Sin ninguna duda, la eclesiología sigue siendo en nuestros tiempos la cuestión crucial para la teología en la perspectiva ecuménica1. En un número cada vez mayor de diálogos teológicos intereclesiales, que son consecuencia del movimiento ecuménico, este tema especial de la teología es cada vez más el centro de interés de la investigación teológica moderna. Al mismo tiempo, resulta evidente en los estudios teológicos que el amplio espectro de la eclesiología asume una forma concreta y una expresión específica. Como respuesta al desafío de intensificar las relaciones entre las Iglesias o con el fin de hacer una teología más explícitamente pertinente y concreta para el mundo moderno, la eclesiología se convierte hoy en el punto de encuentro para un ecumenismo centrado en la Iglesia y una teología centrada en la Iglesia.

Por ello, no es de extrañar que esta rica producción teológica se haya manifestado en este sector de la teología ecuménica durante las últimas décadas. Es imposible dejar de apreciar la intensa labor de investigación eclesiológica basada en sólidas premisas bíblicas y estudios histórico-patrísticos. La eclesiología ha contribuido así no sólo a un mejor entendimiento entre las Iglesias cristianas y las denominaciones confesionales divididas, sino también a una autocomprensión más completa por parte de cada confesión; y ciertamente ha dado un nuevo impulso a la renovación de la misma teología cristiana2.

La nueva pregunta es cómo evaluar esta riquísima herencia ecuménica del pasado y utilizarla de una forma completa y sintética apropiada, no sólo para producir otras declaraciones de posiciones eclesiológicas confesionales, lo que corre el riesgo de repetir posiciones que ya son bien conocidas, sino más bien para reflexionar sobre una renovación eclesiológica tanto en el ecumenismo como en la labor teológica. Me parece que nuestra tarea en este momento es utilizar esta enorme literatura eclesiológica y tratar de encontrar un nuevo tipo de enfoque eclesiológico, con la intención de promover una eclesiología de más convergencia, dando más espacio eclesiológico al debate, al estudio y al enriquecimiento mutuo entre nuestras posturas eclesiológicas unilaterales. Es precisamente este tipo de enfoque eclesiológico lo que se halla detrás, o más bien en la base, de documentos previos al consenso como la Declaración sobre Eclesiología de la Asamblea de Porto Alegre “Llamados a ser la Iglesia Una.” Dicha Declaración indica precisamente dónde estamos hoy en la escena ecuménica en la búsqueda de la unidad de la Iglesia: “... La relación entre las Iglesias consiste en una interacción dinámica. Cada Iglesia está llamada a dar y recibir dones y a rendir cuentas a las demás. Cada Iglesia debe ser consciente de todo lo que es provisional en su vida y tener la valentía de reconocerlo ante las demás. Afirmamos que la catolicidad de la Iglesia se expresa en compartir la santa comunión. Pero incluso hoy, cuando no siempre es posible compartir la eucaristía, las Iglesias divididas expresan aspectos de catolicidad cuando oran unas por otras, comparten recursos, se ayudan en épocas de necesidad, toman decisiones juntas, trabajan juntas por la justicia, la reconciliación y la paz, se rinden cuentas del discipulado inherente al bautismo y mantienen el diálogo ante las diferencias negándose a decir “No te necesito” (1 Co 12:21). Separadas unas de otras nos empobrecemos 3.

La búsqueda de unidad por parte del mundo cristiano es una sola cosa con su búsqueda de la Iglesia. Todos los que se han visto interpelados por el importante tema de la eclesiología, que surge también de los diálogos teológicos bilaterales y multilaterales de la Iglesia cristiana que trabajan para esta realidad, deben preguntarse a sí mismos qué tipo de unidad ha de ser ésta o, en otras palabras, qué naturaleza tiene la Iglesia que pueda corresponder a la voluntad y los planes de Dios para nuestra salvación. Por supuesto, hay evaluaciones conflictivas con respecto a la naturaleza de la unidad de la Iglesia, la función de la Iglesia y su estructura y tradición eclesiásticas y eclesiológicas internas.

Sin embargo, hay algunas características comunes que son específicas de la teología que dimana de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica: un marco histórico común; a veces, una continuidad en la tradición; una influencia general de la filosofía grecorromana – especialmente en Europa –; a veces, una similitud en el culto; y una conciencia común de preservar, fomentar y desarrollar la tradición teológica de la Iglesia.

Por ello, los debates sobre la unidad han llegado a ser hoy el centro de los debates eclesiológicos en la escena ecuménica. Pero la diversidad sobre los fundamentos eclesiológicos de la unidad hoy sigue siendo el obstáculo principal para un acuerdo doctrinal entre las distintas Iglesias.


1 Véase Ioannis Karmiris, Orthodox Ecclesiology, V and VI, Athens 1973, 7 (en griego). Véase también O. Dibelius, Das Jahrhundert der Kirche, Berlín, 1927; J.R. Nelson y K.D. Schmidt, en : T. Rendtorff, Kirche und Theologie, Gütersloh, 1966, p.11; W.A. Visser’t Hooft, Teachers and the Teaching Authorities, Publicaciones del CMI, Ginebra, págs. 35-40.

2 Véase Nikos A. Nissiotis, The Church as a sacramental vision and the challenge of Cristoian witness, en Gennadios Limouris, (ed.), Church, Kingdom, World: The Church as Mystery and Prophetic Sign, Ginebra: CMI, 1986.

3 Párrafo 7#.