Lecturas de la Biblia:
Éxodo 19: 9-25
Hebreos 11: 23-28
Mateo 25: 31-40
Les doy mi sincero agradecimiento y aprecio a todos/as por su presencia aquí, y a quienes se unen a nosotros en línea. Me alegra compartir este día especial con ustedes en acción de gracia y alabanza al Dios trino.
Tengo aquí un reloj. No es costoso, pero imaginemos que es un costoso reloj de oro. Puede ser brillante y atractivo, pero, si no puede decir la hora, ¿de qué sirve? Un reloj debe medir el tiempo. ¡Ese es su propósito! Sin importar cuán atractivo o costoso luzca, si no puede indicar el tiempo, en esencia, es inútil.
El propósito de la Iglesia es proclamar al mundo el amor y la gracia salvadores de Cristo. Lo hace saliendo al mundo a predicar, enseñar, bautizar y discipular creyentes. La iglesia debe vivir para satisfacer el objetivo de Dios. Esto está consagrado en la declaración sobre la misión del Consejo Mundial de Iglesias: “una comunidad de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador, según el testimonio de las Escrituras, y procuran responder juntas a su vocación común, para gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Como comunidad con 352 iglesias miembros, venimos de contextos distintos y diversos para proclamar al mismo Señor Jesucristo al mundo.
A veces, la iglesia actual parece olvidar su propósito verdadero en el mundo. En cambio, queremos ir por nuestro camino, avanzando nuestras propias agendas e intentando satisfacernos. Debemos detenernos y preguntarnos ¿qué quiere el Señor? ¿Cómo podemos cumplir el objetivo de Dios? La Iglesia cristiana ha sido llamada a proclamar al mundo el amor y la gracia salvadores de Jesucristo. Cuando no sostenemos nuestro propósito, perdemos el valor de nuestro mensaje y la finalidad misma de nuestra existencia.
Actualmente, la Iglesia está atravesando una crisis de identidad en su intento de adaptarse a un mundo cambiante. En nuestra búsqueda de relevancia, pensamos que debemos rendirnos a todas las nuevas tendencias, puntos de vista, filosofías y hallazgos. Estamos siempre en busca de lo nuevo o lo siguiente, a menudo sin preguntarnos “¿Es esto lo correcto? ¿Es esto lo que Dios desea?”. Ahora, no estoy diciendo que no debamos descubrir y aplicar cosas nuevas. Por el contrario, la Iglesia debe enfrentarse a los desafíos y a los tiempos cambiantes para seguir estando atenta y siendo relevante en su acercamiento a los y las jóvenes, a las personas de otras religiones y a las personas sin religión.
Sin embargo, lo que más me preocupa es la manera en que hemos permitido que la sociedad influya en la iglesia, en lugar de que la iglesia influya en la sociedad. La iglesia hoy está en una encrucijada. En su búsqueda de aceptación, corrección política, apreciación positiva, poder y riqueza, no está ni aquí ni allá. Está en una posición que ha llevado a la confusión y al compromiso. ¡De ahí viene nuestra crisis de identidad!
La historia de Moisés tiene mucho que enseñarnos acerca de cómo manejar una crisis de identidad. Éxodo 19: 9-25 nos dice que Moisés sabía que era sirviente del Señor y debía obedecer a Dios y solo a Dios, por más difícil que resultara a veces. Moisés, en su obediencia, “hizo salir al pueblo del campamento al encuentro de Dios”. Muchos predicadores y líderes eclesiásticos hoy están demasiado concentrados en sí mismos/as y no en llevar a las personas al encuentro de Dios. Se nos dice que Moisés consagró el pueblo a Dios. Es lo que debería estar haciendo cada predicador/a y cada líder eclesiástico: guiando el pueblo hacia Cristo.
El autor de Hebreos nos dice más sobre Moisés en el capítulo 11 cuando habla acerca de la fe de Moisés. Moisés, llamado hijo de la hija del Faraón y teniendo el mundo a sus pies, lleno de oportunidades, riquezas, comodidades y autoridad, “prefirió, más bien, recibir maltrato junto con el pueblo de Dios que gozar por un tiempo de los placeres del pecado. Él consideró el oprobio por Cristo como riquezas superiores a los tesoros de los egipcios, porque fijaba la mirada en el galardón”.
