Reunión del Comité Central del CMI, 13 - 20 de febrero de 2008

"Estamos decididos a permanecer juntos"[1]

PERSEVERANCIA EN LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD

Observaciones introductorias

1. Permítanme comenzar diciendo que mi alocución será algo diferente de los informes normales de años anteriores. En la evaluación realizada en nuestra primera reunión plenaria del comité central en agosto/septiembre de 2006, se hicieron observaciones en el sentido de que debería dedicarse más tiempo al debate entre nosotros después de la presentación. Estoy plenamente de acuerdo con este deseo. El comité central no se reúne con tanta frecuencia y, cuando lo hace, tiene siempre ante sí un programa muy cargado. Y se espera de nosotros que construyamos juntos nuestro programa, incluyendo las visiones y esperanzas que le dan significado. Por lo tanto, hay que entender esta alocución, que es más breve de lo normal, como una invitación a compartir y dialogar.

2. Es ésta la segunda reunión plenaria de este comité central. Han transcurrido dos años desde nuestra última asamblea y estamos preparando ya la próxima. En nuestra última reunión, reconocí y pedí "una jornada en común de gratitud por el don maravilloso de Dios de unidad", en nuestras responsabilidades en cuanto miembros del comité central. Mencioné también que nuestra jornada en común "se inspira en nuestro hermoso, aunque difícil, compromiso ecuménico que nos reúne a pesar de nuestras diferencias". Sobre la base de la resurrección de Cristo fundamenté nuestro apasionado compromiso ecuménico en la esperanza que fortalece nuestra fe y nuestro amor.

Nuestro mandato constitucional

3. En esta reunión estamos celebrando el 60º aniversario del CMI. Las celebraciones son ocasiones para rememorar y revivir buenos recuerdos. Pero ciertamente no celebramos para aplaudir la existencia del CMI, sino, más bien, para recordar el patrimonio que nos dejaron quienes vinieron antes que nosotros.  Hacemos esto para avanzar con mayor sentido de compromiso en una situación mundial notablemente diferente de la que afrontaban los delegados que se reunieron en Ámsterdam en 1948 para constituir un Consejo Mundial de Iglesias.

4. Como es bien sabido, pero siempre es importante recordarlo, nuestra Constitución establece como su base que: "El Consejo Mundial de Iglesias es una comunidad de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador, según el testimonio de las escrituras, y procuran responder juntas a su vocación común, para gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo." (I)  En III, Objetivos y Funciones, encontramos, ante todo, que "el Consejo Mundial de Iglesias está constituido por las iglesias para servir al único movimiento ecuménico". Es decir, por una parte, el CMI no se identifica con el movimiento ecuménico, sino que se entiende a sí mismo como parte de un movimiento ecuménico más amplio. Por otra parte, no entiende su tarea como un servicio a sí mismo, sino como un instrumento para servir al movimiento ecuménico, el cual, como se dice, es más amplio que el CMI y del cual éste es parte. Así pues, si volvemos la mirada a nuestra historia y la dirigimos al futuro, la cuestión principal que debe plantearse no es en manera alguna qué fortaleza ha podido alcanzar el CMI, sino, más bien, en qué medida ha servido y continua sirviendo al movimiento ecuménico. Se supone ciertamente que este servicio ha sido y sigue siendo altamente significativo. Por ello, si destaco la dimensión de servicio al movimiento ecuménico, no es porque puedan surgir dudas al respecto, sino porque es decisivo recordarnos constantemente a nosotros mismos para qué fue creado el CMI y qué es lo que debe seguir siendo siempre.

5. En la misma sección de la Constitución se establece también que "el objetivo principal de la comunidad de iglesias que forma el Consejo Mundial de Iglesias es ofrecer un espacio donde las iglesias puedan exhortarse unas a otras a alcanzar la unidad visible en una sola fe y una sola comunión eucarística, expresada en el culto y la vida común en Cristo, mediante el testimonio y el servicio al mundo, y a avanzar hacia la unidad para que el mundo crea". Los subrayados son míos  para destacar el enfoque holístico que da el CMI como instrumento de servicio al movimiento ecuménico único. En consecuencia, el texto sigue desglosando cómo ha de dar el CMI expresión a este esfuerzo de "buscar la koinonia en la fe y la vida, el testimonio y el servicio", por medio de:

  • "la búsqueda en la oración del perdón y la reconciliación",
  • "su testimonio común en cada lugar y en todos los lugares",
  • "su compromiso con la diaconía, poniéndose al servicio de las necesidades humanas",
  • procesos de educación que favorezcan "el desarrollo de una conciencia ecuménica",
  • la ayuda mutua entre las iglesias "en sus relaciones con los creyentes de otras comunidades religiosas",
  • la promoción de "la renovación y el crecimiento en la unidad, el culto, la misión y el servicio".

