20 de marzo de 2003

Me llena de profundo pesar reconocer que los Estados Unidos de América, el Reino Unido y España, tres miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (NU), han declarado la guerra contra el Iraq sin el consentimiento de dicho Consejo de Seguridad, sin escuchar la voz de la sociedad civil, de las iglesias ni de otras comunidades de fe en estos y otros países de todo el mundo. Sin haberse ni mucho menos agotado otros procedimientos no violentos para resolver el conflicto, este apresurado ataque militar unilateral merece mi condena. El desarme del Iraq podía haberse conseguido sin una guerra.

Este ataque militar preventivo contra el Iraq, además de inmoral e ilegal, no es aconsejable. En varias ocasiones, el CMI y las iglesias miembros han advertido a estos poderes que esta guerra tendrá graves consecuencias humanitarias, entre otras: la pérdida de vidas de civiles, los desplazamientos masivos de la población, la destrucción del medio ambiente y un incremento de la desestabilización en toda la región.

El unilateralismo implícito que han puesto en práctica los Estados Unidos de América, el Reino Unido y España contradice el espíritu, los ideales y las posibilidades que brinda el multilateralismo, así como los principios fundamentales que establece la Carta de las Naciones Unidas, y puede perjudicar las esperanzas de crear un orden internacional sólido tras el período de la Guerra Fría. Al apoyarse en el derecho de los poderosos a recurrir a las amenazas y la presión económica con el fin de influir en otros Estados para que respalden su acción, estos países están socavando las normas de derecho internacional cuya construcción ha costado medio siglo.

Sin embargo, el fracaso no reside en las Naciones Unidas, sino en esos gobiernos que han optado por salirse del marco del Consejo de Seguridad. La comunidad internacional debe recordar y demostrar claramente a estos países que la Carta de las Naciones Unidas y la responsabilidad multilateral son expresiones de un orden internacional civilizado, progresista y pacífico, y que la única respuesta sostenible al terrorismo es lograr el respeto a la ley mediante el imperio de la ley.

El hecho de que sea un único superpoder, junto con otros antiguos imperios coloniales europeos, quien haya tomado la decisión de ir contra un país donde hay una mayoría de musulmanes es un acto políticamente peligroso, culturalmente imprudente e ignora la creciente importancia de la religión y la cultura para la identificación política de muchas personas. Nos tememos que esta guerra no hará más que confirmar y agravar los estereotipos, y reforzar una imagen de Occidente marcada, en muchos países del mundo, por el colonialismo y las cruzadas.

El ataque militar contra el Iraq se produce en un momento en el que las inspecciones de armas de destrucción masiva llevadas a cabo por las Naciones Unidas estaban produciendo resultados, y crecían considerablemente las expectativas de que, mediante procedimientos no militares, se lograra el desarme del Iraq. Por tanto, lamento que con este ataque militar unilateral se haya perdido la oportunidad de un desarme según los términos del mandato de la Resolución 1441 del Consejo de Seguridad de las NU. Pese a que la autorización para que los inspectores del UNMOVIC y del OIEA entraran en el país se debió a dicha resolución, los Estados Unidos de América, el Reino Unido y España, al colocarse en una posición política que hacía inevitable la guerra, han fracasado en el ejercicio de la responsabilidad básica que se deriva de su cometido de ponerse al servicio del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

  • Apelo con firmeza a los gobiernos de los Estados Unidos, el Reino Unido, y de los países que los apoyan, a que abandonen de inmediato su campaña militar en el Irak y devuelvan al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas la plena responsabilidad en el desarme de dicho país.
  • Insto a todos los gobiernos a que se opongan a esta acción unilateral y a que trabajen para que cese el fuego.
  • Hago un llamamiento a todas las partes del conflicto, incluido el Iraq, para que acaten la obligación de respetar los derechos humanos según establecen las leyes humanitarias internacionales.
  • Pido a nuestras iglesias miembros que se reúnan para buscar la orientación divina y que prosigan sus reflexiones teológicas sobre los designios de Dios para el mundo.

La respuesta de las iglesias contra la guerra del Iraq ha sido una manifestación unánime sin precedentes. La energía que se ha puesto en este empeño testimonia una espiritualidad que llama a una coexistencia pacífica entre todas las naciones y los pueblos de acuerdo con los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas. No debe perderse esa energía. Las iglesias deben seguir unidas en sus esfuerzos para detener esta guerra, prestar ayuda a los que la necesitan y cooperar con pueblos de otras creencias, especialmente los musulmanes, para restaurar la esperanza y la confianza entre las naciones del mundo.

Como seguidores de Jesucristo, cuando nos enfrentamos a la muerte y la destrucción, nos acordamos de sus palabras: "He venido a vosotros para que tengáis vida y para que la tengáis en abundancia". Cuando se desata la violencia, crece el temor a que se malogre la vida y la paz, pero Dios no olvida a su pueblo.

Aunque se retiren los montes y tiemblen los collados,
no cesará mi amor ni se apartará de ti,
ni mi alianza de paz vacilará,
dice el Señor, que se apiada de ti.
(Isaías 53, 10)

En este tiempo de arrepentimiento, el Consejo Mundial de Iglesias reza por todas las personas que sufren en esta guerra, así como por los soldados y sus familias. Aunque este es un día en el que algunos han rechazado la diplomacia, persiste nuestro llamamiento a la paz. Toda guerra tiene un alto costo: la muerte de soldados y civiles, la destrucción de la propiedad y del medio ambiente, y la separación entre las personas, los gobiernos y las culturas. Esta guerra no es una excepción.

No se pueden ganar las guerras, únicamente la paz se gana.

Rev. Dr. Konrad Raiser
Secretario General