Estamos en la encrucijada entre un nuevo orden mundial, divisiones económicas entre ricos y pobres, inmoralidad, racismo, pobreza, VIH y SIDA, secularización, fundamentalismo religioso, corrupción política, abuso de mujeres, niños y niñas y discriminación de género, y la lista continúa. ¿Cómo responde la iglesia a todas estas cosas? ¿De dónde partimos y a dónde vamos? Es tan fácil dejarse convencer por los poderes políticos, los beneficios económicos, la fama y la popularidad que perdemos nuestro propósito de ser iglesia en el mundo.
En medio de esta encrucijada, debemos regresar a nuestro propósito real como iglesias, y como movimiento ecuménico. ¡Debemos proclamar a Cristo resucitado! Y lo hacemos mejor cuando se nos guía de vuelta a la cruz. ¿Por qué? La cruz y la resurrección hablan acerca de la vida, la esperanza y la victoria en medio de la desesperanza, la derrota y la muerte. Sobre todo, la cruz habla sobre el amor sufriente, la gracia, el perdón y la restauración. Nos recuerda que Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo. Por lo tanto, nuestra tarea como iglesia es alcanzar al mundo sufriente, enfermo de pecado y perdido para traerlo al amor, la gracia y la paz de Jesucristo. Hacemos esto siguiendo el ejemplo de nuestro Señor en amor sufriente, humildad y gracia. Dios nos llama a cumplir su propósito a su manera y no a la nuestra. La historia del profeta Jonás nos lo dice. El profeta está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, pero a su manera. Dios debe reñir con él hasta que Dios logra su manera, y Jonás no. La historia termina con un profeta malhumorado por no haberse salido con la suya. Esto a menudo se relaciona con la reticencia de la Iglesia, que no cumple el llamado de Dios a la manera de Dios.
En toda la comunidad, mientras servimos a Dios, debemos detenernos constantemente y preguntarnos: ¿Estamos sintonizados con la voluntad de Dios y el plan que Dios tiene para nosotros? ¿Nos mantenemos fieles de palabra y obra en la proclamación de Cristo? ¿Estamos cumpliendo la gran comisión, como se expresa en Mateo 28? ¿Estamos atendiendo a los pobres, hambrientos, los sedientos, los extraños, los desnudos, los enfermos y los prisioneros, como lo dijo Jesús en Mateo 25:45: “Entonces les responderá diciendo: ‘De cierto les digo, que en cuanto no lo hicieron a uno de estos más pequeños, tampoco me lo hicieron a mí’”? Jesús deja bien clara su postura. Está con los pobres, los oprimidos y los cautivos (Lucas 4:18). El Evangelio deja bien sentado cuál debe ser la postura de la iglesia, nos ponemos del lado de Dios.
La gran comisión es un llamado no solo a salvar las almas, sino a transformar el mundo y las vidas de las personas que viven en él, mientras cuidamos el medio ambiente y la tierra. ¡Esto es necesario para hacer discípulos! El CMI está consciente de la necesidad de cuidar la creación en medio de los retos ambientales y establecerá una Comisión sobre el Cambio Climático y el Desarrollo Sustentable y una Comisión de Salud y Sanación, entre otras. ¡Hacemos esto en nuestra búsqueda por realizar la Missio Dei, la misión de Dios en el mundo!
Debemos cuestionar qué impacto tiene este contexto del mundo y de la Iglesia en la educación y la formación teológica. No podemos aplicar la teología sin interactuar e involucrarnos con el mundo real. El propósito de la teología es comprender la palabra de Dios en el contexto de la vida real. Es una comprensión que busca la fe. El Credo de Nicea nos recuerda que la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica” por naturaleza. Permítanme decir algunas palabras sobre esta descripción:
El hecho de que la Iglesia es una nos recuerda que Dios nos ha llamado a estar unidos/as y que la unidad es un don de Dios. Una de las últimas oraciones de Jesús de camino a la cruz fue por la unidad de los creyentes para que el mundo crea desde el testimonio unido de él. Desafortunadamente, las iglesias siguen fragmentándose. Esto lo vemos regularmente y es, de hecho, una tragedia en un mundo tan dividido y quebrantado. La iglesia está dividida por puntos de vista teológicos, doctrinales y éticos y, tristemente, por asuntos políticos, económicos, sociales y étnicos, entre otras cosas. Una iglesia dividida solo puede ofrecer un testimonio débil de un mundo quebrantado.