6. En esta ocasión he citado ampliamente la Constitución del CMI por varias razones. La primera de ellas es que expresa adecuadamente las condiciones y el compromiso de todas las iglesias y organizaciones que constituyen el CMI, puesto que cada iglesia, para llegar a ser miembro del Consejo, debe "expresar su acuerdo con la Base que constituye el fundamento del Consejo y confirmar su dedicación a los objetivos y funciones del Consejo definidos en los artículos I y III de la Constitución" (Artículo I.3). Así pues, en estos artículos se expresa un acuerdo fundamental y pleno entre las iglesias miembros del CMI, y me atrevería a decir que este acuerdo excede de los límites de la comunidad del CMI. En segundo lugar, estas formulaciones reflejan con precisión la historia del movimiento ecuménico que llevó a la creación del CMI, en sus diversas corrientes: misión, vida y acción, fe y constitución y educación cristiana. En tercer lugar, todas ellas son parte fundamental e integrante de la forma en que concebimos la oikoumene. Combinando todas estas corrientes en su formulación, la Constitución las reconoce como dimensiones específicas del único camino ecuménico. Desea dar a todas ellas la debida importancia en una comprensión holística de la salvación y el discipulado. Por lo tanto, queda excluida constitucionalmente desde el principio toda controversia sobre qué dimensión es más importante o a cuál debe darse preferencia. Es posible que, ocasionalmente y debido a circunstancias contextuales que ofrezcan posibles oportunidades, una u otra recibieran mayor atención fuera o, quizás incluso, dentro del CMI, pero conceptualmente todas ellas están relacionadas entre sí y deben entenderse y tratarse, como solemos decir, de una forma "integrada".

7. Desearía añadir una observación al respecto: aunque hay diferentes dimensiones del compromiso ecuménico, todas ellas tienen en común un centro vivo, que es precisamente la exhortación a la unidad visible. Ésta se puede expresar también de diversas formas, tales como "vocación común", "vida común en Cristo", "testimonio común" de la "fe única", e intento de ser capaces de compartir en "una comunidad Eucarística". En pocas palabras, nuestra vocación y el objetivo primordial del CMI es recibir el don de la unidad de Dios y responder a él en la koinonia de hermanos y hermanas en la iglesia una. Por ello, la celebración del 60º aniversario del CMI es una ocasión para discernir de nuevo nuestra vocación, reafirmando al mismo tiempo este objetivo y este compromiso. Vivimos hoy en un mundo profundamente cambiado y en un contexto religioso muy diferente, pero no es necesario modificar este compromiso básico que ha reunido a las iglesias en la comunidad del CMI durante estos 60 años. Ha sido ésta nuestra vocación durante todos esos años y continuará siéndolo en los años venideros.

La exhortación a la unidad en las principales asambleas ecuménicas

8. Cuando los delegados se reunieron en Ámsterdam en 1948 eran plenamente conscientes del quebrantamiento del orden mundial. Tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial reconocieron una situación de "desilusión y desesperación". "Hay millones de hambrientos, millones que no tienen hogar, ni patria ni esperanza". (Del mensaje de la primera asamblea del CMI, Ámsterdam 1948). Pero no lo afirmaron simplemente como una denuncia, sino que reconocieron la necesidad de arrepentimiento: "A menudo hemos tratado de servir a Dios y a mammón, hemos puesto otras lealtades antes que la lealtad a Cristo, hemos confundido el Evangelio con nuestros propios intereses económicos, nacionales o raciales, y hemos temido a la guerra más que lo que la hemos odiado".

