Huesos Secos: La Unificación de las Iglesias Presbiterianas en África del Sur

Presentación por el Prof. Maake J. Masango

Introducción

In Sudáfrica, “Llamados a ser la Iglesia Una” es no sólo un imperativo eclesiológico; es integralmente un llamamiento a la justicia política, económica y social. Como dijo una vez el Arzobispo Desmond Tutu, nuestro más famoso miembro sudafricano de la Comisión Plenaria de Fe y Constitución, “el apartheid es demasiado fuerte para unas iglesias que estén divididas”.

El cristianismo comienza en Sudáfrica como una comunidad dividida. Los misioneros coloniales exportaron a nuestra tierra todas las profundas divisiones del cristianismo europeo, los tipos de división que Fe y Constitución trata de superar desde hace tanto tiempo. Pero nosotros experimentamos nuevos tipos de división a mediados del siglo XIX, cuando en algunas iglesias los blancos no querían recibir ya la Sagrada Comunión con sus hermanas y hermanos negros. El pecado del racismo condujo a un nuevo tipo de desunión cristiana, el que causó las divisiones dentro de las iglesias, y no sólo entre ellas, especialmente entre la familia de iglesias reformadas neerlandesas. Las raíces del apartheid político en el siglo XX estaban profundamente arraigadas en el apartheid eclesial del siglo XIX. Las leyes del apartheid acentuaban, a su vez, las divisiones en las iglesias.

El movimiento ecuménico, con su llamamiento a ser la Iglesia Una, llegó a Sudáfrica como a otras partes del mundo. Había urgencia en nuestras iglesias y, además, había también un fundamento sudafricano indígena para responder a partir de él al llamamiento ecuménico.

Las raíces del ecumenismo—el llamamiento de Dios a ser la “Iglesia Una”—en las iglesias de África del Sur pueden remontarse históricamente a la educación y formación del clero, en particular del clero negro que se formó a sí mismo. Estos hombres fueron una fuerza importante en el crecimiento de la iglesia en África. La integración del clero negro autoformado en las principales congregaciones protestantes reconocidas se produjo por medio del aprendizaje y la formación proporcionados por teólogos graduados. Pese al rechazo de las costumbres religiosas africanas por parte de los misioneros, muchos de estos primeros clérigos negros que recibieron una formación informal, hicieron causa común. Tenían su propia base de conocimientos a la que podían recurrir y que podían compartir con sus colegas. Como consecuencia de ello, las estructuras de aprendizaje cooperativo dentro de las iglesias produjeron un liderazgo africano diverso.

En Sudáfrica, continuó esta misma tendencia en muchas escuelas misioneras, que llegaron a ser centros importantes de interacción étnica. Instituciones como el Seminario Teológico Federal de África del Sur (Fedsem, 1963-1975), la Universidad de Fort Hare y el Instituto Misionero Lovedale utilizaron formas tradicionales africanas de educación como punto de entrada para la formación evangélica y pastoral, independientemente de sus orígenes étnicos. Surgió así un clero negro que trascendía las fronteras étnicas. En otras palabras, el estudio y la vida transculturales han fomentado un espíritu de trabajo cooperativo entre el clero de diferentes grupos étnicos. Esta tradición de solidaridad, independientemente de la etnicidad, continuó durante el período colonial y hasta bien entrada la vida de las naciones africanas independientes. Esto implicó que el clero estuviera expuesto a diferentes orientaciones teológicas, doctrinales y denominacionales. Se puede considerar este fundamento multilateral como una de las fuentes originales del ecumenismo sudafricano. El crecimiento de estas instituciones fue importante y abrió una ventana de unidad cristiana debido a que los estudiantes se formaban juntos y desarrollaban una comunidad de confianza. Escuelas como Fedsem se convirtieron en una bendición porque vivíamos y nos formábamos juntos. No sabíamos que el seminario estaba formando líderes ecuménicos, pero se nos enseñó a decidir luchar no sólo contra el apartheid sino también contra el denominacionalismo, porque debilitaba la voz de las iglesias en la lucha contra el apartheid. Estábamos decididos a luchar contra el denominacionalismo que permitía que las estructuras del apartheid nos dividieran aún más. No siempre fue fácil. Se experimentaron tensiones entre el clero negro y el blanco, y abundaron también las tensiones interraciales. Aquellos de nosotros que éramos nuevos en el ministerio ordenado nos vimos frustrados por esta actitud de separación. Nuestra misión era formarnos y trabajar juntos.