Debemos recordar que, aunque la unidad es un don de Dios, todavía debemos trabajar por ella y no llega sin esfuerzo ni sacrificio. La tragedia es que tendemos a enfatizar lo que nos divide en vez de lo que nos une en nuestro testimonio común de Jesucristo como Señor y Salvador del mundo. Debemos seguir luchando por la unidad y el testimonio cristianos en el mundo. El CMI ha sido bendecido con reunir a tantas iglesias. La última Asamblea fue un testimonio poderoso de la unidad de las iglesias. No permitamos que fatores externos nos separen y nos dividan. En cambio, permitamos que el amor de Cristo nos mueva a la reconciliación y la unidad.
En el mensaje de la Asamblea y reflexionando sobre el tema de la Asamblea, El amor de Cristo lleva al mundo a la reconciliación y la unidad, la Asamblea proclamó:
La reconciliación nos acerca a Dios y al prójimo y abre el camino hacia la unidad fundada en el amor de Dios. Como cristianos, estamos llamados a vivir en el amor de Cristo y a que todos seamos uno (Juan 17). Esta unidad, que es un don de Dios y que surge de la reconciliación y se fundamenta en su amor, nos permite abordar los problemas urgentes del mundo.
El hecho de que la Iglesia es santa nos recuerda que estamos apartados, somos distintos y diferentes del mundo. Como lo expresó Juan Calvino, somos el “teatro de la gloria de Dios”. ¿Realmente lo somos? Estamos llamados a vivir en el mundo, a participar y compartir en él porque, en primer lugar, este es el mundo de Dios. Pero se nos recuerda que el pecado y el egoísmo son muy frecuentes. Por lo tanto, aunque estamos en el mundo, no debemos ser del mundo: viviendo, actuando, deseando y comportándonos como este lo hace. En cambio, debemos vivir como seguidores/discípulos de Cristo. Estamos llamados a vivir nuestra santidad como sal y luz en el mundo. ¿Cómo sabrá el mundo la diferencia si nosotros, como creyentes, no llevamos un “estilo de vida alternativo”, como Jesús nos enseñó? Un estilo de vida que difunda la justicia, la rectitud, la paz, la unidad y el amor.
La descripción de la Iglesia como católica habla de la naturaleza universal de la iglesia. Incluye a todo el planeta. Por consiguiente, le atañe lo que sucede en otras partes del mundo y se solidariza con quienes sufren por cualquier tipo de sistema perversos u opresión. Se le recuerda a la Iglesia que, siendo el único cuerpo de Cristo, “si un miembro padece, todos los miembros se conduelen con él; y si un miembro recibe honra, todos los miembros se gozan con él”. Lo que sucede en Siria, Turquía, Ucrania, Rusia, Palestina, Israel, África, América Latina, Myanmar y otras partes del mundo nos afecta a todos como parte de la raza humana y la cadena humana, que es única.
Estamos llamados a ser iglesia en colaboración con otras iglesias. Este llamado enfatiza la necesidad de conexiones y asociaciones ecuménicas en la misma misión de Dios para transformar, sanar y bendecir al mundo con la paz de Dios. En este contexto, la iglesia es llamada a ser la presencia sacramental de Dios y a ser sirviente con el amor abnegado de Jesucristo, proclamando la esperanza en un mundo caído.
Como Iglesia apostólica, la Iglesia es una “comunidad llamada y enviada”. Estamos llamados por el Dios trino y bendecidos por su presencia y somos enviados a llamar y bendecir a los demás en su nombre. Venimos para poder “ir y hacer discípulos”. La iglesia no existe solo para los y las creyentes, sino que existe realmente para el mundo. La dimensión apostólica nos recuerda que somos una iglesia misionera – el pueblo de Dios en marcha constante por Dios – y que no nos detendremos hasta que venga plenamente el reino de Dios y el retorno en Cristo.