9. Sin embargo, se celebró la asamblea con la convicción de que "el mundo está en manos del Dios vivo", de que, en Cristo Jesús, "Dios ha quebrantado definitivamente el poder del mal y ha abierto a todos la puerta de la libertad y el gozo en el Espíritu Santo". La perspectiva misionera era clara: "Rogamos a Dios que avive a toda su Iglesia para que haga conocer este Evangelio a todo el mundo e inste a todos los hombres[2] a creer en Cristo, a vivir en su amor y a esperar su venida". Fue igualmente clara la dimensión diaconal y profética: "De nuevo debemos aprender juntos a hablar osadamente en el nombre de Cristo tanto a aquellos que están en el poder como al pueblo, a combatir el terror, la crueldad y la discriminación racial, a defender a los oprimidos, los prisioneros y los refugiados. Tenemos que hacer de la Iglesia en todas partes la voz de los que no tienen voz y un hogar donde todos los hombres se encuentren en su hogar".

10. La experiencia del don de la unidad y el compromiso común hacia la unidad constituyó el fundamento y la fuerza de la misión y la convocatoria diaconal: "Bendecimos a Dios nuestro Padre, y a nuestro Salvador Jesucristo, que reúne todos los hijos de Dios que están dispersos y que nos ha traído a Ámsterdam. Estamos separados los unos y los otros no sólo en cuestiones de doctrina, constitución eclesiástica y tradición, sino también por orgullos de nacionalidad, clase y raza. Pero Cristo nos ha hecho suyos, y Él no está dividido. Al buscarle a Él nos hemos encontrado unos con otros. Aquí en Ámsterdam nos hemos consagrado de nuevo a Él y hemos pactado unos con otros al constituir este Consejo Mundial de Iglesias. Estamos firmemente decididos a permanecer unidos. Instamos a las congregaciones cristianas del mundo entero a apoyar y cumplir este pacto en sus mutuas relaciones. Agradecidos a Dios, dejamos en sus manos el futuro". Aceptamos hoy como nuestras estas palabras, sesenta años después de que fueran proclamadas.

11. La comprensión del CMI con respecto a la iglesia, las iglesias y su relación con el Consejo Mundial de Iglesias se profundizó después en la famosa declaración del comité central de Toronto, 1950. En ella se afirma que el CMI no es: una superiglesia, un instrumento para negociar uniones entre iglesias, una organización que adopta un determinado concepto de iglesia. Tampoco implica que las iglesias deban considerar su propia concepción de iglesia como meramente relativa o que deba aceptarse una doctrina concreta sobre la naturaleza de la unidad de la iglesia. Enuncia después en términos afirmativos los presupuestos en que se basa el CMI: "el diálogo entre las iglesias, su colaboración y su testimonio común deben basarse en el reconocimiento común de que Cristo es la Cabeza Divina del Cuerpo"[3]; creer que "la Iglesia de Cristo es una"; que "el hecho de pertenecer a la Iglesia de Cristo tiene un alcance más amplio que la comunidad de miembros de su propia iglesia"; un foro para el examen común de la relación de las iglesias con la Santa Iglesia Católica que profesan en los credos", sin que esto implique "que cada iglesia deba considerar a las demás iglesias miembros como iglesias en sentido verdadero y pleno de la palabra"; pero que las iglesias miembros "reconozcan en otras iglesias elementos de la Iglesia verdadera"; y consecuencias prácticas de consultas y solidaridad recíprocas, relaciones espirituales para aprender unos de otros y ayudarse entre sí. Se trata de definiciones fundamentales, pero quizá es aún más importante el discernimiento espiritual sobre la unidad que se halla en la base de todo el documento: "La unidad se deriva del amor de Dios en Jesucristo, el cual, vinculando las iglesias miembros a Él, las vincula entre sí. El deseo más sincero del Consejo es que las iglesias puedan vincularse más estrechamente a Cristo y, de esa forma, unirse más entre sí. En el vínculo del amor de Dios, desearán orar continuamente unas por otras y fortalecerse unas a otras, en el culto y el testimonio, soportando unas las cargas de otras y cumpliendo así la ley de Cristo".

12. La convicción de que en Cristo somos una iglesia y el deseo más sincero de unidad entre los cristianos y las iglesias fueron también la fuerza impulsora en los grandes acontecimientos ecuménicos que llevaron a la fundación del Consejo Mundial de Iglesias: la Conferencia Mundial de Misiones de Edimburgo en 1910, la Conferencia Cristina Universal sobre Vida y Acción de Estocolmo en 1925, y la Primera Conferencia Mundial de Fe y Constitución de Lausana en 1927.