El hecho de que los dirigentes de nuestras iglesias tuvieran una formación que era básicamente ecuménica fue decisivo para la cooperación eficaz de todos los miembros de nuestras iglesias en la lucha contra el apartheid. La cooperación multilateral indígena de los líderes africanos hizo que resultara fácil para nosotros la participación en otros contextos multilaterales como el Consejo Mundial de Iglesias y el Consejo de Iglesias de África del Sur.

La función de las iglesias contra el apartheid, el lugar del ecumenismo y el lugar del CMI en la superación del apartheid son suficientemente bien conocidos y no hace falta recordarlos aquí.

Los años transcurridos tras la caída del apartheid en 1994 han sido un período de verdad y reconciliación no sólo para Sudáfrica como nación, sino también para sus iglesias, las cuales han asumido el llamamiento a volver a ser la Iglesia Una. Los objetivos de Fe y Constitución de “proclamar la unidad de la iglesias de Jesucristo y llamar a las iglesias a hacer visible esta unidad en una sola fe y en una sola comunidad eucarística” (Reglamento de Fe y Constitución, 3.1) se viven de forma particular en las iglesias divididas de Sudáfrica hoy en día. Como las divisiones que requerían una sanación inmediata no eran las del programa clásico de Fe y Constitución, sino la división del racismo causada por el régimen de apartheid entre las familias de iglesias y dentro de ellas, la metodología ecuménica es diferente. Esta búsqueda de unidad, sin embargo, no influye en las funciones de Fe y Constitución tal como se expresan en nuestro Reglamento, a saber, “estudiar las cuestiones de fe, constitución y culto que influyen en su finalidad y examinar los factores sociales, culturales, políticos, raciales y de otra índole que afectan a la unidad de la iglesia” (Reglamento de Fe y Constitución, 3.2.a).

El llamamiento a ser la Iglesia Una en el contexto sudafricano es no sólo una parte profunda de la sanación de las heridas del pasado, sino también representa para nosotros un camino hacia el futuro. Teniendo en cuenta la historia del cristianismo en África y sus principios cada vez más firmes sobre lo que significa ser un cristiano moderno, la cuestión contemporánea de la unificación denominacional en África, especialmente en la Iglesia Presbiteriana de África del Sur, resultó inevitable.

El cristianismo moderno, unido a la idea de lo que significa ser un nuevo sudafricano—alguien que abraza una sociedad multirracial y multiétnica— ha inspirado a muchas denominaciones a unirse con iglesias que anteriormente se habían separado de la iglesia original.

Frente a las presiones de la globalización y la extrema pobreza—todo ello herencia común del colonialismo—por no mencionar problemas más recientes como la pandemia del VIH SIDA, la reciente violencia xenófoba, la emigración de otras partes de África, la creciente recesión económica y otros similares, las iglesias deben unirse para combatir estos desafíos, igual que lo hicieron contra el apartheid. En términos más generales, nadie puede existir solo y mucho menos durante una época tumultuosa como ésta. Sin embargo, debido a la incorporación y aceptación crecientes de conceptos occidentales, como el individualismo que hace irrelevantes las ideas de comunidad, los africanos no han confiado en sus propios sistemas tradicionales para ser orientados por ellos.

Sólo recientemente se han utilizado las ideas tradicionales de comunidad en nuestra lucha contra la pobreza. Muchas iglesias y comunidades africanas han hecho causa común utilizando el concepto de “comunalismo” para combatir la pobreza. En medio de estos problemas, hemos descubierto la importancia y la necesidad de una iglesia unida bajo el dominio de Dios. Al asignar la primacía a Dios, y no a las diferencias denominacionales, hemos recordado que somos hermanas y hermanos en Cristo. Nuestra voluntad y deseo de combatir problemas como el apartheid, el colonialismo, la pobreza y la enfermedad nos han unido. En otras palabras, independientemente de la identidad racial, étnica, nacional, de género o denominacional, o incluso de si una persona es ministro ordenado o laica, todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por ello, Cristo es el Señor y el Salvador de todos.