Nosotros, como CMI, debemos cuestionarnos acerca de lo que necesitamos dejar atrás y lo que necesitamos adoptar para avanzar en Cristo, con Cristo y por Cristo. Ciertamente no es un cuestionamiento fácil, especialmente para la iglesia cuando nos encontramos en una encrucijada y, a menudo, en medio de un fuego cruzado. Necesitamos la fe y el valor de Moisés para elegir lo correcto, seguir el buen camino y no vacilar en el llamado de Dios.
La manera de mantenerse fieles, concentrados y firmes es pararnos frente a la cruz de Jesús. La iglesia solo puede ser una voz y una presencia poderosas para marcar la diferencia en el mundo si se somete al Dios trino. Solo puede tener éxito si se mantiene fiel a la palabra de Dios y yace en el poder del Espíritu Santo porque, sin la presencia del Espíritu, estamos vacíos y secos, luchando con nuestras propias fuerzas.
En una ocasión, durante el culto de clausura de la Asamblea General, mientras el moderador estaba ocupado con su sermón, no pude evitar ver un escarabajo (insecto) que había quedado espalda al suelo y no podía volver a ponerse de pie. Entre más lo intentaba, más se cansaba. Sentí el impulso de inclinarme y voltearlo, pero no quise interrumpir el sermón del moderador. Así que esperé al final del culto. Luego, de pronto entró el viento por una ventana abierta, volteó al insecto de nuevo sobre sus patas y se alejó rápida y ágilmente. La iglesia a veces es así. Nos atoramos en algunas cosas que nos paralizan hasta el punto en que no podemos movernos. Entre más intentamos, más nos cansamos porque luchamos con nuestras propias fuerzas. Necesitamos el viento del Espíritu de Dios para que nos ponga de nuevo de pie y nos ayude a movernos solo en la dirección de Dios. Que el Espíritu Santo de Dios nos guíe para que seamos la presencia y el poder de dios en el mundo. Recuerden que la forma de resolver sus encrucijadas es volviéndose hacia Cristo.
Algunos han hablado de un invierno ecuménico y esto ha adoptado una forma distinta últimamente con la llamada a un ecumenismo de corazón. Amigos y amigas, en un mundo lleno de conflicto, guerra, facciones, inestabilidad política, injusticias, inquietud, sufrimiento conflicto y dolor, debemos hacer una pausa, tomar un respiro ecuménico profundo para respirar de nuevo la vida y la esperanza de Dios en el mundo. El movimiento ecuménico necesita la práctica de detenerse, orar y participar (acción participativa) para transformar el mundo y ayudarlo a estar donde está Dios. Frente a las injusticias, la guerra, los conflictos y los peligros parala vida y la tierra, debemos reclamar nuestro testimonio profético. La Declaración sobre la unidad de la 11.ª Asamblea dice, “Nosotros, la comunidad del CMI, vivimos y damos testimonio en un mundo que, siendo la hermosa creación de Dios, está quebrantado por la crisis ecológica, la guerra, la pandemia, la pobreza sistémica, el racismo, la violencia de género, las violaciones de derechos humanos y muchos otros sufrimientos.” Pero, a pesar de estos sufrimientos, estamos llamados a dar al mundo la esperanza de que es posible redescubrir y recuperar la hermosa creación de Dios.
Me gustaría sugerir que estamos ahora en una primavera ecuménica, con la llegada de la peregrinación de justicia, reconciliación y unidad que surgió de la última Asamblea. Necesitamos el espíritu, el valor y la fe kenóticos y abnegados de Moisés para estar del lado de las personas pobres, necesitadas, vulnerables, desesperanzadas, abandonadas o abusadas. Necesitamos el valor para decir no a nosotros mismos y a nuestros propios deseos, poderes, presiones externas y tentaciones. Debemos ponernos del lado de Dios, del lado de los pobres, desdichados, abandonados y sufrientes en el mundo. La pregunta es, como iglesias miembros, ¿de qué lado están ustedes?
Aquí tengo un reloj que me dice la hora. Cumple su propósito. ¡Que nosotros, como CMI, cumplamos el propósito de Dios en el mundo!
Rev. Prof. Dr. Jerry Pillay
secretario general del CMI