13. En una situación muy diferente de la de 1948, año en que se fundó el CMI, en Edimburgo, en la Conferencia Mundial de Misiones, el espíritu fue de optimismo y de confianza en una evolución positiva de las relaciones entre las naciones y sobre las perspectivas futuras de la humanidad. La Primera Guerra Mundial no quedaba aún lejos, pero no era discernible para los delegados. En su mensaje, que estaba dividido en dos partes, una destinada a "los miembros de la Iglesia en tierras cristianas", y la otra, a "los miembros de la Iglesia cristiana en tierras no cristianas", se expresaba en relación con los diez años siguientes la esperanza de que, "si se utilizaban debidamente debían ser los más gloriosos de la historia cristiana". Y se hizo un llamamiento decidido en favor de la evangelización de todos los pueblos y naciones, "dirigido a todos y cada uno de los miembros de la familia cristiana… que necesitamos ante todo un sentido más profundo de responsabilidad ante Dios todopoderoso por la gran confianza que ha depositado en nosotros con respecto a la evangelización del mundo".  Dirigiéndose a los cristianos de "tierras no cristianas" se dijo que "nada ha causado más alegría que el testimonio general del aumento constante del número, el celo y el poder de la creciente Iglesia Cristiana en las tierras que se están despertando recientemente".  Podemos tener buenas razones para ser reticentes con respecto al tono bastante triunfalista de esta frase (y de otros pasajes de los mensajes), pero esto no debe reducir nuestra alegría por la unidad que experimentaban y buscaban los delegados para proclamar el Evangelio con credibilidad: "hemos alcanzado una unidad de acción común mayor que la lograda durante siglos en la Iglesia Cristiana" y "damos gracias a Dios por el anhelo de unidad que es tan preponderante entre ustedes y es uno de nuestros anhelos más profundos hoy en día". Este anhelo profundo nos interpela también a nosotros como comité central del CMI.

14. La Conferencia de Estocolmo sobre Vida y Acción (1925) centró su atención en un desafío muy concreto, si bien enorme: "Respondiendo au su llamada ‘sígueme', en presencia de la Cruz, hemos aceptado el deber urgente de aplicar su Evangelio en todos los sectores de la vida humana: industrial, social, político e internacional". Declaró que el "el alma es el valor supremo" y, por lo tanto, el "primer derecho es el derecho de salvación". Defendió después un "internacionalismo cristiano", reconoció "la necesidad urgente de educación" para expresar "nuestro sentido de horror a la guerra, y su inutilidad como medio para la solución de controversias internacionales". Dicha conferencia trató específicamente de la juventud y los "trabajadores": "Compartimos sus aspiraciones por un orden social justo y fraterno". La "unidad" fue una vez más un concepto clave. A la vez que reconocieron a la conferencia misma como "el caso más significativo que el mundo haya visto hasta ahora de una comunidad y cooperación por encima de las fronteras entre naciones y confesiones", los delegados afirmaron su intención de "garantizar una acción práctica unida en la Vida y Acción Cristianas" y añadieron: "La Conferencia misma es un hecho evidente. Pero sólo es un comienzo". Una vez más, la unidad fue no sólo un anhelo o simplemente un objetivo práctico, sino también una experiencia espiritual: "Cuando repetíamos juntos la oración del Señor, cada uno en la lengua que le enseñó su madre, hicimos de nuevo presente nuestra fe común, y experimentamos como nunca anteriormente la unidad de la Iglesia de Cristo". Sobre esta base y mediante el establecimiento de un comité de continuación, la conferencia expresó su esperanza de cara al futuro: "¿No podremos esperar que, por medio de la labor de este cuerpo y a través de una comunidad y cooperación crecientes de los cristianos de todas las naciones en un único espíritu, nuestra unidad en Cristo se revele cada vez más al mundo en la Vida y la Acción? Sólo a medida que nos hacemos interiormente uno alcanzaremos la unidad real de mente y de espíritu. Cuanto más nos acerquemos al Crucificado, más cerca estaremos unos de otros, por muy diversos que sean los colores en que la luz del mundo se refleje en nuestra fe. Bajo la Cruz de Jesucristo nos tendemos la mano unos a otros. El Buen Pastor tuvo que morir a fin de que Él pudiera reunir a los hijos dispersos de Dios. Sólo en el Señor Crucificado y Resucitado se extiende la esperanza del mundo".

