la manera en que las comunidades religiosas pueden contribuir a erradicar el azote de la pandemia del coronavirus y a mitigar su trágico saldo. No existe tarea más urgente ni más abrumadora.

Primero, quiero expresar mi sincero agradecimiento a todos ustedes que están participando en esta importante conversación por haber visto la enorme necesidad y cartografiar el enorme potencial de la asociación entre las comunidades religiosas con los programas gubernamentales y agencias internacionales para abordar la pandemia global.

Se ha logrado mucho, pero queda mucho por hacer.

En algunos aspectos, debemos replicar las asombrosas asociaciones y estructuras que se forjaron después de la Segunda Guerra Mundial para reubicar y resituar a millones de refugiados y para sentar las bases de una paz duradera de posguerra.

Si me atreviera a dar una suerte de resumen de nuestras charlas, diría que:

  • Debemos aceptar el papel especial que la religión y las comunidades religiosas – cristianas, judías, musulmanas o hindúes – siguen teniendo en el mundo. Yo misma he sido testigo de las formas espectaculares en las que las iglesias, por ejemplo, en África y alrededor del mundo, han dado un paso adelante para tomar el liderazgo en esta pandemia.
  • Debemos reconocer que los actores religiosos y las comunidades religiosas no solo consuelan a las víctimas y atienden sus heridas. También brindan un compromiso incansable y desinteresado con el trabajo práctico de construcción y mantenimiento de instituciones de benevolencia y con el arduo trabajo de la justicia y la paz.
  • Además, las comunidades religiosas crean y nutren el amor abnegado, indispensable para nuestra era de competencia por recursos limitados, decisiones difíciles y inmensa necesidad.
  • Este don fundamental de las comunidades religiosas también puede ser central para la creación y el desarrollo de la disposición hacia un cambio sistémico profundo, que actualmente es la más grande necesidad para abordar plenamente no solo la pandemia, sino la justicia ambiental, la justicia de género, las enormes desigualdades, la violencia y el racismo.
  • Creo que en este momento crucial, el mundo necesita desesperadamente un movimiento, fuerza o elemento de cambio que no sea egoísta, discriminatorio, provincial o ideológico, y que represente/defienda todas las formas de paz y justicia y trabaje desinteresadamente para ayudar a alejar el mundo del peligro. A través de la fe apasionada y desinteresada, las personas religiosas pueden trascender el egoísmo, el interés de grupo y el interés nacional para luchar por un bien común y trascendente. Ellas pueden, casi exclusivamente, nutrir esa confianza y disposición para el cambio.
  • En el Consejo Mundial de Iglesias trabajamos para aprovechar esta energía y nutrir esta flama siendo catalizadores de acción, defensa y servicio junto con ustedes.
  • Es por esto por lo que nos sentimos esperanzados por nuestros planes para reunirnos en Karlsruhe el año próximo en la 11ª asamblea del Consejo Mundial de Iglesias. Estamos convencidos de que será un taller creativo para la reflexión estratégica y para forjar acciones efectivas y relevantes que las iglesias y aliados podrán realizar en los años venideros.

Con esto en mente, invito a todos a participar en la asamblea, a compartir sus ideas para asociarse con nosotros y a colaborar en el trabajo continuo del Consejo Mundial de Iglesias por la humanidad y su futuro en este planeta.