Este contexto recuerda lamentablemente el momento en el que se fundó el CMI, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando, movido por la repulsa ante las terribles violaciones de la dignidad humana que Dios le confiere a cada persona perpetradas durante dicho conflicto, el movimiento ecuménico internacional se comprometió y participó activamente con otros miembros de la comunidad internacional en el desarrollo de marcos jurídicos internacionales para la promoción y protección de los derechos humanos, incluida la libertad de religión o de creencias. La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), adoptada en 1948, es el resultado fundamental de ese compromiso.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en 1948, los desafíos mundiales actuales se ven agravados por la desinformación intencionada, las noticias falsas y el discurso de odio en las redes sociales y otros canales de comunicación. Además, en varios países se están produciendo actualmente agresiones sin precedentes a la dignidad humana y a los principios democráticos, ataques a la validez del derecho internacional e impunidad ante las graves violaciones de los derechos humanos.

En los últimos años se ha cuestionado cada vez más la universalidad de los derechos humanos, entre otras cosas por el evidente doble rasero en la aplicación del derecho internacional de los derechos humanos. Muchos Estados instrumentalizan estos principios con fines políticos, y los Estados más poderosos se resisten a rendir cuentas por sus propias acciones en materia de derechos humanos. Este uso indebido de los principios que deberían ser de aplicación universal ha dañado su credibilidad ante los ojos de muchas personas, y los ha debilitado para servir a los propósitos esenciales para los que fueron concebidos.

“Las diferencias de opinión sobre la naturaleza y la calidad de la relación entre los principios de la religión cristiana y los principios reflejados en el derecho internacional de los derechos humanos también se han hecho cada vez más evidentes durante estos años, a pesar de la historia de la estrecha participación del CMI en el desarrollo y la promoción del derecho internacional de los derechos humanos como marco para la rendición de cuentas por las violaciones de los derechos humanos y para la protección de la dignidad humana que Dios nos ha dado”.

En 2018, para conmemorar el 70º aniversario tanto del CMI como de la DUDH, el Comité Central del CMIencargó “un nuevo proceso de reflexión y consulta ecuménica sobre la relación entre el derecho internacional de los derechos humanos y las Escrituras, la teología y la ética cristiana” de cara a la 11ª Asamblea.

En su primera reunión tras la 11ª Asamblea, el Comité Ejecutivo del CMI acoge con beneplácito y aprecio el proceso de reflexión y consulta sobre estas cuestiones que el CMI ha llevado a cabo en colaboración con la Misión Evangélica Unida (UEM) y la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD) durante estos años, y que culminó en una consulta celebrada en Wuppertal y en línea del 9 al 12 de abril de 2022. Apreciamos los resultados de este proceso, que proporcionaron la base para una conversación ecuménica sobre “Ética Cristiana y Derechos Humanos” en la Asamblea y para la continuación del estudio, la reflexión y el desarrollo de dichas cuestiones.

Junto con los participantes en la consulta de Wuppertal, afirmamos que la relevancia de la Biblia como recurso dinámico para las iglesias del movimiento ecuménico en su defensa constante del respeto de la dignidad y de los derechos humanos sigue vigente, al tiempo que reconocemos el posible uso indebido de algunos textos bíblicos para justificar la exclusión, la marginación y la violencia, en contradicción con el espíritu vivificador de la Biblia. También nos unimos a ellos en el reconocimiento del estrecho vínculo entre la afirmación activa de los derechos humanos y la dignidad humana, y las proclamaciones bíblicas de libertad, amor, compasión, justicia y paz, y el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, que predicó y encarnó el evangelio inclusivo de Dios de amor por las personas desposeídas y desfavorecidas (Lucas 4:18-19; Juan 15:13).

Reconocemos, al igual que el Mensaje de la Asamblea de Busan, el llamado de los profetas al pueblo del pacto de Dios para que trabaje por la justicia y la paz, atienda a las personas pobres, marginadas y excluidas, y sea una luz para las naciones (Miqueas 6:8; Isaías 49:6). Reconocemos el llamado a una fe vivida que encarne el ejemplo de Cristo, afirmando la dignidad y el valor de todas las personas, independientemente de la raza, el género, la clase, la religión o cualquier otra característica.

Confesamos nuestras responsabilidades incumplidas de proteger y defender a aquellas personas que no ven respetados la dignidad y el valor que Dios les ha dado, incluidas las mujeres que todavía luchan en muchos contextos por su legítima igualdad con los hombres, y los niños y niñas, y jóvenes, que han sido silenciados o despreciados; los pueblos indígenas cuya propia identidad les ha sido negada, y todas aquellas personas que sufren victimización, opresión y discriminación.

Aun reconociendo las diferentes perspectivas dentro de nuestra comunidad en relación los principios del derecho internacional de los derechos humanos, afirmamos y subrayamos la necesidad de dicho marco universal de responsabilidad jurídica por la violación de la dignidad y los derechos humanos, especialmente teniendo en cuenta el papel históricamente ambiguo desempeñado por las iglesias y las comunidades religiosas a este respecto.

Por ello, más que las diferencias en nuestros enfoques teológicos, el primer punto de referencia para nuestro compromiso en este asunto debe ser una respuesta compasiva ante las voces, el clamor y las experiencias vividas por las mujeres, los niños y niñas, y los hombres que experimentan la violación de su dignidad y sus derechos humanos.

Tal y como declaró la Asamblea de Busan, estamos llamados a ser una comunidad que defienda la justicia en su propia vida y en la que las personas vivan juntas en paz y nunca se conformen con la paz fácil que silencia la protesta y el dolor, sino que luchen por la verdadera paz que va de la mano de la justicia.

Tras las reflexiones que tuvieron lugar durante la 11ª Asamblea, el Comité Ejecutivo del CMI hace interpela a todos los miembros de la comunidad ecuménica a que:

  • escuchen a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos y se solidaricen con ellas, apoyándolas en la oración, en su dolor y en la defensa de sus derechos;
  • estudien y reflexionen sobre los resultados de la consulta de Wuppertal[1], y continúen con el debate sobre las cuestiones planteadas en sus propios contextos;
  • redescubran las ricas narrativas bíblicas que afirman la dignidad humana, la justicia y el Estado de derecho para una reflexión teológica y discernimiento más profundos en aras de una acción responsable.

Reconocemos que la dignidad humana no debe entenderse de manera aislada con respecto a la integridad de toda la creación, la relacionalidad fundamental de todas las criaturas. Afirmamos que defender la dignidad y los derechos humanos universales forma parte de la lucha por la justicia, la paz y la integridad de la creación,  y es un medio de reconciliación y un testimonio de unidad.

Nos comprometemos a seguir abordando las diferencias de perspectiva y enfoque dentro del movimiento ecuménico para trabajar en pos de conclusiones y recomendaciones comunes para que las iglesias reconozcan y afirmen las raíces bíblicas de la dignidad humana como base de la codificación moderna de los derechos humanos, y defiendan los derechos humanos y el Estado de derecho como parte integrante de la vida y el testimonio de las iglesias.

Pedimos que el CMI siga convocando y dirigiendo estos debates.


[1] Mensaje de la consulta de WuppertalFortalecer el compromiso cristiano con la dignidad humana y los derechos humanosy materiales publicados de la consulta Perspectivas cristianas sobre la dignidad humana y los derechos humanos”.