15. Durante la Primera Conferencia Mundial de Fe y Constitución (Lausana, 1927) se abordó, firme y explícitamente, la unidad o el llamamiento a la unidad. Ya en la primera frase del preámbulo de los documentos recibidos en la conferencia para "transmisión a las iglesias" se afirma que: "Nosotros, representantes de muchas comuniones cristianas de todo el mundo, unidos en la común confesión de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador, creyendo que el Espíritu de Dios es con nosotros, estamos reunidos para considerar las cosas en que concordamos y aquellas en que diferimos" (énfasis añadido). Y luego: "Agradecemos a Dios los acuerdos alcanzados y nos regocijamos en ellos; edificamos sobre nuestros acuerdos. Cuando los informes registran diferencias, pedimos al mundo cristiano una reconsideración de las opiniones en conflicto  que ahora se sostienen, y un esfuerzo sostenido para alcanzar la verdad tal como está en la mente de Dios, que debiera ser el fundamento de la unidad de la Iglesia".

16. Uno de los documentos aprobados estaba precisamente dedicado al "llamamiento a la unidad"[4]. En él se declara: "Dios quiere la unidad. Nuestra presencia en esta conferencia da testimonio de nuestro deseo de someter nuestras voluntades a la suya. Por más que podamos justificar los comienzos de la desunión, lamentamos su continuación, y de ahora en adelante debemos trabajar, en penitencia y fe, para reconstruir nuestras murallas derruidas. El Espíritu de Dios ha estado en medio de nosotros. Él fue quien nos convocó aquí. Su presencia ha sido manifiesta en nuestro culto, nuestras deliberaciones y todo nuestro compañerismo. Él nos ha descubierto unos a otros. Él ha ampliado nuestros horizontes, despertado nuestro entendimiento y vivificado nuestra esperanza. Hemos osado, y Dios ha justificado nuestra osadía. Ya no podemos volver a ser los mismos. Nuestra profunda gratitud debe hallar expresión en un sostenido esfuerzo por compartir las visiones que aquí nos fueron concedidas con aquellos grupos locales menores a los cuales pertenecemos"[5]. La perspectiva de la misión también estaba presente en la definición de la naturaleza del Evangelio: "El Evangelio es la llamada profética al hombre pecador a que se vuelva a Dios; las alegres nuevas de justificación y santificación para aquellos que creen en Cristo. Es el consuelo de los que sufren; para los que están esclavizados es la seguridad de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. El Evangelio trae paz y gozo al corazón, y produce en los hombres autonegación, disposición para el servicio fraternal y amor compasivo"[6].

17. Permítanme que, en este contexto, recordemos cuán claramente se ha expresado el fuerte deseo de unidad en la familia ortodoxa y en la Iglesia Católica Romana. Así, por ejemplo, el Patriarcado Ecuménico, emitió ya en el año 1920, una encíclica redactada por el Santo Sínodo, "A las iglesias de Cristo en todo el mundo", en la que se instaba a "un muy deseable y necesario acercamiento entre las varias iglesias y comunidades cristianas" y a superar "antiguos prejuicios, prácticas o pretensiones". "Debería reavivarse y fortalecerse el amor entre las iglesias, para que (…) se consideren partes de la casa de Cristo y "coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús (Ef. 3:6)". Una de las propuestas concretas también fue "convocar conferencias de todos los cristianos a fin de examinar cuestiones de interés común a todas las iglesias".

18. En el año 1965 la Iglesia Católica Romana, en el Segundo Concilio del Vaticano, aprobó un Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, que daba un apoyo claro e indiscutible a los esfuerzos ecuménicos hacia la unidad. El decreto reconoce que los miembros de otras iglesias son hermanos y hermanas en Cristo, y hace hincapié en la acción del Espíritu Santo para crear unidad: "El Espíritu Santo que habita en los creyentes, y llena y gobierna toda la Iglesia, efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo, que Él mismo es el principio de la unidad de la Iglesia" (UR, 2). También declara que "el empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas" (UR, 5). En la conclusión, el concilio expresó el "deseo ardiente" de que no "se pongan obstáculos a los caminos de la Providencia" ni "prejuicios contra los impulsos que puedan venir del Espíritu Santo" (UR 24).

19. Volviendo al CMI, ahora no es necesario (ni posible) entrar en los detalles de los muchos textos que han abordado "la unidad que buscamos" durante sus 60 años de existencia. La importante declaración de "Hacia un entendimiento y una visión comunes del Consejo Mundial de Iglesias", más conocido como EVC, aprobado por el comité central del CMI en 1997, resume varias asambleas de la siguiente manera (EVC, 1.13 y 1.14): "La Asamblea de Nueva Delhi (1961) (…) aceptó la primera declaración oficial sobre "la unidad de la Iglesia": "creemos que la unidad, que es a la vez voluntad de Dios y su don a su Iglesia, se hace visible en la medida en que, en todo lugar, todos los que son bautizados en Jesucristo, y lo confiesan como Señor y Salvador, son reunidos por el Espíritu Santo en una comunidad plenamente consagrada ..." "Las Asambleas de Uppsala (1968), de Nairobi (1975), de Vancouver (1983) y de Canberra (1991) continuaron ahondando en esa concepción común, revelando la dimensión universal de la búsqueda de la unidad que incluye no sólo a la iglesia sino a la comunidad humana. Esas Asambleas examinaron conceptos como el de conciliaridad y de comunidad conciliar (Uppsala y Nairobi), el de una visión eucarística (Vancouver) y el de "La unidad de la Iglesia como koinonia: don y vocación" (Canberra). En esta última declaración de la Séptima Asamblea del CMI, también encontramos esta importante definición: "La unidad de la iglesia a la estamos llamados es "una koinonia" que se nos da y se expresa en la confesión común de la fe apostólica, una vida sacramental en común a la que accedemos por un bautismo único y que celebramos juntos en una sola comunidad eucarística: una vida en común cuyos miembros y ministerios se reconocen y reconcilian mutuamente; y una misión común como testigos del Evangelio de la gracia de Dios y al servicio de toda la creación".

20. La Octava Asamblea del CMI, que tuvo lugar en Harare en 1998 y en la que se conmemoró el 50 aniversario del CMI, celebró un culto de renovación del compromiso, en el que se reafirmó la visión ecuménica. Esta visión se expresó con las siguientes palabras: "Anhelamos la unidad visible del cuerpo de Cristo, que afirma los dones de todos, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, laicos y ordenados. Tenemos esperanza en la curación de la comunidad humana, la plenitud de toda la creación de Dios. Creemos en el poder liberador del perdón, que transforma la hostilidad en amistad y rompe la espiral de la violencia. Aspiramos a una cultura del diálogo y la solidaridad, a compartir la vida con los extranjeros y a buscar el encuentro con los creyentes de otras religiones". Al comprometerse a "permanecer juntos" y estar "impacientes por avanzar juntos hacia la unidad", los delegados también declararon que "ni los fracasos ni las incertidumbres, ni el miedo ni las amenazas harán decaer nuestra voluntad de avanzar juntos hacia la unidad".

21. Finalmente, la Novena Asamblea, celebrada en Porto Alegre en 2006, aprobó una declaración titulada "Llamadas a ser la Iglesia Una", como "una invitación a las iglesias a que renueven su compromiso de buscar la unidad y de profundizar su diálogo". La declaración destaca el compromiso hacia la "plena unidad visible", la "unidad en la rica diversidad", la importancia de la proclamación del evangelio, que mediante el bautismo "pertenecemos [las iglesias] unas a otras", que "la misión es parte integrante de la vida de la iglesia", luego pasa a plantear preguntas que las iglesias están llamadas a responder y concluye así: "Nuestras iglesias caminan juntas en la conversación y la acción común, confiadas en que el Cristo resucitado continuará revelándose a sí mismo como lo hizo al partir el pan en Emaús y que desvelará el significado más profundo de la comunidad y la comunión (Lucas 24:13-35). Observando los avances en el movimiento ecuménico, alentamos a nuestras iglesias a continuar en este camino arduo pero gozoso, confiando en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya gracia transforma nuestras luchas por la unidad en frutos de la comunión. ¡Escuchemos lo que el Espíritu dice a las iglesias!" (énfasis en el texto original).

Conclusiones: El reto de la perseverancia

22. ¿Por qué he hecho tantas referencias a textos sobre nuestra historia, visión y compromisos? Bueno, resulta que, tanto fuera como dentro de nuestros círculos, se han planteado muchísimas preguntas y se han expresado muchas dudas acerca de nuestro camino juntos. ¿Hasta qué punto hemos caminado realmente juntos? ¿En qué medida nos hemos atrincherado en nuestras fronteras confesionales o institucionales, sin estar verdaderamente abiertos a la contribución del otro? ¿No acumulamos una declaración tras otra y al mismo tiempo somos reticentes a dar una forma concreta a lo que hemos declarado un sinfín de veces? ¿No mitigamos el deseo sagrado e inquieto de los laicos de avanzar? ¿Somos capaces de comunicar a las personas con menos formación teológica las sutiles distinciones teológicas que hacemos? ¿No estamos, demasiado a menudo, preocupados por nosotros mismos, de modo que somos incapaces de llevar a cabo la labor de testimonio y amor hacia los demás? ¿No se ha vuelto bastante poco convincente nuestra voz profética? ¿No hemos "profesionalizado" el compromiso ecuménico a riesgo de perder su pasión original? ¿Estamos escuchando realmente lo que el Espíritu Santo testifica y revela o estamos simplemente repitiendo nuestro viejo discurso?

23. Muchísimas preguntas. Además está el paisaje religioso actual, que ha cambiado profundamente y que está constantemente cambiando en todo el mundo. La secularización avanza continuamente en países que antes se llamaban "países cristianos". Otras iglesias y movimientos no ecuménicos se extienden y crecen. ¿Tienen una vitalidad que nosotros hemos perdido? ¿Es su celo misionero más intenso que el nuestro? ¿Consiguen vincular mejor sus esfuerzos diaconales a los aspectos fundamentales de su fe? ¿Han sabido interpretar los signos de los tiempos y responder a ellos, mientras que nosotros no podemos verlos? Son preguntas radicales. Incluso se ha llegado a sugerir que el movimiento ecuménico ha fracasado, y que se está muriendo.

24. Hermanos y hermanas, antes de que lleguen a estar demasiado preocupados por el tipo de preguntas que plantea el moderador del comité central del CMI, déjenme aclarar que no se trata de mis propias preguntas, al menos no de esta forma tan radical. Pero estoy seguro de que ustedes también las han escuchado en más de una ocasión. Son demasiadas preguntas, planteadas con demasiada frecuencia, como para simplemente descartarlas, como si se tratara de los prejuicios de los otros. Encierran cierta verdad. Así que deberíamos escuchar atentamente y aceptarlas como un reto para nosotros.

25. En este contexto, resulta útil examinar nuestra historia y volver a comprometernos con la visión ecuménica y nuestro camino común en búsqueda de la unidad. Al examinar nuestra historia, es posible que podamos, en un espíritu de arrepentimiento, reconocer que, a pesar de los progresos claramente perceptibles en el camino ecuménico, también hemos fracasado una y otra vez, al menos en no ser capaces de discernir con mayor claridad el camino por el que nos guía el Espíritu Santo. Pero nuestra respuesta no puede ser una claudicación. Esto sería traicionar nuestra vocación.

26. Reafirmamos que el diálogo teológico, la misión y la diaconía son una parte integral de ser la iglesia. El hecho de que hoy todas las iglesias defiendan un enfoque holístico, incluso las iglesias evangélicas y pentecostales que no son miembros del CMI, constituye en sí mismo un gran logro del movimiento ecuménico. Reafirmamos que la búsqueda de la unidad visible constituye la esencia de nuestro camino, por lo que no podemos dejarla de lado. De nuevo, la importancia de alcanzar la unidad no es algo que únicamente reconocen nuestras iglesias, sino también las iglesias evangélicas y pentecostales, tal como puso de manifiesto el Foro Cristiano Mundial, que tuvo lugar en Limuru (Kenia), en noviembre de 2007. Este es un segundo logro significativo del movimiento ecuménico en general. Por consiguiente, considero que se trata de una evolución prometedora, guiada por el Espíritu. De hecho, en el primer Foro Cristiano Mundial, los participantes compartieron sus experiencias religiosas y pudieron conocerse mejor y examinar sus respectivos valores espirituales y religiosos. Quizá se podría dedicar un próximo foro a compartir cómo comprendemos, cada uno desde su propia tradición confesional y desde nuestro contexto particular, el Espíritu Santo y cómo el Espíritu Santo obra en nuestras vidas, en nuestras iglesias y en nuestro mundo.

27. Al preparar esta alocución, también he consultado pasajes de la Biblia que fueran relevantes para nuestro tema. Como todos saben, hay muchos. Hay pasajes que nos inspiran, confortan y plantean desafíos. Permítanme referirme solo a uno, que describe la primera iglesia en Jerusalén: "Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración" (Hechos 2:42). El texto sigue y pasa a describir cómo llevaron a cabo ese espíritu de comunidad satisfaciendo las necesidades de todos los miembros y compartiendo sus recursos con los pobres. Esta es la descripción de una comunidad que tenía una comprensión holística de lo que es la Iglesia y de lo que significa el seguimiento de Cristo. Por el mismo libro de los Hechos también sabemos que esta no era siempre la verdadera realidad, pero que sí era el tipo de unidad en la fe y el amor que buscaban con empeño, el llamamiento al que se consagraban. Este texto también se hubiera podido traducir así: "Y perseveraron continuamente en las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración". Necesitamos el don de la perseverancia, de la resistencia en el camino ecuménico. "Estamos decididos a permanecer juntos".

28. Están aquellos que consideran que el movimiento ecuménico se ha vuelto irrelevante. Se debe respetarlos. Están aquellos que plantean cuestiones radicales y cruciales. Se debe escucharlos, y recibir sus críticas como retos. Pero el movimiento ecuménico a quien más necesita es a aquellos capaces de perseverar. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda el don de la perseverancia, y la voluntad de seguir adelante.

Una observación final

En realidad, aquí concluye mi alocución. Pero permítanme añadir un breve comentario final. Esta es solamente nuestra segunda sesión plenaria. Por lo tanto, todavía estamos en la fase inicial en la que estamos conociéndonos y creando el espíritu de comunidad entre nosotros. Tendremos que tomar decisiones importantes, tanto en sesiones abiertas como cerradas. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda en todas las sesiones el espíritu de comunidad que inspiró a los primeros cristianos.

Walter Altmann


[1] Mensaje de la Primera Asamblea del CMI, Ámsterdam, 1948. La famosa frase fue sugerida por Kathleen Bliss, la única mujer entre todos los principales oradores de la asamblea. (Michael Kinnemon, The Vision of the Ecumenical Movement and How it has been Impoverished by its Friends, St. Louis, Missouri, 2003, p. 139. Se incluye también en esta obra el texto del mensaje.

[2] El lenguaje inclusivo no llegó a ser habitual hasta los últimos decenios.

[3] El texto hace referencia explícita a la manifestación de los delegados ortodoxos en Edimburgo 1937 (Segunda Conferencia de Fe y Constitución): "A pesar de todas nuestras diferencias, nuestro Maestro y Señor común es el único Jesucristo que nos guiará a una colaboración cada vez más estrecha para la edificación del Cuerpo de Cristo".

[4] Otros documentos hacían referencia a temas clave con los que hoy todavía seguimos debatiéndonos: el mensaje de de la Iglesia para el mundo: el Evangelio; la naturaleza de la Iglesia; la común confesión de la fe de la Iglesia; el ministerio de la Iglesia; los sacramentos; la unidad del cristianismo en relación a las iglesias existentes.

[5] Es interesante señalar la autoevaluación crítica en cuanto se refiere a la falta de cohesión precisamente en una conferencia que trataba de cuestiones doctrinales: "Algunos de nosotros, pioneros en esta tarea, hemos envejecido a lo largo de nuestra búsqueda de la unidad. Nos dirigimos a la juventud para que tomen el relevo y mantengan alta la antorcha. Nosotros, los hombres, la hemos llevado demasiado solos durante muchos años. En lo sucesivo, se debería acordar su parte de responsabilidad a las mujeres. Así, la Iglesia entera podrá llevar a cabo lo que ninguna sección por sí misma puede esperar realizar".

[6] En la Segunda Conferencia Mundial de Fe y Constitución, celebrada en Edimburgo en 1937, la "unidad" volvió a estar en el centro de las deliberaciones. Aunque reconocieron que "nuestras divisiones son contrarias a la voluntad de Cristo", los delegados declararon que su unidad era "de corazón y espíritu", y además afirmaron que: "Esta unidad no estriba en el acuerdo de nuestra mente o el consentimiento de nuestra voluntad, sino que se funda en Jesucristo mismo, que vivió, murió y resucitó para llevarnos al Padre, y quien, por medio del Espíritu Santo, mora en su Iglesia. Somos uno, porque todos nosotros somos objeto del amor y la gracia de Dios, y hemos sido llamados por Él a ser testigos de su glorioso Evangelio en todo el mundo".